Inicio: Valdemaqueda
Final: Valdemaqueda
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 22,2 km
Desnivel [+]: 456 m
Desnivel [--]: 456 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Ciclable: En parte
Valoración: 4
Participantes: 29
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
RESUMEN
FOTOS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Quedamos en Valdemaqueda, por primera
vez en la historia del grupo, que para nuestra sorpresa, descubrimos después
que ofrece varias posibles rutas que prometen ser interesantes.
En el trayecto en coche de
Robledo de Chavela a Valdemaqueda, contemplamos con desasosiego y tristeza,
durante los siete kilómetros que separan ambos pueblos, un paisaje desolador,
resultado del brutal incendio que en el verano de 2012 se produjo en esta zona,
y cuyos efectos son aún visibles a ambos lados de la carretera.
En el bar de la pequeña plaza, al
borde de la carretera, nos fuimos reuniendo los 29 que finalmente participamos
en esta ruta, con caras nuevas como la de Cristobal, bienvenido, y otras
conocidas pero que hacía tiempo que no
caminaban con nosotros, como Ángel, que se incorporó más tarde por sufrir algo
que muchos ya tenemos en el recuerdo: los atascos matinales.
El principal objetivo de esta
ruta era conocer el puente Mocha, del que quedé prendado al verlo por primera
vez en una foto de una web de senderismo, se lo hice saber a Antonio, y diseñó
esta excursión que lo cruzaba, a la vez que nos haría recorrer los amplios
meandros del río Cofio.
Salimos de la misma plaza de Valdemaqueda,
callejeando en dirección al camino de Villaescusa, una amplia y cuidada pista
de tierra que corre en paralelo al arroyo de las Chorreras o de Rodajos y la
falda de Cerro de San Pedro, entre veteranos pinos de gran porte que nos tapaban
intermitentemente el escaso sol que la nublada mañana nos había deparado.
Por ser un agradable paseo,
cómodo, cuesta abajo, de bonitas vistas y olor a pino, nos prometíamos una
excursión de lo más placentera para los sentidos.
Y así fue hasta alcanzar, a unos 3 Km del inicio, el puente Mocha, al que algunos adjudican a los romanos y otros a los arquitectos que levantaron en el s. XVI el Monasterio de El Escorial, pues al parecer por él se facilitaba el transporte de madera que se utilizó en la construcción del conjunto monacal.
Y así fue hasta alcanzar, a unos 3 Km del inicio, el puente Mocha, al que algunos adjudican a los romanos y otros a los arquitectos que levantaron en el s. XVI el Monasterio de El Escorial, pues al parecer por él se facilitaba el transporte de madera que se utilizó en la construcción del conjunto monacal.
Sin embargo, el rasante del puente,
de 40 metros de largo, presenta un trazado en forma de lomo de asno muy
medieval, lo que podría indicar que fue levantado mucho antes, tal vez durante
el proceso de repoblación cristiana, que tuvo lugar tras la Reconquista.
Sea cual sea su misterioso origen, lo cierto es que impresionan sus nítidos cinco ojos, restaurados recientemente, reflejándose con serenidad en las hoy quietas aguas del río Cofio, entre verdes praderas y grandes pinos, perfectos y acabados en copa en parasol, como obra de romanos.
Sea cual sea su misterioso origen, lo cierto es que impresionan sus nítidos cinco ojos, restaurados recientemente, reflejándose con serenidad en las hoy quietas aguas del río Cofio, entre verdes praderas y grandes pinos, perfectos y acabados en copa en parasol, como obra de romanos.
Desconcierta ver cómo el actual
trazado de las carreteras le han privado de toda utilidad, ya que en tiempos conducía hacia el valle del Tiétar, y se ha convertido en
testigo solitario de otro tiempo del que parece podemos prescindir.
Prueba de ello es contemplar, apenados, cómo el camino se interrumpe en la margen contraria al topar con la valla de una vieja finca de los duques de Medina-Sidonia, la dehesa de Villaescusa, convertida en fortificado coto de caza.
