Inicio: Puerto de la Morcuera
Final: Canencia
Tiempo: 5 a 6 horas
Final: Canencia
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 16,6 km
Desnivel [+]: 272 m
Desnivel [--]: 891 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: No
Ciclable: En parte
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: No
Ciclable: En parte
Valoración: 3,5
Participantes: 30
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
En esta ocasión, además de pasar y repasar a
fondo las carreteras que unen Miraflores con Canencia y el puerto de La
Morcuera, tuvimos ocasión de patear los altos parajes de esta sierra y
descender hasta el pueblo de Canencia soportando la niebla, la lluvia ocasional
y también los tramos-trampa con los que Antonio nos suele sorprender.
Si obviamos la intendencia motorizada, todo
empezó estupendamente nada más iniciar la caminata: Nos sorprendieron unas
vistas espectaculares de todas las cumbres, de un blanco refulgente que
contrastaba con el azul del cielo y las nieblas en los valles.
Presidía el panorama, al norte, la majestad del macizo de Peñalara seguido de Los Montes Carpetanos, mientras a nuestras espaldas y a un tiro de piedra, La Najarra moteada de nieve daba paso a toda La Cuerda Larga. Hacia el sur, una neblina persistente impedía las vistas. A buen paso, Antonio guiaba al grupo siguiendo una senda, apenas perceptible entre la vegetación y la nieve ocasional, que nos encaminaba por el borde de una alambrada al pico Perdiguera. Como estábamos frescos y la subida no era fuerte, llegamos sin sentirlo a ésta nuestra primera meta volante.
Presidía el panorama, al norte, la majestad del macizo de Peñalara seguido de Los Montes Carpetanos, mientras a nuestras espaldas y a un tiro de piedra, La Najarra moteada de nieve daba paso a toda La Cuerda Larga. Hacia el sur, una neblina persistente impedía las vistas. A buen paso, Antonio guiaba al grupo siguiendo una senda, apenas perceptible entre la vegetación y la nieve ocasional, que nos encaminaba por el borde de una alambrada al pico Perdiguera. Como estábamos frescos y la subida no era fuerte, llegamos sin sentirlo a ésta nuestra primera meta volante.
El panorama desde el pico hacia Miraflores debe
de ser espléndido, pero la niebla ascendía amenazante por la ladera y nos
impedía contemplarlo; nos conformamos con tomar tranquilamente nuestro
tentempié aposentados en las rocas de la cumbre, las cuales, por cierto,
presentaban al llegar mondas de mandarina desperdigadas sobre ellas, como
evidencia del incivismo que aún persiste en las prácticas senderistas.
Poco antes de continuar, la niebla nos envolvió
casi imperceptiblemente y ya no nos abandonó hasta casi llegar al pueblo de
Canencia. José Luis F. y su fiel Teo se volvieron por tener obligaciones y los
demás seguimos cuesta abajo por un cortafuegos hasta desembocar en la pista que
une los dos puertos, en las proximidades del de Canencia.
Se caminaba cómodamente, salvo Jesús con sus botas nuevas, y se aprovechaba para comentar nuestros gustos, pasiones y debilidades; así pudimos constatar que a los del GMSMA, como a una gran parte de la población, nos encantan los documentales de la 2 (de ahí su “extraordinaria” audiencia); también nos sorprendimos al descubrir que muchos nos mareamos fácilmente viajando en coches ajenos, ¡y eso que se comparten muchos coches en el GMSMA!
Se caminaba cómodamente, salvo Jesús con sus botas nuevas, y se aprovechaba para comentar nuestros gustos, pasiones y debilidades; así pudimos constatar que a los del GMSMA, como a una gran parte de la población, nos encantan los documentales de la 2 (de ahí su “extraordinaria” audiencia); también nos sorprendimos al descubrir que muchos nos mareamos fácilmente viajando en coches ajenos, ¡y eso que se comparten muchos coches en el GMSMA!
Varios compañeros dieron por finalizada la
excursión en el puerto de Canencia. El resto nos fuimos acomodando en las mesas
del área recreativa para comer, mientras la niebla se iba cerrando y las
charcas del entorno parecían hediondos lechos fantasmales.
Al estar quietos, el frío iba adentrándose en el cuerpo y sólo algún trago de vino y las prendas de abrigo añadidas nos iban reconfortando. Pero podía haber sido peor, ya que, nada más recoger los trastos para seguir la caminata, una lluvia copiosa comenzó a caer, llevando la contraria a quienes habían afirmado taxativamente que con niebla no llueve.
