miércoles, 29 de octubre de 2014

Excursión 207: Castañar del Tiemblo - Pozo de la Nieve

FICHA TÉCNICA
Inicio: El Tiemblo. Ávila
Final: El Tiemblo. Ávila
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 11,5 km
Desnivel [+]: 598 m
Desnivel [--]: 523 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4
Participantes: 35

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta






















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
El fin de semana anterior habían cambiado la hora, así que al levantarnos como cada miércoles para nuestra cita con la naturaleza, había más luz que de costumbre... bueno pues mucho mejor.

Hoy el trayecto es largo: camino del Tiemblo; la mayoría por San Martín de Valdeiglesias y, en algún caso, un poco de atasco para salir de Madrid.

De nuevo una plaza de toros como lugar de encuentro. Hace muy buen día, unos 14 grados y el cielo despejado. Saludos, café y de nuevo a los coches para hacer el camino de aproximación por la garganta del Castañar. Tras varios kilómetros por una pista de tierra, llegamos al punto de inicio de nuestra marcha alrededor de las 11.

Al comienzo la subida es cómoda y los colores del otoño en los castaños nos hacen sentir esa magia que tienen los cuentos con bosque, lobos, gnomos y caperucitas. 

Árboles varias veces centenarios nos ofrecen la imagen de majestuosos pies, que después de haber vivido muchos avatares, como incendios, rayos o talas, se han regenerado en múltiples varas, cada una de las cuales es un árbol de pleno derecho. El más famoso es el que conocen por la zona como “el abuelo” con el que no pudimos menos que hacernos fotos de nuevo, porque ya era un viejo conocido de alguna que otra excursión.

Seguimos y en el refugio de piedra de Majalavilla hacemos una brevísima parada, hay buscadores de setas... también en nuestras filas.

El suelo esta plagado de castañas de muy buen aspecto, pero un poco ásperas al paladar. son las “guarreras”, según nos dicen unos paisanos de la zona... ellos sí que conocen donde quedan algunos castaños “injertos” que las dan dulces y “peladeras”... de las otras podríamos haber cogido varias toneladas y otro tanto de bellotas de roble.

Pero hemos venido a lo que hemos venido y hay que seguir... la cuesta se empina, el ritmo se ralentiza y la cháchara disminuye. Todavía un repecho más y llegamos al Portichuelo del Pozo. La vista es espectacular a todo nuestro alrededor: pueblecitos a los que no acertamos a poner nombre y montañas que azulean en la distancia. Parada obligada para el bocata y la foto de grupo, esta vez sin gorras para que nadie se camufle.

Seguimos adelante y pronto llegamos a una cuidada construcción que alberga un pozo de unos seis metros de profundidad por otros seis de diámetro. Servía antaño para conservar la nieve que luego se vendía hasta en Madrid, a donde la llevaban en carros durante el verano. Algún atrevido (bueno uno sólo), bajó hasta el fondo por una escalera de dudosa estabilidad.

Cumplido el objetivo y  ya de vuelta, pasamos a través de una cerca. Tras caminar un rato, pasamos por un chalecillo con pinta de abandonado y aparece por fin: la mansión del propietario, el cual nos echa una buena bronca y nos da media hora para desaparecer de sus tierras... no sé, pero me recuerda a algo.... quizás a una película del far west...

Completamos el recorrido sin más aventuras que las que entraña la recogida de alguna que otra seta.

Llegamos sobre las 3 al pueblo y enfilamos a “Casa Mariano”, que ya hace hambre. El local estaba avisado de nuestra aparición pero, inexplicablemente, se produjeron una serie de ataques de stress entre los camareros, así como lo que podríamos llamar “la crisis de los judiones” que, sin llegar a ser “la de los misiles”, estuvo a punto. Ojo que las cañas no entran en el menú...

