miércoles, 7 de agosto de 2019

Excursión 476: Los encantos de Navares de las Cuevas

FICHA TÉCNICA
Inicio: Navares de Enmdio
Final: Navares de Enmdio
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 12,5 Km
Desnivel [+]: 186 m
Desnivel [--]: 186 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 5
Participantes: 26

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta





TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
Se ve que los sacrificios a San Pedro que se hicieron el pasado septiembre fueron muchos; yo aún me acuerdo del sol cayendo a plomo en la subida inaugural de temporada al cerro de tal nombre y de cómo la cumbre quedaba cada vez más lejos.

El caso es que el influjo del santo aún perdura en este verano y, en medio de la canícula propia de primeros de agosto, nos deparó un día fresquito, nublado y muy agradable para andar por los campos de Castilla.

Marcos C., que amén de artista y sabio, es generoso como pocos, nos tenía preparada una jornada plagada de placeres en el entorno de su pueblo, Navares de Enmedio, nombre muy atinado, ya que se encuentra entre Navares de Ayuso (digamos que de abajo) y Navares de Las Cuevas (o sea, de arriba); por los tres discurre discreto pero pródigo, el arroyo de Los Navares, como no podría ser de otra manera.

El día habría sido perfecto si no hubiera yo puesto una mácula en él nada más empezar, mejor dicho antes de empezar. Por eso es por lo que estoy aquí, escribiendo esta crónica, tarea que me he autoinflingido para aliviar el resquemor que aún siento por haber llegado tan tarde a la cita. Aunque he de reconocer que escribirla, como el rascar, da cierto gusto y alivia el remordimiento.

El caso es que, después de dar unas vueltas por Navares de Enmedio para conocer el pueblo y esperar un rato (eso, los que habían llegado puntuales), salimos de la plaza de la iglesia por un camino que se remonta hasta los páramos cercanos por el norte. Son éstas zonas de antiguos montes, la mayoría roturados en su momento, que fueron también aprovechados para el pastoreo lanar.

Como testigos de su pasado quedan numerosos restos de apriscos de ovejas e incluso de casonas en las laderas de algún vallejo, todos edificados con la piedra caliza que se iba retirando de los campos para poder labrarlos. Hoy en día, la naturaleza, lenta pero tenazmente, vuelve a ocupar su sitio y puede verse cómo las encinas renacen y rompen la monotonía del ocre de la tierra salpicado por la caliza blanca.

En estos altos nos topamos con los vestigios de lo que debió ser una pelea entre buitres leonados en torno a una charca: Plumas desperdigadas y el despojo de un buitre con toda su anatomía aparentemente completa. También había, más adelante, una cantera abandonada donde, aprovechando su desnivel, hicimos una foto de grupo.

Así llegamos a la carretera que, desde Caravias, desciende a Navares de Las Cuevas. Lo primero que hicimos, antes de entrar propiamente en la población, fue allegarnos a la Ermita de la Virgen del Barrio, donde nos esperaba, por mediación de Marcos, el alcalde del pueblo, quien nos facilitó la entrada y nos explicó someramente su historia.

Esta ermita es una joya del románico temprano en Segovia, seguramente menos conocida de lo que se merece; es un testigo de la repoblación de estas tierras en el siglo XI y de su evolución posterior. Está recién restaurada y, además de por su arquitectura, heredera en parte del arte visigótico, destaca por sus pinturas al fresco y por su imagen de la Virgen del siglo XII. Presenta también una curiosidad en su interior: Una piedra de sillería que hace de tablero de un antiguo juego de fichas.

A continuación bajamos a un área de descanso a la vera del arroyo de los Navares, que fluye con viveza a pesar de ser pleno verano. Tomamos aquí el tentempié y Marcos nos enseñó un cangrejo señal, antiguo morador de estas aguas, que se distingue por presentar una zona roja en sus pinzas (la señal). Por su parte, Carolina nos ofreció un delicado manjar: exquisitas moras de árbol maceradas en vino con azúcar.

Ya, por fin, entramos en el pueblo, que nos saludó con innumerables labores de ganchillo artísticamente dispuestas revistiendo tanto construcciones originales de piedra como hechas a propósito para la ocasión. Hasta la fuente y la picota disponen de sus adornos.

Destaca por su enormidad una maqueta del acueducto de Segovia donde cada losa está revestida de lana. Además hay escenas cotidianas en las que numerosos maniquíes aparecen vestidos con las labores de ganchillo. E incluso hay animales “hechos” con ganchillo.

Tal parece que el pueblo bulle de vida con tanto personaje. Se va a celebrar una fiesta próximamente (la del Ganchillo, claro) y está todo preparado. Según parece, unas cuantas señoras, supongo que ya hartas de hacer mantas para toda la prole, se pusieron hace 7 años manos a la obra y cada temporada añaden nuevas labores que dan color al pueblo y atraen visitantes. Nosotros aprovechamos para tomar una cervecita en el puesto que se ha montado en la plaza con motivo del evento. También hicimos otra foto de grupo con el “acueducto”.

La verdad es que Navares de Las Cuevas es en sí mismo un pueblo que merece la pena visitar. Según salíamos de él para volver hacia Navares de Enmedio por la senda del arroyo, pudimos contemplar lo que queda del Palacio de los marqueses de Revilla, un grandioso edificio del que aún se mantienen en pie los muros exteriores.

Bajamos un rato por la carretera y pronto nos internamos en el cañón labrado por el agua del arroyo durante eones. En la ladera llamaba la atención el desprendimiento reciente de una gran roca, parte de cuyos restos habían traspasado la carretera y golpeado el quitamiedos.

Al poco dejamos la carretera y tomamos la senda a la vereda del río. Plácidamente, al principio por alamedas, después aprovechando para comer alguna mora de zarza, llegamos a la piscina de Navares de Enmedio. Unos cuantos, supongo que los que teníamos más calor (otros decían que los más valientes), nos dimos un baño reparador con el que quedamos a tono para lo que iba a venir después. Mientras tanto, Rubén y Diana, los concesionarios de la piscina, fueron sirviendo unos aperitivos.

Y, a la hora prevista, llegó el plato fuerte: Auténtico lechazo segoviano asado, heredero de toda la memoria que guardan estas tierras.

Marcos, en su modestia, sabía que esto era impagable. Su hermana, como panadera del pueblo, era la que había logrado el punto del asado en el horno y, tanto Rubén como Diana, se habían encargado de que todo estuviera a punto, incluyendo las ensaladas de acompañamiento. La verdad es que yo me puse como el Quico; hacía mucho que no comía un lechazo tan rico.

Un helado de postre y un café parecían el final perfecto para quedarse un rato de plática. Pero, hete aquí que comenzó a sonar una jota castellana y, como movidos por un resorte, una buena parte de los senderomagos saltaron de sus asientos para mover el esqueleto. Y ya animados, siguieron sonando muchos más ritmos que fuimos bailando unos y otros con más o menos fortuna.

¡Qué maravilla de día! Gracias muy especialmente a Marcos y también a todos los demás por vuestra compañía, vuestra amistad y, sobre todo, vuestra paciencia.

5 sicarias parecen pocas para un día tan memorable, pero no hay más que se puedan otorgar, así que 5 bien merecidas son, eso sí, cum laude.
Melchor

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