miércoles, 30 de mayo de 2018

Excursión 406: Hornos, fortines y búnkeres de Quijorna

FICHA TÉCNICA
Inicio: Quijorna
Final: 
Quijorna

Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia:  14 Km
Desnivel [+]: 311 m
Desnivel [--]: 311 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4
Participantes: 49

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
Ver esta ruta en Wikiloc

RESUMEN
Con la idea de recorrer algunos de los escenarios de la Batalla de Brunete, nos dirigimos a Quijorna, situado al este del mismo.

A pesar de las nieblas de primera hora, al llegar al destino tenemos buena visibilidad, aunque el cielo está muy nublado, e incluso hay riesgo de lluvia para la tarde lo que no ha impedido que la asistencia haya sido masiva, ya se sabe que la combinación de poco desnivel y comida siempre es sinónimo de mucha asistencia.

Iniciamos la ruta por la calle Virgen del Pilar, pasando junto a una fuente dedicada a ella, de la que desgraciadamente han arrancado su placa descriptiva.


Cruzamos por un puente del mismo nombre el arroyo de Quijorna, producto de la unión del Arroyo de la Palanquilla y del Cantizal. Giramos a la derecha para, en dirección noreste, remontar este arroyo mientras cruzamos un parque vacío de gente.

Al terminarse el parque, encauzamos nuestros pasos por la pista de tierra que nos sale a la derecha, antigua Cañada Real Segoviana, que discurre paralela al arroyo, que a partir de aquí estaba lleno de maleza. zarzas y arbustos en plena floración, pero la pista está despejada, aunque con frecuentes charcos de agua que hacen las delicias de los peludos.

Cruzamos un arroyo con algo de agua y al pasar por la Vega de la Viñas el paisaje se vuelve multicolor, repleto de amapolas, cantuesos, gamones, cardos floridos, la explosión de la primavera ante nuestros ojos.


Giramos ligeramente a la izquierda para continuar en dirección norte, pasamos por la zona conocida como las Caleras, preludio de la que nos encontramos a continuación, las ruinas un horno de cal, bajo un montículo medio oculto por una higuera, cargada de futuras brevas.

De frente las de otro horno en mejor estado de conservación, aunque le falta la chimenea de la parte superior, y un poco más adelante, girando a la izquierda, junto a una pista, se encuentra el mejor conservado de la zona, el horno del Velago, a 3,5 km del inicio de la ruta, y que ya visitamos en la excursión 330.

Desde el siglo XVII hasta principios del XVIII hay numerosas referencias al empleo de la cal de Quijorna en edificios, palacios y otras obras de la provincia de Madrid, así como en zonas limítrofes, tal es el caso del puente de Segovia (Madrid) o la catedral de Toledo, en la época de esplendor de las caleras.

A mediados del siglo XVIII se inició el declive productivo de la cal en la zona. Según el catastro del Marqués de la Ensenada (1752) solo funcionaban en Quijorna 6 hornos que proporcionaban a sus dueños 6.200 reales/año.

En el XIX funcionaban en Quijorna sólo algunos hornos, mientras que en Valdemorillo, donde habían trabajado a la vez 12 hornos, con 60 personas, las caleras se encontraban casi en pleno abandono al final de la centuria, por la falta de rentabilidad. En la zona de Quijorna los últimos hornos de cal dejaron de funcionar hacia 1950. Los hornos industriales modernos (procesos continuos), instalados en la segunda mitad del siglo XX, acabaron con las caleras históricas (procesos discontinuos).

En el interior de la calera el cielo se deja ver a través del circulo de su chimenea. A pocos metros del mismo se hallan las canteras de donde se extraían los materiales para la combustión, a las que nos acercamos.

Discordante sobre el zócalo metamórfico aparece una formación arenosa, denominada por los geólogos facies Utrillas, que se distingue con facilidad por su luminosidad. Dichas arenas se han explotado históricamente para la producción de loza y refractarios. A techo de estas se presentan niveles margosos que dan paso enseguida a las calizas del Cretácico Superior. En esta zona las calizas cretácicas son de tono azulado o amarillento, aparecen algo alteradas, siendo su espesor escaso (2 a 4 m) y su extensión lateral no muy grande.