¡Vaya platazos!, después de las judías en sus diversas formas, vinieron los churrascos y el lenguado-panga.  Y por fin, los postres... alguno, en la confusión del momento se hizo con varios y repitió hasta dos veces. Café de puchero y “pa' casa”

Un día completo y una magnífica excursión a la que podríamos asignarle 4 sicarias.
Paloma Sabio

miércoles, 22 de octubre de 2014

Excursión 206: Navalcarnero - Río Guadarrama

FICHA TÉCNICA
Inicio: Navalcarnero
Final: Navalcarnero
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 18,1 km
Desnivel [+]: 206 m
Desnivel [--]: 188 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 3,5
Participantes: 41

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta





















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
Sabíamos que no iba a ser un día redondo, pues teníamos una parte de nuestro corazón al lado de Juan. Aun así, el ambiente era cálido, casi veraniego, e invitaba al paseo. Desde la  plaza de toros de Navalcarnero pronto alcanzamos el camino del Capellán, que discurre paralelo a las obras interrumpidas del metro ligero y al poco se interna en el pinar.

Mientras la mayoría charlábamos descuidadamente, Ángel ya había llenado su cesta de vistosas macrolepiotas, sus setas insignia.

Nada más abandonar el pinar llegamos a la encrucijada de “La Casa de Roque”, donde el porte de un crucero en granito salvaba en parte la pretenciosa construcción de una fuente sin agua y un pilón del mismo material.

Caminando entre huertas, viñedos y casas de labranza, muchas hoy habilitadas como chalets,  llegamos a los restos abandonados de la estación de tren “Río Guadarrama”, una más de la antigua línea a Almorox desde la desaparecida estación de Goya de Madrid. Unos cuantos revivieron aquí sus andanzas de críos, como Paco R., que venía con su familia a bañarse al río y, bajo el puente de la vía, extendían en la pradera la “manta de cebra” para comer acomodados y tenderse al sol.

Un poquito más allá, un soberbio puente de hierro soportado por enormes pilares de piedra y restaurado como parte de una vía verde, daba testimonio de los recuerdos de Paco R., invitando a caminar por él; y así lo hicimos, aunque para volver de inmediato y tomar un tentempié en el mismo lugar donde décadas atrás extendía su manta la familia de Paco. José Mª aprovechó la perspectiva para hacer una innovadora foto de grupo.

Continuamos andando río arriba, animados por el frescor del agua y del arbolado, e incluso encontramos dos membrillos repletos de frutos que sólo los más osados nos atrevimos a paladear. Pero al poco nos tocó dejar la ribera para volver, por caminos sin sombra, en dirección a Navalcarnero.

Aunque el sol ya se notaba, teníamos el aliciente de la plácida charla y de la rebusca de cuando en cuando de redrojos de dulces uvas negras en alguno de los majuelos que daban al camino.

Tuvimos también ocasión de ver en plena faena una sembradora de trigo arrastrada por un tractor, que evocaba aquellos tiempos en que la siembra se hacía a voleo, los mismos en que Paco R. venía en tren a bañarse al río Guadarrama.

Alcanzamos así de nuevo el crucero de la “Casa de Roque”, donde Fernando S. se llevó un pequeño disgusto al darse cuenta de que había extraviado sus gafas graduadas. Por más que volvió sobre sus pasos, ayudado de algunos, no hubo forma de encontrarlas.

El resto del camino de vuelta, ya conocido, se hizo un poco pesado por el calor y porque el margen del 20% de prolongación en el kilometraje previsto (Antonio dixit) se iba agotando. Justo en el momento de traspasarlo llegamos a las bodegas “Ricardo Benito”, donde, merced a la intercesión de Nicolás (un enamorado, donde los haya, de la industria vitivinícola y espirituosa), nos esperaba como recompensa una “olla de segadores”, un original cocido, donde los garbanzos se sirven con la sopa, acompañados de arroz y sazonados con hierbabuena. A ello hay que añadir la degustación de aceite recién traído de Jaén con que nos regaló Paco D.


