miércoles, 16 de octubre de 2013

Excursión 159: El Corral Ciego de la Pedriza

FICHA TÉCNICA
Inicio: Canto Cochino. Manzanares El Real
Final: Canto Cochino. Manzanares El Real
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia:  8,3 Km
Desnivel [+]: 802 m
Desnivel [--]: 788 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua:
Ciclable: No
Valoración: 4
Participantes: 35

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta



























PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
 
RESUMEN
Amanecía Madrid tristón, neblinoso; parecía que ya había que despedirse definitivamente del verano. Sin embargo, nada más traspasar Colmenar Viejo, un sol espléndido apareció súbitamente, como si despertáramos de un mal sueño; el azul del cielo encendía la mirada y avivaba la ilusión de caminar una vez más por La Pedriza. Al llegar a Canto Cochino con los vehículos, los mejores pronósticos se confirmaban: No hacía viento y la temperatura era muy agradable para comenzar la ascensión por la Gran Cañada.

Claro que, como la perfección es inasequible, Javier Bartolomé conducía a bastante velocidad preocupado por si llegaba tarde a la cita (Javier: ¿Te fijaste en el sol esplendoroso y el cielo azul?), cuando un par de “sicarios” disfrazados de agentes de la Guardia Civil le entretuvieron poniéndole una multa por exceso de velocidad. Mientras esto sucedía, “los de Las Rozas” paraban en un bar del camino a tomarse unos churritos, sin contar con que el camarero era un tanto negligente, así que llegaron tarde y tuvieron que iniciar el ascenso separados del grupo principal junto con algunas almas caritativas que les esperaron. Para lo sucesivo:
1ª Moraleja: No te arriesgues a una multa, o, lo que es peor, a un accidente, qué no merece la pena.
2ª Moraleja: No te metas en “dibú” si a tiempo quieres llegar.

Las subidas se les dan muy bien a algunos y no tan bien a otros, así que el grupo se fue disgregando cada vez más según el ritmo de cada cual. El panorama desde la ladera en sombra era realmente precioso, con las cuencas del Manzanares y el arroyo de la Majadilla rodeadas de todas las cumbres recibiendo el sol de la mañana. Así llegamos al Mirador del Tranco o Mirador de La Pedriza; ambos nombres oí que se le daban. Aquí nos reagrupamos relativamente, pues cuando los últimos llegaron, los primeros ya partían, y como el panorama era cautivador y además contemplábamos a unos buitres volando en círculos que se nos acercaban tanto como para verles los ojos, no era cuestión de salir corriendo. Continuamos, disgregados, por la senda que sube a la pradera del Yelmo. Algunos necesitaban descansar y reponer fuerzas, así que hubo alguna parada por el camino entre los más rezagados. Jesús Nogal, que había subido a un fuerte ritmo desde el principio, tuvo que renunciar a remontar todo el camino y volvió a la pradera del mirador para descansar y reencontrarse allí más tarde con un grupo de senderomagos que volverían desde arriba por el mismo camino.

¿Qué decir de la visión del Yelmo llegando ya a lo alto, esa gran mole imponente con la forma de un cascarón de huevo colosal? ¡Impresionante! En la pradera que hay en su costado este, donde estuvimos descansando, se imagina uno las liturgias más ancestrales. Los enormes riscos que rodean la pradera se antojan de dimensiones humanas a su lado, aún cuando se cuenta que gigantes legendarios colocaron estas rocas formando montículos caprichosos. Desde aquí se volvieron 9 de los participantes, que no querían demorarse demasiado. El resto continuamos en suave ascenso hasta la base de la cara norte del Yelmo, entreteniéndonos con la visión de unas cabras montesas sorprendidas entre los bolos de granito.

En la base del Yelmo se estableció un “campamento base” para acometer desde allí el ascenso a su cumbre. En dos tandas, un total de 17 senderomagos conseguimos coronarla, tras sufrir lo nuestro al encaramarnos a través de la estrecha grieta por la que se acomete (técnicamente: una chimenea). Los más expertos, como nuestro guía Paco Cantos y nuestro ángel Juan, nos aconsejaban en la dificultosa tarea. Desde arriba no se cansaba uno de mirar en derredor. 

