miércoles, 31 de julio de 2019

Excursión 475: Calderas del río Cambrones desde San Ildefonso

FICHA TÉCNICA
Inicio: San Ildefonso
Final: San Ildefonso
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 12 Km
Desnivel [+]: 275 m
Desnivel [--]: 275 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 28

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
El río Cambrones nace en el puerto de Malagosto, casi a 2.000 metros de altitud, para emprender un descenso que se alarga durante unos 15 kilómetros hasta verter sus aguas en el embalse del Pontón abriéndose paso a través de una garganta de granito, que ha ido esculpiendo con paciencia durante miles de años, para construirse a su antojo un parque acuático con toboganes, recodos, saltos de agua, pozas y piscinillas conocidas, en su conjunto, como las Calderas.

Por si visitarlas no fuese motivo ya más que suficiente para apuntarse a esta ruta, además la excursión contaba con el aliciente de que terminaríamos comiendo en un bar del pueblo. Todo esto y la coincidencia de estar la familia de Rosana de veraneo por Valsaín y se apuntaran en masa, hizo que la participación estuviera por encima de lo normal para estas fechas.

Todos reunidos en la explana del Palacio de la Granja, nos hicimos la nutrida foto de grupo, a la sombra del Rey y la Reina, las monumentales secuoyas que, al menos desde 1867, imperan a las puertas del palacio, con una altura de 45 metros y un perímetro de 18,82 metros el primero, y con una altura de 38,5 metros La Reina, algo menor debido a que perdió parte de su copa por un rayo el 5 de Julio de 1991.

De allí, por la plaza Canónigos y calle Calvario, nos acercamos al Pozo de la Nieve, construido en 1736 por encargo real para abastecer al pueblo, que se creaba entonces, y fue sufragado por los vecinos con un impuesto especial.

Fue rehabilitado en el 2011 como equipamiento cultural dejando ver el pavimento originario de losas de barro, cubierto ahora por un suelo de cristal, y las paredes de piedra con una profundidad de más de ocho metros y una cúpula de cristal, que emula una gigantesca bola de nieve.

Por la plaza de toros enfilamos para descender por la calle de Santa Isabel hasta dar con la del Pocillo, y la fábrica de vidrio Verescence, donde nos desviamos por el camino de la Mata de la Sauca, siguiendo una sombría pista entre robles melojos, que cruza el arroyo de las Flores, el del Chorro Grande y, al poco, el del Chico.

Mi intención era desviándonos por la finca de la Junta de Castilla y León, conocida como Mata la Saúca, para contemplar una preciosa laguna que hay en su interior y luego alcanzar el río Cambrones siguiendo el arroyo del Hueco, pero el acceso que antes existía ha sido tapado por una valla de dudosa estética, siguiendo la creciente tendencia de ponerle más puertas al campo. Una pena.

Resignados, continuamos por la pista y, tras una amplia curva alcanzamos el Rancho de Berrueta, edificio bien conservado y con excelentes vistas de La Granja, continuamos hasta llegar a un paso canadiense y verja que sale a nuestra derecha a pocos metros de la curva, y que da acceso a una bonita senda que se acerca al río Cambrones hasta un puente de madera, construido en 2009, que cruzamos para luego pasar por un portón giratorio que sale a la derecha.

Desde allí, remontamos el río Cambrones hasta alcanzar una caseta y acequia de captación de agua, en un bonito paraje conocido como la Cacera Madre. Había que andar un poquito más para llegar a la Primera de las Calderas, continuamos para ello por una senda que sigue el río por su margen derecha, muy cerca de él. Magnífica poza, en la que desistimos de bañarnos por lo temprano aún de la hora.

Tras la contemplación de tan bello lugar, volvimos a retomar la senda, ascendiendo por una fuerte pendiente, para salvar un recodo del río, y descender a la singular Caldera Segunda, otro secreto escondido de este sorprendente río y que pocos conocen. Sus numerosas marmitas de gigante le dan un aspecto prehistórico a la enorme poza donde cae el agua tras superarlas.

Para llegar a la siguiente tenemos que continuar junto al río y volver a remontar la ladera, desde donde enseguida tenemos unas espléndidas vistas de unas sorprendentes marmitas cubiertas de agua de color verde intenso, consecuencia de su flora.

