Inicio: Titulcia
Final: Morata de Tajuña
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 16,9 Km
Desnivel [+]: 348 m
Desnivel [--]: 154 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: No
Ciclable: Sí
Dificultad: Baja
Pozas y agua: No
Ciclable: Sí
Valoración: 3
Participantes: 29
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
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PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
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TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
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RESUMEN
Ya me las veía yo muy felices cuando Antonio
envió la convocatoria: “78 aniversario de la Batalla del Jarama.” ¡Qué bien,
esta vez cerquita de casa, con comida y restaurante!
Para ver unas cuantas
ruinas bélicas en medio del campo, ni botas, ni guetres, ni bastones, creo que
hasta sin desayuno, para esa marchita de ná …
¡Qué equivocado estaba! Si quieres comer en
el restaurante, “primero te lo tienes que ganar”, que diría Antonio.
Después de
dejar algunos coches en la cañada Galiana, nos trasladamos a Titulcia, inicio
de la ruta; un recorrido en coche que se nos hizo interminable sólo de pensar
en que todo lo tendríamos que volver a recorrer a pie.
Una vez aparcados los vehículos, empezamos
nuestro recorrido por la ribera del río Jarama, en estas fechas con mucha agua,
aunque nada que ver con la crecida de aquel fatídico febrero del 37 que ahora
se conmemora. En seguida nos internamos por un estrecho cañón de arcilla y yeso
que nada tiene que envidiar al del Arroyo de la Zarza, que muchos de nosotros
conocimos cuando estuvimos en Alcalá.
La senda era ascendente, y ya pesaban nuestros pies por los costrones de barro, cuando alcanzamos un camino en lo alto de la loma, era de nuevo la cañada Real Galiana, que recorre 400 Km desde la Rioja hasta Ciudad Real, antiguamente transitada por rebaños de ovejas y hoy tristemente conocida por los asentamientos ilegales a su paso por Rivas.
La senda era ascendente, y ya pesaban nuestros pies por los costrones de barro, cuando alcanzamos un camino en lo alto de la loma, era de nuevo la cañada Real Galiana, que recorre 400 Km desde la Rioja hasta Ciudad Real, antiguamente transitada por rebaños de ovejas y hoy tristemente conocida por los asentamientos ilegales a su paso por Rivas.
Volviendo a nuestra cañada, pronto divisamos
un espolón asomado al valle del Jarama, coronado por lo que parecían unas
ruinas; era el Butarrón. Y allá que fuimos, a disfrutar de las buenas vistas
del valle: allí enfrente San Martín de la Vega, con su parque de atracciones, y
al fondo Madrid con su sierra detrás, toda nevada.
“¿Es este el Pingarrón?”, me
preguntaron,” ¡Todavía no!”, “¿Falta mucho? “, Lo de siempre: hora y media,
quilómetro y medio. Y allí, contemplando el paisaje, nos dieron las doce, la
hora del Ángelus y de comer algo, porque por lo menos hasta las tres no habría
comida. Paco N aprovechó para bajar casi hasta el río y obtener mejores fotos
para su reportaje.
De nuevo subimos la cuesta que nos llevaría a
nuestra querida cañada, un camino plano en su recorrido, ¡por fin, qué alivio¡
Pero entonces empezó lo duro. “Vamos un poco pillados de tiempo”, dijo Antonio;
pues todos a correr.
Durante las dos siguientes horas, el cuentaquilómetros de Antonio no bajó de los 6 Km/h de rigor, pues este era el objetivo para llegar a comer a tiempo, y cuando por fin pasamos por el Pingarrón, el grupo se había alargado tanto que se necesitaban prismáticos para ver a los últimos.
Durante las dos siguientes horas, el cuentaquilómetros de Antonio no bajó de los 6 Km/h de rigor, pues este era el objetivo para llegar a comer a tiempo, y cuando por fin pasamos por el Pingarrón, el grupo se había alargado tanto que se necesitaban prismáticos para ver a los últimos.
