Inicio: Caín. León
Final: Puente Poncebos. Asturias
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 11,4 Km
Desnivel [+]: 200 m
Desnivel [--]: 452 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 25
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
RESUMEN
Atraídos por el seductor paisaje de Los Picos de
Europa y espoleados por la incertidumbre climatológica, unos cuantos
senderomagos nos aventuramos a realizar este clásico, acompañados esta vez por
lo más surtido y granado de nuestros amigos y familiares, entre los que merecen
especial mención Marina y Miguel, que se deben portar estupendamente para que
sus padres les hayan obsequiado con unas inolvidables jornadas compartidas con
“los friquis del GMSMA”. A destacar también la participación del simpático
Pablo, que completa así el trío juvenil que casi siempre nos llevaba la
delantera.
Esta vez la organización la llevaba nuestro amigo
Jesús, gestor del encantador hotel rural “El Espino”, en Corao, donde nos
alojábamos. Tras un opíparo desayuno, nos esperaban dos microbuses que nos
llevaron hasta Caín en un recorrido por carreterillas que ya, por sí sólo,
merece la pena:
Desde Cangas de Onís remontamos el río Sella por el desfiladero de Los Beyos y, al poco de alcanzar el puerto del Pontón, se nos apareció el valle de Valdeón contra el Macizo Central de Picos de Europa deslumbrante de sol, de riscos blancos de caliza pincelados por la nieve y de irrealidad; la bajada hasta Caín fue igualmente de ensueño. Uno no puede dejar de admirar este paisaje, incluso yendo mareado, aunque hubiera sido muy recomendable en mi caso tomar antes una biodramina para disfrutarlo a tope.
Desde Cangas de Onís remontamos el río Sella por el desfiladero de Los Beyos y, al poco de alcanzar el puerto del Pontón, se nos apareció el valle de Valdeón contra el Macizo Central de Picos de Europa deslumbrante de sol, de riscos blancos de caliza pincelados por la nieve y de irrealidad; la bajada hasta Caín fue igualmente de ensueño. Uno no puede dejar de admirar este paisaje, incluso yendo mareado, aunque hubiera sido muy recomendable en mi caso tomar antes una biodramina para disfrutarlo a tope.
Iniciamos la caminata a muy distinto ritmo, los
más impetuosos delante, y los más tranquilos y observadores atrás. No había
problema porque la ruta no tiene pérdida. Nuestro atuendo variaba desde el tipo
“Coronel Tapioca” apto para explorar el Orinoco, hasta el impecable atavío de
dandi de Marcelo, con elegante camisa a rayas y fino suéter de punto plegado
delicadamente sobre los hombros.
Los que ya habíamos hecho esta concurrida ruta
por el Cares tuvimos la suerte de volver a ella en un día estupendo, que permitía
apreciar tanto el fluir impetuoso de las aguas del río por el cauce encañonado
en el fondo como las altísimas cimas de los riscos casi verticales entre los
que transcurre, y también soñar con adentrarnos en otra ocasión por las sendas
que ascienden ocasionalmente por las gargantas. El agua, además, era muy
abundante; impresionaba especialmente, a mitad del recorrido, un gran manantial
brotando de las rocas con una fuerza desmesurada.
Quizá la innovación más reseñable producida en
este popular trayecto del senderismo es la simbiosis que se ha establecido
entre los excursionistas y un rebaño de cabras bien distribuido entre los
puntos donde aquellos suelen dar cuenta del bocadillo.
Se ve que las cabras gustan más del pan y de su acompañamiento que de los brotes verdes que surgen entre las piedras, llegando a impresionar tanto a los turistas más asustadizos como para hacerles lanzar por los aires lo que previamente sujetaban con las manos.
Según se decía, a la caída de la tarde el cabrero llama a su ganado desde la lejanía con un silbido y éste acude para recogerse, ya bien alimentado, hasta el día siguiente.
Los más adelantados llegaron a la meta con tiempo suficiente para degustar sidra y cerveza a placer. Para los más atrasados, la bajadita final fue algo tediosa, sobre todo para más de una que llevaba los pies doloridos por la falta de práctica. No obstante, para todos mereció la pena la excursión y se agradeció mucho el remate final de la comida sorpresa concertada por Jesús con el restaurante en Puente Poncebos.
Se ve que las cabras gustan más del pan y de su acompañamiento que de los brotes verdes que surgen entre las piedras, llegando a impresionar tanto a los turistas más asustadizos como para hacerles lanzar por los aires lo que previamente sujetaban con las manos.
Según se decía, a la caída de la tarde el cabrero llama a su ganado desde la lejanía con un silbido y éste acude para recogerse, ya bien alimentado, hasta el día siguiente.
Los más adelantados llegaron a la meta con tiempo suficiente para degustar sidra y cerveza a placer. Para los más atrasados, la bajadita final fue algo tediosa, sobre todo para más de una que llevaba los pies doloridos por la falta de práctica. No obstante, para todos mereció la pena la excursión y se agradeció mucho el remate final de la comida sorpresa concertada por Jesús con el restaurante en Puente Poncebos.
Después de la sobremesa, nos estaban esperando
los microbuses que nos llevarían de nuevo al acogedor hotel El Espino, donde
varios de nosotros aprovechamos para echar una siestecita mientras Belén, en la
lejanía, nos arrullaba con su bella voz.
Muchas cosas buenas tuvo esta excursión, pero la
masificación de la ruta y alguna indisposición impide otorgarle la nota máxima,
así que Madi la ha calificado con 4’5 sicarias.
Melchor
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