sábado, 30 de enero de 2016

Excursión 275b: Cerro Matamulillos y la Chimba

FICHA TÉCNICA
Inicio: Cañada de la Azadilla
Final: Cañada de la Azadilla
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia:  13,1 Km
Desnivel [+]: 728 m
Desnivel [--]: 715 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: No
Ciclable: En parte
Valoración: 5
Participantes: 33

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
























PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN

Tras haber visitado el castillo de Otiñar y cruzar enseguida el río Quiebrajano, avanzamos con los coches unos cuantos kilómetros para llegar al paraje conocido como Cañada de las Azadillas. Nada más sobrepasar una fuente encajonada en el terreno, a mano derecha, aparcamos los vehículos.

Lo primero era ganar altura por el pinar siguiendo la pista que continúa la carretera. Así lo hicimos, alargándose el grupo según avanzábamos, hasta llegar a terrenos más despejados y de creciente belleza.

El día acompañaba, era más primaveral que invernal, y, a la luz del sol, los colores ocres de la tierra contrastaban con el verde incipiente de la vegetación y el blanco de los cantos de caliza dispersos hasta donde se elevaban las montañas.

Después de un buen trecho siguiendo el camino, nos desviamos a la izquierda para internarnos por un precioso vallejo, ancho y profundo, casi despejado de arbolado y por el cual caminar era un puro placer. Al llegar al fondo, como dolía un poco dejar tan hermoso lugar, se ve que se acordó tomar el tentempié allí mismo, antes de encarar la primera subida en serio del día.

Se trataba de acceder al Cerro de Matamulillos por una empinada cuesta en la que comenzaron a sufrir algunos de nuestros invitados, además de alguna senderomaga que yo me sé y que se esforzó lo indecible por hacer honor a su estrella.

Una vez arriba y a la vista del paisaje, uno se quedaba embobado y se olvidaba por completo del esfuerzo de la subida. 

Nos hallábamos justo en la línea de cumbres que en su día debió hacer de frontera con el reino de Granada. Ahora, a nuestros pies se encontraba el embalse de Quiebrajano, encajonado entre encrespadas montañas, que se sucedían en todas las direcciones en un soberbio espectáculo. Aunque la mayoría permanecíamos obnubilados con las vistas, aún hubo quien tuvo tiempo de fijarse en diversos fósiles que aparecían entre las piedras.

Continuamos la marcha por la cornisa de la montaña, siempre con vistas al embalse, que ya se adornaba, en la otra orilla, con algunas plantaciones de olivos. Así llegamos a Matamulos, donde, con un pequeño esfuerzo adicional, alcanzamos la Cueva del Montañes. 

Tiene esta cueva dos buenas bocas, con lo que se facilitaba mucho el trasiego de un grupo tan numeroso como el nuestro.

Si costaba subir a Matamulillos, hay que imaginar lo que debía costar subir a Matamulos; menos mal que nosotros lo teníamos que bajar. Aún así, el descenso por el barranco siguiendo una angosta senda fue dificultoso y lento. Para mitigar el cansancio, hicimos entre medias una paradita para comer, bien resguardados y al solecito.

Como nuestro siguiente punto de interés era La Chimba, se hacía necesario dar con el camino trepando un corto trecho desde el barranco. Aquí las protestas subieron de tono y hubo quién, en un alarde de entrega, hizo de mulilla ofreciendo su cinturón como agarradero.

De esta forma alcanzamos una pista de tierra que se antojaba una autopista, comparada con los senderos de donde veníamos. Y, no sé si sería por la facilidad del camino de vuelta desde este punto, unido a las ganas de acabar pronto, el hecho es que unos cuantos abandonaron con la excusa de que había futbol y se lo iban a perder si continuaban. Cierto es que estos senderomagos fugaces son también forofos reconocidos, así que la coartada era irreprochable.

El resto continuamos muy cómodamente por el caminito, que atravesaba llaneando un pinar, y  tras un rato de paseo se convirtió en una senda. En ese punto sólo había que virar a la izquierda hasta toparnos con un escarpado precipicio, en cuyo entorno se halla un refugio de montaña.

Habíamos llegado a La Chimba, un estratégico mirador natural sobre el valle del río Quiebrajano que deja pasmado al que se asoma a él. Desde aquí se abarcaba toda la desembocadura del valle enmarcada por la sierra de Jaén al oeste y la sierra de Propios al este, con oquedades que semejan hornacinas gigantescas. En el fondo se distinguía el castillo de Otiñar, visitado durante la mañana, y como telón de fondo se dejaba ver a veces, cuando la neblina se disipaba, el promontorio rocoso de la ciudad de Jaén con su castillo y su parador.

Me contó Paco D. que en la Chimba, aprovechando el relajamiento de los sentidos ante tanta belleza, los jienenses arrancaban a sus amantes los primeros besos.

Parece ser que es una costumbre que perdura, pues coincidimos con una joven pareja de ojos enamorados que se disponía a pasar la noche en el refugio.

Un buen rato estuvimos disfrutando del panorama, pero, con cierto pesar, tuvimos que continuar la ruta, que ya simplemente consistía en ir dejando atrás los recuerdos mientras bajábamos por una senda hasta donde habíamos aparcado los coches por la mañana.

Como conclusión: Un día perfecto. Madi ha tenido en cuenta todo lo vivido y no ha podido por menos que otorgar a esta marcha 5 sicarias cum laude.
Melchor


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