* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
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RESUMEN
Fuimos citados en el campo de futbol de El Vellón, donde acudimos 37 senderomagos. Ya nos estaba esperando José María para repartirnos el estupendo y anhelado álbum del GMSMA 2023.
Bajo un día de niebla y más fresco de lo esperado comenzamos la ruta por el embarrado camino de Guadalix y camino Chiscón hasta la Vereda del Romero. Antes de llegar a la asfaltada avenida de Monterrey, ya pudimos divisar a nuestra derecha la silueta de la atalaya de Venturada y atrochando a campo través alcanzamos la susodicha atalaya. Allí nos hicimos la foto de grupo y nuestra docta senderomaga Paz, (que por cierto cumplía con su ruta número quincuagésima), nos dio una magistral lección histórica (como en ella es habitual) de estas cadenas de atalayas que cubrían estas zonas.
Me hacía especial ilusión hacer esta crónica porque con ella he alcanzado el número 50 de mis excursiones con el Gmsma, algo que se me antojaba imposible cuando hice la primera por los caminos de Córdoba de la mano de Paco Nieto.
Es emocionante encontrar estos vestigios medievales en tierras fronterizas, seguramente construidos alrededor del siglo X en lo que se llamaba entonces la Marca Media de Al-Andalus. Estas atalayas (palabra que viene del árabe “al talaya”) se utilizaban para controlar el territorio, vigilar movimientos de enemigos y también para controlar poblaciones sospechosas de desafección al régimen político vigente.
Las atalayas de la Marca Media de la sierra de Madrid constituyeron la frontera entre cristianos y musulmanes, y fueron levantadas entre finales del siglo IX, durante el emirato de Muhamad I y el reinado del primer califa cordobés, Abd-al-Rahman III, en el siglo X. Se encontraban en la margen izquierda del río Jarama. Se controlaban desde la villa de Talamanca del Jarama, que en el siglo X fue centro neurálgico del sistema defensivo de atalayas.
Son torres emplazadas en lugares de destacado valor estratégico, generalmente en líneas de frontera más o menos estabilizadas. No tienen una función defensiva sino de vigilancia. No aparecen aisladas, sino que funcionan como si fueran eslabones de una cadena. A su cargo estaban generalmente uno o dos hombres y tenían como misión encender hogueras y transmitir mensajes desde lo alto. En caso de alarma se encendía un fuego en lo alto de la atalaya –con mucho humo si era de día y con mucha llama si ya había caído la noche- para que la población se protegiera. La información se transmitía de una torre a otra.
El conjunto de las atalayas del Jarama es muy homogéneo. Todas se asientan sobre algún afloramiento rocoso. En el grupo de las atalayas del Jarama no todas se divisan entre sí, pero si existían las conexiones adecuadas para que la alarma pudiera llegar al valle. Las torres no seguían una disposición lineal que sería la plasmación de un concepto de «frontera», sino que ocupan un espacio relacionado con el concepto de «marca.»
Sus diferentes posiciones y sus múltiples perspectivas forman un entramado multidireccional, de manera que el control territorial es más completo. Su distribución, de Norte a Sur, flanqueando el valle, subraya esta interpretación. Vigilaban los vallejos laterales, las zonas de pastos más allá de los cerros, las posibles vías de penetración, las rutas secundarias.
La atalaya de Venturada es una torre de planta circular, cuyos muros al exterior forman un perfil ligeramente escalonado en tres cuerpos. Su altura total se acerca a 9 metros; en todo el perímetro de la base hay un pequeño escalón a modo de zócalo. Es de mampostería y el relleno de los muros está hecho a base de piedras y argamasa mezcladas. Es un sistema rápido y sencillo de edificar, que permite nivelar y mantener la verticalidad de la estructura sin muchas dificultades, aunque, para ello, se tengan que hacer algunas concesiones como la del excesivo grosor de los muros y la escasez de vanos.
La elección de una estructura cilíndrica contribuye a simplificar la aplicación de esta técnica, así como disminuye las tensiones estructurales y mejora las cualidades defensivas de la zona. En la parte inferior la edificación aprovecha la roca original que aflora formando un promontorio natural, y que llega hasta el nivel de acceso de la torre. Seguramente tendría tres estancias superpuestas, con un suelo de trabazón de madera; de una planta a otra se pasaría por un hueco abierto en el suelo y se accedería a ellas mediante una escalera de mano. Actualmente está desmochada pero podemos suponer que se remataría con almenas.
Continuamos camino y sorprendentemente nos encontramos con la especialidad del GMSMA, el “salto de valla”. No menos de una docena de ellas fueron saltadas en aras de adivinar el mejor camino para la próxima atalaya. Y ¡vaya!, entre valla y valla encontramos un sitio para dar cuenta del ángelus.
Atravesando la dehesa de Venturada y alejándonos de la urbanización Cotos de Monterrey hasta encontrar más vallas y vallas, adentrándonos por un bonito, estrecho y húmedo sendero por el cauce del Arroyo del Monte, hacia el cañón de los Quebraones, un cañón abierto que encauza las, en este caso, abundantes aguas.
Finalizado el ágape, volvimos al cauce del arroyo y continuamos saltándolo de un lado a otro hasta salir a la pista del CYII por encima del canal del Atazar, justo en el sifón de la Aldehuela, en la almenara de salida. Cruzamos el acueducto 4 (La Aldehuela), el acueducto 5 (El Olivo) y otro par de acueductos hasta llegar a divisar, allá en el fondo y bajo persistente neblina, la Atalaya de El Vellón.
Paz nos contó que la atalaya de El Vellón formaba una línea defensiva completada por la cercanía de los puestos de El Berrueco, Arrebatacapas, Venturada, además de las desaparecidas de El Molar y Torrelaguna, a la que habría que añadir las dos atalayas que vigilaban la parte occidental de la Sierra: la Torrecilla del Collado (Hoyo de Manzanares), situada junto a un paso de montaña en el corazón de la sierra, y la de Torrelodones.
La atalaya de El Vellón es una construcción de mampostería de planta circular y volumen cilíndrico de algo más de 6 metros de diámetro por 9 metros de altura. El grosor de sus muros es de más de 1 metro y la puerta de acceso, adintelada, está a más de 2,50 metros sobre el suelo exterior, a la que se accede mediante un agarramanos, al que, inevitablemente, algunos subieron a hacerse la foto de rigor.
Actualmente está completamente restaurada y no se puede entrar. Tenía, como la de Venturada, tres pisos comunicados en los que se conservan los huecos para empotrar las vigas que habían de formar los suelos de los pisos superiores. Es utilizada por los servicios forestales como puesto de vigilancia contra incendios.
Nos quedamos un rato en este lugar desde el que pudimos disfrutar de las vistas de la vega del Jarama a su paso por Talamanca, la sierra de la Cabrera y el Mondalindo, la Pedriza, la sierra de Ayllón y las cuatro torres de Madrid. Hay que concluir que era difícil que al cuerpo de guardia se le escaparan los movimientos de tropas en cualquier dirección, pues hay una visión perfecta de todo el panorama que existe alrededor.
Y mientras nos ilustraban, parecía hacerse hueco un tímido sol, que nos acompañó en nuestra ya última parte de la ruta, bajando hacia la fuente del Cercón para allí coger la pista que nos depositaria suavemente sobre el pueblo de El Vellón, dando por finalizada nuestra excursión de hoy. Por sus 18,2 kilómetros, la diversión de las vallas y los arroyos, los aspectos culturales y los bellos senderos le otorgamos 4,5 sicarias.
Julián Suela y Paz Rincón
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