Unos metros más adelante, descendemos en busca de la Tercera Caldera, en la que muchos ya no pudimos resistir por más tiempo el refrescarnos. Enseguida los más atrevidos nos metimos en el agua, disfrutando de este idílico rincón, de aguas profundas de casi 3 metros de profundidad y cascada preciosa al fondo, con un oculto jacuzzi horadado en la roca que no se ve desde la poza.

Tras el refrescante baño, con agua más fría de lo esperado, volvimos a retomar la senda principal que remonta el río, primero algo separada del mismo y sin sombra alguna, y después muy pegada a él, pasando por la fuente del Malpaso, de la que manaba un hilillo de agua para enseguida llegar a una poza con gran roca en su centro, que alguno nuevo interpretó que era el final de la ruta, al ser imposible continuar.

No esperaban que hubiese que vadear el río, lo que hicimos con la ayuda de unas piedras, continuando por una senda que obliga a remontar el repecho de la margen izquierda del río, forzando una pequeña trepada sin mayor dificultad, que nos lleva, al poco, a los pies de la Caldera del Guindo, la más grande de todas ellas aunque no la más profunda, en la que una familia había instalado su cuartel de veraneo.

Pasamos de largo en busca de más intimidad, continuando la trepada, bordeamos por encima la Caldera de Enmedio, en la que no me he bañado nunca debido a su dificil acceso por estar encajada entre peñascos, A los pocos metros llegamos a la Caldera Negra, llamada así por su gran profundidad, que le da una oscura tonalidad a sus aguas, lo que no impidió que nos metiésemos en ella en tropel.

Ni que decir tiene que, en cuanto pude, me hice un par de saltos desde su escarpada orilla, por supuesto de pie, para evitar sustos innecesarios. Nadar hasta la pequeña cascada del fondo es una experiencia refrescante donde las haya.

El regreso lo hicimos volviendo sobre nuestros pasos, esta vez sin acercarnos al río, hasta llegar de nuevo a la caseta de captación de agua, continuando por la senda, ya conocida, que nada más pasar un portón de hierro se interna en un placentero bosque de robles. con el río a nuestra izquierda.

Disfrutamos del murmullo del agua, hasta llegar al otro portón de hierro y el romántico puente de madera que cruza el río Cambrones, del que nos despedimos en su camino hacia el embalse de Portón Alto, donde entrega sus aguas.

Alcanzada la pasarela que accede a la pista que baja hacia San Ildefonso, por ella continuamos, cruzando el Arroyo del Chorro Grande por el Puente de la Princesa, continuando por la calle del Pocillo, Puerta de la Reina y Parador, regresando así al punto de inicio, la explanada del Palacio de la Granja.

La multitudinaria celebración de fin de ruta y la comida, a la que se unieron algunos más que no habían podido caminar con nosotros, la hicimos en el bar Segovia, estupendamente atendidos por Belén, dando así por finalizada esta refrescante excursión veraniega. Por todo lo disfrutado, eta excursión bien se merece una nota de 4,5 sobre 5.
Paco Nieto

FOTO REPORTAJES

miércoles, 24 de julio de 2019

Excursión 474: El Chorro de Navafría por los 6 refugios

FICHA TÉCNICA
Inicio: Navafría
Final: Navafría
Tiempo: 6 a 7 horas
Distancia: 19,3 Km
Desnivel [+]: 717 m
Desnivel [--]: 717 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 5
Participantes: 15

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
 
RESUMEN
Alguna vez tenía que ser, y como recientemente he adquirido la condición de senderomaga, Paco me tenía preparado hacer de cronista de esta ruta que prometía contemplar seis refugios, piscinas naturales y una chorrera y, con estos calores, era la ruta perfecta.

Nos reunimos frente al ayuntamiento de Navafría 15 participantes, algunas eran caras nuevas para mí, pero no sabía sí también para el grupo.

A la hora convenida, nos pusimos en marcha. Pronto el grupo se estiró, formando una larga fila, que seguía los pasos de Paco, pasamos por una plaza y giramos a la derecha, saliendo del pueblo por entre sus calles, dejando atrás bonitos chalets de piedra y amplios jardines.

El día era espléndido, si nubes y de momento, no demasiado caluroso, sin previsión de tormentas ni nada que hiciera peligrar el poder darnos los ansiados baños prometidos en la convocatoria de la excursión.


