miércoles, 27 de junio de 2018

Excursión 410: Puerto de la Morcuera - Monasterio de El Paular

FICHA TÉCNICA
Inicio: Puerto de la Morcuera
Final: Monasterio de El Paular

Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia:  10,4 Km
Desnivel [+]: 53 m
Desnivel [--]: 629 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 15

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
Tras dejar unos coches en el aparcamiento del Monasterio de El paular, iniciamos la ruta en el aparcamiento de la fuente de Cossío, en la carretera M-611 que va de Miraflores a Rascafría. Continuamos a la derecha de la fuente, en dirección noroeste, salvando una valla metálica nos internamos en un bosque de pinos, que pronto dio paso a una hermosa pradera, muy verde, en la pastaban unas tranquilas vacas.

Al final de la pradera, cruzamos una pista coincidente con el GR-10.1, que sube al Refugio de la Morcuera, que no seguimos, continuando por el repoblado pinar sin senda a la vista, hacia el Cerro Merino en suave pendiente. En el trayecto, los más seteros recolectaron varios tipos de setas, mayoritariamente boletus pinicolas. 

Desde la cercana cumbre del cerrete, imperceptible por su poca altura, iniciamos una prolongada bajada, que en un kilómetro nos hizo descender 200 metros, por una supuesta senda, que aunque aparecía en los mapas de los GPS, no había forma de encontrar, por lo que nos limitamos a intentar seguir el track.

Tras el vertiginoso descenso, alcanzamos un arroyo que vadeamos sin ninguna dificultad, justo donde se encuentra un roble con un tronco enorme. Nos quedaba descender casi otros 100 metros por una desdibujada senda, tapada por el matorral, para conseguir el regalo de poder contemplar la cascada alta del Purgatorio a vista de pájaro, desde el imponente precipicio que el Hueco de los Ángeles ofrece en su lado este.

Costó mucho dejar de hacer fotos y vídeos de esta impresionante y oculta cascada, que arrojaba desde sus 15 metros de altura un impresionante torrente de agua , que caía con gran estruendo a la poza situada a sus pies. Capturada en nuestras cámaras esta maravilla desde todos los ángulos posibles, al filo del precipicio, remontamos un poco la ladera para dar cuenta del tentempié de media mañana sin estar expuestos a tanto riesgo.

Tras el descanso, con excelentes vistas del cañón que el agua ha labrado con paciencia a lo largo de los siglos, iniciamos el descenso hacia la cascada baja, bordeando con cuidado uno de los riscos que hacen de puerta de entrada a este lugar encajonado entre las dos cascadas.

Alcanzado el arroyo del Aguilón, nos acercamos a la plataforma de madera que hace de mirador de la más conocida de las cascadas, ya que la alta, como comentaba no se deja ver fácilmente. Tiene este segundo salto una menor altura, 10 metros, pero que al estar dividido en dos tramos, produce una sensación doble de grandeza y estruendo, en la que algunos valientes nos atrevimos a bañarnos. El termómetro de Ángel Vallés marcó 12 ºC, muy calentita no estaba, por eso el otro Ángel, se puso, como los lagartos, tendido en una roca al sol tras el gélido baño.

Tras la bella estampa, descendimos por la senda que acompaña al arroyo por su margen derecha, disfrutando de los numerosos pequeños saltos y pozas, todo un regalo para la vista y el oído, recreándonos especialmente la poza del Acebo y la Sombría, todo un remanso de paz y poseía. Así hasta alcanzar el puente de madera que está situado a 1,5 km de la cascada. 

Cruzamos el puente para, en la otra orilla del arroyo, para dar buena cuenta de los bocadillos al susurro del agua. Y con tan idílico paisaje, hubo tiempo hasta para siesta, tanto es así que creo que batimos el récord de senderistas dormidos o durmiendo, a saber. Cuando logramos despertarnos, nos hicimos la foto de grupo.

Con mucha pereza retomamos el descenso, cruzamos de nuevo el puente y una puerta de hierro para que el ganado no pase, caminando lo más próximos a la margen derecha del arroyo del Aguilón. Aunque son varías las pozas que se encuentran en este tramo, es sin duda la poza del Tubo la que más sorprende. Se trata de un pequeño salto de agua a modo de ducha que ni los mejores de los jacuzzis iguala. La proximidad de la comida hizo que no hubiese muchas ganas de remojarse, por lo que continuamos acompañando al agua en su sonoro descenso. 

