miércoles, 19 de noviembre de 2014

Excursión 210: Canto del Berrueco - Las Cuatro Damas - La Dehesilla

FICHA TÉCNICA
Inicio: Canto del Berrueco
Final: Canto del Berrueco
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 13 km
Desnivel [+]: 697 m
Desnivel [--]: 700 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: Sí
Valoración: 5
Participantes: 33

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta

























PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
Segundo intento de alcanzar, para todo el grupo, La Raja de La Pedriza que, por un venturoso despiste, nos llevó a descubrir una preciosa ruta a través de riscos y gargantas para enlazar con el PR.C.1, dándonos además la oportunidad de realizar un tercer intento para alcanzar la dichosa Raja en el futuro. Para ello, quedamos en Manzanares el Real, con el cielo cubierto de nubles blancas, de las que adornan pero no mojan.

Partimos del entorno de El Berrueco para seguir el camino paralelo al arroyo de Santillana, que obliga a traspasar una cancela y cruzar el arroyo por un puente, para elevarse después hacia el oeste.

Mª Ángeles e Inmaculada nos habían dado la sorpresa de acompañarnos por primera vez y caminaban a buen paso, siguiendo el ritmo impuesto por Antonio, que gana en intensidad semana a semana.

No sé quién propuso una estrategia urgente para conseguir engañar a Antonio con una contradieta de la servilleta, aunque tras haber superado la prueba del “todo incluido” en un paraíso estival, lo tenemos difícil; además, sé de buena tinta que hay otro senderomago adicto desde hace poco a la dichosa dieta...

Antes de que el camino se convirtiera en senda, a unos cuantos nos dio tiempo a asomarnos a La Gran Cantera desde arriba. Después, nada más pasar unas jaulas en desuso para ungulados, ya entre roquedos, nos topamos con un rebaño de cabras montesas, en el que destacaban algunos machos de extraordinaria cornamenta. Nos delectamos en su contemplación, pero no sería ni mucho menos el único rebaño que veríamos durante el día.

Por una senda cada vez más desdibujada íbamos ganando altura y abarcando con la vista cada vez más extensión: El embalse de Santillana parecía un mar de plata y, con un poco de imaginación, la cárcel de Soto con su torre elevada podía pasar por un santuario.

Traspasamos una formación rocosa que simulaba un gran camaleón tomando el sol y, ya un poco necesitados, hicimos un descanso bajo la mole de La Torre Inclinada para tomar un tentempié e imponer a Nicolás su estrella negra centenaria; faltó el beso de nuestra musa Leonor en la ceremonia, si bien Antonio lo suplió con un efusivo abrazo. Hay que mencionar que Paco Donaire ya cumplía con esta su marcha 50ª. ¡Felicidades también por esta estrella azul!

Después, la senda ya no era senda, sino un continuo sube-baja a través de rocas y arbustos, donde el avance era lento y donde Rosa P. acaparó toda la ayuda de los compañeros para ir superando dificultades, mientras Raquel quedaba abandonada a su suerte y además sin el consuelo de Mecha, que estaba ausente.

Total, que los demás se apañaban como podían; Rosa B., por ejemplo, había encontrado un talismán consistente en las mandíbulas de un ciervo volador. El asunto se puso aún peor cuando hubo que trepar por las grietas abiertas por un estrecho reguero de agua que se derramaba desde lo alto, pero lo conseguimos.

Muchos llevábamos un rato preguntándonos cuándo comenzaríamos a bajar, cuando Antonio nos dio la noticia de que nos habíamos desviado de la ruta prevista, elevándonos en exceso. Reunido el Consejo de Sabios, con los GPS´s enarbolados y un mapa en papel desplegado sobre la roca, se vio que había dos posibilidades: Volver a bajar por donde habíamos llegado (¡oh, pavor!) o seguir remontando la ladera hasta confluir con un sendero conocido.

Sabiamente, como es natural, se decidió continuar y así disfrutamos de un bonito trayecto en el que, tanto se alternaban balcones naturales desde los que nos asomábamos al Hueco de Coberteros, como nos internábamos entre rocas ciclópeas por rincones inéditos donde crecían los robles al abrigo de los vientos o donde un numeroso rebaño de cabras montesas nos ofreció estampas inolvidables.

Así nos acercamos a un área ya conocida, el sendero que discurre frente a las moles de Los Fantasmas, uniendo la pradera de El Yelmo con el collado de La Dehesilla. En sus proximidades, nada más traspasar La Cara con sus Cuatro Damas flanqueándola, nos aposentamos para tomar el merecido bocadillo y descansar. Se tomó la foto de grupo e iniciamos el descenso hacia el collado. En la bajadita por los roquedos, de nuevo Rosa P. se llevó todas las atenciones.

Ya en el collado, el grupito de “los presurosos” se encaminó enseguida, siguiendo el arroyo de Coberteros, hacia El Berrueco, origen y destino del día. El resto nos lo tomamos con más calma, recreándonos con la paz del collado y los colores del otoño, para seguir más adelante sus pasos.

En el descenso nos fuimos disgregando; hubo varios que se entretuvieron cogiendo níscalos, que abundaban en algunos puntos, mientras otros, especialmente Juan, se dedicaban a extasiarse con el paisaje otoñal, parando en los balcones naturales que se iban presentando; también hubo quién se entretuvo bastante tiempo internándose por entre los restos de la Gran Cantera; algunos dicen que de nuevo Rosa P. captó las atenciones en la cantera, esta vez sólo de Paco N… 

Por mi parte y por imperativo de Nicolás, que ya aprovecha su autoridad de estrella centenaria, me veo obligado a confesar que me di una buena talegada cayendo de espaldas sobre una roca, golpe que aún rememoro por el dolor que persiste en la rabadilla.

Desde la cantera sólo había que regresar hasta El Berrueco por el mismo camino que habíamos tomado en la mañana. Todos hemos disfrutado mucho en esta marcha y además nuestras invitadas de hoy han quedado muy contentas. Total, que Madi otorga 5 bien ganadas sicarias.

Nota adicional: Tres de nuestros coches aparecieron con lunas laterales rotas, con no se sabe muy bien que objeto, pues nada se llevaron los desalmados, quizá porque nada de valor había. Pero esto no nos va a quitar la satisfacción de haberlo pasado bien; además, a Juan le regalaron limpiaparabrisas nuevos por reparar la luna… 
Melchor

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