* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
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RESUMEN
Muchas ganas de disfrutar entre los senderomagos de hecho y de derecho, así que empieza la mañana con gran ánimo, solo ligeramente empañado por el pesimista presentimiento de que los bufones de Pría no se van a mostrar hoy especialmente tronantes.
Comenzamos a andar por el pueblo de Llames. Asturias, (ojo, que yo me sé de algunos que se fueron antes a Llanes y tuvieron que rectificar), siguiendo las indicaciones bien marcadas a través de sus calles hacia los famosos bufones, si bien su visita tendrá que esperar un poco porque nada más llegar a la línea de costa nos topamos con la playa de Guadamía; y aquí la tropa se lanza a la arena como si no hubiera un mañana; se aprovecha para hacer la foto de grupo, con la excepción del que suscribe, que en ese momento se da cuenta de que no se ha puesto las botas y debe regresar al aparcamiento a toda prisa (ya dice el refrán que a quien Dios no le ha dado cabeza le da pies).
La primera parte del recorrido la relato por referencias, ya que yo tengo que ir a la búsqueda del grupo atajando por la carretera y un supuesto camino marcado en el mapa que se va angostando hasta hacerme temer la imposibilidad de completarlo, si bien finalmente lo consigo.
Pues bien, me dicen que el paseo por los bufones es espectacular, que me he perdido lo mejor de la ruta.
Se trata de un paisaje kárstico en el que abundan los lapiaces, que son fruto de la erosión de la roca caliza y que se acaban convirtiendo en grietas y chimeneas que conectan con las simas marinas a través de cuevas excavadas por el mar en el acantilado, éste muy elevado, impresionante y bello, según me siguen relatando para ponerme los dientes largos.
Yo me consuelo sabiendo que únicamente han podido oír un bufido, presumo que no de mucha entidad, sin siquiera un poco de vapor; es lo que tiene un día como hoy, con el viento en calma y por añadidura con la marea baja.
Eso sí, el cielo totalmente despejado y el mar sereno están espectaculares, la luz del sol resalta los colores de la naturaleza y la mirada alcanza a ver diáfanamente hasta distancias increíbles.
El encuentro con el grupo tiene lugar en un acantilado mágico por su espectacularidad, el llamado Pozo de las Grallas, un entrante del mar de 150 metros a través de dos arcos gigantescos separados por una columna que se asienta bajo las aguas negras y profundas.
El primero que llega es Antonio, que viene como una moto recién recuperado del todo; apenas se detiene un momento para saludar y sigue el camino para no perder el ritmo. Los demás van llegando poco a poco, en pequeños grupos, salvo unos cuantos que deciden atajar “el puente” que separa el pozo del mar, a costa de perderse la vista ya descrita.
El paisaje sigue siendo kárstico aunque menos dificultoso que al principio. Siguiendo el sendero nos allegamos hasta enormes dolinas derrumbadas hasta las que penetra el agua del mar y en las que podemos llegar a ver y oír el batir de las olas.
El día avanza y el calor se nota; por aquí Vicky necesita ya urgentemente fresco; ¡quién le iba a decir a ella que en noviembre y en Cantabria el sol iba a calentar así! Solo podemos ofrecerle un poco de nuestra sombra en una breve parada.
Menos mal que, al cabo de un rato no muy largo, llegamos a un camino sombreado que se dirige hacia el pueblo de Villanueva. Atravesándolo, nos vamos derechos a su playa de La Canal, que, hundida entre dos paredones verticales de roca desnuda, está en la umbría y rezuma humedad. Aparte de refrescarnos hasta el punto de tener que abrigarnos, aquí tomamos el tentempié de media mañana y los más osados y calurosos incluso llegan a bañarse (Vicky se queda bien a gusto).
Ya muy relajados continuamos ruta hasta cruzar el llamado río Nuevo, que se muestra cantarín pero al poco desaparece bajo las piedras hasta reaparecer poco después en la maravillosa playa de las Cuevas del Mar; nosotros, para llegar a esta playa, tomamos un pequeño tramo de la carretera que asoma a la playa tras atravesar un túnel.
La marea está baja y la playa se percibe en toda su amplitud. Hay quien se asienta en algunos troncos dispersos por la arena y quien se dedica a explorar, paseando y admirando el sorprendente paisaje, en particular los entrantes del mar entre arcadas de rocas.
Al rato nos advierte Antonio que un ganadero le ha dicho que merece mucho la pena alargar un poquito la ruta para acercarnos hasta la ermita de San Antonio.
La mayoría optamos por hacerlo tomando una senda al otro extremo de la playa y desde luego que vale la pena, no por la ermita en sí, sino por las espectaculares vistas que se van divisando al acercarnos y que culminan en lo alto de la pequeña península donde se asienta la ermita, desde donde se contempla un paisaje arrebatador que no tiene fin, de los acantilados que se pierden en la distancia a las montañas del interior que se recortan en la profundidad hasta los Picos de Europa claramente distinguibles.
Aquí hay quienes deciden tomarse el bocadillo embelesados y quienes, excesivamente cautelosos por la previsible subida de la marea, decidimos volver a la playa para tomarlo allí.
Diré de la vuelta a Llames que se hace por recoletas carreterillas por las que ya andamos más sueltos y, en animada conversación, como es costumbre, vamos mirando los prados, algunas aldeas por las que pasamos y también los chalecitos que han ido brotando a la búsqueda de idílicos sueños.
Añadir finalmente que el día lo rematamos contemplando la puesta de sol desde lo alto de la Sierra de Oyambre, con la playa de Gerra a nuestros pies y las montañas como telón de fondo mientras nos tomamos la cervecita de rigor en el bar “El Rayo Verde”, donde nos tratan estupendamente a pesar de que casi les agotamos las existencias de cerveza sin alcohol.
Pudiera parecer que, como el “Bramadoriu” estuvo ausente de la ruta, nos quedamos algo decepcionados, pero el día fue tan completo y generoso en todos los sentidos que, para mí, se merece la máxima calificación del GMSMA: 5
Melchor Abejón
Que bonito paisaje.
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