El paseo junto a la ribera del arroyo acaba cuando llegamos a un punte que lo cruza, al que se accede salvando una valla de alambre. Pasado el puente, nos dirigimos en dirección suroeste hacia otro puente, éste de madera sobre el arroyo de la Angostura, bajo el cual en otras ocasiones nos hemos bañado, aprovechando la enorme poza que forma un salto de agua entre rocas.

Seguimos la margen izquierda del arroyo de la Angostura hasta su encuentro con el del Aguilón, punto donde ambos pasan a formar el río Lozoya. Con agradables escenas de bañistas disfrutando del agua, alcanzamos las piscinas naturales de las Presillas, con bastante gente, como suele ser habitual en verano, lo que no impidió que algunos nos diésemos otro baño, en sus claras y fresquitas aguas, con una corriente como pocas veces la habíamos visto.

En el quiosco que hay junto a su verde pradera nos regamos también por dentro, antes de emprender el último tramo de esta refrescante ruta, el que nos llevó de nuevo al aparcamiento del Monasterio de Santa María de El Paular, pasando antes por el histórico puente del Perdón.

Por lo bonita y gratificante, esta excursión se merece 4,5 sicarias.
Paco Nieto

miércoles, 20 de junio de 2018

Excursión 409: Mina Antigua Pilar por la Dehesa Nueva de Galapagar

FICHA TÉCNICA
Inicio: Galapagar
Final: Galapagar

Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia:  14,2 Km
Desnivel [+]: 268 m
Desnivel [--]: 268 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4
Participantes: 30

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
Ver esta ruta en Wikiloc

RESUMEN
Para la última excursión de la temporada, antes de que iniciemos las rutas de agua, Sol se ofreció a acogernos en su casa para organizar en ella la tradicional comida y fiesta que da paso al verano. Lo cual es de mucho agradecer, dada la gran cantidad de participantes que estos eventos conllevan, contaba, no obstante, con la inestimable ayuda logística de Antonio y la ya demostrada experiencia con las brasas de Ricardo.

Y para facilitar el transporte, lo más cómodo fue salir de su misma calle, en la Dehesa Nueva de Galapagar. Allí dejamos los coches en una larga hilera. Los vecinos debieron pensar que se trataba de una boda, hasta ver nuestro atuendo, que no dejaba lugar a la duda.

Iniciamos un suave ascenso por la calle, girando a la derecha al culminarlo para enseguida salir al campo abierto por el Camino de Villanueva del Pardillo, una agradable pista de tierra que recorrimos en dirección sureste, rodeados de muretes de piedra que delimitan fincas ganaderas. En una de ellas contemplamos a dos orgullosas yeguas con sus correspondientes potrillos, nacidos lo más seguro esta misma primavera. 

La poca pendiente del camino y la gran amplitud de la calzada hacia que el paseo fuese muy agradable, además de animar a los de cabeza a imprimir un buen ritmos a la caminata. Al llegar a las afueras de la urbanización Los Ranchos, en los Altos de Galapagar, conectamos con la Cañada de Motamora, dejando a nuestra izquierda la casa de igual nombre, en la que se ubica un vértice geodésico, al que hubiera subido a no ser porque se encuentra precisamente en esta finca privada.

El cruce posterior con la Cañada Real de Merinas fue la señal de que la buena vida se nos agotaba. Primero porque delante de nosotros teníamos un repechón, con un nombre muy apropiado, Cuesta Blanca, y segundo porque enseguida dejamos la pista para, sin senda aparente, desviarnos a la izquierda entre grandes rocas.

Menos mal que a pocos metros dimos con una caseta a la sombra, con mesa y bancos, en la que pudimos parar a refrescarnos del fuerte calor que ya comenzaba a hacerse notar. No duró mucho la alegría y enseguida nos internamos entre las zarzas siguiendo una tenue senda, que al alanzar la cumbre de Cuesta Blanca desapareció por completo.

En este punto nuestra anfitriona y sus dos ayudantes se dieron la vuelta para ir preparando la barbacoa y adecuando el jardín para lo que se le venía encima. Continuar desde este punto parecía sencillo, solo había que descender por la loma de Cuesta Blanca hasta llegar al arroyo del Membrillo y seguirlo aguas abajo.