Enseguida pasamos junto a lo que parecía un molino harinero, en realidad había sido un martinete, dedicado a la construcción de utensilios de cocina en cobre y que hoy día es Museo Etnológico. Continuamos por la cómoda pista hasta cruzar por un puente el río Cega.

Nada más pasar el puente, buscamos la senda que asciende junto al río por su margen izquierda hasta alcanzar las ruinas de un antiguo molino, junto a la puerta de entrada de la finca El Bosque. Dejamos a nuestra izquierda un puente y continuamos el ascenso por la misma orilla del río hasta que se nos hizo imposible seguir avanzando y tuvimos que vadear el río con la ayuda de unas piedras, enlazando enseguida con la carretera del Chorro, por la que seguimos hasta alcanzar el área recreativa del mismo nombre.

Nos sorprendió comprobar que había muy poca gente, panorama que según parece es muy distinto al que hay los fines de semana, en la que las cuantiosas mesas de madera y parrillas están a tope.

Aún no habíamos hecho ganas de baño y nos limitamos a contemplar las piscinas naturales, pasando de largo, en dirección oeste, hacia el río Cega, previo paso por un pequeño puente, que marca el final del arroyo del Chorro, que en este punto vierte sus aguas, como afluente al río Cega, al que nos acercamos para remontarlo por su margen derecha hasta alcanzar la charca conocida como El Pozo Verde.

Es este un lugar de leyenda, donde según nos contó Paco, sellaron su amor eterno Rosa y Leonardo, dos jóvenes del pueblo cuyas familias, una pobre y otra rica, no veían con buenos ojos su relación. Ante la prohibición de verse, “una noche escaparon de casa y después de un largo beso, abrazados y en silencio, del Pozo Verde el camino recorrieron.

Una vez allí llegados los muchachos desaparecieron... Al día siguiente en sus casas los echaron de menos y corrió la voz de alarma. Y les buscó todo el pueblo. A la caída de la tarde, al Pozo Verde subieron y la Luna dejó ver al fondo del agujero, desnudos y abrazados de los muchachos los cuerpos”.

Con la incertidumbre de saber cuánto de verdad encierra esta leyenda, contemplamos sus profundas aguas. Junto a ella, unas mesas de madera nos sirvieron para tomarnos el tentempié de las 12, que en esto es muy riguroso el grupo. Nos separamos del río, ascendiendo por una senda a retomar la ancha pista con restos de asfalto del inicio, que nada más dar una curva nos muestra a la izquierda el refugio del Peñón, construido en piedra, con techo de teja reforzado con cemento, al igual que las paredes del interior, decoradas con graciosos dibujos de Epi y Blas.

Continuamos, en dirección sureste, el suave ascenso por la pista, paralela a gran altura al río, contemplando en el camino, esbeltos pinos albares, un tejo y acebos. Al poco, alcanzamos, a nuestra derecha, el refugio de la Fragua, construido con rocas unidas con cemento, tiene un techo algo más rústico, en semicírculo recordando a los búnker de la guerra civil, su interior es mucho más sobrio que el anterior, aunque al igual que éste, posee una chimenea y bancos de piedra para hacerlo más confortable.

A pocos metros surge una bifurcación, continuamos por la pista de la derecha, que enseguida nos deja en el llamado puente de Hierro, aunque en realidad es de piedra, que cruza el río Cega, donde nos hicimos fotos, antes de regresar de nuevo para continuar el ascenso por la otra pista que antes habíamos desestimado, la de la izquierda, apenas un chorrillo quedaba del arroyo de las Vueltas, unos metros antes de desembocar en el río Cega.

Con moderada pendiente, ascendimos por la pista, que tras una cerrada curva, gira hacia el noreste, cruza de nuevo el arroyo de las Vueltas, precedido de un pequeño embalse a modo de balsa. Aquí Paco planteo la posibilidad se seguir la pista o remontar un cerro para conocer el siguiente refugio. Tres se apuntaron a lo fácil y yo, inconsciente de lo que me esperaba, me animé a seguir al grueso del grupo, ¡gran error el mío!

