miércoles, 27 de noviembre de 2013

Excursión 165: Bustarviejo - Soto del Real

FICHA TÉCNICA
Inicio: Bustarviejo
Final: Soto del Real
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 20,7 km
Desnivel [+]: 351 m
Desnivel [--]: 703 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua:
Ciclable: Sí
Valoración: 3,5
Participantes: 30

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta




















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
Los informativos alertaban de bajas temperaturas, así que acudimos a esta marcha preparados para soportar duras inclemencias. La verdad es que cuando salimos de los coches nos “decepcionamos” un poco: El sol radiante presidía un inmenso cielo azul. Algunos hasta nos pusimos una gorrita veraniega. Así partimos de El Collado, área recreativa muy próxima a Bustarviejo. Nos acompañaba por primera vez José Carlos, con pulsiones senderistas adormecidas durante varios años hasta este día; venía equipado para la ocasión con sus atavíos rescatados del olvido, salvo las botas de campo, que no había podido encontrar y tuvo que sustituir por unas deportivas. También hay que reseñar la compañía de nuestro cuerpo de guardia formado por Teo, Lucas y Mecha; esta última, ya plenamente integrada en el grupo, no paraba de mover su rabito de la alegría que tenía.

Casi sin darnos cuenta recorrimos los primeros kilómetros, caminando por veredas, atravesando arroyos y regatos, cruzando un par de carreteras y adentrándonos en el robledal cada vez más. Así llegamos a una preciosa explanada, donde tomamos un tentempié, acompañado, como siempre, del excelente vino de la bota del tío José Luis. Como cosa especial, en este día pudimos saborear las afamadas Pacoquitas de Brasil, unos sabrosos y energéticos dulces que José Luis H. había tenido el privilegio de recibir y que repartió con generosidad.

Qué bonito es pasear por entre los robles en otoño, con las hojas alfombrando los caminos, con las que quedan en los árboles tamizando la luz. Qué bien cuando se abre el bosque y transitamos por verdes praderas sobre las que descansan grandes moles graníticas. Qué encanto cuando el musgo reluciente transforma las rocas en mullidos almohadones, que nos invitan a comprobar su textura. Pero, qué cansado cuando hay que subir y subir entre los árboles sin senda reconocible, sudando bajo el abrigo, para luego tener que bajar, qué mal cuando hay que ir apartando ramas que te dan en la cara y sorteando otras que te impiden caminar, qué espanto cuando vas viendo que los compañeros caen como bolos derribados al más mínimo despiste...Menos mal que Fernando L. nos hizo reír con ganas con su chiste sobre el cigüeño Antonio.

Al fin pudimos pisar tierra firme (bueno, asfalto) y llegar a Miraflores con buen ánimo para seguir avanzando y contemplar al pasar sus muchas casonas vacacionales de tiempos pasados, muy bien conservadas en su mayoría. Continuamos hasta la Fuente del Cura, donde hicimos un descansito para reponer fuerzas. Este cura debía ser de la época de La Inquisición; no sé qué malos pensamientos tendría Javier M., pero recibió un buen castigo: Iba a hacer una foto inocente de un cartelito, no estuvo atento al hielo que había en las proximidades y... ¡Vaya talegada que se dio! ¡Ánimo, Javier, que sólo duele!

El tramo final discurrió por caminos despejados, con el cerro de San Pedro presidiendo el horizonte como testigo mudo y las estribaciones de La Najarra y, luego, La Pedriza a nuestra  derecha. Creo que fue a estas alturas cuando Ángel, que había portado su cesta para las setas durante todo el trayecto, se rindió por fin a la evidencia de que no era buen día para la colecta.

Ya algo fatigados tras casi 21 Km, por fin llegamos al restaurante “El Cazador”, en Soto del Real, donde comimos con ganas. Aquí Fernando S. siguió penando su culpa de la anterior excursión, al prestar su penúltimo servicio al grupo como apuntador de los menús.

Madi ha tenido algunas dudas al calificar la excursión, otorgándole finalmente 3’5 sicarias.
Melchor.

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