Sin ninguna indicación ni senda a la vista, solo guiados por el GPS, fuimos descendiendo como mejor pudimos, contando con la ayuda de Jorge S y Ángel, que en esto de buscar el mejor camino no tiene competencia. A pesar de nuestros esfuerzos por ir por zonas lo más despejadas posible de matorral, y zarzas, acabamos con los calcetines y las botas llenos de pinchos, de esos que luego cuesta horas arrancar.

Alcanzado el arroyo, había que vadearlo, toda una aventura por la tupida vegetación que en su ribera se concentraba. Con la ayuda de un palo aparté las zarzas que pude  para que el paso quedara lo más despejado posible, pero los malos pensamientos hacía el guía se palpaban en el ambiente y ni la agradable parada que realizamos junto al arroyo, a la sombra y con el murmullo del agua de fondo lograron aplacarlos.

Había que acompañar al arroyo en su descenso, unas veces muy próximo a él, otras dejándolo a nuestra izquierda según los caprichos de sus meandros y la ortografía del terreno. De nuevo los molestos pinchos se pegaban a los calcetines como si éstos fuesen un imán para ellos.

Se nos hicieron largos los escasos dos kilómetros por la ribera del arroyo, lo que explica la alegría con la que acogió el grupo el conectar con una senda como Dios manda, la Colada del Cerro del Burro, que a pesar de ser estrecha, nos supo a autopista. Por ella seguimos, tomándola a nuestra izquierda, en dirección sur para asomarnos a conocer las vistas que el Cerro del Burro tiene de Madrid hacia el este y sur de su loma, además del cerro, con vértice geodésico, del Madroñal, situado a 846 metros de altura, al que no daba tiempo llegar.

Volvimos sobre nuestros pasos para remontar la senda en sentido contrario, en dirección a la Mina Antigua Pilar, a la que llegamos tras superar una cuesta de 50 metros de desnivel, que a Susana se le atragantaron, dándole un bajón que aconsejó pedir la ayuda de Antonio para que en coche vinieran a por ella.

La Mina estuvo en pleno rendimiento a finales del S. XIX y principios del XX, cuando era una de las más importantes minas de cobre de la Comunidad de Madrid, si bien posteriormente se realizaron algunas labores de mantenimiento y consolidación.

Nos acercamos al edificio, medio en ruinas, que albergaba el malacate, es decir la maquinaria de extracción de cargas del pozo maestro, que es el único que se conserva en toda la Comunidad de Madrid y que actualmente está tapado por una rejilla metálica.

Hacía el oeste, bajando un terraplén, se encuentran otros pozos, del total de cinco que tiene, todos igualmente protegidos con rejillas para evitar accidentes. Según la documentación el interior de la mina presenta unas espectaculares formaciones de sales de cobre, con bellos colores turquesa y azules.

También nos acercamos a las escombreras, en la que aún hoy encontramos varios minerales, debido a la cantidad, variedad y belleza de sus formaciones micro-cristalinas, en ellas se han hallado multitud de minerales interesantes: fluorita, calcantita, pirita, bornita, arsenopirita, cuprita, crisocola, agardita, olivenita, torbernita, autunita, metatorbernita, siderita, goethita, calcotriquita, entre otros, aunque los más abundantes y fáciles de reconocer son malaquita, azurita y calcopirita.

Hay que tener muy en cuenta que la entrada a la minas esta reservada a expertos en espeleología minera, ya que la naturaleza frágil de la roca y sus incipientes formaciones hace peligroso su apertura al gran público.

En este enlace se da bastante información de la mina y en este otro enlace, un vídeo sobre la misma, muy recomendable.

Aún nos quedaba un buen trecho de subida, hasta alcanzar la amplia vía pecuaria que nos llevó a las inmediaciones de la Universidad Carlos III, en Colmenarejo, previo paso por las ruinas de la antigua fundición, donde se separaba el cobre de la roca.

Nos quedaba atravesar, callejeando la zona este de Colmenarejo, desviarnos a la izquierda hacía Las Marquesas y buscar la Dehesa Nueva para regresar a donde habíamos dejado, a primera hora, los coches, recorrido que hicimos con celeridad para saborear cuanto antes las ansiadas cervezas, vino, sardinas, chorizos y chuletillas, un exquisito postre de Ana Chini que nos supieron a gloria.