Se han localizado en la zona de Jarabeltrán-Camino de las Rentas (Valdemorillo) cerca de 20 hornos, así como dos molinos, mientras que en la zona del Vétago (Quijorna-Valdemorillo) quedan al menos restos de 13 caleras. Estos vestigios industriales ponen en evidencia la importancia productiva histórica de este territorio.

Tras la visita a las canteras, continuamos por la pista, en dirección noreste hacia el Cerro del Castillejo, desviándonos a la derecha para contemplar los restos de otro horno de cal, al que le falta la chimenea y un poco de limpieza. Es una pena que se dejen a su suerte, sin un plan de conservación y aprovechamiento turístico, todos estos testigos de nuestra historia cultural.

Remontamos el cerro para acercarnos a ver uno de los 16 búnkeres existentes en la zona. Como casi todos ellos, es un búnker que cuenta con una forma cilíndrica por delante, con un ligero biselado en la parte alta y extrañamente en la parte trasera es por donde tiene el acceso. Poseen dos grandes aperturas colocadas en la parte frontal del búnker, para así cumplir con su función de nidos de ametralladora.

La mayoría de ellos están instalados en las colinas, en las que dada su escasa vegetación proporcionaban amplias vistas desde los búnkeres. En su alrededores se pueden observar los restos de las trincheras escavadas en zigzag, para evitar en la medida de lo posible los ataques aéreos y que facilitaba el acceso a los fortines.

Remontamos el Cerro del Castillejo, visitamos lo que parece un nido de ametralladora, bastante derruido, y proseguimos por su cuerda hasta llegar a un refugio que ya conocíamos, pero que por desgracia ésta vez estaba cerrado.

Desde su privilegiado promontorio de amplias vistas descendimos hacia el arroyo de la Fuente Villanos, desviándonos a la izquierda para visitar un puesto de mando y un refugio antiaéreo, unidos entre sí por un túnel de corta longitud, que merece la pena recorrerlo por su buen estado de conservación.


Continuamos remontando el arroyo en suave pendiente por la zona conocida como Las Rentas, primero dejándolo a nuestra derecha y tras cruzarle, dejándolo a nuestra izquierda, recorridos 6 Km desde el inicio, giramos a la derecha, siguiendo un sendero que al cabo de 100 metros nos deja a las puertas de entrada de una sorprendente cueva que fue construida por los soldados republicanos a pico y pala para ser utilizada como cuartel y refugio antiaéreo, en la que cómo mínimo caben más de 200 personas.

Todos nos introducimos en ella, sorprendiéndonos la gran cantidad de galerías que salen a derecha e izquierda de la principal, en las que aún se perciben las señales dejadas por los picos en su construcción. Toda una maravilla en perfecto estado de conservación que es utilizada ahora como morada de algunos murciélagos.


Salimos más que fascinados de la cueva y en sus inmediaciones paramos a tomar el aperitivo y reponer fuerzas. Aquí nos dispusimos a hacernos la foto de grupo, cuando recibimos la grata sorpresa de ver cómo aparecían Antonio y Jesús C, que se habían acercado en coche hasta el horno del Velago y desde allí a pié hasta nuestro encuentro.

Les dejamos a ello camino de la cueva, mientras el grupo continuó remontando el arroyo hasta alcanzar los casi 800 metros de altura de El Madroñal, con magníficas vistas de toda la Sierra de Guadarrama, destacando la Maliciosa y el Cerro de San Pedro.


Un poco antes Antolín, que tenía que volver pronto a Madrid, se dio la vuelta con la intención de regresar por donde habíamos venido...tres horas más tarde apareció en una gasolinera cercana a Villanueva de la Cañada, alguien a propuesto quitarle la estrella negra.

