miércoles, 22 de junio de 2022

Excursión 634: Foces del río del Infierno

FICHA TÉCNICA
Inicio: La Pesanca. Rifabar. Asturias
Final: La Pesanca. Rifabar. Asturias
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 12,2 Km 
Desnivel [+]: 662 m 
Desnivel [--]: 662 m
Tipo: Ida y vuelta
Dificultad: Media
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 13

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta






























PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK

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RESUMEN
Para ver el paraíso del río Infierno hay que pasar antes por una carretera estrecha y llena de curvas sin visibilidad, que serpentea entre Infiesto, la capital del concejo, y Espinaredo, esta villa rodeada de bosques y montañas es la que más hórreos, y más antiguos, posee de todo el Principado: 26.

Los hórreos tienen cuerpo de madera de castaño (alguno de ellos, con bajorrelieves policromados) y techo de teja árabe, y están erguidos sobre cuatro altas patas o pegollos para preservar de la humedad las patatas, las panojas y los chorizucos. De la humedad y de los roedores, porque entre los pegollos y la caja de madera del hórreo hay muelas, unas piedras lisas y redondas como las de un molino, cuya cara inferior es impracticable para los ratones: no tienen dónde agarrarse.

Por dentro, los hórreos están divididos en cuatro y cada parte pertenece a una familia. Han servido para guardar el maíz y las avellanas, luego como trasteros, como garajes e incluso como terraza de un restaurante, como la de El Rincón de Espinaréu.

El más antiguo data de 1548. Muchos tienen sobrepuertas talladas, liños (vigas que sustentan el tejado) tallados o pintados con radiales, hexapétalas o cruces, además de motivos solares, cuyo origen se remonta a la Edad del Hierro. Destaca l'Horru La Capilla, así llamado porque antiguamente se usó para oficiar misa, antes de que se construyera la iglesia.

Continuamos el viaje valle arriba, hacia Riofabar, viendo cómo el río y la carretera surcan prados con avellanos y manzanos en los que pacen asturcones. De las avellanas se saca motivo para la fiesta más popular del valle (el Festival de la Avellana), que se celebra cada primer domingo de octubre en el Santuario de la Cueva, a un kilómetro de Infiesto, con ofrenda de los primeros frutos a la Virgen.

De las manzanas se obtiene una sidra de la que se ufanan mucho en la comarca (“Dos cosas hay en Infiesto / que no las hay en Madrid: / la santina de la Cueva / y la sidra Manolín”. Y del asturcón, que es un caballo duro y montaraz se obtiene la satisfacción de conservar una raza autóctona y un eslogan turístico: “Piloña, tierra de asturcones”.

La carretera rebasa la aldea de Riofabar y, dos kilómetros después, el área recreativa del Arboreto de Miera, donde hace décadas fueron plantados cipreses de Lawson, pinos de Oregón y otras coníferas exóticas, como si los árboles autóctonos no fuesen ya suficientemente grandes e impresionantes. 

Árboles como los castaños que asombran, un poco más arriba, las mesas y praderas ribereñas del área recreativa La Pesanca que es la más antigua de Asturias. Aunque, para antiguos, estos castaños gigantescos. Aquí acaba el asfalto y comienza el recorrido a pie por las foces (hoces) del Infierno, el tramo más alto, selvático y encañonado del río.

El río Infierno nace en las montañas del confín meridional del concejo de Piloña, en el oriente de Asturias y baja saltando por los bosques del parque natural de Redes de seres como corzos, rebecos, nutrias, urogallos y otras 204 criaturas (la mayor biodiversidad vertebrada de la región). Lo de llamarle Infierno a un río tan paradisíaco tiene difícil explicación. Por buscarle alguna, hay quien dice que, en otoño, las hayas, los castaños, los robles, los alisos y los avellanos que pueblan sus riberas refulgen como las llamas del infierno y que por eso se conoce con ese nombre.

Desde el área recreativa La Pesanca, donde dejamos los coches los 13 participantes de esta excursión, el camino no tiene pérdida. Es la continuación natural, sin asfaltar, de la carretera: una excelente pista de tierra que cruza aquí mismo el río Infierno por el primero de los siete puentes que nos encontramos a lo largo de la excursión.


Dicha pista nos lleva en suave ascenso por un valle que se cierra poco a poco hasta que, llegando al segundo puente, como a media hora del inicio, acontece un cambio radical: el bosque de robles y alisos ribereños se torna en un espesísimo hayedo.

La luz que bañaba los risueños prados de más abajo se vuelve verdinegra, espectral, casi lunar, y las aguas se encajonan rugidoras en un estrecho, el de la Lanchosa, tajado a lo largo de miles de años en la roca caliza por el Infierno, río que a veces se encabrita en espumeantes cascadas, a veces se remansa en pozas de agua cristalina que casi no se ve.

Al llegar al sexto puente (que no cruzamos), tomamos en la bifurcación que allí se presenta la pista de la derecha.

A partir de este punto, ascendimos unos dos kilómetros más antes de tener que dar la vuelta y volver al coche por el mismo camino, debido a una incesante y persistente lluvia que nos hizo desistir del objetivo inicial que era llegar al pie de la foz de Moñacos, Moniacos, Muniacos o Muñiacos... nombres para todos los gustos que recibe este minidesfiladero, labrado por un afluente del Infierno, donde aflora en forma de paredes verticales la blanca roca caliza de los montes.

Una senda pedregosa permite, desde el final de la pista, atravesar esta pequeña hoz para ir a salir a un idílico vallejo, situado a mil metros sobre el mar y 500 sobre La Pesanca. En fin, queda para otra ocasión, la conclusión y disfrute de la misma.

Con el tiempo desapacible y mojados por la lluvia, llegamos con los coches a Espinaredo, donde nos trasportamos a tiempos pasados. Comimos nuestros bocadillos en la terraza de un mesón y bajo un toldo, para después visitar el pueblo y sus famosos hórreos y paneras asturianos, así como un antiguo lavadero restaurado, en un respiro que dio la lluvia.


La puntuación de la ruta es de 4,5 sicarios, dado que, aunque el paisaje y el entorno es bellísimo, la lluvia deslució e imposibilito su conclusión.
Javier Miguel

FOTOS

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