Hubo camisetas mojadas, no tantas como era de esperar, ping-pong y mucha música, aportada por Fernando Sanguesa, que animó al personal a mover el esqueleto como bien se refleja en mis vídeos. La entrega de estrellas pendientes cerro este emotivo encuentro de fin de temporada. Nos vemos en las pozas.

Por todo lo anterior, esta ruta se ha merecido 4 sicarias.
Paco Nieto

FOTO REPORTAJES
Foto reportaje de José María Pérez

miércoles, 13 de junio de 2018

Excursión 408: Integral de Peñalara

FICHA TÉCNICA
Inicio: Puerto de Cotos
Final: 
Puerto de Cotos
Tiempo: 6 a 7 horas
Distancia:  13,5 Km
Desnivel [+]: 655 m
Desnivel [--]: 655 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5+
Participantes: 36

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
A pesar de las más de 400 excursiones que lleva el grupo y las múltiples subidas al pico de Peñalara y otras tantas a la Laguna de los Pájaros, nunca habíamos cerrado el círculo, conocido como Integral de Peñalara.

Y con esa intención nos plantamos en Cotos los 36 participantes dispuestos a correr esta aventura. Previa solicitud de acceso del grupo, echamos a andar desde la Venta Marcelino, remontando rápidamente la pista de piedra que bordea el Centro de Visitantes del Parque, que pasa a ser de tierra al llegar a la caseta de información y en suave pendiente alcanza en menos de 500 metros la fuente de Cubeiro y enseguida el Mirador de la Gitana, desde donde se tiene una de las mejores vistas de Cabezas de Hierro y del resto de la Cuerda Larga, que podremos identificar fácilmente mediante la flecha giratoria de su identificador de cumbres. Y junto a él, un reloj solar en el suelo, que con la complicidad de nuestra sombra marcaba las diez menos cuarto, las 10:45 en nuestros relojes digitales.

Frente al mirador, la pista continua describiendo una pronunciada curva, pasa junto al cobertizo del Depósito, que dejamos a nuestra derecha, sin desviarnos a las escaleras de piedra, por las que bajaremos de regreso de la Laguna Grande, ahora nuestro objetivo es subir al Pico de Peñalara.

Nada más dar una cerrada curva a la derecha, la pista comienza a empinarse, es el anticipo de la larga docena de eses que componen las llamadas Zetas, que en unos 2,5 km desde el cobertizo, salvan unos 300 metros de desnivel. Nos cruzamos con una joven pareja que buscaban la laguna Grande de Peñalara y con un japonés de avanzada edad que cabizbajo y sin pronunciar palabra nos encontramos en varias ocasiones del ascenso, porque aunque le adelantábamos, en cuanto parábamos nos volvía a pasar.

La última zeta nos dejó a los pies de la Hermana Menor (2.269 m), que nos queda a nuestra izquierda. Al alcanzar la cuerda, el viento hizo que la temperatura bajase rápidamente, lo que nos obligó a buscar algo de ropa en el fondo de las mochilas, momento que aprovechamos para, resguardarnos tras unas rocas y tomar el tentempié de media mañana. Con la vista puesta en un gran nevero que parecía precipitarse hacia el abismo del gran circo de Peñalara, nos hicimos la foto de grupo.

Ya solo nos quedan poco más de 150 metros para alcanzar la cumbre más alta de Madrid y Segovia, a la que alcanzamos tras dejar la Hermana Mayor (2.284 m) a nuestra derecha, pasar por el Collado de Dos Hermanas y acometer el último tramo siguiendo el PR-32, donde curiosamente volvimos a adelantar al japonés y me encontré con unos antiguos compañeros de trabajo, los mismos de la excursión anterior, casualidades de la vida.

En el hito de conmemoración de los 100 años del Club Peñalara nos hicimos fotos con bonitas vistas, antes de alcanzar la cumbre dominada por el vértice geodésico que se señorea a 2428 metros, a sabiendas de que nadie a muchos kilómetros le hace sombra y que disfruta de las mejores vistas de la Sierra de Guadarrama.

