FICHA TÉCNICA
Inicio: Puerto de Navacerrada
Final: Canto Cochino. La Pedriza
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 15,3 Km
Desnivel [+]: 494 m
Desnivel [--]: 1254 m
Tipo: Sólo Ida
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 18
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
Inicio: Puerto de Navacerrada
Final: Canto Cochino. La Pedriza
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 15,3 Km
Desnivel [+]: 494 m
Desnivel [--]: 1254 m
Tipo: Sólo Ida
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 18
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
Es ésta una de esas excursiones
de las que has oído y leído mucho, de las que están en la carpeta de
pendientes, y en fin, de las que hay que hacer al menos una vez en la vida.
Por eso desde que el grupo ya
estuvo por aquí en la excursión 39, sólo siete participantes disfrutaron de
ella, y es que asistir al casi milagroso nacimiento del río Manzanares y seguir
su recorrido a lo largo de sus primeros kilómetros es una maravilla indescriptible
y que merece la pena experimentar.
Aunque a decir verdad, acompañar
al Manzanares desde su cuna en la Bola del Mundo, a 2.268 metros de altura,
hasta Canto Cochino, 1.254 metros más abajo, es toda una prueba de amor por
este "aprendiz de río", como algunos le llaman, porque el descenso no
es precisamente un paseo.
Para hacer cumplir este sueño de
muchos, nos acercamos a Canto Cochino, para desde allí agruparnos en el menor
número de coches posibles e iniciar la ruta en el puerto de Navacerrada, desde
el que algunos ya habían comenzado la subida a la Bola del Mundo o Alto de
Guarramillas.
A falta de Antonio, contamos con
Joaquín como guía, y la grata presencia de Juan, que siempre transmite
tranquilidad, además de conocimiento.
Para alcanzar el vistoso repetidor seguimos la senda que primero nos lleva a la cuerda de las Cabrillas,
para girar a continuación a la izquierda y encaramarnos por la pista de
hormigón a Dos Castillas y de allí, todo recto hasta los aledaños de las
antenas, tramo éste que, quizás por conocido, hicimos casi sin pausas y a tan
fuerte ritmo que un grupo quedó bastante rezagado.
A la sombra de las antenas nos
esperaba el primer grupo, que salió un poco antes, y tras los saludos y fotos
de rigor iniciamos la búsqueda del nacimiento del Manzanares, un poco llevados
por la intuición y las directrices de Juan, porque Joaquín había desaparecido
en busca de posibles rezagados.
Justo detrás de la Bola del
Mundo, se abre la verde hondonada que conforma el ventisquero de la Condesa,
reconocible por el aún presente muro de contención con que antaño se favorecía
la acumulación de nieve, origen del hielo que se consumía en los cafés y
botillerías del Madrid decimonónico, y que se vendía a tres reales la arroba
(11,5 kilos) a primeros del siglo XX, y también por la caseta que cobija y protege la
primera fuente del Manzanares.
Así es que, cada uno como pudo,
salvamos el nevero, que aún presentaba mucha nieve, para acercarnos a la
mencionada caseta y contemplar, sorprendidos y emocionados, cómo de debajo de
ella brotaba un chorro continuo de agua, al que, algunos metros más abajo, se
unían otros más, de mucho menor caudal, recién surgidos de las entrañas de la
musgosa loma. Desde aquí, le esperan unos 92 km antes de que entregue sus aguas al Jarama, tras hacer creer a Madrid que tiene un gran río.
A pocos metros del nacimiento y
de la fuente de la Teja, tomamos el aperitivo, bajo la atenta mirada de unas
cabras enriscadas en unas rocas cercanas, con el caos granítico de la Pedriza y
la calma plateada del embalse de Santillana impactando en nuestros ojos, y el
murmullo del agua endulzando nuestros oídos.
Repuestas las fuerzas, y echa la
foto de grupo, emprendimos el descenso siguiendo un sendero, conocido como
vereda de los Mesones, que apenas se insinúa en la empinada pradera, por la
izquierda del río, aún bebé, que va creciendo cada pocos metros, conforme se le
unen otros regatos que bajan del collado del Piornal, la Maliciosa, Valdemartín
y Cabezas de Hierro.
Entre floridos piornos de oro y
retama continuamos el descenso, cambiando en una ocasión de orilla, pero
volviendo rápidamente a la de la izquierda. Así hasta alcanzar la deseada
sombra de los primeros pinos y, tras ellos el puente de los Manchegos (1.700
metros), por el que una pista forestal procedente de Canto Cochino cruza el
incipiente Manzanares.
Proseguimos esta pista hacia la
izquierda para, a cien metros, desviarnos a la derecha por una senda que
desciende a través del espeso brezal de blanca y delicada flor por la izquierda
del río. Y es a partir de aquí cuando el Manzanares, como el niño que aún es,
se vuelve revoltoso, a la vera del Cerro de las Barreras (1.772 m), saltando de
poza en poza con apoteosis final al despeñase en la gran cascada de los
Chorros, que contemplamos desde bastante altura.
Entre pinos zigzaguea la estrecha
senda, perdiendo rápidamente altura, tanta, que más de uno comenzó a proponer
formas de partirle las piernas al guía, pensamientos que perduraron hasta
cruzar el Manzanares por el puente del Retén, una elemental pasarela de troncos
en cuya orilla paramos a comer, y que algunos aprovecharon para bañase,
mientras otros sesteaban a la sombra de sus altos pinos.
Confortados por el descanso,
proseguimos la senda, que por la orilla derecha del río, enseguida alcanza
nuevamente a la pista forestal junto al puente del Francés, que no cruzamos.
Poco nos duró la alegría de poder
caminar por terreno plano cinco a la vez, porque a poco más de 300 metros Juan
nos desvió por la senda que sale a la izquierda de la idílica pista, para
evitar así las amplias curvas que ésta da un poco más adelante.
Nuevamente en fila india, sorteamos troncos caídos, pedruscos y retamas, eso sí, ganando en vistas del río, que en este tramo forma vistosas pozas, la más famosa, la Charca Verde, en cuyas transparentes aguas se agolpaban unos cuantos bañistas y "bañistos" ligeros de ropa, como suele ser común en ellas.
Nuevamente en fila india, sorteamos troncos caídos, pedruscos y retamas, eso sí, ganando en vistas del río, que en este tramo forma vistosas pozas, la más famosa, la Charca Verde, en cuyas transparentes aguas se agolpaban unos cuantos bañistas y "bañistos" ligeros de ropa, como suele ser común en ellas.
A 200 metros de la Charca Verde,
y esto es lo que la hace tan accesible y populosa en verano, alcanzamos de
nuevo la pista, que nos llevó rectos y sin más sobresaltos al aparcamiento de
Canto Cochino, donde, en uno de sus bares, nos tomamos las ansiadas cervezas
para celebrar la culminación de nuestro sueño de acompañar en sus 11 primeros
kilómetros al río que tanto aprecian los madrileños, pero que pocos han visto
nacer.
Por eso, los afortunados que ya
podemos decir que hemos asistido a su alumbramiento coincidimos en otorgar 4,5
sicarias de las 5 posibles, a esta mítica excursión.
Paco Nieto
FOTO REPORTAJES
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