Giramos a la derecha y nos acercamos a una chimenea sifón de la conducción del embalse de Picadas a Majadahonda, para al poco enlazar de nuevo con la Cañada Real Segoviana, que enseguida abandonamos para continuar por el Camino de los Llanos, llegando a una casa con una estupenda mesa bajo chozo y unas vistas impresionantes de toda la llanura de los alrededores de Quijorna, de la que nos habíamos separado 9 km desde el inicio de la ruta.


En ella nos hicimos muchas fotos y fantaseamos con la posibilidad de comprarla para nuestras escapadas románticas, porque el sitio bien lo merecía.


Continuamos en dirección suroeste hacia el Alto de los Llanos, al que llegamos tras pasar una cancela cerrada con un cerrojo pero sin candado. En la cima se encuentran las ruinas de lo que fuera el Cuartel de Mando del ejército republicano, en un más que penoso estado de conservación, y un poco más adelante, el vértice geodésico de este cerro, situado a 746 metros de altura, lo que le da unas magníficas vistas, y al que me faltó tiempo para subirme. Estamos a poco más de los 10 km desde el inicio.

Desde allí, continuamos por el Camino de los Llanos, iniciando un descenso hacia Peñas Pardas, desviándonos enseguida momentáneamente un poco a la izquierda para asomarnos a un mirador natural de amplias panorámicas.

En la cima de Peñas Pardas contemplamos los restos de un nido de ametralladora y en sus proximidades trincheras que el paso del tiempo no ha logrado ocultar, como las heridas abiertas por esa guerra que solo en la batalla librada aquí dejó unos 20.000 muertos en cada uno de los bandos.


Desde esta cima descendimos en dirección sur siguiendo una empinada y resbaladiza senda hasta enlazar con camino rodeado de coloridos prados de avena, por la zona de el Colmenar, que nos llevó a las primeras casas de Quijorna, descendimos por la calle del Camino del Olivar.

Sólo quedaba llegar al parque junto al arroyo de Quijorna, cruzar de nuevo el puente de la Virgen del Pilar y celebrar el fin de etapa en el restaurante El Águila con un reconfortante cocido, al que se unió Juan M, bastante recuperado de su accidente, y la mujer, hijo y nieta de Marcelo.


Por la singularidad de la zona, cargada de historia, las bonitas vistas y el buen tiempo, ésta ruta se ha merecido 4 estrellas.

Paco Nieto

FOTO REPORTAJES

miércoles, 23 de mayo de 2018

Excursión 405: La Chorranca y Cerro del Puerco

FICHA TÉCNICA
Inicio: Pradera de Navalhorno
Final: 
Pradera de Navalhorno
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia:  14,7 Km
Desnivel [+]: 679 m
Desnivel [--]: 679 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4,5
Participantes: 30

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta


PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC

RESUMEN
Me toca organizar la ruta de esta semana por la baja forzada de nuestro boss, y ante varias posibilidades me decido por una sugerida por José Luis M. por los bosques de Valsaín, que prometía tener muchos alicientes.

En la Pradera de Navalhorno nos reunimos con la grata sorpresa de que Ángel Vallés se acercó a saludarnos y no perderse la oportunidad de hacernos la foto de grupo. Tras los saludos, comenzamos a caminar en dirección oeste en busca del viejo camino que antaño llevaba del palacio de la Granja a la pradera de Navalhorno y ahora es una prosaica pista de asfalto cerrada al tráfico y a las vacas mediante dos barreras.

Dejando una serrería a nuestra izquierda, avanzamos entre robles, que estrenan sus hojas, con rumbo noreste, hasta la primera bifurcación, en que tomamos el ramal de la derecha, el camino forestal de Majalapena, en el que a sus orillas se apilaban gran cantidad de troncos, la materia prima que dio origen a La Pradera de Navalhorno, por la creación del Real Taller de Aserrío, que surgió como alojamiento de los dependientes, jornaleros e industriales, procedentes del País Vasco, dedicados a la compraventa de pinos. En un principio, era una aglomeración desordenada de casas y talleres de madera, situada en una pradera pantanosa.