Abandonamos la cómoda pista y comenzamos una fatigosa subida hacia nuestra derecha, en busca de un camino que asciende al refugio de Piemediano, el tercero de nuestra ruta. Yo solo recuerdo que no paraba de preguntar ¿falta mucho? y Paco siempre respondía "ya casi llegamos, solo falta una subidita"...se me hizo eterna la dichosa "subidita".

El refugio se encuentra a la izquierda de la pista, tiene en la pared trasera grandes puntales de madera, techo de teja y una apariencia más alpina que los anteriores, quizás por el entorno del cerro, con unas grandes rocas y extensas praderas verdes a su alrededor, en el punto más alto del recorrido de hoy y con una chimenea y habitáculo más atractivo que los anteriores.

Desde el refugio, descendimos en busca de la pista que habíamos dejado, por fin ya todo era bajada o eso pensaba yo. Dibujamos una amplia curva hacia el norte hasta dar con la pista que habiamos dejado. Una vez en ella, pronto, tras otra curva, dimos con el cuarto refugio, de parecidas características que el de la Fragua, pero con una cerca detrás del mismo, que al principio no sabíamos muy bien su función, pero que al parecer sirve para guardar a los mulos que acarreaban los troncos de pinos hacia el camino, una vez acabada su labor.

A poco más de un kilómetro del último refugio, la pista cruza el arroyo del Chorro por un puente, precedido de una represilla, que forma una bonita balsa de agua, y que conecta con otra pista que se dirige al puerto de Navafría por el Cerro de los Colladillos. Algunos siguieron por ella, pero la mayoría nos quedamos descansando. Se acercaron al quinto refugio del día, el llamado de Regajohondo, copia del anterior y el de la Fragua, situado a nuestra derecha, junto al arroyo del Chorro, en una bonita pradera verde rodeada de pinos, y que estaba lleno de cacas de vaca según nos contaron.

Un poco más arriba contemplaron un bonito puente de piedra, situado en la unión del arroyo de las Barrigas con el del Chorro, lo que hace del lugar toda una concentración de agua por doquier, resonando en las angostas paredes del arco del puente.

Desandamos el camino, dejando ahora el refugio de Regajohondo a la izquierda. La pista desciende en suave pendiente hacia el norte, paralela al arroyo del Chorro, cruzamos el arroyo de Navalcollado, que desciende por nuestra derecha desde el refugio de igual nombre, y que entrega sus aguas en el arroyo del Chorro, de lejos vimos una pequeña cascada de doble salto, preciosa que hay unos metros más adelante.

La pista se aleja momentáneamente del arroyo, cruza en un recodo el arroyo Sequillo y vuelve a acercase al del Chorro en el mirador de las Cebadillas o del Castillejo, con preciosas vistas al roquedo desde donde se precipita el Chorro. Descendemos con la intención de contemplar una bonita cascada con una gran poza que invitaba al baño y cruzar el arroyo para descender por su margen izquierda.

Cargados de prudencia, descendimos por las lanchas por las que se precipita el arroyo. Tramo bastante complicado y resbaladizo aunque despacio y con cuidado todos lo pasamos sin ningún problema, llegando a un bonito mirador que nos proporcionó una espectacular vista del agua deslizándose por la resbaladiza losa de la chorrera mientras la mirada se perdía en el infinito horizonte del valle.

Continuamos por unas escaleras de piedra, con una barandilla de madera con gruesas cuerdas hasta alcanzar la cascada de El Chorro. En este punto el agua del arroyo se precipita desde unos 20 metros como si se tratase de un divertido tobogán. Es un remanso de agua con puente y apeadero.

Tras el ansiado baño bajo el gélido chorro y un largo descanso para comer los bocadillos, continuamos el descenso por la senda que baja paralela a la orilla izquierda del arroyo del Chorro, pasando por la fuente que nada más iniciar el descenso nos sale a la izquierda, que a duras penas y gracias al ingenio de Enrique pudimos rellenar las botellas de agua.

Al final del cómodo camino, jalonado de bancos, alcanzamos de nuevo el puente que cruza el arroyo del Chorro, junto al cual se encuentra el sexto y último refugio del día, el del Chorro, el único cerrado con un candado, con una fuente a su derecha, un trenecito de madera en el que nos subimos para la foto y un divertido laberinto de palos de madera por el que Paco me animó a competir contra Jorge S, para ver quién salía antes y ganar un premio.

