miércoles, 29 de junio de 2022

Excursión 636: Del Puerto de Cotos a Rascafría

FICHA TÉCNICA
Inicio: Puerto de Cotos
Final: Rascafría
Tiempo: 6 a 7 horas
Distancia: 17,8 Km 
Desnivel [+]: 125 m 
Desnivel [--]: 788 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 31

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta






























PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














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RESUMEN
Algunos senderomagos en el Puerto de Cotos esperan a que regresen los que han bajado a dejar coches en Rascafría, ya que la ruta es lineal y había que combinar coches. Unas vacas nos acompañaban en la espera.

Una vez reunidos los 31 participantes comenzamos a andar siguiendo a Paco N. por un sendero, que entre pinos, va paralelo a la carretera de Valdesquí. Es un nuevo sendero para el GMSMA que termina en la pradera del Pingarrón.

Día soleado pero sin calor excesivo. A lo lejos vemos las pistas de la estación de esquí ahora solitarias.

Dejando a lo lejos el refugio del Pingarrón a nuestra izquierda, bajamos al arroyo de las Guarramillas, cuyas aguas nos van a acompañar toda la excursión. Bien es verdad que cambiando sucesivamente de nombre hasta dar origen al río Lozoya.

No cruzamos el arroyo, sino que fuimos hasta nuestra conocida Poza de Sócrates. Tras las fotos de rigor, continuamos el descenso, caminando un trecho por la margen izquierda del arroyo de las Guarramillas, antes de cambiar de orilla vadeándolo sin mayor dificultad con la ayuda de unas piedras.

Unos metros más allá en un magnífico mirador sobre el valle de la Angostura hicimos la foto de grupo.

Cerca de la cascada oculta, que muchos visitaron, y de un centenario tejo paramos para el tentempié de media mañana. Después tocó un pronunciado descenso hasta alcanzar una pista ancha y cómoda en suave descenso.

El arroyo de las Cerradillas al juntarse con el de las Guarramillas y el de la Laguna Grande da origen al Arroyo de la Angostura. Yo me di cuenta allí que tengo “alma de río” pues me gusta caminar siempre cuesta abajo. ¿Alguien ha visto un río subiendo la ladera de la montaña?

En los márgenes de la pista habían brotado muchos pinos jóvenes. Dejamos atrás el puente de los Pontones y, para hacer más aventurera la excursión tomamos una estrecha senda paralela y cercana al arroyo. Más complicada, pero más divertida que la pista de arriba.

El rumor de las aguas nos acompañaba y también el canto de las muchas cascaditas de la zona. Continuamos por el sendero junto al arroyo y por la sombra. Vimos algunos acebos de buen porte con enormes y puntiagudas hojas.

Recuperada la pista, en una de las muchas pozas del arroyo hicimos una parada. Ahora sólo los peces se pueden bañar en estas aguas. Los senderomagos no. Pero aprovechamos el bonito lugar para hacer la comida.

Después de comer seguimos por el sendero, junto al arroyo. El verdor de los helechos brillando bajo el sol era realmente bonito y refrescante. Alcanzamos la Poza de la Angostura donde en otras ocasiones hemos parado y nos hemos refrescado. Proseguimos a buen ritmo. 

Un poco más abajo, pasamos junto al bonito puente de la Angostura, De piedra, salva el estrecho que da nombre al valle y es uno de los más hermosos de toda la Sierra.

Continuando el descenso, por una bonita senda que entre pinos,  helechos y acebos alcanza el embalse que forma la Presa del Pradillo, un largo muro construido para derivar el agua a la fábrica de la luz, la primera en abastecer a Rascafría.

Aguas abajo, llegamos a la vieja central eléctrica en desuso, con su tubería de alimentación rota. Siguiendo un sendero paralelo al arroyo, atravesamos las piedras que son el lecho del cauce del Arroyo Aguilón que viene de las Cascadas del Purgatorio y que ahora estaba completamente seco.

Aquí, cuando se unen el arroyo de la Angostura y el Aguilón comienza el Río Lozoya.

