FICHA TÉCNICA
Inicio: Bustarviejo
Final: Soto del Real
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 20,7 km
Desnivel [+]: 351 m
Desnivel [--]: 703 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Desnivel [+]: 351 m
Desnivel [--]: 703 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 3,5
Participantes: 30
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
Los informativos alertaban de bajas temperaturas,
así que acudimos a esta marcha preparados para soportar duras inclemencias. La
verdad es que cuando salimos de los coches nos “decepcionamos” un poco: El sol
radiante presidía un inmenso cielo azul. Algunos hasta nos pusimos una gorrita
veraniega. Así partimos de El Collado, área recreativa muy próxima a
Bustarviejo. Nos acompañaba por primera vez José Carlos, con pulsiones
senderistas adormecidas durante varios años hasta este día; venía equipado para
la ocasión con sus atavíos rescatados del olvido, salvo las botas de campo, que
no había podido encontrar y tuvo que sustituir por unas deportivas. También hay
que reseñar la compañía de nuestro cuerpo de guardia formado por Teo, Lucas y
Mecha; esta última, ya plenamente integrada en el grupo, no paraba de mover su
rabito de la alegría que tenía.
Casi sin darnos cuenta recorrimos los primeros
kilómetros, caminando por veredas, atravesando arroyos y regatos, cruzando un
par de carreteras y adentrándonos en el robledal cada vez más. Así llegamos a
una preciosa explanada, donde tomamos un tentempié, acompañado, como siempre,
del excelente vino de la bota del tío José Luis. Como cosa especial, en este
día pudimos saborear las afamadas Pacoquitas de Brasil, unos sabrosos y
energéticos dulces que José Luis H. había tenido el privilegio de recibir y que
repartió con generosidad.
Qué bonito es pasear por entre los robles en
otoño, con las hojas alfombrando los caminos, con las que quedan en los árboles
tamizando la luz. Qué bien cuando se abre el bosque y transitamos por verdes
praderas sobre las que descansan grandes moles graníticas. Qué encanto cuando
el musgo reluciente transforma las rocas en mullidos almohadones, que nos
invitan a comprobar su textura. Pero, qué cansado cuando hay que subir y subir
entre los árboles sin senda reconocible, sudando bajo el abrigo, para luego
tener que bajar, qué mal cuando hay que ir apartando ramas que te dan en la
cara y sorteando otras que te impiden caminar, qué espanto cuando vas viendo
que los compañeros caen como bolos derribados al más mínimo despiste...Menos
mal que Fernando L. nos hizo reír con ganas con su chiste sobre el cigüeño Antonio.
Al fin pudimos pisar tierra firme (bueno,
asfalto) y llegar a Miraflores con buen ánimo para seguir avanzando y
contemplar al pasar sus muchas casonas vacacionales de tiempos pasados, muy
bien conservadas en su mayoría. Continuamos hasta la Fuente del Cura, donde
hicimos un descansito para reponer fuerzas. Este cura debía ser de la época de La
Inquisición; no sé qué malos pensamientos tendría Javier M., pero recibió un
buen castigo: Iba a hacer una foto inocente de un cartelito, no estuvo atento
al hielo que había en las proximidades y... ¡Vaya talegada que se dio! ¡Ánimo,
Javier, que sólo duele!
El tramo final discurrió por caminos despejados,
con el cerro de San Pedro presidiendo el horizonte como testigo mudo y las
estribaciones de La Najarra y, luego, La Pedriza a nuestra derecha. Creo que fue a estas alturas cuando
Ángel, que había portado su cesta para las setas durante todo el trayecto, se
rindió por fin a la evidencia de que no era buen día para la colecta.
Ya algo fatigados tras casi 21 Km, por fin
llegamos al restaurante “El Cazador”, en Soto del Real, donde comimos con
ganas. Aquí Fernando S. siguió penando su culpa de la anterior excursión, al
prestar su penúltimo servicio al grupo como apuntador de los menús.
Madi ha tenido algunas dudas al calificar la
excursión, otorgándole finalmente 3’5 sicarias.
Melchor.