Tras un breve descanso, y antes de que la niebla se cerniese sobre nosotros, continuamos por la cuerda, mermados en tres miembros que regresaron por el mismo camino al tener que estar pronto en Madrid. Estábamos dispuestos a acometer el tramo más complicado de la ruta, el paso por el Risco de los Claveles (2.387 m), un paso siempre complicado, tanto que a priori muchos optaron por salvarlo más cómodamente por la senda que lo rodea por la izquierda.

Otro grupo inició el paso, pero tras las dos primeras trepadas, en vista de lo peligroso que se veía era continuar, con una fuerte pendiente a nuestra derecha y grandes rocas que esquivar, decidieron abandonar la cresta y seguir por la mencionada senda.

Solo doce recorrimos toda la cresta y aunque esta vez las condiciones climatológicas eran favorables, doy fe que en circunstancias adversas, como fuerte viento, rocas húmedas, hielo, etc. puede ser MUY peligroso, las fotos que he puesto de la travesía dan idea de lo que digo, eso sí las vistas casi cenitales hacia las lagunas de los Pájaros, y Claveles, eran de quitar el hipo, si el precipicio no nos lo hubiera quitado ya, todo un premio al valor montañero de los que nos atrevimos a disfrutarlo.

Acompañados de dos chicas de Segovia que se nos unieron en el Risco de los Claveles, iniciamos el descenso al Risco de los Pajaros (2.334 m). En su rellano paramos a emborracharnos de panorámicas impresionantes, mirásemos a donde mirásemos, en especial al echar la vista atrás y contemplar el majestuoso Riscos de los Claveles que acabábamos de superar, es el punto donde se comprende el porqué del nombre de Los Claveles.

Continuamos el descenso, en ocasiones muy rocoso, pasamos por un gran nevero donde las fotos de nuevo no se hicieron esperar. A poco de alcanzar la Laguna de los Pájaros, paramos a tomarnos el aperitivo, cobijados tras unas rocas que hacían de balcón-mirador de la espectacular laguna.

El descenso a la laguna se hizo muy divertido, por la loma repleta de nieve, cada cual la aprovechó a su estilo, unos simulando que esquiaban, otras deslizándose por ella y el resto disfrutando del sonido al pisarla.

Esta somera y larguirucha laguna no es la más grande de las de Peñalara, pero sí la más bella, con sus orillas tapizadas de blanda hierba y azafrán serrano y su extremo oriental fundiéndose visualmente con el cielo, siguiendo el arroyuelo que forma su desagüe.

Además es, de todas las lagunas del Parque Natural de Peñalara, la situada a una mayor altitud: 2.180 metros. No exageraba, pues, el poeta Enrique de Mesa cuando dijo que era "espejo el más alto y puro donde se copia la seda joyante del cielo castellano" (Andanzas serranas, 1910).

Las fotos de la laguna desde todos los ángulos eran inevitables, y máxime con el estupendo día que se nos había quedado. Desde tan paradisíaco paraje, iniciamos el regreso siguiendo el PR-15, en dirección a la Laguna de los Claveles, no sin antes pasar junto a otra lagunilla, normalmente seca en época estival y que hoy estaba repleta de agua y mantenía algo de nieve, tanto era así, que algunos la confundieron con la de claveles y hasta le cantaron aquello de "clavelitos, clavelitos, clavelitos de mi corazón" como si de la tuna de Alcalá se tratase.

Con el deleite de contemplar agua por doquier, ya fuera en cascadas, arroyuelos o chorreras que se deslizaban desde el macizo de Peñalara, continuamos, pasando junto a las Cinco Lagunas, protegidas por pasarelas de madera hasta ascender, con cierta fatiga, a un mirador natural señalizado por un enorme hito de piedras, con vistas al siguiente objetivo, el Mirador de Javier, al que descendemos por la larga senda que bordea la loma de Peñalara.

Desde el mirador, algunos no estaban para más lagunas y descendieron directos al puente que hay junto al chozo de los guardas y el arroyo de la Laguna Grande, el resto nos desviamos a la derecha en pequeños grupos, en dirección a dicha laguna, que con sus 650 metros de perímetro, es la mayor del Parque y, por su fácil acceso -una hora a pie desde el puerto de los Cotos, por camino bien señalizado-, el lugar más visitado, a tal punto que lleva más de una década vallada para evitar la erosión de sus orillas. Sus linfas quietas, casi negras, dieron pie a leyendas sobre monstruos acuáticos, que se acabaron en cuanto se descubrió que no tenía ni nueve metros de profundidad. La salamandra, el tritón alpino, el sapo partero y la ranita de San Antonio son las únicas bestias que habitan en esta laguna, considerada como la madre del Lozoya.