Con el
cansancio, algunos ni se enteraron que estaban pasando por el histórico Pingarrón,
una elevación sin pena ni gloria. Parece mentira que murieran tantos miles
peleándose por poner una bandera en lo alto. ¡40.000 proyectiles sobre ese
punto en un día!
Hicimos una parada en una de las muchas
cuevas excavada por el ejército republicano. En realidad, allí dentro no había
nada que ver, se trataba de una estrecha galería excavada en una roca caliza,
que al final se bifurcaba en dos derrumbes.
Muchos de nosotros entramos porque
nos movía la curiosidad, y además de ver una fecha de febrero de 1937 raspada
en la pared, pudimos imaginarnos a los milicianos excavando desesperadamente
para cobijarse de los proyectiles del bando franquista.
Finalmente llegamos al monumento popular a
las Brigadas Internacionales, donde algunos de nosotros depositamos las piedras
que habíamos cogido en los alrededores de la cueva. Frente a nosotros se encontraba
la Colina del Suicidio, ¿la colina? Yo mejor a esto lo llamaría “La Cañada del Suicidio”. Fue
una pena que no pudiésemos acercarnos a ella por falta de tiempo; y ahora es
cuando el cronista diría: “Y Paco Cantos nos deleitó con unas explicaciones
sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en este mismo sitio hace 78 años, etc…”.
Nos hicimos la foto de grupo de rigor en este lugar cargado de historia, y a seguir nuestra cañada que si no, no llegamos. Fue en ese momento cuando alguien dijo: “Tengo dos noticias, una buena y otra mala; la buena es que ya llegamos a los coches”, “¿y la mala?”, “la mala es que no hay plazas para todos”.
Nos hicimos la foto de grupo de rigor en este lugar cargado de historia, y a seguir nuestra cañada que si no, no llegamos. Fue en ese momento cuando alguien dijo: “Tengo dos noticias, una buena y otra mala; la buena es que ya llegamos a los coches”, “¿y la mala?”, “la mala es que no hay plazas para todos”.
Nos trasladamos, doblando viajes, al
Monumento a la Solidaridad, una estatua en la que se erigen dos manos unidas,
cerca de donde una vez se encontró el puño en alto, monumento a las Brigadas
Internacionales, antes de dinamitarlo.
Allí pudimos ver una muestra de las
trincheras republicanas, todavía bien conservadas, de los varios cientos de
metros que existen en ese cerro. Enfrente, al otro lado de la vaguada, otro
tanto de trincheras nacionales, todo un escenario al más puro estilo de La
Vaquilla de Berlanga.
Volvimos a trasladarnos (parece que hoy la
crónica se alarga), otra vez doblando viajes al Mesón del Cid. Menú del día y
breve comida, pues no recuerdo haber comido tantos y en tan poco tiempo en un
restaurante, pero claro, todavía nos faltaba la visita al museo y ya eran más
de las cuatro.
No pudo enseñarnos el museo Goyo, su artífice,
pues tuvo que acompañar a unos reporteros rusos que habían venido a hacer un
reportaje sobre el Frente del Jarama.
Los de la parte derecha de la mesa vimos
a los rusos y nos hicimos fotos con Goyo. Los del otro lado, ni os enterasteis.
Pero, a pesar de que Goyo no estaba, pudimos disfrutar de un vídeo en el que
nos dio a conocer su historia.
Y así, tras un recorrido por el museo y un
poco abrumados por la cantidad de objetos y documentos, despedimos la jornada,
no sin antes tener que desplazarse los conductores a Titulcia, recoger los
vehículos allí aparcados y volver a Morata.
Teniendo en cuenta el recorrido, las vistas y
la velocidad de la marcha, y que la comida y el museo suben la nota. Madi concede
a esta excursión la calificación de tres sicarias.
Paco
Cantos
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