Inicio: La Acebeda
Final: La Acebeda
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 14,3 Km
Desnivel [+]: 552 m
Desnivel [--]: 552 m
Tipo: Ida y vuelta
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 5
Participantes: 28
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
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PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
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RESUMEN
Parecía una ruta para quedarse en casa, y muchos no
vinieron. Algunos porque sus quehaceres se lo impidieron, otros por los 19 km.
y 800 m. de desnivel anunciados, por la meteo que prometía ser infernal, o por
la distancia a Madrid.
Como quiera que sea, nos presentamos 33 en La Acebeda, demasiados para el escueto espacio protegido de la parada de autobús. Desde allí (tuve la suerte de pillar un hueco) era difícil reconocer a los que iban saliendo de los coches. El viento arreciaba y la nieve comenzaba a caer.
Y continuó la criba. Cinco de los que se habían desplazado, decidieron no salir. Luego me enteré de que se trataba de los hermanos Sangüesa y tres de Alcalá, pero bastaba mirar los pies para distinguirlos: entre un montón de botas altas, guetres y pantalones impermeables, a los desertores les delataban las zapatillas blancas de tenis o los zapatos ligeros de paseo. Los epítetos hacia ellos fueron de amplio espectro, desde los apreciativos “sensatos” o “precavidos” a otros de índole más cruel que prefiero no repetir. No ayudaron mucho los comentarios de los lugareños que esperaban en la parada la llegada del pan: “con este tiempo, ¿donde van?”, “no saben donde se meten” o “estos hacen dos km y se dan la vuelta”; está claro que no nos conocían.
Salimos como siempre en fila detrás de Antonio con Juan en la retaguardia, velando por la ruta que él había diseñado. Ningún perro y ninguna estrella fugaz, así que me tocaba hacer la excursión entera.
Desde el pueblo y prácticamente durante toda la marcha, pisamos nieve, a veces mezclada con barro y con frecuencia con “mierda” de distintos animales que apenas se dejaban ver. A tramos, el camino se hacía fluvial y teníamos que remontarlo cual salmones.
El principio del recorrido, sin mucha pendiente, lo trazamos con rumbo un poco errático entre matorrales y algún que otro árbol pelado. Pronto alcanzamos un camino que ascendía hacia el puerto. Arriba, preciosos bosques de pinos y abetos casi vencidos por la nieve. Auténticas postales navideñas. Poco a poco la niebla nos fue ocultando el paisaje y a nuestros propios compañeros.
Tras una breve parada de reagrupamiento y aperitivo en torno a una gran lápida de hormigón que luego serviría para la foto de grupo, seguimos ruta. Sin embargo las bajas no habían terminado; Nico decide no continuar y avisa que se vuelve. Debió parecerle fácil seguir las huellas, pero la nieve y la niebla desorientan a cualquiera y él se despistó. A una llamada suya, Juan y Carlos bajan en su búsqueda y, siguiendo el manual de buenas prácticas montañeras, a ellos se une otra pareja de buenos samaritanos (Esteban y Julián). Inquietud en el grupo que afortunadamente pronto se disipa: Nico comunica que ha encontrado el camino y los cuatro rastreadores vuelven a la marcha.
Nos van a pillar en la llegada al puerto de La Acebeda. Una cerca separa las dos vertientes, madrileña y segoviana. Nada más cruzarla, el viento, que un poco antes había amainado, volvió con toda su furia, como si alguien hubiera abierto de improviso la ventana.
Panorama gélido y duro camino hacia la Peña Quemada (1833 m.), por la parte segoviana, con la cerca helada a la izquierda. A la vista de las magníficas fotos que han hecho algunos compañeros, creo que cualquier descripción está de más. Os remito a ellas y os aconsejo verlas bajo una buena manta.
A escasos 300 metros de la cima, en la Peña del Avellano, la prudencia y el intenso frío nos aconsejan volver. Las vistas sobre la llanura castellana, quedan para otra ocasión.
Como quiera que sea, nos presentamos 33 en La Acebeda, demasiados para el escueto espacio protegido de la parada de autobús. Desde allí (tuve la suerte de pillar un hueco) era difícil reconocer a los que iban saliendo de los coches. El viento arreciaba y la nieve comenzaba a caer.
Y continuó la criba. Cinco de los que se habían desplazado, decidieron no salir. Luego me enteré de que se trataba de los hermanos Sangüesa y tres de Alcalá, pero bastaba mirar los pies para distinguirlos: entre un montón de botas altas, guetres y pantalones impermeables, a los desertores les delataban las zapatillas blancas de tenis o los zapatos ligeros de paseo. Los epítetos hacia ellos fueron de amplio espectro, desde los apreciativos “sensatos” o “precavidos” a otros de índole más cruel que prefiero no repetir. No ayudaron mucho los comentarios de los lugareños que esperaban en la parada la llegada del pan: “con este tiempo, ¿donde van?”, “no saben donde se meten” o “estos hacen dos km y se dan la vuelta”; está claro que no nos conocían.
