miércoles, 10 de julio de 2019

Excursión 472: Cueva de los Enebralejos

FICHA TÉCNICA
Inicio: Cueva de los Enebralejos
Final: Cueva de los Enebralejos
Tiempo: 2 a 3 horas
Distancia: 10 Km
Desnivel [+]: 157 m
Desnivel [--]: 157 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 32

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
 
RESUMEN
Hacía tiempo que Marcos Cid nos había hablado de la belleza de la cueva de los Enebralejos y, porfi, en esta excursión íbamos a conocerla. Esto unido a que la jornada comenzaría con una corta ruta por la ribera del río Pradena, con visita al pueblo abandonado de Matandrino, para acabar comiendo en el espectacular Palacio del Esquileo, hizo que la afluencia de participantes fuese mayor de la esperada, 32.

Reunidos todos en el aparcamiento de la cueva, echamos a andar a las 10 en punto, buscando el camino que en dirección noroeste nos acercase al cauce del río Prádena. Al puente que lo cruza llegamos con paso rápido, tras dejar atrás un soberbio bosque de sabinas, al que los de esta comarca llaman enebros, de aquí el nombre de la cueva.

Nos reagrupamos junto al tenue chorro de agua del río San Juan, que es como le llaman aquí al río Prádena, el verdadero escultor de la cueva, en una paciente labor de miles de años filtrándose por las por las calizas y dolomías del entorno. Bajo el puente nuestras mascotas intentaron refrescarse.

Tocaba ahora seguir su cauce lo más próximos posibles al frondoso arbolado de su ribera. La cabecera de este río recoge las aguas procedentes de varios arroyos del sector centro-oriental de la sierra de Guadarrama, que descienden por las empinadas laderas, gozosas y libres, hasta llegar al karst de Prádena, donde desaparece para seguir bajo la cueva.

Caminamos entre sabinas de buen porte y el arbolado de ribera, en el que predominan los fresnos y retamas, tan frondoso que por más que intenté acercarme a ver el agua, me fue imposible.

Tras superar una cerca, continuamos bordeando un prado recientemente segado hasta por fin alcanzar ver el agua del río, en uno de los numerosos meandros que realiza en este tramo.

Un vetusto puente formado por troncos de sospechosa rigidez nos disuadió de cruzar a su otra orilla en busca de otra perspectiva las hoces, por lo que iniciamos el camino de regreso, buscando pasar primero por el misterioso pueblo abandonado.

Evitando cercas de imposible paso, lo que nos hizo perder algo de tiempo, por fin llegamos a Matandrino, un pequeño núcleo dependiente de Prádena, que se despobló hacia los años 60, por el que aún resuenan las risas de los hijos de las nueve familias que llegaron a vivir aquí de la agricultura, en casas de mala construcción y escasas comodidades, sin luz eléctrica ni ningún otro tipo de servicios.

Sus últimos pobladores se han empeñado en que Matandrino no caiga en el olvido, para lo cual, adquirieron, en Sepúlveda, una cruz de piedra, que sustituyó a la de madera que hubo en el centro del lugar, junto a la cual cada primeros de mayo celebran la fiesta de la cruz, con misa, baile y caldereta de cordero.

Dejamos estas casas que se resisten al olvido, pero que ni los intentos de restauración, como la casa rural que se empezó a construir en el viejo pajar, han impedido un abandono que amenaza en convertir en ruinas perdidas en el tiempo a este deshabitado pueblo.

Con la hora más que justa para la visita concertada en la cueva, aceleramos la marcha, siguiendo los dos kilómetros del camino de tierra que hay hasta Prádena, a cuya plaza no nos pudimos acercar para así poder cumplir con el horario.

Bordeamos pues el pueblo al llegar al cementerio, siguiendo una fresca y preciosa senda que en dirección este, se acerca al río San Juan, que cruzamos al llegar junto a un precioso molino, con rueda a modo de mesa, en un paraje que invitaba a parar y quedarse allí un buen rato.

Pero teníamos el tiempo justo de remontar el repechón que nos separaba de la cueva e iniciar en dos grupos, la visita.

En ella fuimos descubriendo la belleza de sus salas y galerías, adornadas con un espléndido conjunto de concreciones calcáreas: estalactitas, estalagmitas, columnas, coladas y banderas que se suceden a medida que nos internamos en ella.

La Cueva se divide en tres niveles escalonados, de los cuales solo el central puede ser visitado. Este nivel se divide, a su vez, en tres salas. La primera contiene pozos excavados en el suelo, que se utilizaban como osarios y, en algunos casos, contenían regalos que componían el ajuar funerario.​

En la segunda sala abundan las pinturas negras, de entre las que destacan la figura de un cazador y de un ciervo que la guía nos mostró con la ayuda de un gran espejo. La separación entre esta sala y la siguiente consiste en una gran roca desprendida de la bóveda.

