miércoles, 30 de octubre de 2019

Excursión 495: Cañón del Río Dulce y Pelegrina

FICHA TÉCNICA
Inicio: Pelegrina
Final: Pelegrina
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 15,4 Km
Desnivel [+]: 397 m
Desnivel [--]: 397 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 27

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
 
RESUMEN
La alusión al río Dulce siempre trae a la memoria los pasajes de un tiempo inmutable en que la vida transcurría sin más cambios que los propios de las estaciones. Sin duda, la estación del otoño debía ser la que regalaba sus frutos con más prodigalidad para permitir a sus moradores soportar los inviernos rigurosos que se avecinaban.

Hoy, nosotros tenemos el privilegio de poder fundirnos con los colores de su paisaje sin más objetivo que disfrutar. Los de Alcalá nos han preparado una jornada a nuestra medida: Paco D. ha diseñado la ruta y José Antonio D. se ha encargado de que comamos merecidamente al acabar. Gracias a ambos.

Empezamos a caminar por la cuesta abajo que nos lleva al cañón en las inmediaciones de Pelegrina. Olga S. se da a conocer y pretende aprenderse el nombre de todos nosotros en el día de hoy; ya veremos si se acuerda en el próximo. Paz y sus amigas nos acompañarán a su ritmo.

Pronto estamos en el fondo del cañón, con las aguas calmas del río a nuestra derecha y los riscos elevándose en formas caprichosas en derredor.

El oro de los árboles tiñe el cielo y se empieza a derramar entre el verde del suelo. Llegamos a una caseta pegada a la pared de roca donde paramos un momento y Paco N. nos explica su por qué, haciendo alusión a las frecuentes grabaciones de naturaleza que “nuestro amigo Félix” realizaba en estos lugares.

Continuamos entre charlas el camino y llegamos al punto en que se nos ofrece la posibilidad de acceder a una cascada. El camino no es fácil, pues hay que pasar por una faja de roca a una cierta altura, pero, como la piedra no está mojada y una cadena facilita la operación, la mayoría nos aventuramos por la promesa de la cascada.

Lástima que, al llegar, solo nos encontramos con la roca desnuda y seca; según nos dicen los más conocedores del lugar, en épocas de estío el agua se filtra entre la roca calcárea y emerge unos cientos de metros más abajo, donde corre por el cauce del río.

Regresamos de la cascada fantasma por el mismo camino y cruzamos a la otra margen del río. Seguimos una senda fascinante que, en requiebros y altibajos, sigue la corriente del río, el cual discurre entre vegetación de ribera, ora por juncos y espadañas, ora formando repisas calcáreas donde el agua cantarina se derrama.

En torno a la senda y el río, antiguos huertos, muchos de ellos ya olvidados, albergan frutales y nogales de gran porte; aún se pueden ver algunas nueces entre las hojas caídas. Llama la atención la sinfonía de colores, especialmente el dorado de los membrillos, que parece haber teñido las enormes copas de los nogales.

Dejamos el cañón por un antiguo camino de herradura que nos eleva hacia el páramo. A poco más de media altura nos sentamos a tomar el tentempié mientras contemplamos la hipnótica estampa de los chopos fulgurantes de oro y fuego, recortándose en el promontorio sobre el que despunta la silueta del castillo de Pelegrina. A su derecha, el pueblo reposa a su abrigo.

Toca ahora caminar por la paramera, primero por caminos sinuosos que discurren entre encinas y luego por rastrojos ya medio desvaídos para nuestra suerte. Después tomamos un sendero que nos lleva hacia el pueblo de La Cabrera por el Barranco del Hocino, en una cuesta que atraviesa terrenos de todos los ocres imaginados.

En la Cabrera reencontramos el río; lo seguimos aguas arriba por el llamado Camino del Cid, primero encajonado entre roquedos y más tarde por un valle abierto en tierras de cultivo. Aunque hay que caminar deprisa, para llegar con tiempo a la cita en el restaurante, el cuerpo se adapta bien, ya que es un camino llano y muy agradable, si exceptuamos el tramo final de subida a Pelegrina.