Salimos como siempre en fila detrás de Antonio con Juan en la retaguardia, velando por la ruta que él había diseñado. Ningún perro y ninguna estrella fugaz, así que me tocaba hacer la excursión entera.
Desde el pueblo y prácticamente durante toda la marcha, pisamos nieve, a veces mezclada con barro y con frecuencia con “mierda” de distintos animales que apenas se dejaban ver. A tramos, el camino se hacía fluvial y teníamos que remontarlo cual salmones.
El principio del recorrido, sin mucha pendiente, lo trazamos con rumbo un poco errático entre matorrales y algún que otro árbol pelado. Pronto alcanzamos un camino que ascendía hacia el puerto. Arriba, preciosos bosques de pinos y abetos casi vencidos por la nieve. Auténticas postales navideñas. Poco a poco la niebla nos fue ocultando el paisaje y a nuestros propios compañeros.
Tras una breve parada de reagrupamiento y aperitivo en torno a una gran lápida de hormigón que luego serviría para la foto de grupo, seguimos ruta. Sin embargo las bajas no habían terminado; Nico decide no continuar y avisa que se vuelve. Debió parecerle fácil seguir las huellas, pero la nieve y la niebla desorientan a cualquiera y él se despistó. A una llamada suya, Juan y Carlos bajan en su búsqueda y, siguiendo el manual de buenas prácticas montañeras, a ellos se une otra pareja de buenos samaritanos (Esteban y Julián). Inquietud en el grupo que afortunadamente pronto se disipa: Nico comunica que ha encontrado el camino y los cuatro rastreadores vuelven a la marcha.
Nos van a pillar en la llegada al puerto de La Acebeda. Una cerca separa las dos vertientes, madrileña y segoviana. Nada más cruzarla, el viento, que un poco antes había amainado, volvió con toda su furia, como si alguien hubiera abierto de improviso la ventana.
Panorama gélido y duro camino hacia la Peña Quemada (1833 m.), por la parte segoviana, con la cerca helada a la izquierda. A la vista de las magníficas fotos que han hecho algunos compañeros, creo que cualquier descripción está de más. Os remito a ellas y os aconsejo verlas bajo una buena manta.
A escasos 300 metros de la cima, en la Peña del Avellano, la prudencia y el intenso frío nos aconsejan volver. Las vistas sobre la llanura castellana, quedan para otra ocasión.
Tras un intento fallido de Juan en su búsqueda de un cortafuegos para atajar, iniciamos el retorno volviendo sobre nuestros pasos: la cerca, ahora a la derecha, y nuestras huellas son guías imprescindibles. Escasísima visibilidad y el eterno viento azotando. Buen ritmo de bajada para combatir el frío y necesidad de algún reagrupamiento. El retraso de unos pocos metros significa dejar de ver a los compañeros.
Fugaz parada para una foto de grupo en la que apenas se reconoce a nadie y vuelta al pueblo sin comer; imposible sacar el bocadillo, aunque no nos hubiera venido mal un tiento a la bota. El último tramo, por cauces, acabó de encharcar nuestras botas.
Recuperamos a Nico, que había conseguido refugiarse en el ayuntamiento con permiso de la alcaldesa de la que al parecer se hizo amigo.
Nos cuenta que el bar está cerrado por ausencia de la dueña que, huyendo del frío, se ha ido de vacaciones a Alicante. La cerve en Robregordo y como broche final, un espectacular arco iris.
Al final han salido 14 km y 550 m de desnivel. La hazaña merece 5 sicarias.
Fugaz parada para una foto de grupo en la que apenas se reconoce a nadie y vuelta al pueblo sin comer; imposible sacar el bocadillo, aunque no nos hubiera venido mal un tiento a la bota. El último tramo, por cauces, acabó de encharcar nuestras botas.
Recuperamos a Nico, que había conseguido refugiarse en el ayuntamiento con permiso de la alcaldesa de la que al parecer se hizo amigo.
Nos cuenta que el bar está cerrado por ausencia de la dueña que, huyendo del frío, se ha ido de vacaciones a Alicante. La cerve en Robregordo y como broche final, un espectacular arco iris.
Al final han salido 14 km y 550 m de desnivel. La hazaña merece 5 sicarias.
Isabel Martínez
FOTO REPORTAJES
* Foto reportajes de José María Pérez
FOTOS
* Fotos de Antolín* Foto reportajes de José María Pérez
FOTOS
* Fotos de Antonio López
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