Siguiendo junto ahora río, llagamos a las Presillas, donde sigue prohibido el baño aunque, sin embargo, había alguno en el agua (y no eran peces). Al comienzo del área recreativa de Las Presillas la vanguardia del grupo siguió a Antonio, pero parece que la retaguardia siguió a Paco N. por el recorrido más clásico, por el bosque de los finlandeses. E incluso algunos atrevidos tomaron Coca-cola y cerveza en el quiosco. A pesar de las indicaciones de Nicolás y su cara de deseo de cervecita lo que "el boss" indicó a su grupo fue esto: seguir en dirección a Rascafría. Cruzamos un puente sobre el Río Lozoya y ya llegamos a las primeras casas de Rascafría.

Allí han creado un a aparcamiento "público y municipal", para que los coches no aparquen por el pueblo. ¿Disuasorio? No, al menos a los abusivos precios indicados a su entrada.

En el pilón que hay junto al arroyo del Artiñuelo nos refrescamos después de 17'810 km. y antes de subir a los coches que nos devolvieron al aparcamiento del Puerto de Cotos, donde las vacas a esa hora eran dueñas y señoras.

Una ruta muy divertida y, que pese a “alma de río” no puedo calificar con 5 sicarias ya que me faltaron las cervecitas en Las Presillas y el paseo finlandés. Así que se queda con 4’5.
José María Pérez

miércoles, 22 de junio de 2022

Excursión 635: Senderos del Valle de la Fuenfría

FICHA TÉCNICA
Inicio: Las Dehesas. Cercedilla
Final: Las Dehesas. Cercedilla
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 12,7 Km 
Desnivel [+]: 465 m 
Desnivel [--]: 465 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 26

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RESUMEN
Con el final del curso escolar, a las 10.30 de la mañana, el parking de las Dehesas de Cercedilla estaba lleno de escolares que, guiados por sus profesores, aprovechaban los últimos días de cole para hacer una excursión por la sierra madrileña.

Una vez iniciada nuestra ruta los escolares desaparecieron pronto, suelen quedarse en las cercanías de las Dehesas, y los 26 senderomagos allí presentes llegamos por la pista de las Dehesas al puente del Descalzo, para después atravesar la calzada romana, cruzar el puente de la Navazuela, y enfilar ya la subida en paralelo al arroyo de la Fuenfría, o río de la Venta.

Como la mañana era fresquita, lo que se agradecía mucho después del calor pasado en Madrid los días anteriores, la subida posterior por el arroyo de la Navazuela hasta la Ducha de los Alemanes se hizo menos ardua.

Esta pequeña cascada, más conocida por su cercanía a las Dehesas que por su espectacularidad, pues apenas tiene dos metros de caída, debe su nombre a la nacionalidad de algunos de los primeros montañeros de la sierra a principios del siglo XX.

Continuamos después por la Senda Victory hasta el mirador de Matagitanos (sobre el origen de este nombre más vale no preguntarse demasiado), peñasco desde el que se divisa el Cerro Minguete por un lado y el puerto de la Fuenfría y detrás el Montón de Trigo, por otro. Nos hicimos allí algunas bonitas fotos.

Siguiendo por la Senda Victory paramos al poco rato para el tentempié de media mañana y la foto de grupo, en una verde pradera con también muy bellas vistas, en este caso hacia el Valle de los Caídos.

Incluso hubo que abrigarse porque el vientecillo que soplaba era frío, y con el sudor de la subida no conviene arriesgarse a pillar un mal resfriado. María Willstedt, a quien mandamos recuerdos, pues estará ya en Finlandia, nos habló de ese bonito país, y de sus paisajes y rutas, ¡ojalá podamos conocerlos!

Continuamos luego en suave subida hasta la pradera de Navarrulaque, donde se ubica un pequeño refugio con su fuente, y enseguida tomamos la senda Herreros.

En su comienzo, grabado en un tronco de madera, se glosa brevemente la vida de este hombre (1903-1977), recordado, estoy seguro, por muchos de nosotros. Además de dibujante, pintor, fotógrafo y cineasta era muy conocido en su tiempo por su gusto por la montaña y la Sierra de Madrid, de hecho, en el tronco grabado se dice que también era “peñalaro”.

Subiendo un poquito más, cercano al Cóncavo de Siete Picos, llegamos al mirador de Las Rocas de Laín, junto a ellas se encuentra el Petroglifo del Dragón.

