FICHA TÉCNICA
Inicio: Navalagamella
Final: Navalagamella
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 17,5 Km
Desnivel [+]: 462 m
Desnivel [--]: 473 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4
Participantes: 38
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
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RESUMEN
Esta vez era Javier M. quien tenía el
honor de guiar a la masa por los parajes que tan bien conoce en su pueblo
adoptivo: Navalagamella. En consecuencia, Antonio, liberado de mantener el
rumbo, iba disfrutando como un chiquillo, entreteniéndose cuando le apetecía;
así fue como, junto a otros tres amiguetes, se quedó rezagado, encandilado por
los susurros de la amazona Isabel; estos cuatro se equivocaron de camino y
después tuvieron que salvar un barranco para darnos alcance junto a los restos
de la ermita y campamento militar de la Guerra Civil, que conocíamos de otras
ocasiones.
Mientras llegaban los despistados, el
resto, relajados bajo el tibio sol otoñal, nos dedicamos a observar las labores
de la cantera o, más adelante, a contemplar el panorama que se
abarca desde el puesto de tiro de la guerra en el cerro del Acebuche (gracias,
Paco N., por haberme desvelado el nombre).
Ya todos juntos, se tomó el aperitivo y
Nicolás ofreció pacharán y bombones para rememorar su reciente estrella negra
de centenario. Aquí fue donde, a decir de algunos, Jesús C. se ofreció
servicial a recoger los restos de la comida en una bolsa que después entregó
“amablemente” a Joaquín para que éste se sirviera transportarla.
Javier nos precipitó luego a través de
un encinar que conducía a un arroyo lleno de zarzas, en el que había que
localizar un paso que permitiera después cruzar la carretera de Quijorna. Lo
único bueno de este tramo fue que los seteros, que antes ya se habían estrenado
con unas estupendas macrolepiotas, continuaran el acopio con boletus de dudosa
clasificación, así como setas ostreras y de pie azul.
Al poco llegamos al río Perales y, para
quienes pateábamos sus márgenes por primera vez, comenzó lo más bonito de la
excursión. El otoño presumía de su belleza tintando los árboles de la ribera y
el agua surcaba el cauce del río en alegre alboroto; Antonio D., por ejemplo,
se maravillaba de los colores de las cornicabras dispersas entre las encinas. Y
en estas llegamos al puente del Pasadero, de origen árabe y de una sencilla y
sólida factura, donde paramos unos minutos para disfrutar del lugar.
Seguimos remontando el río y alcanzamos
el embalse del cerro de Alarcón, donde el agua inmutable producía un efecto
apaciguador. Ya en la cola de la presa, hubo unos cuantos que se volvieron para
el pueblo porque, según dijeron, tenían prisa. Los demás comimos allí mismo el
bocata y como postre, unos arándanos de Juan, un chocolate de Ana Ch. y lo que
quedaba del pacharán de Nicolás.
Ahora venía un tramo un tanto
dificultoso pero de una hermosura increíble, con enormes rocas que había que
sortear y que el río brincaba con energía, con remansos de agua verde por las
algas que se rizaban al compás de la corriente, con restos de antiguos molinos
en que llamaban la atención los pozos de presión como si fueran bocas a las
profundidades de la tierra…
Todo era maravilloso, pero había unos
cuantos que no parecían apreciarlo, quizá por estar ya saturados de tanta belleza
en este mismo entorno en excursiones previas. Estos, envidiosos de lo bien que
lo pasaban los otros, empezaron a ocupar la mente en ideas perversas como
proponer rutas darwinianas, donde la selección natural actuara sobre los
componentes del GMSMA, u otra aún más horrenda, que casi me da pánico exponer
aquí: Empezar a prejubilar a los centenarios. No sé si no sería alguno de estos
el que intercedió para que Vicente se arañara la cabeza con una rama y hubiera
así oportunidad de estrenar el botiquín de Antolín.
En estas que llegamos a la carretera de
Valdemorillo y allí mismo pillamos in fraganti a varios de los de las prisas,
que acabaron confesando la verdad: Realmente habían abandonado para tomar un
par de cañas. Nos despedimos de ellos otra vez y seguimos remontando el río por
una senda muy bien acondicionada que permitía ir visitando nuevos restos de
molinos, estos muy bien conservados. Aunque había carteles informativos por
todas partes, nada como escuchar las explicaciones de Enrique C., que por algo
es de ascendencia molinera.
Alcanzamos después la conducción de agua
entre los embalses de Picadas y Valmayor, que sobrevuela el río Perales.
Algunos intrépidos osaron caminar sobre la gigantesca tubería para finalmente
posar todos en fila. Tras ello, Javier se apiadó de nosotros y abandonamos el
río para encarar de frente el pueblo; costó un poco el tramo final del camino
ya que acababa en una cuesta un tanto empinada.
Rematamos la jornada, como viene siendo
habitual, con una jarrita de cerveza que sabe a gloria y que en esta ocasión
corrió a cargo de los nuevos estrellados en este día (Ángel, ya centenario, y
Fernando D., cincuentenario), además de mí mismo, que había cumplido cincuenta
en la última. Como hecho curioso, indicar que mi seta del sombrero aguantó
intacta todo el recorrido y estuvo sabrosísima como aperitivo de la cena.
Indica Madi que esta marcha se merece
nada menos que 4 sicarias, a pesar de que algunos dijeran aburrirse, por ser
lugares ya recorridos, pero nunca un lugar es el mismo, como nunca se puede bañar uno dos veces en el mismo río.
Melchor
FOTO REPORTAJES
FOTOS
Increíble paisaje los que se pueden ver
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