FICHA TÉCNICA
PERFIL
Inicio: Alpedrete de la Sierra
Final: Alpedrete de la Sierra
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 12,4 Km
Desnivel [+]: 400 m
Desnivel [--]: 430 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 33
MAPAS
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
Por fin vino Antonio y su magia se volvió a
manifestar: Se acabaron las neviscas, el frío helador y la lluvia impertinente;
apenas una hora antes de comenzar la marcha, cesó la lluvia y salió el sol
revistiendo de color todo el paisaje. Era la primera vez que venía Manolo y
estaba expectante ya en la plaza de Alpedrete de la Sierra.
Partió el grupo cuesta abajo, hacia la iglesia,
por una calle que enseguida se hizo camino y al rato senda. Juan, que iba a
venir más tarde, esperó en el pueblo a Antonio V., quien se había perdido por
esas carreteras de Dios; juntos hicieron una ruta más cortita.
La senda descendía hasta una pista por la que avanzamos hasta internarnos en un pinar remontando el terreno. Desde lo alto, las vistas eran cautivadoras: Al este las colinas interminables, al oeste el poblado de El Atazar encaramado sobre la presa, al frente la cuerda de la Centenera refulgente de nieve.
Siguiendo hacia el norte, llegamos al punto más elevado de la ruta, donde tomamos un tentempié acomodados bajo los pinos.
De aquí desciende hacia el sur un precioso caminito ornado de musgo, que tomamos encantados, pero que hubo que abandonar al poco ya que tocaba emprender el trecho aventurero que nunca puede faltar, o sea bajar entre matojos hasta un arroyo bravío, cruzarlo sobre unos troncos de dudosa estabilidad y remontar la ladera opuesta entre jaras, escobas y romero, abriendo una trocha al caminar; todos, menos Nicolás, que debió adivinar lo que sucedería después y, sin darse importancia, tomó un sencillo sendero en horizontal nada más cruzar el arroyo.
Se supone que quien logre atravesar el monte bajo de la ladera tiene el premio de encontrar en lo alto las anheladas “parideras de invierno”, lugares en que antaño se refugiaba el ganado cabrío en la época más dura del año. Nosotros no fuimos capaces de llegar y tuvimos que abrir otra trocha para bajar algo más allá hasta confluir con Nicolás, que esperaba paciente nuestro regreso.
La senda descendía hasta una pista por la que avanzamos hasta internarnos en un pinar remontando el terreno. Desde lo alto, las vistas eran cautivadoras: Al este las colinas interminables, al oeste el poblado de El Atazar encaramado sobre la presa, al frente la cuerda de la Centenera refulgente de nieve.
Siguiendo hacia el norte, llegamos al punto más elevado de la ruta, donde tomamos un tentempié acomodados bajo los pinos.
De aquí desciende hacia el sur un precioso caminito ornado de musgo, que tomamos encantados, pero que hubo que abandonar al poco ya que tocaba emprender el trecho aventurero que nunca puede faltar, o sea bajar entre matojos hasta un arroyo bravío, cruzarlo sobre unos troncos de dudosa estabilidad y remontar la ladera opuesta entre jaras, escobas y romero, abriendo una trocha al caminar; todos, menos Nicolás, que debió adivinar lo que sucedería después y, sin darse importancia, tomó un sencillo sendero en horizontal nada más cruzar el arroyo.
Se supone que quien logre atravesar el monte bajo de la ladera tiene el premio de encontrar en lo alto las anheladas “parideras de invierno”, lugares en que antaño se refugiaba el ganado cabrío en la época más dura del año. Nosotros no fuimos capaces de llegar y tuvimos que abrir otra trocha para bajar algo más allá hasta confluir con Nicolás, que esperaba paciente nuestro regreso.
A continuación descendimos a un vallecito
encantador, por el que fluía impetuosa
la corriente del arroyo de Riduvia, con un caudal más que abundante.