Mantuvimos una amistosa conversación con la simpática guarda de la laguna sobre las medidas de protección vigentes, que contrastan gratamente con las que hubo desde 1927 al 97, años en los que se celebraba el primer domingo de agosto la travesía a nado, con más de 2.000 personas contemplándola alrededor de ella, dañando sobremanera sus riberas lacustres. Eran otros tiempos.

Al ver que llegaba el siguiente grupo, a fin de evitar más de 15 personas en la laguna, iniciamos el plácido descenso por el magnífico recorrido, con pasarelas de madera, que atraviesa el circo de Peñalara, con las vacas pastando bajo el refugio de Zabala, toda una estampa que en nada tiene que envidiar a las de montañas suizas.

Al paso por el chozo, recogimos a los avezados que nos esperaban y ya sin más paradas nos plantamos en el cobertizo del Depósito, pasando a mitad de camino por la fuente Cedrón, y desde allí, por la pista ya recorrida por la mañana, alcanzamos el puerto de Cotos, y en la Venta Marcelino, (quién te ha visto y quién te ve), celebramos el fin exitoso de esta preciosa excursión que según me dijo más de uno, las 5 sicarias se quedaban cortas.
Paco Nieto

miércoles, 6 de junio de 2018

Excursión 407: Presas del Mesto y de Pedrezuela por la cascada del Hervidero


FICHA TÉCNICA
Inicio: Pedrezuela
Final: 
Pedrezuela
Tiempo: 6 a 7 horas
Distancia:  22,6 Km
Desnivel [+]: 422 m
Desnivel [--]: 422 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4,5
Participantes: 31

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Prometo no contestar en lo sucesivo a los correos de convocatoria de excursiones con palabras que puedan interpretarse como menosprecio a la ruta ideada por el convocante (en este caso, Paco N.). Iban a ser apenas 13 Km. con poquito desnivel, pero ante mi respuesta de “me apunto al paseíto” acabaron siendo 23; y creo que no fueron más porque Paco consideró que, arrastrando mi rodilla en los últimos 2, ya tenía suficiente escarmiento.

Los 31 que salimos de Pedrezuela ya sabíamos que la lluvia podía visitarnos en cualquier momento, pero pronto lo olvidamos al ver nuestro cerro de San Pedro iluminado por el sol en la distancia. Se ve que el santo había creído que entre nosotros se encontraba Antonio, pero, en cuanto se dio cuenta de que no era así, nos mandó un chaparrón primaveral de esos que se te quedan en el recuerdo. Ante esto, los Pacos de Alcalá debieron ofrecer al santo el sacrificio de renunciar a la excursión, para que los demás la disfrutáramos, volviéndose a Pedrezuela. Y así fue, porque calculo que escampó más o menos cuando ellos tenían que estar entrando en el pueblo.

Mientras llovía, los que llevábamos paraguas grandes íbamos rodeados de amigos. Sin embargo, poco antes de llegar a la presa del Mesto, cuando se ve que los Pacos de Alcalá ya habían cumplido su promesa, apenas caían algunas gotas y los amigos se fueron desperdigando por el camino. Llegamos a la presa, pero no se podía cruzar el río por ella; había una cancela impidiendo el paso con cámara de videovigilancia y todo.

Aquí hago un alto en el relato para anunciar a los lectores que voy a tratar de poner en orden a lo largo de este escrito la ingente cantidad de construcciones del Canal de Isabel II que nos íbamos a ir encontrando por el camino: Canales, sifones, almenaras, respiraderos, presas, acueductos… Así pues, para empezar, nos encontramos con la presa del Mesto, que es más bien un azud, de la cual parte el Canal del Mesto por la margen izquierda del río Guadalix y que, en unos pocos kilómetros (unos 500 m. río abajo de la cascada del Hervidero) vierte sus aguas en el llamado Canal Bajo, justo antes de que éste atraviese el río mediante un sifón. El Canal Bajo, el primero en construirse, procede de la presa del Pontón de La Oliva, recogiendo las aportaciones del canal de La Parra, parte de cuyo recorrido pudimos apreciar en la reciente excursión 400 a lo largo del río Lozoya. El Canal Bajo finaliza su recorrido en el depósito de Islas Filipinas, en Chamberí, siendo su último acueducto el que discurre junto a la Avenida de Pablo Iglesias.