Con algo de complicidad por su parte, porque ya se temía la clase de premio que estaba en juego, se dejó, descaradamente ganar, llevándome yo el estupendo premio de tener que hacer la crónica, lo que bien mirado no deja de ser un premio, porque me ha obligado a tener que recordar con detalle la excursión y así poder disfrutarla por segunda vez. 

Al llegar al cercano bar del área recreativa, nos atiborramos de cervezas, cafés y helados como si no hubiera un mañana. Recuperadas las fuerzas, iniciamos el regreso, y para nuestra sorpresa, Ángel Vallés nos esperaba en las piscinas naturales cámara en ristre para inmortalizarnos en el agua.

Tras el refrescante chapuzón, regresamos siguiendo el mismo camino que a la ida, pero por la margen contraria del río Cega, esto es la derecha, parando un momento al pasar junto a las ruinas del Viejo Martinete para explorarlo por fuera.

Al internarnos en el pueblo, nos desviamos a la izquierda para descender por una bonita senda encajonada entre muros di piedra a las mismas puertas de las Charcas, las estupendas piscinas naturales en las que muchos nos dimos el último baño, y para mí, el más refrescante ya que hacía calor y estaba ya un poco cansada.

Fue mano de santo y el agua estaba estupenda, la gente que ya lo conocía de otras veces decía que solía estar mucho más fría en anteriores ocasiones, ¡efectos del calentamiento global de la Tierra!

Sin muchas ganas de movernos de allí, porque se estaba muy bien, cerveza en mano, regresamos a la plaza del pueblo donde habíamos dejado los coches, finalizando así esta estupenda excursión, que por unanimidad se mereció 5 estrellas
Teresa Abella

miércoles, 17 de julio de 2019

Excursión 473: Pozas del Valle de la Angostura desde Cotos

FICHA TÉCNICA
Inicio: Pto. de Cotos
Final: Pto. de Cotos
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 15,7 Km
Desnivel [+]: 610 m
Desnivel [--]: 610 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 5
Participantes: 19

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
 
RESUMEN
Iniciamos la ruta, más temprano que lo que es costumbre en invierno, desde el puerto de Cotos, situado a 1830 metros de altitud.

Su nombre le viene de que Carlos III, gran aficionado a la caza, compró estas tierras de Valsaín cercanas al Monasterio de El Paular, para convertirlas en coto de caza y, para señalizarlo, mandó colocar una serie de hitos en piedra llamados cotos, en la actualidad bien conservados y aún visible.

El ahora restaurante Venta Marcelino, famosos por sus judiones de Segovia, era refugio de los montañeros que caminaban por los senderos de la zona, que son mucho. Y para recorrer algunos de ellos, Paco nos convocó en este soleado día, con el aliciente añadido que poder conocer algunas de las pozas del precioso valle de la Angostura.

A la hora convenida, enfilamos hacia el final del aparcamiento, para seguir a la izquierda, tras cruzar la carretera M-604, por el Camino Viejo del Paular, señalizado con las marcas blancas y rojas del GR-10.4.

Dejamos a nuestra derecha la caseta de control y entre pinos, con más sombras que claros, vamos descendiendo por el valle, con ganas de llegar a las pozas para darnos un chapuzón en alguna de ellas.

Unas vacas con sus terneros junto al camino volvieron locos a nuestros perros, lo que hizo que las vacas se pusieran a la defensiva mientras pasábamos a su vera, no sin cierto recelo y sin perder de vista los enormes cuernos de los toros.

Al poco, volvimos a cruzar la carretera M-604 y tras unas agradables zetas, llegamos al Camino de las Vueltas, por el que seguimos descendiendo, entre grandes pinos que dejaban a ratos vislumbrar el arroyo de la Angostura.

Cruzamos un puente sobre el arroyo de la Laguna, procedente de Peñalara, y como íbamos bien de tiempo, Paco alargó la ruta hasta alcanzar el puente de la Angostura, que fue mandado construir por Felipe V para facilitar los viajes entre la Granja de San Ildefonso y el Monasterio del Paular.