Eran las tres en punto de la tarde. Joaquín se refugió bajo una chapela de roca para no mojarse, pero como en el gimnasio todavía no se ha preparado lo suficiente, no pudo llevársela puesta.
Al estar quietos, el frío iba adentrándose en el cuerpo y sólo algún trago de vino y las prendas de abrigo añadidas nos iban reconfortando. Pero podía haber sido peor, ya que, nada más recoger los trastos para seguir la caminata, una lluvia copiosa comenzó a caer, llevando la contraria a quienes habían afirmado taxativamente que con niebla no llueve.
Eran las tres en punto de la tarde. Joaquín se refugió bajo una chapela de roca para no mojarse, pero como en el gimnasio todavía no se ha preparado lo suficiente, no pudo llevársela puesta.
Con lluvia y niebla se hizo la foto de grupo,
bajo un chamizo, protegiendo la cámara con un paraguas: Primera foto de
conjunto de la temporada en estas condiciones. Mientras descendíamos por pistas
a través del pinar, “poniendo en común” (así decían en la EGB) nuestras
experiencias con los cortes de pelo y peluquerías, escampó. Un poco después, la
niebla quedó atrás y pudimos ya atisbar el pueblo de Canencia al tomar una
curva de la pista.
En el pinar quedaban restos de fogatas donde se había quemado el ramaje de muchos pinos que estaban tendidos en el sotobosque, tras una tala que suponíamos de limpieza.
En el pinar quedaban restos de fogatas donde se había quemado el ramaje de muchos pinos que estaban tendidos en el sotobosque, tras una tala que suponíamos de limpieza.
Antonio había dicho: Se va primero por pista y
luego por una senda. Por contraste, lo que observamos los más adelantados es
que la pista se acabó de pronto al borde del pinar y enfrente había un muro de
piedra precedido por matojos varios que aparentemente impedían el paso.
Exclamación de Antonio al alcanzarnos: “¡Pero qué hacéis aquí parados! Seguid
por la senda...”
Así que atravesamos los matojos, saltamos el muro, nos adentramos por viejos caminos intransitados y casi intransitables, sorteamos cercas y alambradas e incluso nos allegamos hasta los dominios de un toro de mucho porte que nos hizo desviarnos un pelín; ni los más toreros se le acercaron, lo que significa que nuestra torería no ha llegado mucho más allá del canto del estribillo de “El Niño de Las Monjas”, salvo la de Joaquín, que, además del estribillo, canta el resto de la pieza.
Así que atravesamos los matojos, saltamos el muro, nos adentramos por viejos caminos intransitados y casi intransitables, sorteamos cercas y alambradas e incluso nos allegamos hasta los dominios de un toro de mucho porte que nos hizo desviarnos un pelín; ni los más toreros se le acercaron, lo que significa que nuestra torería no ha llegado mucho más allá del canto del estribillo de “El Niño de Las Monjas”, salvo la de Joaquín, que, además del estribillo, canta el resto de la pieza.
Finalmente entramos en Canencia por un puente
sobre el río que da su nombre al pueblo, entreteniéndonos en observar algunas
de sus casas y de forma especial, la curiosa costumbre de poner dos puertas
casi idénticas en muchas de ellas, incluso algunas de reciente construcción.
Por lo que parece, por una de ellas se accede directamente desde la calle a la
planta baja y por otra al piso superior.
Llegamos así al bar de la plaza, que llenamos
casi por completo, donde, mientras nuestra amiga camarera se afanaba por servir
cervezas para todos, Paco N. mostraba una más de sus destrezas cortando jamón
serrano para acompañar, merito muy grande si se tiene en cuenta que no disponía
del cuchillo apropiado para cortarlo porque se había mandado a afilar.
Finalmente partimos como pudimos, en los vehículos
que quedaron en el pueblo, hacia el puerto de La Morcuera, donde esperaban los
coches que habíamos empleado al comienzo. A la salida del pueblo, Santiago nos
“salvó la vida” a los que íbamos en la furgo, al avisar al conductor, o sea a
mí mismo, de una maniobra inesperada de otro vehículo que me había pasado
desapercibida. Me ahorro los improperios expelidos en el momento, que no se
pueden transcribir, y sólo expreso mi gratitud a Santiago por su atención y
buena vista.
El consenso de los analistas de Madi otorga a
esta marcha 3’5 sicarias.
Melchor
Melchor
FOTO REPORTAJES
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