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RESUMEN
Iniciamos la marcha en el aparcamiento del restaurante Los Claveles, a pocos metros de la zona recreativa de la Isla, y que cerró hace ya unos años, una pena porque se comía muy bien allí. La temperatura que tenemos es de 20 grados y no subió mucho más el resto de la marcha.
Comenzamos a remontar el arroyo de la Angostura por su margen izquierda. Al poco, nos deleitamos con el espectáculo visual y sonoro que es el salto de agua de la presa del Pradillo, en la que se desbordaba menos agua de lo habitual, fruto del intenso estiaje al que estamos sometidos. Contemplar cómo las aguas quietas y tranquilas del embalase, de repente se tornan bravas y salvajes, es de una gran belleza.
Tras las inevitables fotos, continuamos por la senda que asciende pegada al agua, pasando junto a la estación medidora del caudal, que da paso a un por momentos escarpado repecho repleto de robles, cercano a la pista que discurre paralela al arroyo, para luego serenarse en praderas a la ribera del arroyo.
Nos dimos un largo rato de descanso mientras alguna ¿quién sería? Se refrescó un poco y José María nos hacía la foto de grupo.
Aguas arriba, la ortografía del terreno nos obligó a alejarnos del arroyo, continuando por la pista que al poco nos deja a las puertas del romántico puente de la Angostura. Medio en penumbra, rodeado de vegetación y musgo, es uno de los rincones más bellos de este Valle de la Angostura, que toma su nombre precisamente del estrechamiento rocoso existente en el puente.
El Puente de la Angostura parece haberse quedado anclado en el tiempo, por su perfecta conexión con el entorno.
Se trata de una majestuosa construcción en mampostería fabricada por orden de Felipe II para poder circular en carruaje desde su palacio en la Granja de San Ildefonso hasta el Monasterio del Paular.
Al cruzar el puente, cambiamos de margen por la que seguir remontando el arroyo, haciéndolo ahora por la derecha.
Cruzamos una extensa pradera para encontrarnos con otro rincón de singular belleza, la que es sin duda la mejor poza del valle, casi una piscina. Aquí paramos a tomar el tentempié mientras tres se refrescaban (se admiten apuestas).
Continuamos por el Camino de las Vueltas, ascendiendo arroyo arriba por la pista que se aleja un poco del arroyo para luego acercarse a él, alcanzando otra joya paisajística, la que llamados “poza de Pepa”, por haber sido escenario, cuando no estaba prohibido, de innumerables baños de nuestra compañera,
Continuamos remontando el arroyo hasta cruzarlo por el puente de madera de los Hoyones, cambiando así nuevamente de orilla. Al poco, nos encontramos con el arroyo de la Laguna Grande de Peñalara, que junto con el de las Cerradillas, el de Guarramillas y el Aguilón, más abajo, conforman las fuentes del río Lozoya.
Tras agruparnos, iniciamos el descenso por una vereda que se va estrechando conforme bordea la loma de la margen derecha del arroyo hasta llegar de nuevo al puente de los Hoyones.
Cruzando de nuevo el puente, continuamos el descenso por la pista de la margen izquierda del arroyo hasta alcanzar de nuevo el puente de la Angostura.
Lo cruzamos para volver de nuevo a la poza cercana, donde habíamos tomado el tentempié y que ahora volvió a ofrecernos su sombra, agua y fresco para tomar allí los bocadillos. Ni que decir tiene que algunos (tres de nuevo) se refrescaron en su gélida agua.
Descendemos ahora por el bello sendero que, entre altos pinos y verdes helechos, desciende algo separado de la margen derecha del arroyo, hasta alcanzar de nuevo el embalse del Pradillo, con sus bellos reflejos e impresionante cascada.
Solo quedaba cruzar el puente sobre nuestro arroyo de la Angostura, cantarín compañero del día y llegar al aparcamiento de los Claveles, donde habíamos dejado los coches.
Por todo lo disfrutado esta excursión se merece 4,5 sicarias.
Javier Miguel
FOTO REPORTAJES
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