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miércoles, 24 de diciembre de 2014
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Excursión 214: Navacerrada - Mirador de Las Canchas
FICHA TÉCNICA
Inicio: Navacerrada
Final: Navacerrada
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 11,7 Km
Desnivel [+]: 651 m
Desnivel [--]: 646 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: No
Ciclable: No
Dificultad: Media
Pozas y agua: No
Ciclable: No
Valoración: 4
Participantes: 52
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
RESUMEN
Para celebrar el éxito del 2014, en
nuestro último encuentro del año no podíamos por menos que acabar degustando en
camaradería el inefable “cocido posteño” seguido de una sobremesa ambientada
con arte. Para ello había que estar en Las Postas a las dos en punto; como
Antonio no quería perderse las espectaculares vistas que ofrece el mirador de
Las Canchas en estas fechas, la solución estaba en subir todo derecho por la “senda
de El Cojo”, también anunciada eufemísticamente como “senda de los Miradores”.
Antes de iniciar la marcha, parece ser
que Antonio y Paco ya habían saludado al Cojo, a quien habían encontrado
trajinando por el pueblo, así que seguimos su rastro y, tras atravesar todo el
casco urbano, iniciamos la subidita por el pinar, al principio ligera.
Enseguida nos topamos con un rebaño y, sin darnos cuenta, se nos pegó un joven
mastín negro, confiado y lametón, que ya nos acompañó hasta que al bajar lo
devolvimos a sus quehaceres.
La senda se iba complicando y la
pendiente se hacía más pronunciada, pero merecía la pena porque nos
adentrábamos por el cauce del arroyo del Chiquillo, que bajaba cantarín entre
la vegetación. Un poco más tarde cruzábamos el arroyo para seguir ascendiendo
por el pinar, ya entre rocas y con bastante esfuerzo; algunos nos quedamos algo
rezagados pero tuvimos la suerte de que los demás equivocaron el camino, así
que les alcanzamos en un claro del monte mientras tomaban las viandas de media
mañana.
El último tramo, desde el cruce con la
senda Ortiz hasta el mirador, costó menos, quizá porque íbamos encantados
contemplando el paisaje, ya que el bosque se abría cada vez más y nos podíamos
detener en numerosas atalayas. Pero ningún panorama puede igualarse al que se
disfruta al llegar arriba, siempre arrebatador aún para quienes ya es familiar;
no digamos lo sorprendente que resulta a quienes lo descubren por primera vez:
Ana F. no quería bajar, a pesar del viento helador que barría la explanada.
Volvimos, ya por la pista, hasta el
lugar donde estuvo el “hospital de Walpurgis”, no sin antes detenernos para
hacer la foto de grupo en un roquedo escogido para que cupiéramos todos: ¡Nada
menos que 52! Después abandonamos la pista y tomamos un bonito camino, ya en
desuso, que nos llevó directos a La Fonda Real, en la carretera al puerto de
Navacerrada. Desde aquí, Antonio nos guió para entrar enseguida en el pueblo
por intrincados recovecos y atravesarlo de nuevo para llegar a la hora
convenida a Las Postas, donde algunos senderomagos más se sumaron a la
celebración.
Del restaurante no puedo decir más que
cosas buenas, a pesar del piano que tuvo que sufrir Paco C. y otros antes que
él. La disposición de las mesas, el servicio y la paciencia del personal, como
nunca. El cocido estaba insuperable (los más garbanceros repetimos sopa y
garbanzos hasta la saciedad) y el menú tenía una pinta suculenta.
Pero, como siempre, lo mejor de todo fue
la sobremesa, amenizada esta vez, no sólo por Joaquín entonando con pasión el
himno informal del GMSMA, o por José Mª recitando con maestría a José Larralde,
o por el esforzado trabajo de Paco C. con el piano, sino por la presentación en
primicia de “La Rondalla del GMSMA”, voces y guitarras que sonaban de fábula y
que ejecutaron un amplio repertorio, algunas de cuyas piezas fueron coreadas
por todos y muy celebradas.
También se le entregó a Antonio un nuevo
GPS como reconocimiento a su encomiable labor; GPS al que podrá sacar partido
con el ofrecimiento que Juan nos ha hecho para explicarnos sus secretos, cosa
que Antonio agradeció en nombre de todos, incluida la que buscó
infructuosamente su estrella blanca en internet.
