miércoles, 27 de junio de 2018

Excursión 410: Puerto de la Morcuera - Monasterio de El Paular

FICHA TÉCNICA
Inicio: Puerto de la Morcuera
Final: Monasterio de El Paular

Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia:  10,4 Km
Desnivel [+]: 53 m
Desnivel [--]: 629 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 15

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
Tras dejar unos coches en el aparcamiento del Monasterio de El paular, iniciamos la ruta en el aparcamiento de la fuente de Cossío, en la carretera M-611 que va de Miraflores a Rascafría. Continuamos a la derecha de la fuente, en dirección noroeste, salvando una valla metálica nos internamos en un bosque de pinos, que pronto dio paso a una hermosa pradera, muy verde, en la pastaban unas tranquilas vacas.

Al final de la pradera, cruzamos una pista coincidente con el GR-10.1, que sube al Refugio de la Morcuera, que no seguimos, continuando por el repoblado pinar sin senda a la vista, hacia el Cerro Merino en suave pendiente. En el trayecto, los más seteros recolectaron varios tipos de setas, mayoritariamente boletus pinicolas. 

Desde la cercana cumbre del cerrete, imperceptible por su poca altura, iniciamos una prolongada bajada, que en un kilómetro nos hizo descender 200 metros, por una supuesta senda, que aunque aparecía en los mapas de los GPS, no había forma de encontrar, por lo que nos limitamos a intentar seguir el track.

Tras el vertiginoso descenso, alcanzamos un arroyo que vadeamos sin ninguna dificultad, justo donde se encuentra un roble con un tronco enorme. Nos quedaba descender casi otros 100 metros por una desdibujada senda, tapada por el matorral, para conseguir el regalo de poder contemplar la cascada alta del Purgatorio a vista de pájaro, desde el imponente precipicio que el Hueco de los Ángeles ofrece en su lado este.

Costó mucho dejar de hacer fotos y vídeos de esta impresionante y oculta cascada, que arrojaba desde sus 15 metros de altura un impresionante torrente de agua , que caía con gran estruendo a la poza situada a sus pies. Capturada en nuestras cámaras esta maravilla desde todos los ángulos posibles, al filo del precipicio, remontamos un poco la ladera para dar cuenta del tentempié de media mañana sin estar expuestos a tanto riesgo.

Tras el descanso, con excelentes vistas del cañón que el agua ha labrado con paciencia a lo largo de los siglos, iniciamos el descenso hacia la cascada baja, bordeando con cuidado uno de los riscos que hacen de puerta de entrada a este lugar encajonado entre las dos cascadas.

Alcanzado el arroyo del Aguilón, nos acercamos a la plataforma de madera que hace de mirador de la más conocida de las cascadas, ya que la alta, como comentaba no se deja ver fácilmente. Tiene este segundo salto una menor altura, 10 metros, pero que al estar dividido en dos tramos, produce una sensación doble de grandeza y estruendo, en la que algunos valientes nos atrevimos a bañarnos. El termómetro de Ángel Vallés marcó 12 ºC, muy calentita no estaba, por eso el otro Ángel, se puso, como los lagartos, tendido en una roca al sol tras el gélido baño.

Tras la bella estampa, descendimos por la senda que acompaña al arroyo por su margen derecha, disfrutando de los numerosos pequeños saltos y pozas, todo un regalo para la vista y el oído, recreándonos especialmente la poza del Acebo y la Sombría, todo un remanso de paz y poseía. Así hasta alcanzar el puente de madera que está situado a 1,5 km de la cascada. 

Cruzamos el puente para, en la otra orilla del arroyo, para dar buena cuenta de los bocadillos al susurro del agua. Y con tan idílico paisaje, hubo tiempo hasta para siesta, tanto es así que creo que batimos el récord de senderistas dormidos o durmiendo, a saber. Cuando logramos despertarnos, nos hicimos la foto de grupo.

Con mucha pereza retomamos el descenso, cruzamos de nuevo el puente y una puerta de hierro para que el ganado no pase, caminando lo más próximos a la margen derecha del arroyo del Aguilón. Aunque son varías las pozas que se encuentran en este tramo, es sin duda la poza del Tubo la que más sorprende. Se trata de un pequeño salto de agua a modo de ducha que ni los mejores de los jacuzzis iguala. La proximidad de la comida hizo que no hubiese muchas ganas de remojarse, por lo que continuamos acompañando al agua en su sonoro descenso. 

El paseo junto a la ribera del arroyo acaba cuando llegamos a un punte que lo cruza, al que se accede salvando una valla de alambre. Pasado el puente, nos dirigimos en dirección suroeste hacia otro puente, éste de madera sobre el arroyo de la Angostura, bajo el cual en otras ocasiones nos hemos bañado, aprovechando la enorme poza que forma un salto de agua entre rocas.

Seguimos la margen izquierda del arroyo de la Angostura hasta su encuentro con el del Aguilón, punto donde ambos pasan a formar el río Lozoya. Con agradables escenas de bañistas disfrutando del agua, alcanzamos las piscinas naturales de las Presillas, con bastante gente, como suele ser habitual en verano, lo que no impidió que algunos nos diésemos otro baño, en sus claras y fresquitas aguas, con una corriente como pocas veces la habíamos visto.

En el quiosco que hay junto a su verde pradera nos regamos también por dentro, antes de emprender el último tramo de esta refrescante ruta, el que nos llevó de nuevo al aparcamiento del Monasterio de Santa María de El Paular, pasando antes por el histórico puente del Perdón.

Por lo bonita y gratificante, esta excursión se merece 4,5 sicarias.
Paco Nieto

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