La piedra en que está grabado tiene como vista el muro de los Siete Picos, que se alza ahí imponente, nunca los había visto así. Para dibujar el dragón, que medirá cerca de dos metros, los autores, desconocidos, debieron usar una herramienta contundente, una radial posiblemente.

El tiempo, parece que le dibujaron hace unos 10 años, le ha desgastado un poco, pero se sigue viendo perfectamente, y además la piedra ha verdeado dándole un aspecto como neolítico.

Y así debe ser, pues los petroglifos originales (del griego “petros”, piedra, y “glyphein”, tallar) son diseños simbólicos grabados en roca en el 10.000 a.c. y en los dos o tres milenios posteriores. Los hay en muchos lugares del mundo, en España sobre todo en Galicia y en las Canarias, en Finlandia en Murmansk; son famosos también los de Uthah en Estados Unidos y los del sur de Atacama en Chile. Son formas de expresión artística y comunicación previas a la escritura, y se les clasifica como abstractos, geométricos (las espirales circulares de Galicia por ejemplo), de objetos (flechas, barcos…) y figurativos (humanos o animales), categoría esta última donde se incluiría nuestro dragón.

Al petroglifo del Dragón le hacen compañía, en otros lugares cercanos del Valle de la Fuenfría, el del Bambi (o corzo), el del Lobo, y el del Buitre, debajo del Pico de Majalasna, al parecer, todos del mismo autor.

A partir de ahí la ruta fue ya todo bajada, por unas empinadas sendas (Vejiga y luego De la Teja). A los pinos empezaron a sumarse pronto pequeños robles, combinándose en un mismo territorio. La presencia de estos robles a altitudes más elevadas de lo acostumbrado es una manifestación del cambio climático, y del aumento de las temperaturas, eso al menos comentó Antonio, mientras por allí andábamos.

En el camino de descenso también, ya después del almuerzo, atravesamos esos mares de helechos tan característicos de nuestra sierra, y de jaras, con sus pequeñas flores blancas aún abiertas.

Cercanos ya al final de la ruta pasamos cerca de la estación de Camorritos, y de las vías del tren de Cercedilla a Cotos, ¡a ver si lo ponen en funcionamiento pronto otra vez!

Y al final del todo, para celebrar el buen día que habíamos pasado, unas cervecitas en Casa Cirilo. Por todo ello valoramos esta ruta con 4,5 sicarias.
Luis Orgaz

FOTO REPORTAJES

FOTOS

Excursión 634: Foces del río del Infierno

FICHA TÉCNICA
Inicio: La Pesanca. Rifabar. Asturias
Final: La Pesanca. Rifabar. Asturias
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 12,2 Km 
Desnivel [+]: 662 m 
Desnivel [--]: 662 m
Tipo: Ida y vuelta
Dificultad: Media
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 13

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RESUMEN
Para ver el paraíso del río Infierno hay que pasar antes por una carretera estrecha y llena de curvas sin visibilidad, que serpentea entre Infiesto, la capital del concejo, y Espinaredo, esta villa rodeada de bosques y montañas es la que más hórreos, y más antiguos, posee de todo el Principado: 26.

Los hórreos tienen cuerpo de madera de castaño (alguno de ellos, con bajorrelieves policromados) y techo de teja árabe, y están erguidos sobre cuatro altas patas o pegollos para preservar de la humedad las patatas, las panojas y los chorizucos. De la humedad y de los roedores, porque entre los pegollos y la caja de madera del hórreo hay muelas, unas piedras lisas y redondas como las de un molino, cuya cara inferior es impracticable para los ratones: no tienen dónde agarrarse.

Por dentro, los hórreos están divididos en cuatro y cada parte pertenece a una familia. Han servido para guardar el maíz y las avellanas, luego como trasteros, como garajes e incluso como terraza de un restaurante, como la de El Rincón de Espinaréu.

El más antiguo data de 1548. Muchos tienen sobrepuertas talladas, liños (vigas que sustentan el tejado) tallados o pintados con radiales, hexapétalas o cruces, además de motivos solares, cuyo origen se remonta a la Edad del Hierro. Destaca l'Horru La Capilla, así llamado porque antiguamente se usó para oficiar misa, antes de que se construyera la iglesia.

