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* Perfil, alturas y distancias de la ruta
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RESUMEN
Han pasado ya 11 años desde que en el verano de 2013 supe de los secretos que guardaba el río Cambrones y programé conocerlos en la excursión 145 y desde entonces hemos vuelto todos los años, cautivados por la belleza y frescor que esconde este río.
En cada ruta, nos ha dado a conocer su joya más preciada, las calderas, que es como en la Granja llaman a las pozas, que ha labrado en su descenso desde el puerto de Malagosto, donde nace, a casi 2.000 metros de altitud, y que entrega sus aguas al río Eresma en el embalse del Pontón Alto, junto a La Granja de San Ildefonso, a 1.100 metros, tan sólo 14 kilómetros después.
Quedamos en la explanada que hay nada más pasar la bonita puerta de Segovia, labrada en hierro, rematándose su cerco por la parte superior con palmas enlazadas y las cifras del Rey fundador, cobijadas por una corona Real, se instaló en 1774.
Nos reunimos en la Plaza de Palacio, adornada con un bien trazado jardín inglés.
Allí nos hicimos la foto de grupo antes de comenzar a andar, con el Real Palacio de fondo, realzado por dos torreones y en medio la Colegiala, franqueada por las dos secuoyas gigantes conocidas como el Rey y la Reina, plantadas sobre 1856 y cuentan con una altura de 41 metros, acompañadas por un cedro del Líbano también de gran altura. La perspectiva que se ofrece a la vista desde estos jardines es bellísima.
Nada más dar los primeros pasos, celebramos que con ellos, José María iniciaba su 500ª excursión, todo un récord. Muchas felicidades en nombre de todo el grupo por tantos kilómetros recorridos..
Nos dirigimos a la Plaza de los Dolores, presidida por su emblemática iglesia, con sus dos pequeñas torres laterales, donación de Isabel de Farnesio en 1764 a la Hermandad de los Dolores.
Se acabó en 1767. Templo barroco muy sobrio. Conserva en su interior la imagen de la patrona, la Virgen de los Dolores, realizada por el gran escultor Luis Salvador Carmona. La plaza estaba muy animada porque los miércoles es cuando en ella montan el mercadillo.
Entre los puestos de fruta y otras viandas, bajamos por la calle de la Reina, salimos por la puerta de la Reina, obra ilustrada de granito y rejería levantada en 1784 bajo el reinado de Carlos III. de estilo neoclásico.
A mi me recuerda un poco a la puerta de Alcalá de Madrid, no en vano son del mismo estilo y de parecida fecha de construcción (1778).
Girando a la derecha, pasamos frete a la Real Fábrica de Cristales, construida en 1727 y reconvertida en museo en 1982 tras su abandono en 1963.
Continuamos por el Paseo del Pocillo, dejando a nuestra derecha la fábrica de vidrio Varescence, que cuenta con una plantilla estable 505 empleados, muchos de ellos residentes en La Granja. La producción alcanza actualmente los 150 millones de envases anuales y cabe destacar que alrededor del 20% del vidrio procede del recuperado por reciclaje.
Dejamos la calle al llegar al Puente de la Princesa, vestigio del regio pasado de esta localidad, y que salva las aguas del arroyo del Chorro Grande, que se ve al fondo a la derecha. Continuamos por una pista de tierra, conocida como Paseo de la Casa de Vacas, que dejamos al alcanzar unos portillos metálicos abiertos, siguiendo, a la izquierda, por la Vereda de la Tejera, que a pesar de su nombre está rodeada de robles.
A poco más de medio kilómetro alcanzamos el río Cambrones, que vadeamos por un puente de madera que cada año está en peor estado. Pasada una portilla giratoria, remontamos el río por su margen izquierda.
Predominan los robles, elegantes fresnos, altos helechos y matas aromáticas: botonera, tomillo, cantueso y en la parte más alta, el cambroño, especie de piorno de florecillas de amarillo intenso, hojas trifoliadas y legumbres pilosas, cuya abundancia en esta zona explica el topónimo del río Cambrones.
La senda ribereña alcanza la Cacera Madre, una presa de captación de agua que se la roba al río mediante una acequia que se lleva parte del caudal a las tierras de cultivo y poblaciones cercanas.
Aquí contemplamos una escena que no olvidaremos, la lucha por la supervivencia entre una culebra de agua y una trucha, desigual enfrentamiento en el que el pez se llevó la peor parte, en mis fotos se puede ver un vídeo del impactante momento.
Nos alejamos un poco del río remontando el paredón lateral para enseguida volver a buscar su orilla y así permanecer lo máximo posible junto al agua, mucho más frescos que por el sendero principal que sigue el valle alejado del río, casi sin perder altura, por el que sí volvimos de regreso.