Para finalizar hubo una larga nominación
de estrellados, aunque sólo Nicolás y Fernando D. pudieron recibir el emblema
en el momento. Yo me quedé a medio camino, ya que no lo recibí pero fui
doblemente estrellado merced al incontrolable fervor de Fernando S. (“cosas que
pasan…”).
VÍDEOS
* Vídeo 1 de Carlos Muñoz
* Vídeo 2 de Carlos Muñoz
* Vídeo de José María Mascaraque
FOTOS
* Fotos de Antolín
* Vídeo 1 de Carlos Muñoz
* Vídeo 2 de Carlos Muñoz
* Vídeo de José María Mascaraque
FOTOS
* Fotos de Antolín
Etiquetas:
Arroyo del Chiquillo,
Canto Gordo,
Embalse del Chiquillo,
Excursión 214,
Fonda Real,
Las Postas,
Mirador de las Canchas,
Navacerrada,
Peña Entorcal,
Walpurgis,
z1712
Ubicación:
28491 Navacerrada, Madrid, España
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Excursión 213: Peña de la Cabra
FICHA TÉCNICA
Inicio: Puerto de la Puebla
Final: Collado Grande
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 9,7 Km
Desnivel [+]: 293 m
Desnivel [--]: 882 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Media
Pozas y agua: No
Ciclable: No
Dificultad: Media
Pozas y agua: No
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 35
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Magnífica excursión preparada con mimo
por Juan y Antonio, por un paraje espectacular y donde todo salió a pedir de
boca, incluidas las rosquillas de las monjas zamoranas que ofreció Rosa B. y
los bombones de Inma, que se acordó de nosotros aunque no pudiera acompañarnos.
Incluso, por intercesión de Antonio, San Pedro despejó el horizonte de nubes y
brumas para mostrarnos unas vistas increíbles.
Ya antes de iniciar la marcha, al
internarnos con los vehículos por el valle del Riato y después por los de
Vallejoso y La Puebla, tuvimos la sensación de acceder a lugares ignotos de una
belleza singular, con los arroyos encajados entre paredes escarpadas de roca
desnuda y laderas tapizadas de pinos.
Comenzamos a andar desde el puerto de La Puebla, pisando la
nieve resguardada en el bosque hasta culminar el cerro Portezuela. A partir de
aquí, caminar era un puro placer, con el sol radiante iluminándolo todo;
avanzábamos por extensas praderas, bien avistando el valle del Lozoya a nuestra
derecha con las cumbres que lo encierran rematadas de un blanco inmaculado,
bien maravillándonos con la visión de Puebla de la Sierra en el fondo del valle
a nuestra izquierda; también, en ocasiones, nos deteníamos para mirar hacia
atrás y tratar de identificar los picos de la sierra de Ayllón, que se
entrelazaban en la lejanía.
Así, en este alegre caminar entre
animadas charlas y amistosas confidencias, pronto estábamos remontando la
ladera norte de la peña de la Cabra. Cuando llegamos a la cima, nuestra impresión
de estar viviendo un día mágico se acrecentó; ahora podíamos también apreciar
todo el paisaje hacia el sur, con el agua plateada de los pantanos del Lozoya
remansada entre las sierras sinuosas; incluso se apreciaba en el horizonte la
silueta de las torres más altas de Madrid.
El día era maravilloso y ni siquiera
había viento que nos molestara, así que, al solecito en la misma cima, nos
tomamos reposadamente el tentempié. Mientras lo hacíamos fuimos sorprendidos
por un rebaño de cabras domésticas que ascendían a toda prisa hacia nosotros
como si quisieran conquistar la posición en que nos encontrábamos por tener
derechos ancestrales; sin embargo, cuando llegaron se mostraron un tanto
esquivas, conformándose finalmente con algunas pieles de plátanos y mandarinas.
Una vez se retiraron, aprovechamos para hacer la foto de grupo.
Hubo tres que se tenían que volver, pero
se resistieron un poquito y lo hicieron acompañándonos un corto tramo en el
inicio del descenso entre rocas de pizarra. El camino que seguía era bastante
dificultoso por la orientación casi vertical de las capas de pizarra, colocadas
como hojas de cuchilla dispuestas para pasar factura al menor contrapié.
