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RESUMEN
La excursión comenzó en el Puerto de la Quesera, donde un grupo de 30 senderomagos se preparó para una jornada de montaña que, aunque esperada con ilusión, resultó ser más dura de lo anticipado. La climatología no estaba de nuestro lado: el frío, el viento helado y el aguanieve sorprendieron a más de uno. En medio de las inclemencias del tiempo, recurrimos a todo el equipo de invierno que llevábamos para sobrellevar el intenso frío.
Uno de los momentos memorables de la jornada fue cuando el insigne fotógrafo Jorge M. capturó a José María P. con su gorro de lana y su bigote helado, en una instantánea que a mí me parecía sacada directamente de una película del Oeste rodada en las Montañas Rocosas.
Mientras tanto, el suelo comenzaba a pintarse de blanco, anunciando la llegada de la nieve que, aunque leve al principio, no tardaría en cubrir todo el bosque.
La ascensión fue ardua. Al rodear la Peña la Silla, el esfuerzo y las condiciones se volvieron aún más exigentes, pero al fin llegamos a la cima. La nieve cesó, pero el viento no daba tregua, moviendo las nubes a gran velocidad.
En medio de todo este clima inestable, tuvimos la suerte de contemplar, a lo lejos, el pantano de Ríofrío, un lugar que se veía casi surrealista desde aquí.
La bajada nos condujo por una senda a la izquierda, rumbo al hayedo de la Pedrosa. Al principio, el paisaje nos decepcionó ligeramente, pues las hayas ya habían perdido sus hojas, y la estampa no era tan colorida como hubiéramos esperado
Sin embargo, pronto nos reconciliamos con la magia del bosque, pues los árboles desnudos, envueltos en la niebla y la nieve, parecían sacados de un cuento de hadas.
La atmósfera era tan especial que no pude evitar inmortalizar a Paco, Vicky y José María en medio de ese paisaje helado, como si estuviéramos caminando dentro de un relato de los Hermanos Grimm.
Y más sorprendente aún fue hallar, en medio del hayedo, una camioneta roja medio destrozada, ¿cómo pudo llegar allí?, nos preguntamos.
Después hubo una fuerte bajada resbaladiza y peligrosa, entremedias de las hayas con sus troncos llenos de musgo. Como es habitual paramos a las doce a hacer un rapidísimo tentempié porque el tiempo no estaba para muchas florituras.
José María hizo la foto de rigor de grupo, donde los senderomagos parecen felices a pesar de la escasa temperatura.
Hollábamos una alfombra de hojas y de vez en cuando aparecía uno de los arroyos que forman el río Riaza.
Al llegar a la carretera, el grupo se separa: los más prudentes se volvieron y continuaron por el asfalto, mientras arreciaba la nevada y veían a lo lejos el Risco de la Ventana; y los más osados continuamos lar ruta.
Para nuestro grupo, el suelo se iba volviendo cada vez más blanco y la dureza de la excursión se iba incrementado.
Llegamos a un puente sobre el río Riaza, y enseguida, por fin, a un segundo puente, que hubo que pasar con cuidado, por lo resbaladizo de la madera, y tomamos el camino de Peñalba de la Sierra; nos quedaba una última subida, atravesando la parte más bonita del hayedo.
A ella llegamos ya bastante agotados y muchos con cierta envidia de no haber vuelto con el grupo de los prudentes. Por fin alcanzamos el Risco de la Ventana y ya en un rápido ascenso volvimos al punto de partida.
Cogimos los coches para ir a Riaza y he de reconocer que la vuelta por carretera se tornó bastante peligrosa. Menos mal que al final nos pudimos reunir todos en Riaza, donde disfrutamos de un merecido refrigerio. Por lo fantasmagórico del día, la belleza de las hayas, el ambiente irreal y mágico, la primera nevada de la temporada y el final feliz, doy a esta excursión 4,5 sicarias.
Antonio López Conde
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