Inicio: Patones
Final: Patones
Tiempo: 3 a 4 horas
Distancia: 13,8 Km
Desnivel [+]: 168 m
Desnivel [--]: 168 m
Tipo: Circular
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: No/No
Ciclable: En parte
Pozas/Agua: No/No
Ciclable: En parte
Valoración: 3
Participantes: 14
MAPAS
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
RESUMEN
¿Por qué los beduinos habitan el desierto? ¿Por qué 14 senderomagos se
animan, en un día con previsión de 32º a la sombra, a lanzarse a los campos
yermos de Castilla a pleno sol?
Hay una respuesta sencilla a las dos preguntas,
la que dio el torero “El Gallo” cuando le presentaron a Ortega y Gasset como
filósofo: “Hay gente pá tó”. Hay otra respuesta más elaborada que se refiere a
la adaptación al entorno, el aprovechamiento de los recursos, etc.
Bajo esta segunda
óptica, puede ser que unos cuantos higos recolectados con mejor voluntad que
fortuna, así como los huevos fritos del bar Manolo de Patones de Abajo servidos
por nuestra amiga María, puedan explicar el éxito de esta convocatoria, más
teniendo en cuenta que muchos se podrían haber apuntado al sereno disfrute de
la fresca brisa en la cumbre del Almanzor; incluso tres de los participantes
regresaron el día anterior precipitadamente desde Gredos para no perderse esta excursión.
La cosa empezó bien a media mañana, aún con el fresquito, acompañando el
camino con las explicaciones de Antonio acerca del paisaje y las curiosidades
de la zona. Continuó muy bien cuando llegamos a la antigua fábrica de
harinas junto al río Jarama, que apareció como un oasis transfigurada con increíble
belleza.
La cosa siguió siendo muy interesante cuando, tras cruzar el puente
sobre el río, fuimos subiendo por una senda hacia el pueblo de Uceda.
Así
descubrimos que el origen de la senda es una antigua calzada de cantos rodados
recuperada totalmente en su tramo final, o que cientos, quizás miles de golondrinas nos
esperaban revoloteando y posadas sobre los cables de alta tensión tras la
primera revuelta, o que en lo alto de la loma que remontábamos se hallan los
restos arqueológicos de una fortaleza, o que, a media ladera, un pilón
refrescante surtido por un manantial evoca historias antiguas, o que, ya en lo
alto y en las afueras del pueblo, los restos aún bien conservados de una
preciosa iglesia románica, la de la virgen de La Varga, sirven como romántico
cementerio local. Eso sin contar unas plantas rastreras de pepinillos del
diablo que, ya maduros, lanzaban su chorro a presión al tocarlos, u otras más
con unos extraños frutos con pinta de sandias en miniatura con púas (Cucumis
myriocarpus Naudin, según Internet).
Subimos al promontorio de lo que fue castillo y desde allí contemplamos las
estupendas vistas del valle del Jarama: Las cárcavas arcillosas al oeste, con
la abrupta fractura del Lozoya por el Pontón de la Oliva, las vías de agua del
Canal de Isabel II al frente, con sus sifones, los 3 pueblos más próximos
(Torrelaguna, Torremocha y Patones de Abajo) y, ya al sureste, el valle sinuoso
perdiéndose entre páramos.
En la bajada coincidimos con un paisano muy entrado
en años que nos aleccionó acerca del lugar.
El origen del castillo es musulmán,
nos aseguró, y el de la calzada, romano. También nos dijo que el agua de la
fuente del pilón está especialmente recomendada para lavar los ojos (debe ser
realmente apreciada, porque mientras esto sucedía otro paisano se allegó hasta
la fuente con un carrito de la compra lleno de garrafas vacías y comenzó a
rellenarlas). Finalmente nos habló de las hazañas del héroe local, Juan Vela de
Bolea, alias “Capitán Bolea”, quién al parecer libró al pueblo del acecho de
una enorme serpiente que lo atemorizaba; y digo yo que más que serpiente debía
ser dragón, si nos atenemos a los mucho más meritorios actos heroicos que se le
atribuyen a este personaje en la guerra de Flandes. Según nuestro informador, queda testimonio de
esta lucha entre Bolea y la serpiente en una imagen de la virgen de La Varga
conservada en la iglesia nueva del pueblo.
Volviendo sobre nuestros pasos, nos asentamos en un evocador patio exterior
de la remozada fábrica de harinas, donde tomamos el tentempié sin prisas y nos
hicimos la foto de grupo, aunque no conseguimos desentrañar el enigma que encierran
sus muros: ¿acaso en su interior se halla discretamente custodiada una princesa
mora?
A partir de aquí, ya no recuerdo más que estampas sueltas: El caminar apresurado,
para abreviar las horas de calor, por carreteras, por pistas, por rastrojos,
por tierras de labor recién aradas repletas de cantos; la aparición, a
intervalos, de viejos puentes y casetas de guarda del antiguo canal de
Carrabús, ya casi totalmente enterrado; el vuelo lúgubre de una pareja de
buitres sobre los más rezagados; una de nuestras Rosas llena de espinas tras
agarrarse inadvertidamente a un cardo para superar un repecho.
Nicolás
avanzando con esfuerzo, resentido tras la subida al Morezón del día anterior;
racimos de dulces uvas doradas por el sol comidas en un majuelo perdido; el
panorama del río al fondo, rebañando los montes, con Uceda en lo alto; un
campito de calabazas de varios tamaños, formas y colores; el retorno hacia
Patones por los caminos sobre las canalizaciones de agua; algunos higos
esporádicamente recogidos al borde de los canales...
Menos mal que al final de todo nos esperaba “nuestra amiga María” con buena
provisión de cerveza, de huevos fritos, de oreja, de lomo, de morcilla, de
chorizo, de patatas fritas...Bueno, y también algo de ensalada. ¡Qué difícil es
mantener una dieta baja en colesterol!
¿Cómo calificar este itinerario tan extraño? Por consenso entre los
comensales más cercanos, la calificación es de 3 sicarias.
Melchor
FOTOS