Seguimos río arriba disfrutando del día soleado, del valle despejado y de la conversación, sin ser conscientes de que quedaba por afrontar otro reto más: Había que cruzar el arroyo proceloso. Se destacaba un tronco atravesándolo y algunos consiguieron mantener el equilibrio y llegar a la otra orilla, pero no parecía que todos pudiéramos hacerlo, así que Antonio decidió buscar alternativas. Se intentó cruzar por otro paso e incluso acarreamos troncos caídos para intentar mejorar el cruce, todo sin resultado, así que hubimos de desandar el camino hasta que llegamos a un estrechamiento del arroyo por donde parecía más fácil montar una pasarela.
Seguimos río arriba disfrutando del día soleado, del valle despejado y de la conversación, sin ser conscientes de que quedaba por afrontar otro reto más: Había que cruzar el arroyo proceloso. Se destacaba un tronco atravesándolo y algunos consiguieron mantener el equilibrio y llegar a la otra orilla, pero no parecía que todos pudiéramos hacerlo, así que Antonio decidió buscar alternativas. Se intentó cruzar por otro paso e incluso acarreamos troncos caídos para intentar mejorar el cruce, todo sin resultado, así que hubimos de desandar el camino hasta que llegamos a un estrechamiento del arroyo por donde parecía más fácil montar una pasarela.
Aquí José Luis R., “el pértiga”, intentó un
salto, emulando a Serguéi Bubka, con tan mala suerte que cayó al arroyo de
bruces, por fortuna sin mayor consecuencia que el alboroto subsiguiente. Los
demás, ayudados por quienes habían cruzado ya, recogimos troncos en las
proximidades y logramos construir un entramado lo suficientemente sólido como
para que los más timoratos se atrevieran a pasar. Hay que decir, no obstante,
que Isabel y Leonor ya estaban esperando al otro lado, pues, visto el percal,
habían andado un poco más y habían cruzado por otro, formado por dos troncos, en
un tramo menos arriesgado, con la ayuda de José María.
En alegre compañía, tras la proeza, remontamos la
ladera, camino del pueblo, por un bello paraje rocoso por donde el agua
jugueteaba. Era buen momento para confidencias y así Fernando S. manifestó que
le ponían más los hippies que los seminaristas; no se decantó para nada entre
las chicas yeyé y las novicias.
Enseguida llegamos a lo alto y avanzamos por
hermosas praderas desde las que se contemplaba un amplio panorama; incluso nos
saludó brevemente un arco iris a lo lejos.
Bordeamos un soto de arbolitos con
el terreno muy hozado por jabalíes y, poco más adelante, nos dieron la
bienvenida al pueblo unos simpáticos muñecos, unas gallinas con su gallo
presumido al mando y una señora de 92 años con ganas de cháchara.
Ya sólo quedaba ir al bar Manolo de Patones a
zampar el bien merecido condumio; allí nos esperaban Juan y Antonio V. Fue una
desilusión para muchos enterarse de que “la musa María” no trabajaba ese día.
No obstante, fuimos muy bien tratados y Leonor hizo los honores de imposición
de la medalla centenaria a Joaquín como una profesional. Nuestro laureado
senderomago improvisó un sencillo y emotivo discurso y, a petición de la concurrencia,
nos obsequió, una vez más, con el himno informal del GMSMA: “El niño de las
monjas”. José María: Va a ser muy difícil que nuestro himno formal alcance el
hit parade, pero, si convencemos a Joaquín de que lo entone, se puede lograr.
En conclusión, un buen día con bonita ruta, sobre
todo en su segunda parte, rematado con alegría comiendo opíparamente. Madi no
podía por menos de otorgar 4’5 sicarias.
Melchor
FOTO REPORTAJES
* Foto reportaje de Francisco Nieto
* Foto reportaje de José María Pérez
Melchor
FOTO REPORTAJES
* Foto reportaje de Francisco Nieto
* Foto reportaje de José María Pérez
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