Compartía mesa con nosotros Juan Carlos, un extelefónico residente en Navalcarnero que nos estuvo ilustrando sobre la historia y costumbres del lugar; entre lo más sorprendente, enterarnos de que Navalcarnero fue una pedanía de Segovia fundada con 6 ó 7 pastores para mantener los derechos segovianos sobre la comarca.

Como hecho sorprendente durante la comida, mencionar que Fernando S., quizá por su desolación ante la pérdida de sus gafas en el camino, apenas inicio un tímido intento de acercamiento a la hermosa heredera de las bodegas,

Ya con los cafés, Antonio y nuestra musa Leonor entregaron sus merecidas estrellas azules a Antonio V. y Jesús N., su estrella blanca de senderomago a Jorge, unas cuantas medallas pendientes y unos mapas topográficos que Joaquín “necesitaba”. Agradecieron los agraciados sus obsequios con sencillos discursos, de los cuales quiero destacar el emocionado recuerdo para Juan. Esta vez Joaquín no pudo cantar.

Visitamos después la tienda y la bodega de la casa, para a continuación dirigirnos al museo del vino de la localidad, instalado en una antigua bodega del casco urbano. Antes de partir, Paco D. nos obsequió a cada uno con una botellita del oro verde de Jaén que habíamos probado en la comida.

La calificación de Madi es de 3’5 sicarias.
Melchor


FOTOS

miércoles, 15 de octubre de 2014

Excursión 205: Cancho Mágico

FICHA TÉCNICA
Inicio: Mataelpino
Final: Mataelpino
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 15,4 km
Desnivel [+]: 737 m
Desnivel [--]: 742 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 28

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta





















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN

La visita al Cancho Mágico tras su descubrimiento en la pasada temporada era obligada para el GMSMA y Antonio, que cada día está más en forma, la resolvió por las bravas, con una trabajosa subida siguiendo la garganta que forma el arroyo de Las Callejas, desde Mataelpino hasta los empingorotados riscos de la sierra de Los Porrones, rememorando de paso aquella excursión 82 que  nunca se olvidará, incluso por quienes no la hicimos, ya que aquellos veteranos que la sufrieron no paran de dar la murga con la batallita.

La ascensión costaba lo suyo, cómo no, pero compensaba de sobra por el buen ambiente y el paisaje que se iba desvelando tanto en la propia montaña como en lontananza, donde ya Mataelpino apenas parecía una aldea perdida allá abajo entre jirones de niebla. 

Faltando un corto trecho para llegar a la cuerda, vimos a la derecha cómo  un rebaño de cabras montesas bullía de actividad, en lo que a algunos se nos antojó la preparación para la época de celo que se avecina.

A todo esto, Joaquín, recién reincorporado, que andaba algo mohíno y protestón, no parecía querer ajuntarse demasiado con el grupo, así que escogió un tramo alternativo para subir que le obligó a remontar la ladera sin senda reconocible, siguiendo una larga valla (se ve que echaba de menos el caminito por el río Cofio de la semana anterior).

Tras un breve descanso para un tentempié, seguimos por la cuerda de Los Porrones hacia el este y, tras alguna duda, localizamos el principal objetivo del día: El Cancho Mágico.

Desde allí nos dejamos caer hasta el PR-16 para descender cómodamente hasta las pista de las eses. En el trayecto comenzaron a verse algunas setas, destacando por su belleza la venenosa y alucinógena amanita muscaria, que formaba agrupaciones simulando poblados de enanitos.

Nos causó cierta decepción, al finalizar el sendero, que el agua no manara de la fuente de las Casiruelas, así que tuvimos que comer con el agua que nos quedaba bajo una fina llovizna que, a intervalos, estuvo presente durante toda la jornada.

Seguimos por la pista, atajándola en ocasiones, mientras las setas se prodigaban cada vez más y los micólogos se fueron animando a recolectar algunas. A mí, que de micólogo no tengo nada, me dio envidia y comencé a coger champiñones tras las oportunas indicaciones de los más entendidos; los champiñones parecían fáciles y se veían bastantes.

