miércoles, 8 de abril de 2015

Excursión 227: El Tajo por Toledo

FICHA TÉCNICA
Inicio: Toledo
Final: Toledo
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 11,3 km
Desnivel [+]: 273 m
Desnivel [--]: 273 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 4
Participantes: 36

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta





















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)

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RESUMEN

Nos encontramos, no por casualidad, en el aparcamiento de Safont, junto a la estación de autobuses de la bella ciudad de Toledo. Besos, abrazos y saludos de rigor. Cercano al aparcamiento se encuentra el pantano y el molino de Safont.

Como de costumbre y sin mucho preámbulo, el boss comienza a caminar, dirigiéndose al margen derecho del río Tajo, hacia el puente de Alcántara, de origen romano y uno de los más emblemáticos de la ciudad.

Accedemos por
la llamada Puerta de Alcántara, cruzamos el puente para alcanzar la margen izquierda del río. Empezamos a descubrir la ciudad, desde el mirador junto al río, disfrutamos de una bonita estampa, el puente, la puerta y el Alcazar.

Bajo el puente y por el sendero que transcurre junto al río, divisamos alguno de los antiguos molinos ribereños. Unos maltrechos y otros restaurados.

Dejamos el sendero, pisamos un poco de asfalto (ruta de Don Quijote) y campo a través por un pequeño barranco, nos topamos con un arroyo y su leyenda, la de la Degollada. Y como no podía ser de otra manera, nuestro narrador oficial del GMSMA, Antonio V, en el mismísimo arroyo y junto al puente del mismo nombre, nos deleitó con esta mágica y antigua leyenda.

Ni que decir tiene que todos estábamos ensimismados con la historia, a pesar de su final. “bla,bla,bla…. y salieron al encuentro de Rodrigo y Zahira dos jinetes sarracenos y al llegar al arroyo la degollaron”.

Una lástima que el propio narrador nos confesara que ni él mismo se creía la historia. No importa, soy un soñador, me creo la leyenda tal y como se cuenta.

Dejamos el arroyo y vuelta al Tajo (me refiero al río), nos espera en su parcela y junto al embarcadero del transbordador que cruza el río, un caballero de hojalata, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Saludo y foto de rigor al caballero mientras contemplamos las bonitas vistas de Toledo que desde aquí se tienen.

Siguiendo la marcha, llegamos a un molino ya desmantelado, los de por aquí no son de viento, estos son  hidráulicos. Algunos de ellos convertidos en centrales eléctricas a principio de los años 90.

Cambiamos de tercio y volvemos a las alturas, nuestro próximo objetivo era la peña de Rey Moro, a la que había que ascender siguiendo una senda zigzagueante.

De camino  a la peña, pasamos junto al cerro del Bu, donde actualmente se realizan trabajos arqueológicos. Visita rápida a  la Ermita de Nuestra Señora del Valle, donde muchos intentaron conseguir dar los tres toques de campanas que manda la tradición.

Llegamos con viento fresco, a la famosa peña, que se encuentra por encima de la ermita, desde aquí, la vista de la ciudad es un lienzo impresionante. La Catedral, el Alcázar, la academia de Infantería, el castillo de San Servando, las torres de las Iglesias, los tejados, etc,etc. Ahora entendemos el por qué el Greco inmortalizó esté mosaico allá por el siglo XVI.

Aquí un descansito y aperitivo montañero como de costumbre. Por cierto José Luis, que sea la última vez que te dejas la bota de vino en casa, sin bota, no vienes más. No sé si me explico.

Se acabó el descanso, que nos quedamos fríos, rumbo al Parador. Mini estancia, una ojeada a las magníficas vistas de la ciudad desde la amplísima terraza, mientras que algún que otro senderomago se castigó con unas refrescantes cervecitas.

Ahora sí, ya toca ir pensando en conquistar la ciudad e ir bajando de las alturas. Vuelta al río hacia el puente de San Martín, no sin antes tener que ir barranco abajo y barranco arriba, y aunque para este grupo andarín, esto parecería un camino de rosas, coser y cantar, pues menudo chasco, porque al parecer los moradores de la ciudad, querían vender caro el asalto y nos tenían preparada una sorpresita, que por momentos dejó algo mermada nuestra moral.

Nos vimos sorprendidos por cientos de espinas  que astutamente estaban amontonadas en el suelo y que parecía que tenían vida propia. Taladraban toda clase de calzado, deportivas, botas, suela de goma, cuero. Imposible deshacerse de ellas sobre la marcha y menos sin ayuda.

Espinas como anzuelos, penetraban como en manteca y se suicidaban dentro.

Dicen las malas lenguas, que quien más se empleó en la ayuda, fue nuestro Joaquín, que con gran destreza quitó una a una las espinas clavadas en el calzado de Rosa C, todo un caballero. Si nos hubiesen acompañado nuestras queridas mascotas, aún estaríamos paseándolas a hombros y en procesión.

Al finalizar la cuesta y dejar atrás el campo de batalla, sentaditos en un muro, nos entretuvimos quitándonos las espinitas, cada cual como pudo, algunos hasta tuvieron que emplear alicates para arrancar estas espinas de las chumberas. De los tallos salen los artejos o palas y en estas palas están las dichosas espinas. Se podían haber esperado para podar. Sin duda, fue la anécdota de la jornada. A los documentos gráficos me remito.

