FICHA TÉCNICA
Inicio: Cercedilla
Final: Cercedilla
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 18,1 Km
Desnivel [+]: 654 m
Desnivel [--]: 657 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4
Participantes: 29
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
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RESUMEN
“...subiremos desde Cercedilla al
puerto de Navacerrada paralelos a su trazado, por buen camino”, decía con su
peculiar estilo la convocatoria enviada por Antonio. Cielo despejado y con
ganas de caminar. El día empezaba bien.
Andaba yo con los saludos de rigor
al personal cuando llegó el turno de Melchor quien, con su sonrisa acostumbrada,
que sin embargo se me antojó un poco maléfica, me soltó lo que en principio
creí que era una broma: “Como sabes, cada excursión va a tener un cronista
diferente, y ésta te ha tocado a ti”. ¿Ya? ¡No lo esperaba tan pronto! Estaba
tratando de librarme del encargo con unas pobres excusas precipitadamente
hilvanadas, cuando apareció Antonio confirmando lo dicho. La decisión había
sido tomada.
Sin argumentos y muy consciente
de las reglas ya apuntadas hace un par de excursiones (léase el último párrafo
de la crónica de Marcelo), no me quedó otra que mentir diciendo que sería un
honor. Menudo lío.
Siendo, como soy, más bien de ciencias, y tal como está el listón. Con mis limitados conocimientos del terreno y mi memoria de pez, ¡no seré capaz de recordar nada!
Siendo, como soy, más bien de ciencias, y tal como está el listón. Con mis limitados conocimientos del terreno y mi memoria de pez, ¡no seré capaz de recordar nada!
Tras los minutos de cortesía para
los más tardones, partimos 29 del aparcamiento subterráneo de Cercedilla y, después
de atravesar algunas urbanizaciones del pueblo, llegamos a la llamada estación
de Camorritos, que sería la primera toma de contacto con la vía del tren que
íbamos a recorrer, que conduce con una pendiente media del 5,5% hasta el puerto
de Navacerrada.
Este tramo de vía se construyó entre 1918 y 1923. Posteriormente, hacia 1950, este ferrocarril de vía estrecha se prolongaría hasta Cotos.
Este tramo de vía se construyó entre 1918 y 1923. Posteriormente, hacia 1950, este ferrocarril de vía estrecha se prolongaría hasta Cotos.
Tomamos el “Camino de Siete
Picos” que discurre por la margen izquierda de las vías y enseguida empezamos a
caminar entre pinos. Casi de repente, apareció una gran nube gris que cubrió
todo el cielo y empezaron a caer los primeros copos.
Resbalones y alguna que otra
caída sin consecuencias, anunciada por sonoras carcajadas que con entrañable
afecto proferían los testigos más cercanos, ponían en alerta al resto de senderomagos
de la presencia de peligrosas placas de hielo. No paraba de nevar, y así
seguiría, con mayor o menor intensidad, toda la jornada. Me alegré para mis
adentros al pensar que estirando un poco este hecho, me daría por lo menos para
medio párrafo de la crónica.
A medida que ascendíamos, iba
aumentando la cubierta de nieve, haciendo esta vez el recorrido más cómodo y
seguro por la ausencia de hielo. Entretanto, yo con lo mío: “Tengo una crónica
que escribir y debo prestar atención a los detalles del camino, no me pase lo de
otras veces, que hasta llegar a casa y ver las fotos no sé dónde he estado”.
Algo de esta inquietud debió de advertir Melchor, porque se acercó para darme algunos consejos al tiempo que me revelaba algunos trucos que sólo conocen los más curtidos en el, para mí difícil, arte narrativo. Yo se lo agradecí, como se le agradece a quien te pone mercromina en la puñalada que te acaba de dar.
Habríamos andado hora y media cuando, después de atravesar cómodamente el río Pradillo, llegamos a la altura de la estación de Siete Picos. Hora del tentempié. Había una vieja casa con un porche, que los primeros en llegar fueron ocupando en busca de cobijo contra la nieve que caía.
Algo de esta inquietud debió de advertir Melchor, porque se acercó para darme algunos consejos al tiempo que me revelaba algunos trucos que sólo conocen los más curtidos en el, para mí difícil, arte narrativo. Yo se lo agradecí, como se le agradece a quien te pone mercromina en la puñalada que te acaba de dar.
