miércoles, 7 de diciembre de 2022

Excursión 671: Las Praderas de Navacerrada

FICHA TÉCNICA
Inicio: Puerto de Navacerrada 
Final: Puerto de Navacerrada
Tiempo: 6 a 7 horas
Distancia: 15,5 Km 
Desnivel [+]: 707 m 
Desnivel [--]: 707 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas/Agua: No/Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 19

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta



















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

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RESUMEN
Teníamos previsto ir a la Bola del Mundo desde el Puerto de Navacerrada para pisar nieve, pero una vez reunidos en el aparcamiento del puerto, vimos que la niebla lo tapaba todo y Antonio decidió cambiar la ruta, ya que carecía de sentido subir si no íbamos a poder disfrutar de las vistas.

Pensó en llevarnos por el Camino Schmid, pero le sugerí visitar los miradores de los Cogorros y desde allí bajar a las praderas, le pareció bien y me puso a tirar del grupo, encaminando nuestros pasos hacia la residencia del Ejército del Aire de los Cogorros, por la carretera que asciende paralela a la pista de esquí del Escaparate.

Con poca visibilidad, bordeamos la residencia por la izquierda y giramos a la derecha para remontar una pequeña cuesta, en dirección norte, en suave ascenso hasta alcanzar la estación meteorológica del puerto que tiene la AEMET.

Dejándola a la derecha, continuamos en busca del primer mirador, el de Gallarza, acondicionado con barandillas y asientos de granito, con excelentes vistas en días despejados de los bosques de Valsaín y de las cumbres que lo circundan, la Bola del Mundo al este, y Peña Citores, Dos Hermanas y Peñalara al norte, pero que permanecían ocultos por la niebla hoy.

Se llama así en honor al que fue pionero de la aviación española (realizó el primer vuelo Madrid-Manila en 1926) y llegó a ser ministro del Aire entre 1945 y 1957, Eduardo González-Gallarza.

Tras hacernos la foto de grupo, volvimos al camino y continuamos la línea de cumbres en pequeñas subidas y bajadas, rodeados de pinos, algunos de gran envergadura, que a saber los inviernos y nevadas que habrán soportado en su longeva vida.

Enseguida llegamos al mirador de Maravillas, que a pesar de no estar tan acondicionado como el anterior, tiene un fácil acceso a través de unos escalones naturales entre los bloques de piedra.

Aquí tuvimos más suerte, se retiraron en parte las nubes, aparecieron algunos claros y hasta se vio un poco el sol, lo que nos permitió disfrutar de las vistas que antes nos fueron negadas.

Hasta lamentamos no haber seguido el plan A de subir a la Bola del Mundo, que ahora nos hubiera hecho tener unas excelentes vistas. Resignados, continuamos con el plan B, dirigiéndonos en dirección noroeste, por una senda con inicio algo indefinido pero que enseguida se hace más evidente. Entre pinos y helechos secos, de color ocre, descendimos con bastante pendiente hacia la primera de las praderas que visitaríamos, la pradera de la Machorra.

Siempre que he estado en esta escondida y solitaria planicie me ha parecido una delicia y, cuando la hemos visto con nieve, es ya espectacular.

Hoy lucia un espléndido manto verde, que contrastaba con el resplandeciente azul del cielo. Junto al tronco de un árbol caído, posaron las cinco chicas de hoy, cuan aguerridas machorras, ja ja.

Era tan estupendo el día, que en lugar de iniciar el regreso hacia el puerto, decidimos continuar e ir en busca de la siguiente pradera, la de Navalazor. Dejamos atras la pradera, saliendo en dirección suroeste en busca del arroyo del Telégrafo, afluente del Eresma.

Por un puente de madera, instalado no hace mucho, lo cruzamos cómodamente, de otra forma hubiera sido imposible sin mojarnos, dado el caudal que llevaba. Este fue el punto de menor cota de la ruta, habíamos descendido casi 400 metros.

Seguimos por el Carril del Gallo, remontando una cuesta por un sendero que se torna algo pedregoso en su tramo final, antes de alcanzar la pradera. de Navalazor, en la que unos troncos de unos derrotados pinos siempre han servido de marco para las fotos de grupo en las ocasiones en las que hemos pasado por aquí, así es que aprovechando la presencia de un solitario senderista, nos acomodamos para no ser menos y hacernos otra foto, ésta con todos al completo.

En el canchal que hay en su extremo más al norte paramos a tomar el tentempié de media mañana, reconfortados con las magníficas vistas que teníamos del valle del Eresma, los pinares de Valsaín, con las casas del pueblo al fondo, las estribaciones de Peñalara y Peña Citores, todo un espectáculo.

Después de la pequeña parada continuamos ascendiendo por el Carril del Gallo, en dirección suroeste.

Unos cuantos pinos cortados nos permitieron contemplar sus anillos, de color claro y anchos cuando los desarrollan en primavera-verano y oscuros y estrechos en otoño-invierno. La dendrocronología, del griego δένδρον (dendron, árbol, χρόνος, crónos, tiempo, y λόγος, logos, estudio), es la ciencia que se ocupa de la datación de los anillos de crecimiento de las plantas arbóreas. Más de cien años calculamos que tenía uno de los troncos.