La economía y la cultura de este pueblo se basan en los oficios ligados al pinar: los gabarreros, que recolectan leñas muertas; los ganaderos, que conservan las variedades locales de vaca, los recolectores de setas, que complementan su administración doméstica, y últimamente del turismo rural.

Pasamos a la vera del arroyo de la Chorranca, al que cruzamos por el puente del Vado de los Tres Maderos, aunque de ellos hoy día no queda nada, al haberse transformado en uno de piedra. Las sombras del pinar y la agradable temperatura hacen que disfrutemos del paseo por la Tolla de los Guindos.

En la siguiente bifurcación continuamos por la pista de la derecha dejando el asfalto. A partir de aquí, la pista se empina cada vez más para faldear la Peña de los Acebos por su vertiente meridional, zigzaguea cercana al arroyo de los Neveros, por cuya fuente pasamos, y finalmente asciende hasta el collado previo al Moño de la Tía Andrea, inicio del último tramo a la Silla del Rey. El continuo ascenso hizo que más de uno comentase durante la subida eso de ¿Falta mucho?, ¿Pero no era un paseo?, ¿Cuándo se acaba la cuesta?.

Nos basta una trepada de diez minutos para alcanzar la puntiaguda cúspide del Moño de la Tía Andrea (1689 m). Allí, olvidado por todos salvo por los excursionistas, el sillón de piedra permanece arrumbado como una antigüedad inútil entre altos pinos silvestres, tan altos que apenas permiten vislumbrar retazos de la llanura segoviana, y de la Granja, migajas de la que otrora debió de ser una magnífica vista.

En un borroso epígrafe sobre el respaldo de la silla reza: “El 23 de agosto de 1848 se sentó S. M. Don Francisco de Asís de Vorvón”. Apenas dos años antes de la referida inscripción, en octubre de 1846, habíase malcasado con Isabel II, de la que era primo hermano, y nadie en la Corte daba un duro por su descendencia, pues se barruntaba que, sobre impotente, era cornudo, sospechas que luego serían desmentidas (o confirmadas, según) por los varios embarazos de la reina, quien, entre otros retoños, alumbró en 1857 al futuro Alfonso XII, trastatarabuelo de de nuestro rey actual, Felipe VI.

El descanso relajó los ánimos vengativos de los que sufrieron la subida. Desandamos el camino hasta el collado, continuando por la pista asfaltada que asciende, en dirección sur por Navapelegrín, donde la abandonamos para, internarnos en el pinar, sin senda evidente, a la busca del arroyo de la Chorranca y sus cascadas concatenadas, que desparramaban con estruendo su abundante agua, procedente, 300 metros más arriba, del puerto de los Neveros, donde nace.

Es todo un espectáculo contemplar cómo el agua se precipita por un cortado rocoso de 20 metros de altura y, acto seguido, tropieza con otro escalón que lo obliga a dividirse en dos chorreras gemelas, completando de esta forma un triple salto de belleza mortal, el más original y bello de la sierra.

Tras las innumerables fotos con la preciosa cola de caballo de fondo, continuamos el empinado descenso, con la certeza de que la belleza del lugar había justificado el esfuerzo de llegar hasta allí.

Con el arroyo resonando a nuestra izquierda, descubriendo un buen rato después, al otro lado del arroyo, la vieja cacera que, procedente del arroyo de Peñalara, se descuelga en catarata por la brava ladera antes de unirse con el de la Chorranca y llevarse parte de su caudal hacia los jardines de La Granja. En este artículo se habla con nostalgia de ella.

Al perder la senda la pendiente, donde el arroyo de la Chorranca gira hacia la derecha en dirección este, paramos para buscar el mejor sitio para cruzarlo, encontrando para nuestra fortuna un rústico puente hecho con largos palos, que si bien no parecía muy seguro, nos facilitó el paso, con el aliciente añadido de la malvada expectación creada por si alguno se iba al agua.