Hay que decir que Fernando S. completó la hazaña con una proeza mucho mayor: En apenas dos minutos, se hizo una foto con una bella montañera ajena a nuestro grupo, supo su nombre y consiguió su teléfono, y además sin darle el suyo (está bien, Fernando: ya sé que sólo se trataba de que Carlos le enviara una foto de ella con su pareja por wasap).

Una vez descendidos, comimos y descansamos en el campamento base, donde se nos unió Antonio, de Manzanares, que había accedido por su cuenta desde el pueblo. Desde allí Paco Cantos nos guió por un itinerario de ensueño. Pasado el collado de la Vistilla, impresionaba “La Maza”, pero mucho más, al acercarse a ella, la visión del “Corral Ciego” desde lo alto, un recinto enmarcado por enormes paredones de granito. Según se descendía hacía él, se apreciaba la gran altura de las paredes. Ya desde abajo, aumentaba aún más la impresión de hallarse en los dominios de Polifemo. Aquí nos hicimos la única foto de grupo, pero ya sin los compañeros que se habían vuelto previamente. Paco Cantos nos retó a encontrar una salida y finalmente nos la tuvo que indicar él mismo, marcándonos el camino a seguir tras encaramarnos a un hueco entre el roquedal. Luego nos llevó a través de enormes estancias y pasadizos angostos hasta traspasar el Portillo del Predicador. Previamente pasamos bajo una roca que hace de dintel en otra portilla. Aquí algunos nos golpeamos la cabeza, incluso José Antonio quedó marcado con un brecha, así que ya sabemos qué nombre darle para la próxima vez: Portillo del Penitente (recordad a Indiana Jones: “sólo el penitente pasará”).

Salimos pues, a la Umbría de Calderón. Daba gusto ver desde lo alto todo el entorno, con el Collado de La Dehesilla a nuestra derecha, las Peñas Buitreras, El Pájaro, Las Torres al fondo... Comenzamos a descender el tramo que se anunciaba como el más duro del recorrido. ¡Y tanto que lo fue! Aparte de las naturales molestias en las rodillas debido a la gran pendiente, había tramos en umbría, por lo que era necesario cuidarse de los resbalones. Fuera porque el paisaje nos distraía, fuera porque, según Antonio, los “sicarios” habían sido convocados por Antolín contra los Pacos, lo cierto es que en una piedra sin aparente peligro, resbalamos y caímos los dos Pacos y yo mismo, con la incómoda consecuencia de que Paco Nieto quedó con un dedo meñique dolorido y dañado, tanto que se mareó y tuvo que requerir asistencia in situ. Menos mal que entre Juan y nuestro saxofonista médico Fernando le auxiliaron lo suficientemente bien como para que, tras una pausa, pudiera continuar el camino. Luego supimos el diagnóstico: esguince ligamento colateral cubital del 5º dedo de la mano derecha.

La senda nos condujo por fin a una charca en el arroyo de la Majadilla, donde alguno aprovechó para beber tras haber agotado las provisiones de agua. Tras un breve descanso, cruzando el arroyo, accedimos a La Autopista, por la que en un rato llegamos hasta Canto Cochino, mientras comentábamos las incidencias de la jornada y rememorábamos otras anteriores.

El día finalizó con unas cervecitas en la plaza principal de Manzanares, acompañados por la mujer de Antonio que había salido a un recado y se topó con nosotros.

Indicar como hecho sobresaliente que, de nuevo, hemos batido el record de asistencia: ¡Nada menos que 35! (aunque nunca llegamos a estar todos juntos).

La belleza del recorrido que nos ha deparado nuestro guía Paco Cantos o “Paco el Piedras” se merece de sobra 5 sicarias, pero, si tenemos en cuenta los incidentes acaecidos, hay que bajar la valoración a 4.
Melchor

2 comentarios:

  1. Buenas.
    Como siempre, la crónica no tiene desperdicio ni sitio para la crítica. Tan sólo una discrepancia sobre la valoración: La excursión es la excursión y los incidentes son los incidentes. La belleza no deja de ser bella porque suframos un accidente mientras la admiramos. Si no se hubiera caído nadie ¿Tendría 5 sicarias? No acabo de ver la razón de quitarle un punto.
    Salud.
    Juan.

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