Dejamos la pista para traspasar una cancela y avanzar entre praderas hacia el camino de vuelta a Mataelpino. Alcanzamos la ermita de San Isidro, donde hicimos la foto de grupo. Desde allí, ya sólo había que tomar el lindo caminito que nos llevaría de vuelta al pueblo siguiendo el arroyo.

En él algunos nos entretuvimos en buscar más setas, de forma tal que, en mi caso, el ansia me hizo afanar unos champiñones grandotes que crecían entre la espesa yerba próxima al arroyo.

Ya casi llegando al pueblo, en un ramal del camino en cuesta, me percaté de que mis bastones nuevecitos habían debido quedarse entre las setas del campo como efímero monumento al olvido, como dice Antonio.

Finalmente, ya en el pueblo, nos tomamos las consabidas cervezas en una terraza muy aparente a la salud de Jorge y Marcelo, que quisieron así celebrar sus recientes cumpleaños.

Nota adicional: Gracias a los dos Antonios por ayudarme después a buscar los bastones, si bien no los pudimos encontrar. Para rematar, hube de tirar los champiñones que recogí, ya que, al cocinarlos,  un olor desagradable reveló que los dos grandotes que tanto me habían enorgullecido eran de una variedad indigesta. Moraleja: “Quien ansía lo de otro puede terminar perdiendo lo propio”.

Como Madi es objetiva, ha puntuado esta excursión con 4’5 sicarias. Si lo llego a tener que decidir yo…
Melchor

miércoles, 8 de octubre de 2014

Excursión 204: Valdemaqueda - Puente Mocha - Río Cofio

FICHA TÉCNICA
Inicio: Valdemaqueda
Final: Valdemaqueda
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 22,2 km
Desnivel [+]: 456 m
Desnivel [--]: 456 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4
Participantes: 29

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta























PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
Quedamos en Valdemaqueda, por primera vez en la historia del grupo, que para nuestra sorpresa, descubrimos después que ofrece varias posibles rutas que prometen ser interesantes.

En el trayecto en coche de Robledo de Chavela a Valdemaqueda, contemplamos con desasosiego y tristeza, durante los siete kilómetros que separan ambos pueblos, un paisaje desolador, resultado del brutal incendio que en el verano de 2012 se produjo en esta zona, y cuyos efectos son aún visibles a ambos lados de la carretera.

En el bar de la pequeña plaza, al borde de la carretera, nos fuimos reuniendo los 29 que finalmente participamos en esta ruta, con caras nuevas como la de Cristobal, bienvenido, y otras conocidas pero que hacía tiempo que no caminaban con nosotros, como Ángel, que se incorporó más tarde por sufrir algo que muchos ya tenemos en el recuerdo: los atascos matinales.

El principal objetivo de esta ruta era conocer el puente Mocha, del que quedé prendado al verlo por primera vez en una foto de una web de senderismo, se lo hice saber a Antonio, y diseñó esta excursión que lo cruzaba, a la vez que nos haría recorrer los amplios meandros del río Cofio.

Salimos de la misma plaza de Valdemaqueda, callejeando en dirección al camino de Villaescusa, una amplia y cuidada pista de tierra que corre en paralelo al arroyo de las Chorreras o de Rodajos y la falda de Cerro de San Pedro, entre veteranos pinos de gran porte que nos tapaban intermitentemente el escaso sol que la nublada mañana nos había deparado.

Por ser un agradable paseo, cómodo, cuesta abajo, de bonitas vistas y olor a pino, nos prometíamos una excursión de lo más placentera para los sentidos.

Y así fue hasta alcanzar, a unos 3 Km del inicio, el puente Mocha, al que algunos adjudican a los romanos y otros a los arquitectos que levantaron en el s. XVI el Monasterio de El Escorial, pues al parecer por él se facilitaba el transporte de madera que se utilizó en la construcción del conjunto monacal.