La senda, con moderada pendiente, trepa entre pinos y rocas cubiertas de verde musgo en busca del arroyo de Lumbralejos, coincidente con el GR-10.4. Antes de llegar al arroyo, nos desviamos a la izquierda para subir a la recoleta y bella pradera de Navalviento.

Fue aquí donde el cielo comenzó de nuevo a ponerse plomizo y la niebla se hizo más presente, por lo que enseguida, una vez reunidos todos, continuamos la marcha. Había que descender para reencontrarnos con el Carril del Gallo, pero vi una senda que sin grandes desniveles, al discurrir a media ladera, conecta con él, así es que la seguimos.

Nunca habíamos pasado por ella y fue todo un descubrimiento, porque aparte de preciosa, se hacía muy cómodo seguirla hasta dar con el Carril del Gallo, por el que continuamos en suave pendiente.

El nombre de este camino aseguran algunos que alude a lo encajonado que marcha en ocasiones entre la vegetación, mientras que su apellido hay quien señala su raíz celta del topónimo Kaillu, que significa piedra, que castellanizada queda como callo, palabra que popularmente transmutó en gallo y que remite a los abundantes guijarros que tiene el camino.

El camino asciende por un frondoso pinar, dejamos a la derecha un ramal, hace una zeta y se allana llegando al cruce con la Senda de los Cospes.

Un poco más adelante alcanzamos la fuente de la Fuenfría, donde esperamos a que llegaran todos, algo rezagados, mientras probábamos su fresquita agua a la que le debe el nombre.

Como era un poco pronto para comer, decidimos hacerlo en el Collado Ventoso, por lo que continuamos hacia otra praderita del recorrido, la que hay en el puerto de la Fuenfría, donde caía una ligera llovizna y la niebla ya era tan espesa que no dejaba ver ni el Montón de Trigo.

Tras la breve pausa, enfilamos hacia la carretera de la República, desviándonos a la izquierda para subir por la preciosa senda que bordea la loma sur del Cerro Ventoso.

La senda discurre en dirección sureste hasta alcanzar el Lanchazo, donde gira hacia el noreste en busca del Camino Schmid, creado por el austriaco Eduardo Schmid Weikan, quien en 1926 lo señalizó para unir de la manera más rápida y cómoda posible dos refugios de la Real sociedad Peñalara: el refugio situado en las proximidades del puerto de la Fuenfría, en Cercedilla, con el refugio del puerto de Navacerrada.

Por la niebla nos perdimos las estupendas vistas que desde ella se tienen del Valle de la Fuenfría, pero lo compensó el atravesar filas de pequeños pinos que parecían de Navidad. Una cuesta siguiendo el Camino Schmid no puso enseguida en otra pradera, la del Collado Ventoso, hoy inusualmente sin viento.

Unos mojones de piedra indican en el collado las lindes entre Segovia y Madrid, lo que aprovechamos para hacernos una foto con los segovianos del grupo a la derecha, los madrileños a la izquierda y como no soy ni de unos ni de otros, me quedé en el centro, donde dicen está la virtud, ja, ja.

Tras dar cuenta de los bocadillos, nos pusimos de nuevo en marcha para regresar al puerto de Navacerrada. Unos lo hicieron continuando por el Camino Schmid, otros preferimos seguir la senda que bordea la Umbría de Siete Picos, mucho más agreste, aunque de mayor dificultad, con tramos en los que hay que estar atentos psra no perder el borroso sendero.

Con apenas una cuarte, encontramos el único retazo de nieve en toda la ruta, al que nos apresuramos a subir para poder afirmar que sí habíamos pisado nieve, ja ja.

Al final de su recorrido, la senda desciende hacia el encuentro de la pista del Bosque, por donde continuó un grupo, pero nos faltaba la última pradera por visitar, la de Siete Picos. Cogiendo un desvío que sale a la derecha, enseguida la alcanzamos los cinco que no quisimos piérdenosla.

Por ella continuamos para recorrer la cresta hacia el Cerro del Telégrafo, que con la espesa niebla era dificil de divisar, más aún la Virgen de las Nieves, que no la reconocimos hasta estar prácticamente debajo de ella, tras dar un pequeño rodeo intentando encontrarla.

Comprendimos lo fácil que es perderse en la niebla cuando faltan las referencias visuales y sólo el gps, con sus limitaciones, es capaz de guiarte entre la densa bruma.

La idea inicial de colocar en este lugar la imagen partió de un grupo de alumnos del colegio Claret de Segovia, durante una marcha de montaña que realizaron por esta zona.

Sin embargo fue llevada a la práctica posteriormente por la asociación de Antiguos Alumnos Claretianos de Segovia y Madrid, que encargaron la escultura al escultor José María García Moro.

Desde aquí, por camino amplio y reconocible llegamos a la pista de entrenamiento y bordeándola bajamos al puerto, donde nos esperaban el resto del grupo.

En el bar Dos Castillas, no sé que me sentó mejor, si la cerveza o el caldito caliente que me tomé, y que puso el broche final a esta excursión, que en palabras de Antolín fue un "paseíto" muy exigente pero, a toro pasado, muy bonito y satisfactorio, al que le otorgo un 5.
Paco Nieto

FOTOS

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