Pues bien, había que intentar pasar el río por un supuesto vado que debía encontrarse por debajo de la presa. Bajamos al río y, a pesar del ejemplo que daban Jorge S. y Ángel R., aventurándose de piedra en piedra entre la corriente, no tuvimos agallas para cruzarlo. Aquí fue cuando Paco N., pretextando prudencia, decidió que 13 Km. iba a ser muy poquito. La alternativa fue bajar cómodamente unos 4 Km., siguiendo el canal del Mesto por el espectacular cañón del río hasta la cascada del Hervidero, próximo a la cual se halla un “puente” sobre el Guadalix. Fuimos dejando atrás, uno tras otro, las hermosas torres de respiración del canal construidas con piedra labrada, hasta que paramos a tomar un tentempié bajo una concavidad de la roca que mantenía seco un pequeño espacio.

En algún punto de este tramo pudimos divisar a lo lejos, mirando hacia atrás, un bello y sorprendente acueducto conocido como acueducto de Zegri. Por él se conducen las aguas procedentes de la presa de Pedrezuela, que mucho más adelante alcanzaríamos. Este acueducto forma parte del Canal del Vellón (nombre éste que, hasta hace no mucho, también tenía la presa), que discurre por la margen derecha del río Guadalix hasta confluir con el Canal del Atazar.

Puesto que el Canal del Mesto va bastante elevado sobre el cauce, para bajar a la cascada tuvimos que hacer un descenso controlado por una empinada senda hasta el “puente”, sin mayores consecuencias. Por supuesto, descendimos los escalones que, desde allí, llevan a la gran poza que se forma bajo la cascada y pudimos contemplarla con delectación; la cascada del Hervidero y el paraje donde se halla nunca decepcionan. Además, nos encontramos con unas chicas conocidas de José Luis y Mª José, que nos hicieron encantadas una hermosa foto de grupo con los dos ramales de la cascada de fondo.

Paco N. había decidido que había que continuar por la margen derecha del río, para ir remontándolo hasta alcanzar el camino previsto inicialmente. Esto nos iba a llevar otros 6 Km., pero no importaba: El día era fresco, la lluvia apenas molestaba y el paisaje era precioso.

El lector avezado habrá notado que previamente he puesto entre comillas la palabra “puente” para referirme al paso del río junto a la cascada. Y es que no se trata realmente de un puente como tal; es la parte más baja del Sifón de Guadalix, por donde discurre el Canal del Atazar, que, partiendo de la presa del mismo nombre, llega al depósito de El Goloso y desde allí se distribuye por varias ramas a distintas zonas de Madrid. Si tenemos en cuenta que en el embalse de El Atazar se almacena cerca del 50 % del agua de la Comunidad de Madrid, nos podemos hacer una idea del enorme caudal que transporta este canal y de la amplitud de la sección del mismo, por lo que queda camuflado como un amplio y cómodo puente.

Después de echar una ojeada a la parte alta de la cascada, Paco nos llevó por una bonita senda que serpenteaba ladera arriba por entre árboles de ribera, praderas y flores multicolores. Y así llegamos a un camino por el que ascendimos hasta la almenara de Los Castillejos, junto a la boca occidental del Sifón de Guadalix. Desde aquí se podía contemplar perfectamente todo el valle del río, tapizado de innumerables tonos de verde y, entre todo ello, toda una sucesión de construcciones del Canal de Isabel II. En particular, desde aquí se apreciaban muy bien algunas torres de respiración del Canal del Mesto, así como su confluencia con el Canal Bajo y el inicio del sifón de éste. Pero sobre todo se veía perfectamente cómo arrancaba en el Canal del Atazar el Sifón de Guadalix, a gran altura al otro extremo y cómo estaban perfectamente delineadas las almenaras de desagüe hacia el río en ambos márgenes. En el punto donde nos hallábamos es donde el Canal del Vellón confluye con el de El Atazar, entregándole sus aguas.