Siguiendo una tenue senda y luego una amplia pista descendimos. en dirección este, a la muy desconocida fuente del Ratón, enclavada en un íntimo rincón con mesa y banco de madera bajo la sombra de unos esbeltos pinos que hacen de este lugar un encantador oasis.

A pocos metros más abajo de la fuente, descubrimos la acequia que lleva el agua a la Granja, a la que seguimos durante unos metros, pero como nuestro objetivo era visitar la cueva del Monje, abandonamos la agradable senda, que da mucha vuelta, para buscar, campo a través la forma de llegar a ella, en dirección noreste, lo más rectos posibles.

Y ciertamente, comprobamos esa máxima del senderista que dice que no hay atajo sin trabajo, porque el empinado ascenso nos hizo sudar la camiseta.

Yo por si acaso, nada más llegar a la pradera que ocupan el legendario dolmen de la cueva del Monje y un vivero forestal cercado con una rústica empalizada, me subí a lo más alto de la puntiaguda roca para evitar las malas tentaciones que escuché de partirle las piernas a no se quién que hacía de guía, aunque no veía yo muchas fuerzas para tamaña venganza, a no ser que fuera por encargo a nuestras temidas sicarias.

Tras recobrar el aliento, continuamos por la pista asfaltada de la izquierda en dirección norte y al acabar de dar una amplia curva, nos salimos a la izquierda para seguir la senda que nos llevaría al Cerro del Puerco, no sin antes despedir allí a las estrellas fugaces del día.

El Cerro del Puerco (1422 m) es una zona llana y abierta, con grandes lanchares graníticos y hermosas vistas, conocido sobre todo, por haber sido uno de los lugares en los que, durante la "Batalla de La Granja", en la Guerra Civil española, se produjeron unos cortos pero brutales combates, en los que aún hoy son reconocibles fortificaciones que las tropas sublevadas habían levantado en el cerro, a marchas forzadas, fueron la clave del rotundo fracaso del ejército republicano de tomar esta posición y avanzar hacia Segovia.

Contemplando el hipotético escenario de la batalla y con unas inmejorables vistas de Cabeza Grande, la Cruz de la Gallega, Matabueyes, Valsaín, la Granja e incluso Segovia, nos tomamos los ya ansiados bocadillos, regados con las agradecidas botas de vino de costumbre.


Ya solo nos quedaba bajar a La Pradera por una desdibujada senda que pasa junto a un fortín y enlaza con una pista con un par de zetas que enseguida nos plantó en el camino de la Granja a la Pradera y de allí a nuestro punto de salida, frente al bar la Pradera, que ahora se llama La Tomasa, donde celebramos con frescas cervezas la finalización de esta bonita ruta, no tan sencilla como algunos esperaban, pero que seguro será de las que no se olvidan, espero que para bien.

Por todo ello, esta bonita excursión se ha merecido 4,5 estrellas.
Paco Nieto

FOTO REPORTAJES
Foto reportaje de José María Pérez


FOTOS
Fotos de Ángel Vallés
Fotos de Antolín
Fotos de Enrique Cid
Fotos de José Luis Molero
Fotos de Julián Suela
Fotos de Paco Nieto

miércoles, 16 de mayo de 2018

Excursión 404: Las Pilillas de la Pedriza

FICHA TÉCNICA
Inicio: Canto Cochino
Final: 
Canto Cochino
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia:  9 Km
Desnivel [+]: 674 m
Desnivel [--]: 674 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,75
Participantes: 29

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta


TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

* Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC

Ver esta ruta en Wikiloc

RESUMEN
Esta excursión, aunque la cita era en La Pedriza y de la mano de Paco Cantos (mezcla terrorífica donde las haya), Antonio nos la había puesto como más suave de lo habitual, por lo que provocó que algunos sendero-magos (pobres ingenuos), que nunca se habían atrevido con estas formaciones graníticas, se animaran a probar suerte y de seguro que, por lo visto y oído después, de esta lotería no vuelven a comprar.

