* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
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RESUMEN
Antonio y Carlos nos convocaron para realizar esta ruta por el pueblo de Piedralaves, en la provincia de Ávila.
Este pueblo se encuentra a 95 km de Madrid y a 85 km de Ávila. Está situado en la vertiente sur de la Sierra de Gredos, a unos 770 metros sobre el nivel del mar, aunque en su término municipal hay alturas que sobrepasan los 1.800 m.
La situación de Piedralaves, al sur de la Sierra de Gredos, junto con su altitud media y el clima, condiciona su paisaje. Se pueden contemplar distintos tipos de vegetación que se escalonan en función de la altitud.
Por encima de los 1.800 m la vegetación dominante son los piornos, enebros rastreros y cambrones. En la zona situada entre los 900 y los 1.700 m aproximadamente, predominan el roble melojo o rebollo, el pino resinero y los castaños.
Pero centrémonos en la marcha. Comenzamos a andar junto a la Charca de la Nieta, unas piscinas naturales llamadas así porque junto a ellas crece una planta que los habitantes de la zona conocen como la Nieta. Es bastante profunda, gracias a un muro de contención que se amplió en los años 50 para el azud de un molino cercano.
Junto a ella, se encuentra la Charca de la Abuela, es más pequeña y tiene poca profundidad, vierte sus aguas a la principal a través de una pequeña cascada.
En verano se permite el baño y cuenta con un chiringuito para tomar un refrigerio.
Estas piscinas se nutren del agua que baja por una garganta llamada Nuño Cojo.
Continuando el recorrido, pasamos junto a una fuente y una piedra labrada con un escudo con distintivo forestal y una inscripción con las letras “M.P.N. Nº 20, ÁREA RECREATIVA CASA FORESTAL”.
Cruzamos un puente de madera, sobre la garganta Nuño Cojo, y nos incorporamos a un sendero situado en la parte izquierda de la garganta, que sube empinado y discurre paralelo a ella, entre abundante vegetación de pinos, castaños, robles soberanos, como el llamado de los Manaderos, y helechos, que en algunos tramos entorpecen el paso.
La subida resultó algo dura —pues a algunos ya nos pesan los años— hasta llegar a un punto en el que la presa del pantano quedaba debajo de nosotros, por lo que hubo que descender un desnivel con cierta dificultad.
Al llegar a la pared de la presa del Horcajo, comprobamos que contenía muy poca agua, debido a la sequía que padecemos en los últimos meses, al menos en la zona centro de la península.
Aún así, las vistas desde este punto eran espectaculares: como telón de fondo, las laderas de la Sierra de Gredos y el valle donde, según Carlos, existe un pozo de la nieve.
Posteriormente nos incorporamos a la pista forestal que sube desde el pueblo. A unos metros hicimos una parada para tomar el tentempié —o ángelus— de media mañana. Reanudamos la marcha y, más adelante, junto a una fuente llamada La Piviana, nos encontramos con unos gigantescos robles (Quercus pyrenaica), en una zona denominada Los Manaderos. Algunos de estos ejemplares tienen un perímetro de tronco de unos 6 metros y una altura de unos 20; parece ser que su edad ronda los 700 años.
Siguiendo el camino, unos metros más adelante nos desviamos a la izquierda para tomar una senda que nos llevó a toparnos con unos pinos cascalvos plateados de dimensiones impresionantes.
Tal era el diámetro de uno de ellos que cinco chicas tuvieron que juntarse para poder abrazarlo. Estos pinos, según se cuenta, se utilizaban para construir los navíos de la Armada Invencible.
Regresamos a la pista principal y, continuando por ella en un suave ascenso, llegamos al Castañar de la Angostura. Como estábamos en otoño, disfrutamos de sus colores y recogimos alguna castaña caída al suelo. Aquí hicimos la parada para comer.
Desde este punto comenzamos el descenso hasta el mirador El Riscazo, situado junto a un refugio resinero, El Horcajo.
Desde el mirador se aprecia parte del valle del río Tiétar, y junto a unas rocas hay un cartel con una fotografía que indica los picos que se divisan desde ese punto. Sobre esas mismas rocas, Jorge nos deleitó con su característica postura del equilibrio.
Continuamos descendiendo hasta encontrar otro refugio resinero, La Casera el Lomo, y, a unos metros, un chozo construido con piedra y paja.
Seguimos por la senda hasta incorporarnos a la pista asfaltada, y continuamos por ella hasta llegar a los coches, tras varias revueltas, atroches y pasar junto al Campamento de Piedralaves.
Antonio propuso que las cervezas las tomáramos en Sotillo de la Adrada, en el bar La Laguna, así que hacia allí nos dirigimos para disfrutar de un refresco bien merecido.
Ha sido una marcha con paisajes y un colorido otoñal espectaculares, por lo que le otorgo 4 sicarias.
Enrique Cid
FOTOS





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