Recuperados del ataque y pensando más en la comida que en cualquier otra cosa, reanudamos la marcha, rumbo a la ciudad por el oeste, puente de San Martín.

Obligada foto de grupo en dicho puente. Esta vez el fotógrafo no fue José María, nos retrató un joven turista argentino de la provincia de Santa Fe ciudad de Rosario.

Una de las leyendas que nos envío Paco N, se refería a este puente. Al cruzarlo, a la izquierda hay una placa cerámica en alusión a La mujer del Alarife “El valor de una mujer salvó el honor del alarife incendiando el puente de San Martín”.

En el lateral del puente, en el arco central, hay una talla, dice la leyenda que en honor a la mujer, otra leyenda más de las muchas que hay en la ciudad.

Seguimos caminando y  alguno de nosotros reparó en unos pequeños azulejos incrustados en el suelo y con motivos claramente referidos a los antiguos moradores del barrio de la  judería.

Jesús S. me ha pasado información al respecto. Al parecer los alumnos de albañilería de la Escuela Taller, elaboraron las placas o azulejos con tres logotipos distintos, uno con el símbolo de la Red de Juderías de España, que recuerda un mapa de la Península Ibérica, otro con la palabra *vida* escrita en hebreo y una tercera con el símbolo de un candelabro, muy destacado en la cultura sefardí.

De camino, pasamos por el convento de San Pedro Mártir, de nuevo otra placa haciendo alusión a otra de las leyendas enviada por Paco, la leyenda de “El Beso”. Ésta mucho más reciente, de la época de la toma de la ciudad por los franceses (1808-1812).

Parada y gran vista panorámica de la ciudad, desde las torres de la iglesia de San Ildefonso (Los Jesuitas), incomparable mirador de la ciudad, previo pago de 2,50 euritos, alguno de nosotros preferimos tomamos una cañita y ver la panorámica después en los distintos reportajes que harían.

Caminando y caminando, por fin llegamos junto al ayuntamiento y catedral, donde, de nuevo Antonio V. nos cuenta una historia, esta vez verdadera y de su familia, referida a su abuelo, que fue seminarista en Toledo y estuvo presente e incluso cruzó una mirada con Hirohito emperador de Japón, cuando éste entraba por la puerta de la catedral, o al menos eso nos había contado en otras ocasiones, aunque al parecer, el emperador jamás estuvo en Toledo. En fin otro mito roto.

Continuamos por la calle Cardenal Cisneros ¡que estrechita!, hasta darnos de bruces con el restaurante Los Cuatro Tiempos. Qué bien, y a comer! Gran mesa corrida en salón privado, cervecita y a dar buena cuenta del menú. Cada grupito con sus chascarrillos, risitas, chistecitos, vamos lo habitual en estos casos y con buen rollito, menos Antolín y Antonio, que estuvieron un ratito con cara de niños cabreados porque el camarero no les servía el segundo plato, ni caliente ni frío, ¿qué le habrían hecho al pobrecillo?.

Llegó el gran momento, el de las estrellas y, como de costumbre, Antonio organizó el cotarro, en esta ocasión con Rosa C. como ayudante, pero con la cosa de la crisis, nos hemos quedado sin material, así es que, una vez que uno tiene el honor de cambiar de color, ya está devolviendo la estrella que tenía en depósito, para que otro compañero pueda disfrutarla, je, je, y eso que la economía va mejor.

A Javier M como primer estrellado, Rosa le hizo la pregunta del millón ¿dónde quieres que te la ponga? sin comentarios, risas, aspavientos, que alborozo, el respetable se viene arriba y la estocada acaba en el glúteo derecho del condecorado. Estrella negra.

Para José Luis F no hubo  pregunta, él solito se descubrió, mostró su ombligo, y fue condecorado en el pecho como Dios manda. Estrella negra.

Julián S fue condecorado como es debido, con la seriedad que requiere el acto. Estrella verde.
Vicente A, ni pregunta ni le preguntan dónde quiere ser condecorado porque su esposa estaba muy cerca y atenta. Estrella verde.

Para Tomy, tampoco hubo pregunta, y fue condecorada por Antonio, con mucho cuidado de dónde ponía las manos, digo la estrella, su esposo, con cara de guardia civil no le quitaba ojo. Estrella blanca tras seis largos años para conseguirla.

Pepe M, valiente y torero, afrontó la faena a pecho descubierto. Rosa se contuvo y le condecoró sin la efusividad que todos esperábamos. Estrella blanca.

Ricardo T, el último estrellado fue el más osado y, abusando de la dudosa confianza que le daba ser paisano de Rosa, le pidió ser condecorado en ciertas zonas delicadas, con el consiguiente estupor de Rosa y el griterío del personal, aunque finalmente fue su tripa la galardonada. Estrella blanca.

Por un error, nuestro querido Marcelo también debió ser condecorado como caballero estrella azul, y ha jurado venganza si no lo es en el próximo acto.

Y con este apoteósico fin de fiesta, continuamos la ruta para abandonar la ciudad de Toledo por la calle Carretas, puerta del Sol y puerta de la Bisagra, hasta llegar de nuevo al aparcamiento donde dejamos los coches.

Por lo compartido, comido y aprendido en esta excursión, le concedemos a la misma cuatro toledanas sicarias.
Paco Rodríguez

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