Por último, la tercera sala es la conocida como santuario, ya que fue destinada a las ceremonias rituales. Es la más grande de toda la cueva, y en ella abundan los grabados con motivos geométricos como rejillas, zig-zags o semicírculos.

Nos sorprendió una de las principales formaciones kársticas de la cavidad, las Palmeras, dos columnas formadas por dos grandes estalagmitas unidades a dos pequeñas estalactitas, así como el Belén, un conjunto de formas y colores que se asemejan a la representación del nacimiento de Cristo; el Huevo Frito; la Cascada, una colada de gran tamaño; y la Pared de los colores, llamada así por el gran colorido que adquiere gracias a las impurezas de la roca, como son el manganeso, el hierro o el azufre.

La pena fue que no vimos el río subterráneo con agua, al no ser época invernal, única en la que fluye, según temporadas, pero nos llevamos un grato recuerdo de esta cueva, la más importante de la provincia de Segovia.

Y para finalizar la estupenda jornada, nos fuimos a comer al Palacio del Esquileo, lugar entrañable para Marcos Cid porque en él hay expuestos gran cantidad de cuadros suyos, que nos fue enseñando con pasión al grupo que aún no los conocía.

Tras un estupendo menú, nos hicimos la foto de grupo en el patio del palacio y un paseito por los alrededores del palacio para ver un enorme elefante y otras estatuas construidas por el dueño, dando así por finalizada esta excursión que bien se merece un 4,5 sobre 5.
Paco Nieto



En Prádena se supo que a pasear vendría todo el grupo,
que todo era una excusa
para comer de forma bien profusa
y para no cansarnos
y llegar al final sin agotarnos,
de forma inteligente
la cueva se exploró cómodamente
por ruta que ese día
dos etapas distintas contaría:
una etapa primera
con sabinares, cueva y solanera
y una segunda parte
con comida, mesón y obras de arte.


A las diez de la mañana
en la puerta de la gruta
comenzamos esta ruta
por la estepa castellana;
una excursión muy campestre
sin cuestas, rampas ni montes
sin pedrizas ni desmontes,
la más corta del trimestre;
excursión de compromiso
por caminos vecinales
rasgones por los zarzales
y parcelas sin permiso;
y una aldea abandonada,
Matandrino, consecuencia
y manifiesta evidencia
de esa España vaciada.

Diez kilómetros después
volvimos al mismo punto;
¡A marchas así me apunto,
no hubo dolores de pies!
y en la puerta de la cueva
a las doce más o menos
unos bizcochos rellenos
del Ángelus dieron prueba
«Quien conozca las pinturas
de Marcos Cid, a este lado
los que no, ¡tened cuidado!,
a las cavernas oscuras»

Los que dimos «sí», rotundos,
nos quedamos taciturnos
pues al pasarse por turnos
nos tocó ser los segundos.
Cuando nos tocó la entrada
¡Nadie lo hubiera intuido!
en lugar tan escondido
tal belleza conservada:
coladas, laminadores,
estalactitas, gateras
estalagmitas, banderas,
y hasta huesos de señores
que obtuvieron los halagos
de todos los visitantes,
antes como caminantes,
ahora como espeleomagos.

Tomamos los coches, pues,
para marcharnos fugaces
yendo como kamikazes
kilómetros, veintitrés,
y nos trasladamos al
Palacio del Esquileo
donde el preciado papeo
esperaba puntual.
Pero antes de comenzar…
¿qué fue del grupo pionero
que se adelantó primero
a la cueva visitar?

Aquellos que anteriormente
no habían tenido ocasión
de visitar la mansión,
ni sus cuadros, ¡obviamente!
recorriendo el interior
admiraron las pinturas
de Marcos con sus texturas
y su ambiente encantador.


Y ahora todos en las mesas
empezamos a comer
lo que fuera menester
sin agobios ni sorpresas:
Salmorejo de primero
o una sopa castellana,
¡entre una segoviana
y cordobesa, me muero!
¿decidir entre un salmón
o entre una carrillera?
¡la segunda o la primera,
es difícil decisión!
Tratándose de alimentos
cada uno se comió
lo que más le pareció
y así pues, todos contentos.

Y antes de decir adiós
con amigable ademán
la fugaz foto de clan
se tomó a los treinta y dos,
y una figura gigante
con que para inmortalizarnos
hizo fotografiarnos:
la estatua del elefante.
Paco Cantos.

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