Inicio: San Rafael
Final: El Espinar
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 19,6 Km
Desnivel [+]: 460 m
Desnivel [--]: 528 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4
Participantes: 33
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
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PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RUTA EN WIKILOC
RESUMEN
Creo que fue Pitágoras quien dijo: "Abandonad los grandes caminos; seguid los senderos", pues eso mismo hicimos en esta excursión, y aunque el gran filósofo y matemático seguramente se refería a algo más existencial, nosotros nos lo tomamos al pie de la letra.
Y es que para ir de San Rafael a El Espinar se puede hacer en coche por la transitada carretera que baja del puerto del León, o por una vieja senda a los pies de la Sierra de Malagón, camuflada entre pinos seculares, por la que andan los amigos del silencio, del musgo, del agua y del aire químicamente puros, de los caminos abandonados y de todas esas cosas, en general, que no figuran en las guías de las petroleras ni en los parlanchines navegadores. Sin duda de las dos opciones, nos quedamos con la que seguiría el sabio.
Y para ello, nos reunimos en el aparcamiento existente a la entrada de San Rafael viniendo de Madrid, a la izquierda, justo en frente de la Ermita de la Virgen del Carmen, que bien mereció una visita previa mientras llegaba el resto de participantes.
Con el sol de vacaciones, oculto por las nubes, nos ponemos en marcha en este día gélido, menos abrigados de lo que quisiéramos pero que al poco de echar a andar nos parecía más de lo que necesitábamos, es lo que tienen las cuestas.
A nuestra izquierda, baja el arroyo Mayor, con tan poca agua que ni se le oye. En la primera curva de la carretera dejamos el Camino de la Peña del Águila para seguir por la derecha el GR-88 hasta la siguiente curva, donde lo dejamos para continuar por la derecha entre altos pinos y caballos curiosos que pastaban tranquilos en la Cerca de las Monjas.
Al llegar a la fuente de Nuestra Señora de las Nieves, dejamos el asfalto para adentrarnos en una pista de tierra que asciende entre pinos cubiertos de musgo e hiedra y que al poco enlaza con el Camino del Ingeniero, que recorre la parte inferior de la ladera norte de la Sierra de Malagón, en un trazado horizontal que se adapta como un guante a los caprichos del terreno.
El origen de este camino lo anuncia su nombre. Era una de las sendas utilizadas por los ingenieros de montes que a finales del XIX tutelaban los bosques que cubren esta parte de la montaña y que gracias a su planificación ingenieril, bosques históricos que habrían sucumbido al hacha, al carboneo y al sobrepastoreo, han logrado perdurar manteniendo un arduo equilibrio entre aprovechamientos madereros, ganaderos y recreativos.
La dirección, con algún requiebro, es mayoritariamente hacia el oeste. Cruzamos un arroyo sin agua, rodeado de helechos secos y rocas musgosa, lo que da idea de lo sombría que es esta loma. La niebla da un aspecto fantasmal y de cuento al bosque, del que parecen querer salir seres de fábula y espectros.
La humedad es palpable y hace que las raíces en el camino jueguen malas pasadas, extremamos la precaución al pasar por ellas. La senda suaviza su pendiente poco antes de alcanzar el arroyo de la Gargantilla, donde nuevamente se empina hasta alcanzar una pequeña pradera donde paramos para reponer fuerzas y reagruparnos.
Continuamos el suave ascenso hasta alcanzar el arroyo de Prado Goyato, donde la senda gira hacia el norte para bordear el Peñón de la Solana, perdiendo altura poco antes de alcanzar las Barrancas.
Es justo a partir de aquí donde tenemos que ascender con mayor pendiente y el consiguiente esfuerzo, afortunadamente, durante un corto tramo, pues enseguida alcanzamos la Majada del Brezo y la pradera de la Cruz de Pedroálamo, donde paramos a tomarnos los bocadillos.
Continuamos hasta alcanzar el arroyo del Boquerón, que tras vadearlo, remontamos hasta casi su nacimiento, en la Dehesa de la Cepeda, donde se tocan Madrid, Ávila y Segovia, como señala un mojón metálico instalado aquí en 1997 para conmemorar el séptimo centenario de la fundación de El Espinar (Segovia).
Es esta dehesa una una de las fronteras menos conocidas de Madrid, pertenece a Santa María de la Alameda (Madrid) y se encuentra enclavada entre los municipios de Peguerinos (Ávila) y El Espinar (Segovia), separada de la región por un 'estrecho' de dos kilómetros y medio. En realidad, se trata de un solitaria isla de hierba ceñida por el mar de pinos de la sierra de Malagón, en la que sólo viven vacas. Por eso, nunca sale en los telediarios, ni provoca división de opiniones como el condado de Treviño; pero tampoco hay que minimizar su importancia, pues con sus 1.340 hectáreas de superficie –las mismas que Melilla– supera en extensión a 18 términos madrileños.
La Cepeda ya era madrileña a principios del siglo XIII, formando parte de los bienes de propios del incipiente concejo de Madrid, y así se mantuvo durante seis centurias de litigios con los segovianos por la posesión de estas sierras. En 1855, el ministro progresista Madoz, al que le daban mucha pena los pobres campesinos sin tierra, desamortizó numerosos bienes comunales, entre ellos la Cepeda, que fue adquirida en subasta por la familia de Sainz de Baranda –el famoso alcalde de Madrid–, la cual no era, que yo sepa, ni pobre ni campesina. El caso es que, a mediados de este siglo, los Baranda se la vendieron a particulares, que desde entonces arriendan sus pastos a ganaderos de los aledaños.
