* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
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RESUMEN
Quizá por la previsión de lluvia, a las 10:30 nos reunimos apenas 15 senderistas en el área recreativa del puerto de Canencia. Los nueve grados y la ligera niebla no auguraban nada bueno. En ausencia de Antonio, fue Carlos R. quien tomó el mando para llevarnos por una ruta ya conocida, aunque con alguna interesante variante.
No es la primera vez para mí que visito estos parajes. Los he recorrido con sol, con calor, incluso con nieve y, en todas las ocasiones, el entorno parece diferente. El ambiente otoñal, con su pizca de niebla, le da hoy a esta ruta su toque especial.
Iniciamos la marcha por el Camino de Miraflores hacia la Peña de los Altares. Para mi deleite, la ruta empieza por una cómoda pista y cuesta abajo, perfecta para caminar sin preocuparse demasiado de dónde poner los pies.
Dejamos a nuestra derecha la pradera de Navasaces y llegamos al arroyo del Hueco de los Cortados, reducido a un hilillo de agua. La Peña de los Altares suele ofrecer espléndidas vistas del Valle de Lozoya, pero hoy la niebla se espesa y nuestro guía, con su demostrado buen criterio, decide no continuar por ese camino.
En su lugar, nos adentramos en una senda estrecha que rodea la Peña a media ladera. Ésta no parece ser una senda cualquiera —nos revela el guía—, ya que se pueden ver restos de losas y piedras de gran tamaño colocadas para salvar algún que otro desnivel, así como muros de contención para evitar la erosión del camino que, si bien no se trata de mampostería como tal, sí se aprecia que las piedras han sido cuidadosamente seleccionadas y colocadas. Podría tratarse de un camino tradicional que tiempo atrás conectara Miraflores con Canencia.
Abandonamos la senda, relativamente horizontal, y empezamos a descender por un cortafuegos hasta casi llegar al arroyo de Canencia, que nace precisamente en este mismo puerto.
Continuamos por el PR-28, acumulando ya unos seis kilómetros de bajada y esto empieza a preocupar. Cuanto más bajemos, más habrá que subir.
Tras unas cuantas “zetas”, llegamos finalmente al que parece ser el punto más bajo de nuestra ruta, por donde discurre el arroyo Sestil del Maíllo, afluente del mencionado arroyo de Canencia. Según la RAE, “sestil” significa “sesteadero”, el “lugar donde sestea el ganado”. “Maíllo”, o “maguillo”, es un manzano silvestre.
Estábamos en el ecuador de la excursión y tocaba remontar. Dejamos a un lado el puente de Vadillo, cruzamos la carretera M-629 y, tras nuevas curvas que suavizan la acusada pendiente, alcanzamos la casa forestal de los Collados, una vieja construcción abandonada cuyo porche aún cobija una mesa y banco de madera.
Reanudamos la marcha hacia el cortafuegos que conduce al collado Bajero y un poco más arriba se alcanza otro collado que, si el anterior era Bajero, éste, con toda lógica, recibe el nombre de collado Cimero. La amenaza de lluvia parecía cumplirse, pero apenas fueron cuatro gotas, insuficientes para que algunos llegáramos a sacar los bártulos para el agua.
Un kilómetro más adelante, el amarillo de las hojas anunciaba la llegada al famoso abedular que da nombre a esta ruta.
A lo largo del ya mencionado arroyo Sestil del Maíllo, se suceden los abedules compartiendo espacio con algunos ejemplares totalmente distintos y ciertamente únicos, como el “Acebo del Puerto de Canencia”, catalogado como “Árbol Singular de la Comunidad de Madrid nº 76”, con unos ciento veinte años de edad.
Cruzamos de nuevo la carretera M-629 a la altura del puente de La Pasada para encontrarnos con el “Tejo de la Senda” que, con un perímetro de 4,10 m y unos 500 años de antigüedad, le hace merecedor de estar catalogado también como árbol singular desde 1992. (Por cierto, en este este mismo blog, en el apartado Enlaces de Interés, hay un enlace donde están recopilados todos los árboles singulares de la Comunidad de Madrid.)
En esta ocasión, falta la placa metálica con la numeración (el nº 229). Afortunadamente, el cartel informativo sigue en pie y en donde se puede leer que “…la madera del tejo fue muy apreciada por su dureza, parecida a la del hierro y a la vez por su elasticidad. Por ello, se empleaba en la construcción de lanzas, flechas y arcos. Las propiedades mortales de casi todas sus partes, junto con su gran longevidad, han dotado a esta especie de misterio, siendo considerados árboles sagrados en muchas culturas europeas”.
Unos pasos más adelante, otro acebo que, si bien no está catalogado oficialmente de ningún modo, lucía racimos de bayas rojas que parecían encenderse en medio del bosque. Unas cuantas fotos con el acebo de protagonista y emprendemos lo que será el último tramo de subida hasta llegar al punto de partida, donde dimos cuenta del bocadillo que, aún intacto, permanecía en nuestras mochilas.
Y allí, grabada en una roca, reza la inscripción: “El camino de la vida siempre pasa por un monte”. Que cada cual lo interprete a su manera.
Por los numerosos encantos a esta otoñal excursión la califico con un 4 sobre 5.
Fernando DíazH.
FOTOS


