Como es habitual, a la hora fijada y con un tiempo espléndido, se pone en marcha el grupo de 29 excursionistas desde Canto Cochino, liderados por El Boss, con las vistas del Yelmo al fondo, cruzamos el río Manzanares y el arroyo de la Dehesilla para empezar a ascender al Barranco de los Huertos.

El ritmo tan alegre que se impone ya de entrada, unido a las dificultades de la subida (piedra y matorral abundantes) hizo que la hilera de excursionistas se alarga de tal modo que si no fuese por los walkie- tallkie, algunos que tomaron senderos erróneos, no nos habrían alcanzado.

Hecho éste que se dio cuando el barranco se abre un poco y aparece una pequeña pradera donde paramos a comer algo. Algunos a provecharon para subir a un mirador en las cercanías del jardín de Peña Sirio, desde donde se tiene una visión completa del Barranco de los Huertos.

Seguimos ascendiendo por el Hueco de las Hoces y aquí el camino se complica. Grandes piedras caídas bloquean el hueco, por lo que nos vemos obligados a trepar-reptar-descolgarnos y donde algunos empezaron a tenerlo muy claro: era La Pedriza de Paco Cantos, ¡¡¡qué se le iba a hacer!!!. demasiado tarde para salir corriendo.

Llegamos al desvío para subir a las Pilillas. Un pequeño grupo guiado por Paco Cantos, se separa para ascender al Balcón Prohibido que está justo encima de la inmensa pared del Pan de Kilo. El resto del grupo asciende a las Pilillas, nombre que le viene por las oquedades naturales en la piedra y de forma circular que conforman este paraje, realmente bonito y curioso.

Los dos grupos disfrutan tomando contacto visual y radiotelefónico, además de contemplar las diversas formaciones pétreas con nombres varios, como El Elefante, una de las más singulares, justo delante de la gran mole del Yelmo.

El grupo del Balcón Prohibido desciende-asciende y llega a las Pilillas donde el pelotón ya ha comido. Una vez han terminado los últimos el bocadillo, se continúa la subida al Cancho de las Pilas, donde no asciende todo el personal, al tener que trepar por una angosta chimenea, dada la aparente dificultad añadida ya para algunos que habían completado su ración de trepadas y demás. Desde la cima, la panorámica era espectacular, con el embalse de Santillana enseñoreándose entre el verdor de los campos y el castillo de Manzanares el Real.

Continuamos la marcha hacia la Lagunilla del Yelmo, cuarto punto a destacar de nuestra visita y bien que valía la pena; preciosa, entre la hierba, las rocas y las plantas acuáticas que la adornaban. Aquí aprovechó Teo para refrescarse y nosotros para hacernos la foto de grupo.

Bajamos por la senda de las Carboneras, mata rodillas donde las haya, pero con el aliciente de ir de vuelta.

Llegamos a la Fuente de Prado Pino en las proximidades de la Gran Cañada, donde muchos aprovechamos para beber y rellenar las cantimploras.

Desde aquí, teníamos dos rutas alternativas paralelas hacia Canto Cochino: elegimos la de la derecha que es más larga pero menos erosionada que el GR.

Empezamos el descenso y tras dejar El Castillejo a nuestra izquierda, desembocamos en el mismo sendero por el que subimos al principio y que nos llevó al quinto y último lugar del día: Casa Torrero y sus cervezas.

Tanto deseo y ansias por llegar despertaron en alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, que se pasó por el sendero sin cruzar el puente un buen trecho, hasta que cayó de su error y volvió, encontrándolo aún más apetitoso y con el aliciente añadido de que las birras corrían a cuenta de cuatro excursionistas que celebraban diversos eventos.

Con este día de montaña tan completo, la calificación no podía ser otra que de 4,75 sicarias.
JL R. Rubiales

FOTO REPORTAJES