Continuamos el viaje valle arriba, hacia Riofabar, viendo cómo el río y la carretera surcan prados con avellanos y manzanos en los que pacen asturcones. De las avellanas se saca motivo para la fiesta más popular del valle (el Festival de la Avellana), que se celebra cada primer domingo de octubre en el Santuario de la Cueva, a un kilómetro de Infiesto, con ofrenda de los primeros frutos a la Virgen.

De las manzanas se obtiene una sidra de la que se ufanan mucho en la comarca (“Dos cosas hay en Infiesto / que no las hay en Madrid: / la santina de la Cueva / y la sidra Manolín”. Y del asturcón, que es un caballo duro y montaraz se obtiene la satisfacción de conservar una raza autóctona y un eslogan turístico: “Piloña, tierra de asturcones”.

La carretera rebasa la aldea de Riofabar y, dos kilómetros después, el área recreativa del Arboreto de Miera, donde hace décadas fueron plantados cipreses de Lawson, pinos de Oregón y otras coníferas exóticas, como si los árboles autóctonos no fuesen ya suficientemente grandes e impresionantes. 

Árboles como los castaños que asombran, un poco más arriba, las mesas y praderas ribereñas del área recreativa La Pesanca que es la más antigua de Asturias. Aunque, para antiguos, estos castaños gigantescos. Aquí acaba el asfalto y comienza el recorrido a pie por las foces (hoces) del Infierno, el tramo más alto, selvático y encañonado del río.

El río Infierno nace en las montañas del confín meridional del concejo de Piloña, en el oriente de Asturias y baja saltando por los bosques del parque natural de Redes de seres como corzos, rebecos, nutrias, urogallos y otras 204 criaturas (la mayor biodiversidad vertebrada de la región). Lo de llamarle Infierno a un río tan paradisíaco tiene difícil explicación. Por buscarle alguna, hay quien dice que, en otoño, las hayas, los castaños, los robles, los alisos y los avellanos que pueblan sus riberas refulgen como las llamas del infierno y que por eso se conoce con ese nombre.

Desde el área recreativa La Pesanca, donde dejamos los coches los 13 participantes de esta excursión, el camino no tiene pérdida. Es la continuación natural, sin asfaltar, de la carretera: una excelente pista de tierra que cruza aquí mismo el río Infierno por el primero de los siete puentes que nos encontramos a lo largo de la excursión.


Dicha pista nos lleva en suave ascenso por un valle que se cierra poco a poco hasta que, llegando al segundo puente, como a media hora del inicio, acontece un cambio radical: el bosque de robles y alisos ribereños se torna en un espesísimo hayedo.

La luz que bañaba los risueños prados de más abajo se vuelve verdinegra, espectral, casi lunar, y las aguas se encajonan rugidoras en un estrecho, el de la Lanchosa, tajado a lo largo de miles de años en la roca caliza por el Infierno, río que a veces se encabrita en espumeantes cascadas, a veces se remansa en pozas de agua cristalina que casi no se ve.

Al llegar al sexto puente (que no cruzamos), tomamos en la bifurcación que allí se presenta la pista de la derecha.

A partir de este punto, ascendimos unos dos kilómetros más antes de tener que dar la vuelta y volver al coche por el mismo camino, debido a una incesante y persistente lluvia que nos hizo desistir del objetivo inicial que era llegar al pie de la foz de Moñacos, Moniacos, Muniacos o Muñiacos... nombres para todos los gustos que recibe este minidesfiladero, labrado por un afluente del Infierno, donde aflora en forma de paredes verticales la blanca roca caliza de los montes.

Una senda pedregosa permite, desde el final de la pista, atravesar esta pequeña hoz para ir a salir a un idílico vallejo, situado a mil metros sobre el mar y 500 sobre La Pesanca. En fin, queda para otra ocasión, la conclusión y disfrute de la misma.

Con el tiempo desapacible y mojados por la lluvia, llegamos con los coches a Espinaredo, donde nos trasportamos a tiempos pasados. Comimos nuestros bocadillos en la terraza de un mesón y bajo un toldo, para después visitar el pueblo y sus famosos hórreos y paneras asturianos, así como un antiguo lavadero restaurado, en un respiro que dio la lluvia.


La puntuación de la ruta es de 4,5 sicarios, dado que, aunque el paisaje y el entorno es bellísimo, la lluvia deslució e imposibilito su conclusión.
Javier Miguel

FOTOS