Habríamos andado hora y media cuando, después de atravesar cómodamente el río Pradillo, llegamos a la altura de la estación de Siete Picos. Hora del tentempié. Había una vieja casa con un porche, que los primeros en llegar fueron ocupando en busca de cobijo contra la nieve que caía.
Rápidamente fueron ocupadas todas las plazas, de modo que el resto nos dirigimos hacia otra construcción que se veía un poco más allá, con la esperanza de caber todos y ponernos a resguardo. La construcción resultó ser una casa derruida sin tejado ni cubierta alguna, por lo que nuestros deseos se cumplieron parcialmente, ya que si bien no encontramos techo en el que cobijarnos, fuera sí que cupimos todos.
Reanudamos la marcha, no ya
paralelos a la vía del tren (hecho éste que me hizo pensar erróneamente que
llegaríamos hasta Navacerrada salvando un cómodo desnivel), sino que emprendimos
un brusco ascenso ladera arriba y en estricta fila india hasta llegar a la cuerda
de Collado Albo, abandonando de este modo el valle de Siete Picos, y desde
allí, ya por la ladera opuesta fuimos en busca del siguiente encuentro con las
vías que en este caso discurren por el valle del arroyo Navalmedio.
A pesar de lo despejado del trayecto en este punto, por lo que parecía ser un ancho cortafuegos, la visibilidad era escasa por culpa de la nieve que caía sin cesar, y con fuerza a veces, debido al viento.
Qué lástima no tener vistas, pensé, aunque casi de inmediato mi mente volvió al asunto de la crónica y me consolé al pensar que así no tendría que describir que a lo lejos se veía el cerro nosequé a los pies del majestuoso pico nosecual.
Poco me duró el consuelo cuando hice un repaso mental del material que hasta entonces tenía para la redacción. Habíamos salido de Cercedilla y había nieve. Mucha…, y blanca… Fin del material.
Alcanzamos las vías del tren tras un breve e inesperado descenso, no sin antes bajar por la pronunciada pendiente de un terraplén que acarreó algunos resbalones y caídas, hiriendo tan solo el orgullo de las víctimas. Ascendimos ya paralelos a la vía del tren, esta vez no por camino ni senda, sino al lado de las vías, pisando sobre las piedras (el balasto) que, gracias a la nieve caída, no resultaba demasiado incómodo.
A pesar de lo despejado del trayecto en este punto, por lo que parecía ser un ancho cortafuegos, la visibilidad era escasa por culpa de la nieve que caía sin cesar, y con fuerza a veces, debido al viento.
Qué lástima no tener vistas, pensé, aunque casi de inmediato mi mente volvió al asunto de la crónica y me consolé al pensar que así no tendría que describir que a lo lejos se veía el cerro nosequé a los pies del majestuoso pico nosecual.
Poco me duró el consuelo cuando hice un repaso mental del material que hasta entonces tenía para la redacción. Habíamos salido de Cercedilla y había nieve. Mucha…, y blanca… Fin del material.
Alcanzamos las vías del tren tras un breve e inesperado descenso, no sin antes bajar por la pronunciada pendiente de un terraplén que acarreó algunos resbalones y caídas, hiriendo tan solo el orgullo de las víctimas. Ascendimos ya paralelos a la vía del tren, esta vez no por camino ni senda, sino al lado de las vías, pisando sobre las piedras (el balasto) que, gracias a la nieve caída, no resultaba demasiado incómodo.
Habíamos recorrido un trecho
cuando, por indicaciones de Paco C, nos apartamos en un tramo ancho y seguro, a
la espera del paso del “tren de la una”, que bajaba con dirección Cercedilla, y lo sabía con tanta certeza porque se había preparado un cuadrante con los horarios de la excursión y los del paso
del tren, además de una
bocina de tren de fabricación casera que usó unas cuantas veces para amenizarnos la
espera.
Por fin llegamos a la estación de
Navacerrada y rápidamente nos instalamos en la cantina, donde pudimos descansar,
comer el bocadillo y tomar algo caliente.
Para sorpresa de muchos, allí
estaba nuestro compañero José María, que se tomó la molestia de llevarnos la
esperada revista por él diseñada con el resumen del pasado año y que sólo
pudieron disfrutar unos cuantos pecadores.