En este último trecho es donde Antolín se llevó buen susto al ser atacado por las avispas de un avispero camuflado entre la maleza; según me contó, él caminaba inocentemente, pero alguien había enredado para ver qué era aquella masa extraña; el enredador salió corriendo y Antolín, sin comerlo ni beberlo, se llevó la peor parte.

Menos mal que Fernando tenía a mano una medicación a base de endorfinas que cortó la reacción. Aviso a los senderomagos: Por favor, cuidemos a Antolín, es una institución; si, encima de que últimamente le vemos poco, cuando viene le jugamos estas malas pasadas, nos va a acabar olvidando.

Finalizamos el día con la comida en el restaurante Bajá, donde se dispuso una mesa para los que tomaron asado de cabrito; muy bueno pero algo escaso. El resto compartimos un abundante cocido, a excepción de Carolina y Lucío, que se trajinaron un suculento chuletón.

Como siempre, un día más inolvidable, en compañía de estupendos amigos. Madi concede 4’5 sicarias a esta excursión. Si nos lo pasamos igual de bien, la próxima vez que venga Antolín y no le piquen las avispas, serán 5. 
Melchor


Han pasado ya dos años
de aquella excursión cansina
al pueblo de Pelegrina
en la que tanto llovió
que en la hoz del río Dulce
aquel intenso aguacero,
como sopas —no exagero—,
nuestro cuerpo nos dejó.

Esta vez sí que acertamos
vimos los chopos dorados
contra el cielo recortados
entre un intenso verdor,
en un ambiente de otoño,
temperatura agradable
y lluvia poco probable,
un tiempo mucho mejor.

Empezó nuestra andadura
cuesta abajo, rodeados
por los riscos elevados
que la erosión modeló,
y en la caseta de Félix
Paco unas explicaciones
dio, sobre las grabaciones
que «nuestro amigo» filmó.

Al fin llegamos al punto
donde empezaba el jolgorio:
la cascada del Gollorio,
un paso que da pavor,
menos mal que no llovía
pues sería una faena,
que agarrado a la cadena
te cagaras de terror.

¿Y en la cascada que vimos?
la roca seca y desnuda,
pues la sequía es aguda,
¡vaya una desilusión!;
por consiguiente tuvimos
que volver, ¡vaya faena!,
otra vez por la cadena
todo el grupo en procesión.

Por la otra margen del río
avanzamos contemplando
como nos iba dejando
el otoño su esplendor,
ofreciendo a nuestro paso
con los árboles frutales
y numerosos nogales
sinfonía de color.

Abandonamos el río
por camino de herradura
y al llegar a cierta altura
tomamos el tentempié,
mientras juntos admiramos
el arbolado amarillo
y allá en lo alto el castillo
que encaramado se ve.

Proseguimos nuestra ruta
por el páramo con prisa,
que el horario lo precisa,
para llegar puntual
a la Cabrera, pasando
por terrenos descuidados,
atravesando sembrados
en un entorno rural.

Cuatro habitantes detenta
el censo de la Cabrera,
pocos, pues se considera
despoblación general,
pero, por sorpresa, vimos
niños jugando, ¡qué extraño!,
pues aquí hay algún engaño:
una excursión colegial.

Por el Camino del Cid
seguro el grupo camina
directo hacia Pelegrina,
sobrevuela algún rapaz,
entre tierras de cultivo
por el río, aguas arriba,
avanza la comitiva
aventurera y audaz.

Al pasar, junto al camino,
¿qué es aquello tan curioso?
¡avispas, qué peligroso!
—renuncié a tocarlo al fin—,
pero otro más marrullero
escarbó en el avispero
y picaron a Antolín.

Al fin se vio Pelegrina
con su castillo en la cima;
vemos como se aproxima
ya la hora del yantar,
vayámonos apurando
que el horario es muy tardío,
el cocido estará frío
y habralo que calentar.

Así empezó la comida:
los del cocido a la diestra,
el cabrito a la siniestra,
y el banquete comenzó;
el chivito quedó escaso
mas como sobró cocido,
como hermanos compartido
este se les ofreció.

Por el día inolvidable
y amistades solidarias,
cuatro con cinco sicarias
el cronista puntuó,
lástima que las avispas
sean agresivas criaturas
porque por sus picaduras
las cinco no concedió.

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