miércoles, 6 de junio de 2018

Excursión 407: Presas del Mesto y de Pedrezuela por la cascada del Hervidero


FICHA TÉCNICA
Inicio: Pedrezuela
Final: 
Pedrezuela
Tiempo: 6 a 7 horas
Distancia:  22,6 Km
Desnivel [+]: 422 m
Desnivel [--]: 422 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 31

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Prometo no contestar en lo sucesivo a los correos de convocatoria de excursiones con palabras que puedan interpretarse como menosprecio a la ruta ideada por el convocante (en este caso, Paco N.). Iban a ser apenas 13 Km. con poquito desnivel, pero ante mi respuesta de “me apunto al paseíto” acabaron siendo 23; y creo que no fueron más porque Paco consideró que, arrastrando mi rodilla en los últimos 2, ya tenía suficiente escarmiento.

Los 31 que salimos de Pedrezuela ya sabíamos que la lluvia podía visitarnos en cualquier momento, pero pronto lo olvidamos al ver nuestro cerro de San Pedro iluminado por el sol en la distancia. Se ve que el santo había creído que entre nosotros se encontraba Antonio, pero, en cuanto se dio cuenta de que no era así, nos mandó un chaparrón primaveral de esos que se te quedan en el recuerdo. Ante esto, los Pacos de Alcalá debieron ofrecer al santo el sacrificio de renunciar a la excursión, para que los demás la disfrutáramos, volviéndose a Pedrezuela. Y así fue, porque calculo que escampó más o menos cuando ellos tenían que estar entrando en el pueblo.

Mientras llovía, los que llevábamos paraguas grandes íbamos rodeados de amigos. Sin embargo, poco antes de llegar a la presa del Mesto, cuando se ve que los Pacos de Alcalá ya habían cumplido su promesa, apenas caían algunas gotas y los amigos se fueron desperdigando por el camino. Llegamos a la presa, pero no se podía cruzar el río por ella; había una cancela impidiendo el paso con cámara de videovigilancia y todo.

Aquí hago un alto en el relato para anunciar a los lectores que voy a tratar de poner en orden a lo largo de este escrito la ingente cantidad de construcciones del Canal de Isabel II que nos íbamos a ir encontrando por el camino: Canales, sifones, almenaras, respiraderos, presas, acueductos… Así pues, para empezar, nos encontramos con la presa del Mesto, que es más bien un azud, de la cual parte el Canal del Mesto por la margen izquierda del río Guadalix y que, en unos pocos kilómetros (unos 500 m. río abajo de la cascada del Hervidero) vierte sus aguas en el llamado Canal Bajo, justo antes de que éste atraviese el río mediante un sifón. El Canal Bajo, el primero en construirse, procede de la presa del Pontón de La Oliva, recogiendo las aportaciones del canal de La Parra, parte de cuyo recorrido pudimos apreciar en la reciente excursión 400 a lo largo del río Lozoya. El Canal Bajo finaliza su recorrido en el depósito de Islas Filipinas, en Chamberí, siendo su último acueducto el que discurre junto a la Avenida de Pablo Iglesias.

Pues bien, había que intentar pasar el río por un supuesto vado que debía encontrarse por debajo de la presa. Bajamos al río y, a pesar del ejemplo que daban Jorge S. y Ángel R., aventurándose de piedra en piedra entre la corriente, no tuvimos agallas para cruzarlo. Aquí fue cuando Paco N., pretextando prudencia, decidió que 13 Km. iba a ser muy poquito. La alternativa fue bajar cómodamente unos 4 Km., siguiendo el canal del Mesto por el espectacular cañón del río hasta la cascada del Hervidero, próximo a la cual se halla un “puente” sobre el Guadalix. Fuimos dejando atrás, uno tras otro, las hermosas torres de respiración del canal construidas con piedra labrada, hasta que paramos a tomar un tentempié bajo una concavidad de la roca que mantenía seco un pequeño espacio.

En algún punto de este tramo pudimos divisar a lo lejos, mirando hacia atrás, un bello y sorprendente acueducto conocido como acueducto de Zegri. Por él se conducen las aguas procedentes de la presa de Pedrezuela, que mucho más adelante alcanzaríamos. Este acueducto forma parte del Canal del Vellón (nombre éste que, hasta hace no mucho, también tenía la presa), que discurre por la margen derecha del río Guadalix hasta confluir con el Canal del Atazar.

Puesto que el Canal del Mesto va bastante elevado sobre el cauce, para bajar a la cascada tuvimos que hacer un descenso controlado por una empinada senda hasta el “puente”, sin mayores consecuencias. Por supuesto, descendimos los escalones que, desde allí, llevan a la gran poza que se forma bajo la cascada y pudimos contemplarla con delectación; la cascada del Hervidero y el paraje donde se halla nunca decepcionan. Además, nos encontramos con unas chicas conocidas de José Luis y Mª José, que nos hicieron encantadas una hermosa foto de grupo con los dos ramales de la cascada de fondo.

Paco N. había decidido que había que continuar por la margen derecha del río, para ir remontándolo hasta alcanzar el camino previsto inicialmente. Esto nos iba a llevar otros 6 Km., pero no importaba: El día era fresco, la lluvia apenas molestaba y el paisaje era precioso.

El lector avezado habrá notado que previamente he puesto entre comillas la palabra “puente” para referirme al paso del río junto a la cascada. Y es que no se trata realmente de un puente como tal; es la parte más baja del Sifón de Guadalix, por donde discurre el Canal del Atazar, que, partiendo de la presa del mismo nombre, llega al depósito de El Goloso y desde allí se distribuye por varias ramas a distintas zonas de Madrid. Si tenemos en cuenta que en el embalse de El Atazar se almacena cerca del 50 % del agua de la Comunidad de Madrid, nos podemos hacer una idea del enorme caudal que transporta este canal y de la amplitud de la sección del mismo, por lo que queda camuflado como un amplio y cómodo puente.