Pecadores, decía, porque no resistieron la tentación de una bajada cómoda en tren, ya que, si bien algunos contaban con una buena coartada, otros relataban las excusas más peregrinas que en la montaña se hayan oído jamás.
Pecadores, decía, porque no resistieron la tentación de una bajada cómoda en tren, ya que, si bien algunos contaban con una buena coartada, otros relataban las excusas más peregrinas que en la montaña se hayan oído jamás.
Una vez emprendido el regreso de
los quince valientes que optaron por continuar con el itinerario previsto, no se
hicieron esperar las críticas hacia los que se quedaron atrás. No las voy a
repetir aquí por numerosas, ya que fueron tema de animada conversación en
diferentes tramos del recorrido. Tan sólo referir que fueron, cuando menos,
corrosivas, llegando a alcanzar en algunos momentos niveles de intensidad próximos
al despelleje. Siempre desde el cariño, naturalmente.
Iniciamos el descenso por el
Camino de la Vaqueriza. El paisaje era sencillamente espectacular. En las cotas
más altas del recorrido, las finas hojas de los árboles estaban adornadas con
ese fenómeno atmosférico que se llama cencellada (o cenceñada) y que consiste
en que toda la superficie de las hojas está rodeada de escarcha y no sólo por
arriba.
Estas bajas temperaturas también eran las responsables de que alguna cámara de fotos dejara de funcionar y de que el fotógrafo con móvil se pensara dos veces antes de quitarse el guante para hacer la foto.
Estas bajas temperaturas también eran las responsables de que alguna cámara de fotos dejara de funcionar y de que el fotógrafo con móvil se pensara dos veces antes de quitarse el guante para hacer la foto.
Nevaba sin parar cuando llegamos
al río Navalmedio, que a juzgar por su caudal, bien podía haber pasado por un
arroyo.
No tardamos en alcanzar la presa del mismo nombre que se encuentra aguas abajo, en donde hicimos un pequeño alto para esperar a los rezagados. Momento que aprovechó Antonio V. para enseñarnos orgulloso su regalo de reyes, consistente en un bajo-guante, cuyos dedos índice y pulgar estaban provistos en su extremo final de una especie de almohadilla que tenía la propiedad de permitir al usuario el manejo una pantalla táctil. Y no sólo eso.
Dadas las propiedades absorbentes de tan prodigioso material, el usuario podía retirar cómodamente el líquido acuoso que, ya por frío intenso, ya por simple constipado, se forma en la base de las fosas nasales. Fue esta última característica del producto la que contó más ovaciones por parte de los presentes, al tiempo que se exaltaban las virtudes de los adelantos de la ciencia.
No tardamos en alcanzar la presa del mismo nombre que se encuentra aguas abajo, en donde hicimos un pequeño alto para esperar a los rezagados. Momento que aprovechó Antonio V. para enseñarnos orgulloso su regalo de reyes, consistente en un bajo-guante, cuyos dedos índice y pulgar estaban provistos en su extremo final de una especie de almohadilla que tenía la propiedad de permitir al usuario el manejo una pantalla táctil. Y no sólo eso.
Dadas las propiedades absorbentes de tan prodigioso material, el usuario podía retirar cómodamente el líquido acuoso que, ya por frío intenso, ya por simple constipado, se forma en la base de las fosas nasales. Fue esta última característica del producto la que contó más ovaciones por parte de los presentes, al tiempo que se exaltaban las virtudes de los adelantos de la ciencia.
Descendimos el último tramo a
buen ritmo, quizá pensando en la recompensa de las cervezas. Cervezas y
consumiciones que fueron sufragadas en su totalidad por el recién estrenado
abuelo José Luis R. con motivo del nacimiento de su nieto Adrián, por cuya
salud brindamos.
Mencionar, por último, el
delicado camino de vuelta en coche, y la hora y pico que tardamos en atravesar el
kilómetro que tiene la calle principal del pueblo de Guadarrama. Después supimos
que muchos otros corrieron igual suerte en sus respectivas vueltas a casa.
Quizá por la espantá, Madi no
otorga más de cuatro sicarias a esta bonita excursión.
Ya van llegando fotos, así que
voy a ver si me pongo con la dichosa crónica.
Fernando DíazH
Fernando DíazH
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