Sobre este precioso puente nos hicimos las fotos de grupo, para a continuación comenzar a remontar el valle, con el arroyo de la Angostura siempre a nuestra derecha. Enseguida paramos en una gran poza que hizo las veces de parque acuático para un buen número de valiente, mientras los demás se tomaban el tentempié de media mañana.

¡Qué bien nos sentó este primer bañito, con profundidad de poza y con el agua a 16 ºC de temperatura!, toda una delicia.

Tras el refrescante remojón, continuamos remontando el arroyo, por momentos cercano al camino, otras más alejado, pero siempre presente.

Casi sin darnos cuenta, por estar seco, cruzamos los arroyos de la Majada del Espino y, al poco, nos desviamos a la derecha para acercarnos a otra poza, también con un pequeño salto de agua, donde solo unos pocos atrevidos volvieron a refrescarse.

Continuamos el ascenso, cruzando el arroyo de Peña Mala, seco también, sin tener que hacer uso de los puentes de madera. Dejamos sin cruzar el puente de los Hoyones y en agradable paseo por una senda que trascurre a cierta altura del arroyo por su ladera derecha, y tras cruzar el arroyo de las Cerradillas, éste sí con agua, llegamos a la poza y cascada que hay junto a unos tejos milenarios.

Junto a ella paramos a tomar los bocadillo, mientras algunos insaciables se metían bajo la cascada, que aunque con poca agua, no por ello estaba menos fresquita que en las pozas anteriores.

Repuestas las fuerzas, acometimos el tramo final, subiendo una empinada cuesta que bordea los tejos y que da paso a un mirador natural con unas espectaculares vistas del valle, que desde aquí se antoja inmenso.

Enseguida cruzamos con la ayuda de unas piedras el arroyo de las Guarramillas, sin demasiados problemas, remontándolo por su orilla izquierda hasta alcanzar la poza de Socrátes, dejando atrás otras más pequeñas de gran belleza.

Y como premio final de nuestra perseverancia, unos cuantos nos atrevimos a meternos bajo su gélida cascada, a modo de refrescante ducha, para darnos el último homenaje, mientras mirábamos al cielo con recelo porque las nubes se fueron ennegreciendo, amenazando lluvia.

Esta apartada y recoleta poza no debe su nombre al sabio ateniense, sino a Sócrates Quintana, que salvo filósofo fue de todo a lo largo de su dilatada existencia (1892-1984): jugador del Atlético de Madrid, plusmarquista nacional de salto con pértiga, 800 metros y decatlón, pintor impresionista, grabador y funcionario de Hacienda.

También fue, desde 1914, un miembro hiperactivo del Club Alpino Español, y como delegado del albergue que dicha sociedad tiene en Cotos, se preocupó de acondicionar con un muro de contención esta cercana poza para que los señores socios pudieran bañarse con una comodidad insólita para los inicios del pasado siglo.

Nos reunimos con el resto del grupo, que esperaba en la parte alta de la cascada y, saliendo del valle, nos acercamos a ver el refugio del Pingarrón, que algunos no conocían. De allí salimos a paso ligero para evitar la inminente lluvia que se presentía cada vez con más certeza.

Siguiendo la carretera de acceso a Valdesquí, llegamos de nuevo al puerto de Cotos, justo antes de que se pusiera a llover. En Venta Marcelino nos tomamos las merecidas cervezas, mientras recordábamos la bonita excursión, en la que nos hemos deleitado con los múltiples rápidos, cascadas y las pozas profundas, más que muchas piscinas, a la sombra de los pinos albares, los robles y los abedules. Por todo lo anterior califico esta ruta con la máxima nota, un 5.
Helen Olague

miércoles, 10 de julio de 2019

Excursión 472: Cueva de los Enebralejos

FICHA TÉCNICA
Inicio: Cueva de los Enebralejos
Final: Cueva de los Enebralejos
Tiempo: 2 a 3 horas
Distancia: 10 Km
Desnivel [+]: 157 m
Desnivel [--]: 157 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 32

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
 
RESUMEN
Hacía tiempo que Marcos Cid nos había hablado de la belleza de la cueva de los Enebralejos y, porfi, en esta excursión íbamos a conocerla. Esto unido a que la jornada comenzaría con una corta ruta por la ribera del río Pradena, con visita al pueblo abandonado de Matandrino, para acabar comiendo en el espectacular Palacio del Esquileo, hizo que la afluencia de participantes fuese mayor de la esperada, 32.