La montaña se cortaba en precipicios hipnóticos hacia el oeste y nosotros avanzábamos por la arista, caminando con precaución por la balconada pétrea sobre el Ríato y asomándonos de cuando en cuando a alguna de las canales que se despeñaban hacia el fondo del barranco espolvoreadas de nieve en las umbrías. Cuando se miraba atrás y se veía a los compañeros descendiendo entre las agujas de roca por los escarpes, compitiendo con las cabras montesas que andaban en las proximidades, se tenía una extraña sensación de irrealidad.
La montaña se cortaba en precipicios hipnóticos hacia el oeste y nosotros avanzábamos por la arista, caminando con precaución por la balconada pétrea sobre el Ríato y asomándonos de cuando en cuando a alguna de las canales que se despeñaban hacia el fondo del barranco espolvoreadas de nieve en las umbrías. Cuando se miraba atrás y se veía a los compañeros descendiendo entre las agujas de roca por los escarpes, compitiendo con las cabras montesas que andaban en las proximidades, se tenía una extraña sensación de irrealidad.
Alcanzado un terreno más estable, nos
tomamos el bocadillo plácidamente y continuamos, ya más ligeros, para después
tomar el bonito sendero que fue en su día el camino entre Robledillo y La
Puebla y llegar así al lugar donde habíamos dejado previamente unos cuantos
coches que nos permitieran regresar.
Antes de volver al puerto, paramos en La
Puebla a tomar unas cervecitas reconfortantes. Fuimos recibidos cordialmente en
el único establecimiento abierto, una tienda/bar a la antigua usanza escondida
entre callejas, con paquetes de arroz y latas de tomate en los estantes. Ocupamos toda la bancada preparada en la placita frente al bar y allí
departimos un buen rato, en tanto que algunos dábamos un paseíto por las
callejuelas y algún otro se hacía con un plano donde situar las peculiares
esculturas dispersas por la población.
Si obviamos el trajín de los vehículos y
pasamos por alto los infundados temores de Antonio a algún despeñamiento
intencionado para aliviarle la carga, podemos concluir que fue
un día delicioso, haciendo honor a la máxima del GMSMA de que la palabra “insuperable”
no existe para sus componentes. Así que Madi ha tenido la satisfacción de
conceder 5 sicarias como cinco soles.
Melchor
Melchor
VÍDEOS
* Vídeo de José María Mascaraque
* Vídeo de José María Mascaraque
Etiquetas:
Cerro Portezuela,
Collado de la Tiesa,
Collado Grande,
Collado Llano,
Excursión 213,
Las Pedrizas,
Peña de la Cabra,
Peña Morenilla,
Porrejón Cimero,
Puebla de la Sierra,
Puerto de la Puebla,
z1012
Ubicación:
28190 Puebla de la Sierra, Madrid, España
miércoles, 3 de diciembre de 2014
Excursión 212: Los secretos de Navalagamella
FICHA TÉCNICA
Inicio: Navalagamella
Final: Navalagamella
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 17,5 Km
Desnivel [+]: 462 m
Desnivel [--]: 473 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4
Participantes: 38
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Esta vez era Javier M. quien tenía el
honor de guiar a la masa por los parajes que tan bien conoce en su pueblo
adoptivo: Navalagamella. En consecuencia, Antonio, liberado de mantener el
rumbo, iba disfrutando como un chiquillo, entreteniéndose cuando le apetecía;
así fue como, junto a otros tres amiguetes, se quedó rezagado, encandilado por
los susurros de la amazona Isabel; estos cuatro se equivocaron de camino y
después tuvieron que salvar un barranco para darnos alcance junto a los restos
de la ermita y campamento militar de la Guerra Civil, que conocíamos de otras
ocasiones.
Mientras llegaban los despistados, el
resto, relajados bajo el tibio sol otoñal, nos dedicamos a observar las labores
de la cantera o, más adelante, a contemplar el panorama que se
abarca desde el puesto de tiro de la guerra en el cerro del Acebuche (gracias,
Paco N., por haberme desvelado el nombre).
Ya todos juntos, se tomó el aperitivo y
Nicolás ofreció pacharán y bombones para rememorar su reciente estrella negra
de centenario. Aquí fue donde, a decir de algunos, Jesús C. se ofreció
servicial a recoger los restos de la comida en una bolsa que después entregó
“amablemente” a Joaquín para que éste se sirviera transportarla.