Después de echar una ojeada a la parte alta de la cascada, Paco nos llevó por una bonita senda que serpenteaba ladera arriba por entre árboles de ribera, praderas y flores multicolores. Y así llegamos a un camino por el que ascendimos hasta la almenara de Los Castillejos, junto a la boca occidental del Sifón de Guadalix. Desde aquí se podía contemplar perfectamente todo el valle del río, tapizado de innumerables tonos de verde y, entre todo ello, toda una sucesión de construcciones del Canal de Isabel II. En particular, desde aquí se apreciaban muy bien algunas torres de respiración del Canal del Mesto, así como su confluencia con el Canal Bajo y el inicio del sifón de éste. Pero sobre todo se veía perfectamente cómo arrancaba en el Canal del Atazar el Sifón de Guadalix, a gran altura al otro extremo y cómo estaban perfectamente delineadas las almenaras de desagüe hacia el río en ambos márgenes. En el punto donde nos hallábamos es donde el Canal del Vellón confluye con el de El Atazar, entregándole sus aguas.

Proseguimos por la pista hacia el norte, atrochando en algunas zonas por entre dehesas para sortear las curvas más pronunciadas del camino. El paisaje de primavera era espectacular; llamaban la atención particularmente los floridos gamonales que se prodigaban en los claros, de un blanco esplendoroso y una altura considerable, acorde con las abundantes lluvias que nos han acompañado desde el invierno.

Había que hacer un alto en el camino para comer el bocadillo y paramos en las inmediaciones de unas ruinas de origen desconocido para mí, pero que bien pudieron servir para alojar maquinaria o personal en algún momento de la construcción del Canal Alto, pues se encuentran junto a un camino que va siguiendo su trazado hasta la presa de Pedrezuela. De hecho, este camino es el que tomamos después de haber comido y descansado un rato.

Inserto aquí una nueva reseña relativa al Canal Alto. Este canal recoge las aportaciones del Canal del Jarama (desde la presa de El Vado en Guadalajara) y del Canal del Villar, tras confluir éstos en Torrelaguna. En su recorrido bordea el embalse del Pedrezuela por su parte oriental hasta la presa, a través de la cual atraviesa el río Guadalix hasta su margen derecho. El Canal Alto finaliza su recorrido en el depósito de Plaza de Castilla, en la capital.

A partir de este momento y a pesar de que ya empezaban a pesar los kilómetros, el ritmo de la marcha se incrementó. Según avanzábamos por las sinuosas curvas del camino, cada vez que nos asomábamos al valle veíamos más cerca el pueblo de Pedrezuela, nuestro destino, así que nos íbamos animando. Pudimos contemplar el acueducto de Zegri, esta vez a nuestra derecha, y lo sobrepasamos (el Canal Alto y el Canal del Vellón discurren casi en paralelo por esta zona). Sin embargo, al poco de rodear la urbanización de Montenebro, más o menos al divisar al fondo la presa de Pedrezuela, cuando nos separaba menos de un kilómetro del pueblo, éste comenzó a alejarse, quedando atrás. ¡Nuestro gozo en un pozo! ¡Aún faltaban 7 para llegar!

Cruzamos la carretera que une la urbanización con el pueblo y enseguida entramos en la Dehesa de Pedrezuela. Tras avanzar un poco más, Paco dio la opción de dirigirse directamente a la presa o subir un poquito hasta lo alto de la dehesa para “tener buena vista” (palabras textuales). Alejandro se sumó enseguida a la segunda opción con la esperanza de reducir unas cuantas dioptrías; no pudo ser, pero compensó la contemplación de los recovecos del embalse y de las montañas en la lejanía, además de poder asegurarnos de que se trataba de una dehesa tras sortear unas vacas con sus terneros que descansaban tranquilamente entre las flores.

Fuimos llegando a la presa a cuentagotas y, una vez allí reunidos, continuamos, esta vez sí, directos hacia el pueblo. Antes de partir, no pudimos dejar de ver un monolito de 1967, yo creo que restaurado o reconstruido por lo bien que se conservaba, que, como testimonio de aquellos tiempos y también de estos, contenía un texto que comenzaba así: “Siendo Franco Caudillo de España…”.

El Canal Alto sobre la presa de Pedrezuela pasa desapercibido, pero, al avanzar hacia el pueblo, no cuesta descubrir parte de su trazado siguiendo la orilla del embalse.

El sol ya lucía sin competencia en el cielo y el calor ya se iba notando. Para llegar nos faltaban apenas dos kilómetros de subidas y bajadas. Aquello parecía una montaña rusa; a pesar de ser poco recorrido y no mucho desnivel, lo recuerdo como lo más duro de la excursión.

Ahora bien, como siempre, una bebida fresquita en el bar del pueblo reconforta del todo, y más cuando se comparte con tantos amigos. La estampa de las cigüeñas en la torre del ayuntamiento también contribuía a ello.

Esta era la excursión centésima de Leonor, quien estaba contenta como siempre, porque más no cabe. Por su parte, José Luis B., hacía la 150. Ellos, además de Javier M., para celebrar su cumpleaños y Rosa P., que recibió la estrella negra en la última entrega, nos invitaron a las cervecitas y demás.

Madi otorga 4’5 sicarias a la excursión. Podían haber sido 5, pero Madi tiene muy en cuenta que me dolía la rodilla al acabar.
Melchor

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