Reunidos todos en el aparcamiento de la cueva, echamos a andar a las 10 en punto, buscando el camino que en dirección noroeste nos acercase al cauce del río Prádena. Al puente que lo cruza llegamos con paso rápido, tras dejar atrás un soberbio bosque de sabinas, al que los de esta comarca llaman enebros, de aquí el nombre de la cueva.

Nos reagrupamos junto al tenue chorro de agua del río San Juan, que es como le llaman aquí al río Prádena, el verdadero escultor de la cueva, en una paciente labor de miles de años filtrándose por las por las calizas y dolomías del entorno. Bajo el puente nuestras mascotas intentaron refrescarse.

Tocaba ahora seguir su cauce lo más próximos posibles al frondoso arbolado de su ribera. La cabecera de este río recoge las aguas procedentes de varios arroyos del sector centro-oriental de la sierra de Guadarrama, que descienden por las empinadas laderas, gozosas y libres, hasta llegar al karst de Prádena, donde desaparece para seguir bajo la cueva.

Caminamos entre sabinas de buen porte y el arbolado de ribera, en el que predominan los fresnos y retamas, tan frondoso que por más que intenté acercarme a ver el agua, me fue imposible.

Tras superar una cerca, continuamos bordeando un prado recientemente segado hasta por fin alcanzar ver el agua del río, en uno de los numerosos meandros que realiza en este tramo.

Un vetusto puente formado por troncos de sospechosa rigidez nos disuadió de cruzar a su otra orilla en busca de otra perspectiva las hoces, por lo que iniciamos el camino de regreso, buscando pasar primero por el misterioso pueblo abandonado.

Evitando cercas de imposible paso, lo que nos hizo perder algo de tiempo, por fin llegamos a Matandrino, un pequeño núcleo dependiente de Prádena, que se despobló hacia los años 60, por el que aún resuenan las risas de los hijos de las nueve familias que llegaron a vivir aquí de la agricultura, en casas de mala construcción y escasas comodidades, sin luz eléctrica ni ningún otro tipo de servicios.

Sus últimos pobladores se han empeñado en que Matandrino no caiga en el olvido, para lo cual, adquirieron, en Sepúlveda, una cruz de piedra, que sustituyó a la de madera que hubo en el centro del lugar, junto a la cual cada primeros de mayo celebran la fiesta de la cruz, con misa, baile y caldereta de cordero.

Dejamos estas casas que se resisten al olvido, pero que ni los intentos de restauración, como la casa rural que se empezó a construir en el viejo pajar, han impedido un abandono que amenaza en convertir en ruinas perdidas en el tiempo a este deshabitado pueblo.

Con la hora más que justa para la visita concertada en la cueva, aceleramos la marcha, siguiendo los dos kilómetros del camino de tierra que hay hasta Prádena, a cuya plaza no nos pudimos acercar para así poder cumplir con el horario.

Bordeamos pues el pueblo al llegar al cementerio, siguiendo una fresca y preciosa senda que en dirección este, se acerca al río San Juan, que cruzamos al llegar junto a un precioso molino, con rueda a modo de mesa, en un paraje que invitaba a parar y quedarse allí un buen rato.

Pero teníamos el tiempo justo de remontar el repechón que nos separaba de la cueva e iniciar en dos grupos, la visita.

En ella fuimos descubriendo la belleza de sus salas y galerías, adornadas con un espléndido conjunto de concreciones calcáreas: estalactitas, estalagmitas, columnas, coladas y banderas que se suceden a medida que nos internamos en ella.

La Cueva se divide en tres niveles escalonados, de los cuales solo el central puede ser visitado. Este nivel se divide, a su vez, en tres salas. La primera contiene pozos excavados en el suelo, que se utilizaban como osarios y, en algunos casos, contenían regalos que componían el ajuar funerario.​

En la segunda sala abundan las pinturas negras, de entre las que destacan la figura de un cazador y de un ciervo que la guía nos mostró con la ayuda de un gran espejo. La separación entre esta sala y la siguiente consiste en una gran roca desprendida de la bóveda.

Por último, la tercera sala es la conocida como santuario, ya que fue destinada a las ceremonias rituales. Es la más grande de toda la cueva, y en ella abundan los grabados con motivos geométricos como rejillas, zig-zags o semicírculos.