Javier nos precipitó luego a través de
un encinar que conducía a un arroyo lleno de zarzas, en el que había que
localizar un paso que permitiera después cruzar la carretera de Quijorna. Lo
único bueno de este tramo fue que los seteros, que antes ya se habían estrenado
con unas estupendas macrolepiotas, continuaran el acopio con boletus de dudosa
clasificación, así como setas ostreras y de pie azul.
Al poco llegamos al río Perales y, para
quienes pateábamos sus márgenes por primera vez, comenzó lo más bonito de la
excursión. El otoño presumía de su belleza tintando los árboles de la ribera y
el agua surcaba el cauce del río en alegre alboroto; Antonio D., por ejemplo,
se maravillaba de los colores de las cornicabras dispersas entre las encinas. Y
en estas llegamos al puente del Pasadero, de origen árabe y de una sencilla y
sólida factura, donde paramos unos minutos para disfrutar del lugar.
Seguimos remontando el río y alcanzamos
el embalse del cerro de Alarcón, donde el agua inmutable producía un efecto
apaciguador. Ya en la cola de la presa, hubo unos cuantos que se volvieron para
el pueblo porque, según dijeron, tenían prisa. Los demás comimos allí mismo el
bocata y como postre, unos arándanos de Juan, un chocolate de Ana Ch. y lo que
quedaba del pacharán de Nicolás.
Ahora venía un tramo un tanto
dificultoso pero de una hermosura increíble, con enormes rocas que había que
sortear y que el río brincaba con energía, con remansos de agua verde por las
algas que se rizaban al compás de la corriente, con restos de antiguos molinos
en que llamaban la atención los pozos de presión como si fueran bocas a las
profundidades de la tierra…
Todo era maravilloso, pero había unos
cuantos que no parecían apreciarlo, quizá por estar ya saturados de tanta belleza
en este mismo entorno en excursiones previas. Estos, envidiosos de lo bien que
lo pasaban los otros, empezaron a ocupar la mente en ideas perversas como
proponer rutas darwinianas, donde la selección natural actuara sobre los
componentes del GMSMA, u otra aún más horrenda, que casi me da pánico exponer
aquí: Empezar a prejubilar a los centenarios. No sé si no sería alguno de estos
el que intercedió para que Vicente se arañara la cabeza con una rama y hubiera
así oportunidad de estrenar el botiquín de Antolín.
En estas que llegamos a la carretera de
Valdemorillo y allí mismo pillamos in fraganti a varios de los de las prisas,
que acabaron confesando la verdad: Realmente habían abandonado para tomar un
par de cañas. Nos despedimos de ellos otra vez y seguimos remontando el río por
una senda muy bien acondicionada que permitía ir visitando nuevos restos de
molinos, estos muy bien conservados. Aunque había carteles informativos por
todas partes, nada como escuchar las explicaciones de Enrique C., que por algo
es de ascendencia molinera.
Alcanzamos después la conducción de agua
entre los embalses de Picadas y Valmayor, que sobrevuela el río Perales.
Algunos intrépidos osaron caminar sobre la gigantesca tubería para finalmente
posar todos en fila. Tras ello, Javier se apiadó de nosotros y abandonamos el
río para encarar de frente el pueblo; costó un poco el tramo final del camino
ya que acababa en una cuesta un tanto empinada.
Rematamos la jornada, como viene siendo
habitual, con una jarrita de cerveza que sabe a gloria y que en esta ocasión
corrió a cargo de los nuevos estrellados en este día (Ángel, ya centenario, y
Fernando D., cincuentenario), además de mí mismo, que había cumplido cincuenta
en la última. Como hecho curioso, indicar que mi seta del sombrero aguantó
intacta todo el recorrido y estuvo sabrosísima como aperitivo de la cena.
Indica Madi que esta marcha se merece
nada menos que 4 sicarias, a pesar de que algunos dijeran aburrirse, por ser
lugares ya recorridos, pero nunca un lugar es el mismo, como nunca se puede bañar uno dos veces en el mismo río.
Melchor
FOTO REPORTAJES
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Etiquetas:
Arroyo de las Vegillas,
Cantera La Curva,
Cañada Real Leonesa,
Embalse de Cerro Alarcón,
Excursión 212,
Mirador del Hondillo,
Molino Serrano,
Navalagamella,
Puente del Pasadero,
Río Perales,
z0312
Ubicación:
28212 Navalagamella, Madrid, España
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