Desde allí, pensando en lo absurdo que es ponerle fronteras al campo, regresamos por la senda que acompaña al arroyo del Boquerón por su margen izquierdo, llamada Vereda de Santa Quiteria, que en dirección noreste nos acerca al cabo de unos 6 km a la entrada de El Estepar, con el cerro del Coloco de frente y el de Renales, visitado en la excursión 347, a nuestra izquierda.
Tras cruzar la carretera, callejeando, enseguida llegamos a la Iglesia de San Eutropio, cuyos primeros vestigios son del siglo XIII o XIV, y corresponden a un templo románico . Y a continuación el edificio del Ayuntamiento, con su fachada enmarcada entre dos torres asimétricas, y cuyo reloj, fue testigo de la hora de nuestra llegada, las 16:35, en total casi 6 horas de sendas para un recorrido de apenas 6 minutos en coche en el que no te da tiempo a ver nada, y que nos hizo comprender cuánta verdad encerraba las palabras del sabio.
Por los atractivos ambientales de esta ruta, plenos de encantos otoñales, esta excursión merece ser calificada con 4 sicarias.
La dirección, con algún requiebro, es mayoritariamente hacia el oeste. Cruzamos un arroyo sin agua, rodeado de helechos secos y rocas musgosa, lo que da idea de lo sombría que es esta loma. La niebla da un aspecto fantasmal y de cuento al bosque, del que parecen querer salir seres de fábula y espectros.
La humedad es palpable y hace que las raíces en el camino jueguen malas pasadas, extremamos la precaución al pasar por ellas. La senda suaviza su pendiente poco antes de alcanzar el arroyo de la Gargantilla, donde nuevamente se empina hasta alcanzar una pequeña pradera donde paramos para reponer fuerzas y reagruparnos.
Continuamos el suave ascenso hasta alcanzar el arroyo de Prado Goyato, donde la senda gira hacia el norte para bordear el Peñón de la Solana, perdiendo altura poco antes de alcanzar las Barrancas.
Es justo a partir de aquí donde tenemos que ascender con mayor pendiente y el consiguiente esfuerzo, afortunadamente, durante un corto tramo, pues enseguida alcanzamos la Majada del Brezo y la pradera de la Cruz de Pedroálamo, donde paramos a tomarnos los bocadillos.
Continuamos hasta alcanzar el arroyo del Boquerón, que tras vadearlo, remontamos hasta casi su nacimiento, en la Dehesa de la Cepeda, donde se tocan Madrid, Ávila y Segovia, como señala un mojón metálico instalado aquí en 1997 para conmemorar el séptimo centenario de la fundación de El Espinar (Segovia).
Es esta dehesa una una de las fronteras menos conocidas de Madrid, pertenece a Santa María de la Alameda (Madrid) y se encuentra enclavada entre los municipios de Peguerinos (Ávila) y El Espinar (Segovia), separada de la región por un 'estrecho' de dos kilómetros y medio. En realidad, se trata de un solitaria isla de hierba ceñida por el mar de pinos de la sierra de Malagón, en la que sólo viven vacas. Por eso, nunca sale en los telediarios, ni provoca división de opiniones como el condado de Treviño; pero tampoco hay que minimizar su importancia, pues con sus 1.340 hectáreas de superficie –las mismas que Melilla– supera en extensión a 18 términos madrileños.
La Cepeda ya era madrileña a principios del siglo XIII, formando parte de los bienes de propios del incipiente concejo de Madrid, y así se mantuvo durante seis centurias de litigios con los segovianos por la posesión de estas sierras. En 1855, el ministro progresista Madoz, al que le daban mucha pena los pobres campesinos sin tierra, desamortizó numerosos bienes comunales, entre ellos la Cepeda, que fue adquirida en subasta por la familia de Sainz de Baranda –el famoso alcalde de Madrid–, la cual no era, que yo sepa, ni pobre ni campesina. El caso es que, a mediados de este siglo, los Baranda se la vendieron a particulares, que desde entonces arriendan sus pastos a ganaderos de los aledaños.
Desde allí, pensando en lo absurdo que es ponerle fronteras al campo, regresamos por la senda que acompaña al arroyo del Boquerón por su margen izquierdo, llamada Vereda de Santa Quiteria, que en dirección noreste nos acerca al cabo de unos 6 km a la entrada de El Estepar, con el cerro del Coloco de frente y el de Renales, visitado en la excursión 347, a nuestra izquierda.
Tras cruzar la carretera, callejeando, enseguida llegamos a la Iglesia de San Eutropio, cuyos primeros vestigios son del siglo XIII o XIV, y corresponden a un templo románico . Y a continuación el edificio del Ayuntamiento, con su fachada enmarcada entre dos torres asimétricas, y cuyo reloj, fue testigo de la hora de nuestra llegada, las 16:35, en total casi 6 horas de sendas para un recorrido de apenas 6 minutos en coche en el que no te da tiempo a ver nada, y que nos hizo comprender cuánta verdad encerraba las palabras del sabio.
Por los atractivos ambientales de esta ruta, plenos de encantos otoñales, esta excursión merece ser calificada con 4 sicarias.
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