FICHA TÉCNICA
Inicio: El Atazar
Final: El Atazar
Tiempo: 3 a 4 horas
Distancia: 11 km
Desnivel [+]: 578 m
Desnivel [--]: 578 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: No
Ciclable: En parte
Ciclable: En parte
Valoración: 4
Participantes: 36
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
El acceso por carretera a El
Atazar es para disfrutarlo lentamente; es impresionante descubrir el pueblo
encaramado en una colina tras las aguas inmóviles del pantano del mismo nombre,
y también acercarse a la enorme presa abovedada y recorrerla. El disfrute fue
mayor porque ¡por fin! teníamos un miércoles luminoso.
Estábamos encantados con lo bucólico del lugar, pero, para no
malacostumbrarnos, lo primero que hizo Antonio fue comenzar con una arriesgada
actividad de descenso de barrancos “con bastones”, más penosa si cabe porque
sabíamos que estaba preparada para tener que subir luego más cuesta. Así que,
tras ello, tomamos el camino de Puebla de la Sierra (GR-88), que subía y subía
sin dar un respiro.
Cuando el camino comenzaba a llanear, resulta que había que abandonarlo a
la izquierda para seguir remontando el terreno hacia nuestro objetivo.
Desafortunadamente, hubo a quien se le ocurrió sentarse a tomar algo mientras nos agrupábamos y, de esta manera, hicimos un descanso y comimos tranquilamente un tentempié. Y digo que tal idea fue desafortunada porque, tras la ingesta, costaba más la cuesta, y el que lo dude que se lo pregunte a Fernando L.
Desafortunadamente, hubo a quien se le ocurrió sentarse a tomar algo mientras nos agrupábamos y, de esta manera, hicimos un descanso y comimos tranquilamente un tentempié. Y digo que tal idea fue desafortunada porque, tras la ingesta, costaba más la cuesta, y el que lo dude que se lo pregunte a Fernando L.
Ahora bien, según se subía el panorama que se abarcaba era más y más
sorprendente por su amplitud y hermosura; íbamos elevándonos sobre las
estribaciones que siguen a la sierra de La Cabrera, avistando el valle del
Lozoya en su recorrido desde el embalse hasta los páramos de Guadalajara; al
oeste, se ondulaban los montes que transitamos en su día desde Alpedrete de la
Sierra.
El sol ya calentaba y la sombra era escasa, pero una nubecilla oportuna nos permitió alcanzar, sin demasiada fatiga, y a Fernando L. sin desfallecer, un picacho coronado por una alta columna de lajas de pizarra.
El sol ya calentaba y la sombra era escasa, pero una nubecilla oportuna nos permitió alcanzar, sin demasiada fatiga, y a Fernando L. sin desfallecer, un picacho coronado por una alta columna de lajas de pizarra.
Allá hicimos la foto de grupo y en dos zancadas llegamos al vértice
geodésico de Cabeza Antón, donde otra columna de pizarra se elevaba. Pronto nos
dimos cuenta de que estos enormes hitos se situaban a intervalos en una línea
que debía marcar el límite del municipio.
Desde este punto se podía uno girar en todas las direcciones y alcanzar con la vista gran diversidad de paisajes; descollaba al norte la Peña de La Cabra, al oeste se contemplaban Los Carpetanos sobre el valle del Lozoya y, al sur, el cerro de San Pedro, inmutable, se extendía en el horizonte casi hasta el pico de La Miel. Abajo, el agua del pantano refulgía como un mar de mercurio.
Desde este punto se podía uno girar en todas las direcciones y alcanzar con la vista gran diversidad de paisajes; descollaba al norte la Peña de La Cabra, al oeste se contemplaban Los Carpetanos sobre el valle del Lozoya y, al sur, el cerro de San Pedro, inmutable, se extendía en el horizonte casi hasta el pico de La Miel. Abajo, el agua del pantano refulgía como un mar de mercurio.
Ya sólo quedaba tirarse monte abajo para llegar directos al pueblo. La
pendiente era muy acusada y más de uno se quejaba de las uñas de los pies, pero
al menos teníamos la suerte de que había senda. En lo hondo se apiñaban unos
cuantos huertos cultivados con primor, cosa no muy habitual en estos tiempos en
los pueblos serranos. Desde allí enseguida subimos al pueblo, donde algunos
hicimos un poco de turismo por sus parques bien cuidados y sus curiosas eras
con solado de pizarra, mientras otros se tomaban una cañita.
Para la mayoría, aún quedaba lo mejor: Los huevos fritos en el bar Manolo
de Patones con la musa María al mando, quien nos había preparado una larga
hilera de mesas a lo largo de la fachada del bar. Sin embargo, éramos tantos
que nos tuvimos que apretujar para caber todos; recuerdo a Javier B. tan bien
acompañado que apenas asomaba entre la multitud del fondo. Como había que freír
muchos huevos, tuvimos que armarnos de paciencia, sobre todo los meritorios
compañeros del exterior, que hacían muy bien de
camareros despistados.
Lo malo era que, mientras esperábamos, el sol avanzaba e iba esquivando las sombrillas para alcanzarnos; también en esto los del exterior tenían mérito soportando estoicamente el calor abrasador en sus espaldas.
Lo malo era que, mientras esperábamos, el sol avanzaba e iba esquivando las sombrillas para alcanzarnos; también en esto los del exterior tenían mérito soportando estoicamente el calor abrasador en sus espaldas.
Acabamos de comer a las tantas y ya nos íbamos, cuando Fernando S. y María
se retiraron juntos al reservado del fondo. Dice Fernando que María, tras
apreciar el buen tipo que se le ha quedado a Antonio, quería también apuntarse
al régimen de la servilleta, y él no tuvo más remedio que pasar consulta con
ella para procurar que la siga a rajatabla, a pesar del desasosiego que esto
pueda causar a Joaquín y algún otro. Conoceremos la verdad la próxima vez que
visitemos a María en el bar Manolo. Lo cierto es que él estuvo muy ocupado,
pues a su tocayo Fernando L. le dio cita para otro día.
Madi ha dictaminado: ¡Qué menos que 4 sicarias.
Melchor
Melchor
FOTO REPORTAJES
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