Siguiendo la orilla derecha, junto al agua, fuimos remontándolo entre robles, sauces y demás vegetación de ribera.
Enseguida alcanzamos la Caldera Primera, de gran belleza, donde otros años nos habíamos bañado, pero esta vez nos reservamos para la Tercera, mucho más profunda.
A ella llegamos sorteando alguna que otra roca por la que se accede a la Caldera Segunda y las espectaculares marmitas de gigante que la rodean, forjadas por las fuerza del agua y el roce de las piedras o grava, en constante movimiento circular por la fuerza de estas turbulentas y caudalosas aguas, cuan buril de maestro alfarero.
Al tener un complicado acceso, le otorga cierta intimidad aprovechada por los que les gusta el baño con poca ropa.
Otro paso algo complicado entre rocas nos dio acceso a la Caldera Tercera, enclavada en una vaguada con abedules y chopos entre el joven pinar de la otra ladera.
Tiene una profundidad de tres metros, medidos en años anteriores con precisión por nuestro compañero Ángel Vallés. Aquí, casi todos fuimos al agua.
Lo mejor de esta poza está en su inicio, donde su cascada ha labrado un espectacular jacuzzi medio oculto que es toda una delicia.
Desde una roca, no pude resistirme a repetir mi tradicional salto que captado en su justo momento por las cámaras hace que parezca que camino por el agua, por eso José María la llama la caldera del milagro o mágica.
Tras el baño, continuamos por la orilla del río hasta salir a la soleada senda principal, rodeada de matorral seco, que al poco alcanza la fuente del Malpaso, de la que salía un chorro de cristalina y fresquita agua.
Al poco, llegamos a un remanso custodiado por chopos junto a una enorme roca que parece querer taponar el río en un callejón sin salida, obligándolo a desbordar el agua por sus laterales.
Por eso cambiamos de orilla, cruzando el río, sin mayores problemas, gracias a las grandes piedras que lo jalonan, sin embargo, en invierno y primavera es posible que la corriente nos lo ponga muy difícil, como le pasó a un compañero en cierta ocasión.
Desde este punto en adelante, el río Cambrones se precipita alocadamente constreñido entre las pinas laderas de los montes Carpetanos –a levante– y el cerro de la Atalaya –a poniente–, dando numerosos saltos y parones en las angosturas y oquedades que las peñas forman en este espectacular paraje.
Una vez en la margen izquierda, ascendimos un corto pero empinado repecho a una distancia prudencial del río, seguimos un sendero en altura unas decenas de metros hasta descender por una escabrosa pendiente hasta llegar a la primera caldera con nombre propio, la Caldera del Guindo, un remanso de agua clara en la que es la poza más grande de todas y quizás la más bella.
Un poco más arriba, trepando otra cuestecilla, alcanzamos la Caldera de Enmedio, de dificil acceso, llamada así por encontrarse entre la anterior y la siguiente, encajada entre los peñascos tras una pequeña cascada, la Caldera Negra. Continuamos porque a poca distancia de ella se encuentra la Caldera de las Barbas, llamada así porque el agua desciende a ella por una especie de tobogán, semejando unas barbas.
De regreso a la Caldera Negra, en sus profundas aguas, que no dejan ver el fondo, de ahí su nombre, nos bañamos a placer para refrescarnos. De nuevo me tiré, como de costumbre, desde una de las rocas que cierran esta maravilla. Todo un placer.
Tras el baño, dimos cuenta de los bocadillos y de regreso, al llegar de nuevo a la Caldera del Guindo, donde nos esperaba José María, que no subió a las últimas, nos volvimos a meter al agua para darnos el último baño y así regresar fresquitos.
Volvimos a la Granja siguiendo ahora la senda principal, mucho más corta, pero expuesta al implacable sol.
Al alcanzar una roca en imposible equilibrio, que parece desafiar las ley de la gravedad, hice una simpática foto al grupo simulando querer moverla, cuestión imposible, por otra parte.
Pasamos de nuevo el puente de madera y, al final de la pista, el puente de la Princesa donde enfilamos el Paseo del Pocillo que nos devolvió a la explanada del Palacio, previa parada en la fuente que hay a medio camino, donde paramos a refrescarnos y mitigar el calor intenso que a estas horas era bastante molesto.
En la terraza del bar La Chata celebramos con unas cervezas las meritorias 500 excursiones de José María, al que hicimos el paseíllo nada más llegar. Nos invitó junto con Pepa, que celebraba la compra de su nuevo coche, dando así por terminada esta excursión llena de encantos a la que le otorgo 5 estrellas por lo emotiva que fue.
Paco Nieto
FOTO REPORTAJES
Este lugar lo tomaré en cuenta en mi siguiente viaje. Suena muy interesante.
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