Nos sorprendió una de las principales formaciones kársticas de la cavidad, las Palmeras, dos columnas formadas por dos grandes estalagmitas unidades a dos pequeñas estalactitas, así como el Belén, un conjunto de formas y colores que se asemejan a la representación del nacimiento de Cristo; el Huevo Frito; la Cascada, una colada de gran tamaño; y la Pared de los colores, llamada así por el gran colorido que adquiere gracias a las impurezas de la roca, como son el manganeso, el hierro o el azufre.

La pena fue que no vimos el río subterráneo con agua, al no ser época invernal, única en la que fluye, según temporadas, pero nos llevamos un grato recuerdo de esta cueva, la más importante de la provincia de Segovia.

Y para finalizar la estupenda jornada, nos fuimos a comer al Palacio del Esquileo, lugar entrañable para Marcos Cid porque en él hay expuestos gran cantidad de cuadros suyos, que nos fue enseñando con pasión al grupo que aún no los conocía.

Tras un estupendo menú, nos hicimos la foto de grupo en el patio del palacio y un paseito por los alrededores del palacio para ver un enorme elefante y otras estatuas construidas por el dueño, dando así por finalizada esta excursión que bien se merece un 4,5 sobre 5.
Paco Nieto



En Prádena se supo que a pasear vendría todo el grupo,
que todo era una excusa
para comer de forma bien profusa
y para no cansarnos
y llegar al final sin agotarnos,
de forma inteligente
la cueva se exploró cómodamente
por ruta que ese día
dos etapas distintas contaría:
una etapa primera
con sabinares, cueva y solanera
y una segunda parte
con comida, mesón y obras de arte.


A las diez de la mañana
en la puerta de la gruta
comenzamos esta ruta
por la estepa castellana;
una excursión muy campestre
sin cuestas, rampas ni montes
sin pedrizas ni desmontes,
la más corta del trimestre;
excursión de compromiso
por caminos vecinales
rasgones por los zarzales
y parcelas sin permiso;
y una aldea abandonada,
Matandrino, consecuencia
y manifiesta evidencia
de esa España vaciada.

Diez kilómetros después
volvimos al mismo punto;
¡A marchas así me apunto,
no hubo dolores de pies!
y en la puerta de la cueva
a las doce más o menos
unos bizcochos rellenos
del Ángelus dieron prueba
«Quien conozca las pinturas
de Marcos Cid, a este lado
los que no, ¡tened cuidado!,
a las cavernas oscuras»

Los que dimos «sí», rotundos,
nos quedamos taciturnos
pues al pasarse por turnos
nos tocó ser los segundos.
Cuando nos tocó la entrada
¡Nadie lo hubiera intuido!
en lugar tan escondido
tal belleza conservada:
coladas, laminadores,
estalactitas, gateras
estalagmitas, banderas,
y hasta huesos de señores
que obtuvieron los halagos
de todos los visitantes,
antes como caminantes,
ahora como espeleomagos.

Tomamos los coches, pues,
para marcharnos fugaces
yendo como kamikazes
kilómetros, veintitrés,
y nos trasladamos al
Palacio del Esquileo
donde el preciado papeo
esperaba puntual.
Pero antes de comenzar…
¿qué fue del grupo pionero
que se adelantó primero
a la cueva visitar?

Aquellos que anteriormente
no habían tenido ocasión
de visitar la mansión,
ni sus cuadros, ¡obviamente!
recorriendo el interior
admiraron las pinturas
de Marcos con sus texturas
y su ambiente encantador.


Y ahora todos en las mesas
empezamos a comer
lo que fuera menester
sin agobios ni sorpresas:
Salmorejo de primero
o una sopa castellana,
¡entre una segoviana
y cordobesa, me muero!
¿decidir entre un salmón
o entre una carrillera?
¡la segunda o la primera,
es difícil decisión!
Tratándose de alimentos
cada uno se comió
lo que más le pareció
y así pues, todos contentos.

Y antes de decir adiós
con amigable ademán
la fugaz foto de clan
se tomó a los treinta y dos,
y una figura gigante
con que para inmortalizarnos
hizo fotografiarnos:
la estatua del elefante.
Paco Cantos.