Donde hace apenas 30 años la Unión Resinera Española explotaba ecológicamente estos montes, a disposición de todo el pueblo, ahora el poder del dinero explota un negocio de dudoso ecologismo, sólo para unos pocos.
Contrariados porque la previsión de Antonio contaba con proseguir por la amplia pista que quedaba inalcanzable al otro lado de la valla, no tuvimos más remedio que continuar por la exigua senda que discurría a esta parte de la alambrada, tan mínima y emboscada que los 8 km que nos llevó recorrerla nos parecieron una eternidad.
Prueba de ello es contemplar, apenados, cómo el camino se interrumpe en la margen contraria al topar con la valla de una vieja finca de los duques de Medina-Sidonia, la dehesa de Villaescusa, convertida en fortificado coto de caza.
Donde hace apenas 30 años la Unión Resinera Española explotaba ecológicamente estos montes, a disposición de todo el pueblo, ahora el poder del dinero explota un negocio de dudoso ecologismo, sólo para unos pocos.
Contrariados porque la previsión de Antonio contaba con proseguir por la amplia pista que quedaba inalcanzable al otro lado de la valla, no tuvimos más remedio que continuar por la exigua senda que discurría a esta parte de la alambrada, tan mínima y emboscada que los 8 km que nos llevó recorrerla nos parecieron una eternidad.
Fueron vanos los intentos por
buscar una senda próxima al río que nos librase de la pesadilla de tener que
estar continuamente apartando ramas de encina o de matorral, y eso que algunos
voluntariosos no paraban de cortar ramas secas y desbrozar, como podían, todo
aquello que entorpecía el camino, con la siempre paradójicamente vista, a
nuestra izquierda, de la solitaria y espléndida pista que intocable discurría a
cuatro milímetros de nosotros.
Un guarda de la finca, que en su confortable
coche nos encontramos casi al final del tortuoso recorrido, admiró nuestro buen
comportamiento al no cortar, como parece ser han hecho muchos, la alambrada para
proseguir por la holgada pista, lo que no sabía es que ganas no nos faltaron.
Pasado el infierno, alcanzamos el
Puente Nuevo, en la M-539, justo en el límite de Madrid con Ávila, junto al
cual, en una bonita pradera, descansamos mientras comíamos, momento en que José
María recuperó sus gafas, medalla, estrella y casi media mochila que tanto
testarazo con el ramaje le hizo desparramar, como garbancito, por todo el
camino, y que Antonio y yo fuimos recogiendo para su sorpresa.
El camino de vuelta prometía ser
más tranquilo y grato, superado un primer tramo de valla, pero algunos
desconfiados prefirieron volverse en el coche de José Luis H, con la consiguiente
bronca del resto, sobre todo a un reincidente habitual, del Atleti, para más señas.
Menguados por los desertores y
los que ya tenían previsto hacer media excursión, continuamos por la margen
derecha del río Cofio, hasta encontrar una pista libre de valla, en las
proximidades del arroyo de la Hoz, al que ahora tocaba remontar, en dirección
norte, plenos de gozo, liberados de las estrechuras que habíamos padecido en la
bajada, lo que nos permitió disfrutar de los riscos de Valparaiso, el Chaparral
y el Águila, que en este orden fueron ofreciéndose a nuestra vista.
Alcanzada la carretera M-537, la
seguimos por una senda paralela hasta llegar de nuevo a la plaza de
Valdemaqueda, en cuyos bares festejamos el haber terminado la excursión sin más
incidentes que los leves arañazos que nos recordarán durante unos días lo entretenidos
que estuvimos recorriendo los meandros del río Cofio.
Por todo ello, esta excursión,
pese a su dureza, o quizás por ello, será evocada por todos los que la
hicimos con un grato recuerdo de superación de las dificultades y compañerismo,
así es que se ha merecido 4 sicarias.
Paco Nieto
FOTOS
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