Sin embargo, el rasante del puente, de 40 metros de largo, presenta un trazado en forma de lomo de asno muy medieval, lo que podría indicar que fue levantado mucho antes, tal vez durante el proceso de repoblación cristiana, que tuvo lugar tras la Reconquista.

Sea cual sea su misterioso origen, lo cierto es que impresionan sus nítidos cinco ojos, restaurados recientemente, reflejándose con serenidad en las hoy quietas aguas del río Cofio, entre verdes praderas y grandes pinos, perfectos y acabados en copa en parasol, como obra de romanos.

Desconcierta ver cómo el actual trazado de las carreteras le han privado de toda utilidad, ya que en tiempos conducía hacia el valle del Tiétar, y se ha convertido en testigo solitario de otro tiempo del que parece podemos prescindir. 

Prueba de ello es contemplar, apenados, cómo el camino se interrumpe en la margen contraria al topar con la valla de una vieja finca de los duques de Medina-Sidonia, la dehesa de Villaescusa, convertida en fortificado coto de caza.

Donde hace apenas 30 años la Unión Resinera Española explotaba ecológicamente estos montes, a disposición de todo el pueblo, ahora el poder del dinero explota un negocio de dudoso ecologismo, sólo para unos pocos.

Contrariados porque la previsión de Antonio contaba con proseguir por la amplia pista que quedaba inalcanzable al otro lado de la valla, no tuvimos más remedio que continuar por la exigua senda que discurría a esta parte de la alambrada, tan mínima y emboscada que los 8 km que nos llevó recorrerla nos parecieron una eternidad.

Fueron vanos los intentos por buscar una senda próxima al río que nos librase de la pesadilla de tener que estar continuamente apartando ramas de encina o de matorral, y eso que algunos voluntariosos no paraban de cortar ramas secas y desbrozar, como podían, todo aquello que entorpecía el camino, con la siempre paradójicamente vista, a nuestra izquierda, de la solitaria y espléndida pista que intocable discurría a cuatro milímetros de nosotros.

Un guarda de la finca, que en su confortable coche nos encontramos casi al final del tortuoso recorrido, admiró nuestro buen comportamiento al no cortar, como parece ser han hecho muchos, la alambrada para proseguir por la holgada pista, lo que no sabía es que ganas no nos faltaron.

Pasado el infierno, alcanzamos el Puente Nuevo, en la M-539, justo en el límite de Madrid con Ávila, junto al cual, en una bonita pradera, descansamos mientras comíamos, momento en que José María recuperó sus gafas, medalla, estrella y casi media mochila que tanto testarazo con el ramaje le hizo desparramar, como garbancito, por todo el camino, y que Antonio y yo fuimos recogiendo para su sorpresa.

El camino de vuelta prometía ser más tranquilo y grato, superado un primer tramo de valla, pero algunos desconfiados prefirieron volverse en el coche de José Luis H, con la consiguiente bronca del resto, sobre todo a un reincidente habitual, del Atleti, para más señas.

Menguados por los desertores y los que ya tenían previsto hacer media excursión, continuamos por la margen derecha del río Cofio, hasta encontrar una pista libre de valla, en las proximidades del arroyo de la Hoz, al que ahora tocaba remontar, en dirección norte, plenos de gozo, liberados de las estrechuras que habíamos padecido en la bajada, lo que nos permitió disfrutar de los riscos de Valparaiso, el Chaparral y el Águila, que en este orden fueron ofreciéndose a nuestra vista.

Alcanzada la carretera M-537, la seguimos por una senda paralela hasta llegar de nuevo a la plaza de Valdemaqueda, en cuyos bares festejamos el haber terminado la excursión sin más incidentes que los leves arañazos que nos recordarán durante unos días lo entretenidos que estuvimos recorriendo los meandros del río Cofio.

Por todo ello, esta excursión, pese a su dureza, o quizás por ello, será evocada por todos los que la hicimos con un grato recuerdo de superación de las dificultades y compañerismo, así es que se ha merecido 4 sicarias.
Paco Nieto


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