FICHA TÉCNICA
Inicio: Somosierra
Final: Robregordo
Tiempo: 4 a 5 horas
Final: Robregordo
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 12,2 km
Desnivel [+]: 267 m
Desnivel [--]: 413 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Media
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Media
Pozas/Agua: No/Sí
Ciclable: En parte
Ciclable: En parte
Valoración: 3
Participantes: 28
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
Iba a ser una excursión con dos hitos destacados,
según Juan había reseñado: La Chorrera de Litueros y los rodales de la acebeda
de Robregordo.
Terminó siendo una huída por la nieve en busca de la
civilización, cuyo único rastro se hallaba de vez en cuando en alguna señal del
gasoducto Madrid-Burgos, y teniendo como única meta llegar a Robregordo a las
tres.
Acudió Antonio al puerto de Somosierra sólo para
entregar el testigo del GPS donde estaría marcada la ruta, ya que no podía
participar de la misma, como tampoco podía hacerlo Juan.
Y empezó la cosa
obviando la visita a la chorrera para poder llegar a tiempo al destino. Así
que, saliendo por el camino frente a la ermita, comenzamos a andar con bastante incertidumbre en nuestras mentes por el tiempo que íbamos a tener.
Había bastante nieve. Había niebla. Hacía frío,
acentuado a veces por el viento. Granizó. Nevó. Llovió. En definitiva, un día
de perros. Por eso nos acompañó durante todo el trayecto un mastín ovejero que
nos cogió cariño y formaba conjunto con nuestras mascotas titulares Teo y Lucas.
Tenía este mastín un pelaje muy parecido al de Teo, de forma tal que la primera vez que lo vi me estremecí al notar el súbito crecimiento que Teo había experimentado de repente. Unos decían que el mastín estaba abandonado, otros que le apetecía dar un paseo por ver si le caía algo; parece ser que se volvió sin más al finalizar la marcha.
Tenía este mastín un pelaje muy parecido al de Teo, de forma tal que la primera vez que lo vi me estremecí al notar el súbito crecimiento que Teo había experimentado de repente. Unos decían que el mastín estaba abandonado, otros que le apetecía dar un paseo por ver si le caía algo; parece ser que se volvió sin más al finalizar la marcha.
Si rara vez podemos conocer nuestro destino de
antemano, no iba a ser ésta la excepción. Perdidos, perdiditos... anduvimos
casi en todo momento, aunque apenas cundió el desánimo gracias a que la mayoría
nos fiábamos inocentemente de unos cuantos que iban interpretando el GPS y los
mapas de la zona.
Toda una muestra de la felicidad que proporciona la
ignorancia.
Aún así, vivimos escenas memorables: La travesía
por las laderas desnudas donde sólo el manto de la nieve era visible, los
granizos que se precipitaban desde el cielo como una sopa de estrellas
(literalmente), los arroyos generosos fluyendo a intervalos, los primeros
acebos dispersos que nos hacían concebir esperanzas, el paso por un pinar con
bloques de nieve cayendo desde las copas, algunos imponentes robles ya próximos
a la acebeda... y por fin los primeros acebos cuajados de frutos rojos.
Lo único que, cuando esperábamos llegar a los
rodales de acebos, resulta que estábamos abandonando la acebeda, además sin
haber comido nada desde el aperitivo despachado al poco de iniciar la marcha
resguardados de la ventisca tras una caseta.
Era la guinda que faltaba para completar la impresión que se debieron llevar los tres participantes que nos acompañaban por primera vez: Paulino, Ana II y Gema. No obstante, hay que agradecer su entereza y discreción, pues creo que fueron de los pocos que no pusieron verde a nadie.
Era la guinda que faltaba para completar la impresión que se debieron llevar los tres participantes que nos acompañaban por primera vez: Paulino, Ana II y Gema. No obstante, hay que agradecer su entereza y discreción, pues creo que fueron de los pocos que no pusieron verde a nadie.
Ya se divisaba Robregordo y había que hacer un plan
de mejora para evitar otra jornada tan caótica. Tras un encendido debate, Santiago
señaló que la solución final se hallaba en guillotinar a los tres o cuatro que
habían andado manoseando el GPS y los mapas, aunque luego se ablandó y declaró
que era suficiente con ejecutar a dos, por lo que a partir de ahora recomiendo
asignar a Santiago el apelativo de “El Magnánimo”.
Poco antes de llegar al pueblo vimos el coche de
Juan estacionado en el camino, señal de que andaba por allí (luego nos informó
de que había ido a echar un vistazo a los rodales de acebos). Tras localizarle
por teléfono, nos reunimos todos en el bar que hay bajo el reloj del pueblo,
donde llegamos fatigados y hambrientos.
Disfrutamos del raro privilegio de
zampar el bocadillo acompañándolo de cerveza, mientras el propietario del bar,
al contarle de dónde veníamos, tenía cara de pensar: “Están locos estos
romanos”.
José María hizo el reparto del Álbum 2013, que
fue muy emotivo. Aunque ya recibió un aplauso en el momento, no está de más
volver a agradecer desde aquí, en nombre de todos, el gran esfuerzo realizado
para conseguirlo.
Juan, que ya había alcanzado el primero de los
hitos de la excursión, aún no habiéndola hecho, tenía ganas también de lograr
el segundo, así que propuso acercarnos en coche a la chorrera de Litueros; sólo
cinco lo hicimos, pero diré, para envidia del resto, que fue quizá lo más
hermoso del día, ya que, aparte del encanto del paisaje, presentaba un caudal
espectacular; y sólo estaba a diez minutos andando desde donde dejamos los
vehículos.
La calificación de Madi para esta caminata,
teniendo en cuenta las penalidades acontecidas, es de 3 sicarias.
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