Proseguimos por la pista hacia el norte, atrochando en algunas zonas por entre dehesas para sortear las curvas más pronunciadas del camino. El paisaje de primavera era espectacular; llamaban la atención particularmente los floridos gamonales que se prodigaban en los claros, de un blanco esplendoroso y una altura considerable, acorde con las abundantes lluvias que nos han acompañado desde el invierno.

Había que hacer un alto en el camino para comer el bocadillo y paramos en las inmediaciones de unas ruinas de origen desconocido para mí, pero que bien pudieron servir para alojar maquinaria o personal en algún momento de la construcción del Canal Alto, pues se encuentran junto a un camino que va siguiendo su trazado hasta la presa de Pedrezuela. De hecho, este camino es el que tomamos después de haber comido y descansado un rato.

Inserto aquí una nueva reseña relativa al Canal Alto. Este canal recoge las aportaciones del Canal del Jarama (desde la presa de El Vado en Guadalajara) y del Canal del Villar, tras confluir éstos en Torrelaguna. En su recorrido bordea el embalse del Pedrezuela por su parte oriental hasta la presa, a través de la cual atraviesa el río Guadalix hasta su margen derecho. El Canal Alto finaliza su recorrido en el depósito de Plaza de Castilla, en la capital.

A partir de este momento y a pesar de que ya empezaban a pesar los kilómetros, el ritmo de la marcha se incrementó. Según avanzábamos por las sinuosas curvas del camino, cada vez que nos asomábamos al valle veíamos más cerca el pueblo de Pedrezuela, nuestro destino, así que nos íbamos animando. Pudimos contemplar el acueducto de Zegri, esta vez a nuestra derecha, y lo sobrepasamos (el Canal Alto y el Canal del Vellón discurren casi en paralelo por esta zona). Sin embargo, al poco de rodear la urbanización de Montenebro, más o menos al divisar al fondo la presa de Pedrezuela, cuando nos separaba menos de un kilómetro del pueblo, éste comenzó a alejarse, quedando atrás. ¡Nuestro gozo en un pozo! ¡Aún faltaban 7 para llegar!

Cruzamos la carretera que une la urbanización con el pueblo y enseguida entramos en la Dehesa de Pedrezuela. Tras avanzar un poco más, Paco dio la opción de dirigirse directamente a la presa o subir un poquito hasta lo alto de la dehesa para “tener buena vista” (palabras textuales). Alejandro se sumó enseguida a la segunda opción con la esperanza de reducir unas cuantas dioptrías; no pudo ser, pero compensó la contemplación de los recovecos del embalse y de las montañas en la lejanía, además de poder asegurarnos de que se trataba de una dehesa tras sortear unas vacas con sus terneros que descansaban tranquilamente entre las flores.

Fuimos llegando a la presa a cuentagotas y, una vez allí reunidos, continuamos, esta vez sí, directos hacia el pueblo. Antes de partir, no pudimos dejar de ver un monolito de 1967, yo creo que restaurado o reconstruido por lo bien que se conservaba, que, como testimonio de aquellos tiempos y también de estos, contenía un texto que comenzaba así: “Siendo Franco Caudillo de España…”.

El Canal Alto sobre la presa de Pedrezuela pasa desapercibido, pero, al avanzar hacia el pueblo, no cuesta descubrir parte de su trazado siguiendo la orilla del embalse.

El sol ya lucía sin competencia en el cielo y el calor ya se iba notando. Para llegar nos faltaban apenas dos kilómetros de subidas y bajadas. Aquello parecía una montaña rusa; a pesar de ser poco recorrido y no mucho desnivel, lo recuerdo como lo más duro de la excursión.

Ahora bien, como siempre, una bebida fresquita en el bar del pueblo reconforta del todo, y más cuando se comparte con tantos amigos. La estampa de las cigüeñas en la torre del ayuntamiento también contribuía a ello.

Esta era la excursión centésima de Leonor, quien estaba contenta como siempre, porque más no cabe. Por su parte, José Luis B., hacía la 150. Ellos, además de Javier M., para celebrar su cumpleaños y Rosa P., que recibió la estrella negra en la última entrega, nos invitaron a las cervecitas y demás.

Madi otorga 4’5 sicarias a la excursión. Podían haber sido 5, pero Madi tiene muy en cuenta que me dolía la rodilla al acabar.
Melchor