Inicio: San Facundo
Final: San Facundo
Tiempo: 3 a 4 horas
Distancia: 10,9 Km
Desnivel [+]: 364 m
Desnivel [--]: 364 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 31
Participantes: 31
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
* Ver esta ruta en Wikiloc
RESUMEN
Nuestros amigos Pepe y
Jesús, que el día anterior nos habían obsequiado con una visita espectacular a
la sierra de La Cabrera, querían seguir presumiendo de su tierra leonesa, así
que nada mejor que introducirnos en El Bierzo. Había que llegar al pueblo de
San Facundo por carretera y, desde allí, según la información previa, dar una
vuelta por los alrededores antes de comer en el mismo pueblo, para después
despedir a la mayoría de los senderomagos que iniciarían la vuelta a Madrid.
Al acercarnos a San
Facundo ya veíamos que las montañas se empinaban cada vez más y que parecía
inverosímil poder dar una vueltecita por allí sin salvar dificultosos
desniveles. La cosa daba todavía más respeto cuando vimos que allí se acababa
la carretera. Por otra parte, como la verdad es que el paisaje era de ensueño,
daban ganas de internarse en él y desaparecer entre los altos riscos revestidos
de vegetación y los mil recovecos que se adivinaban.
Una vez confirmada la
comida en el bar/restaurante Hermanos Villa, iniciamos el paseo guiados por
Pepe, adentrándonos aguas arriba por el arroyo del Rial. Mirando los abruptos
escarpes a izquierda y derecha, uno se daba cuenta de que es verdad eso que se
dice de que el agua siempre encuentra un camino, aunque también de que este
camino ha debido costarle un porrón de milenios trazarlo. Al principio,
transitábamos por un cómodo caminito bordeado de cerezos e impresionantes
castaños que nos daban sombra, pero, al poco, nada más cruzar un puente sobre
el río, el camino se convertía en senda y comenzaba a trepar por la ladera.
Aunque había que hacer
algún esfuerzo, éste siempre se compensaba de sobra con las vistas sobre el río
y su entorno. Así, por ejemplo, descubrimos de pronto un pequeño embalse muy
por debajo de nosotros y, bajando de nuevo al cauce, cruzamos un bonito puente
bastante artesanal hecho con maderos partidos por la mitad. De nuevo en la
margen izquierda, llegamos a un punto en que el camino se bifurcaba: El ramal
izquierdo hacia Poibueno, el derecho hacia Matavenero, según sendas
indicaciones al pie del camino. Tomamos este último para seguir ganando altura
por un sendero muy bien cuidado que iba salvando los roquedos por entre los
brezos. Nos encontramos de camino dos mujeres con un niño que descansaban a la
sombra y nos dieron la impresión de estar disfrutando del paraíso.
El grupo se iba alargando,
en parte porque Pepe marcaba un buen ritmo y en parte porque uno, a poco que se
descuidara, se disipaba fácilmente dejándose llevar por los sentidos. También
íbamos Rosa y yo cavilando, pues nos resultaba familiar el nombre de Matavenero
y nos remitía a una película que habíamos visto, “Julie”, que se había rodado
en un remoto pueblo abandonado y posteriormente repoblado por una comunidad alternativa
de gentes de procedencia diversa. Jesús nos confirmó que así era Matavenero y
nuestras expectativas por llegar al pueblo aumentaron. En estas andábamos
cuando, a lo lejos y en lo alto una loma, divisamos unas construcciones que
correspondían al pueblo.
Caminamos un poco más
siguiendo el sendero que torcía a la derecha para poder cruzar el arroyo de la
Reguera. Pasado el puente sobre este arroyo hicimos una parada para
reagruparnos y tomar un refrigerio. A continuación, una empinada subida hasta Matavenero
de unos 100 metros de desnivel. Pepe se asombraba después de que, en sólo este
tramo, la diferencia entre los que llegaron primero y los últimos fue de nada
menos que 10 minutos (misterios del GMSMA).
Una vez en el pueblo, los
que llegamos los últimos vimos que muchos de los compañeros estaban
entretenidos en una tienda de artesanía, así que aprovechamos para echar un
vistazo. Así, pasamos por la taberna, la escuela o la cocina comunitaria, que
es donde se alojan los recién llegados al pueblo. Tropezamos también con
algunos de los habitantes del lugar y tuvimos una charla muy provechosa con
Jorge, un sociólogo recién licenciado interesado en las ecoaldeas y que llevaba
allí viviendo un mes entregado a la investigación y a la vidilla del lugar. Hasta
que ya nos despedimos de él porque, visto que no se allegaba nadie más por
allí, se nos ocurrió que quizá el resto del grupo ya estuviera pensando en
proseguir el camino.
Bajábamos tranquilamente
por donde Jorge nos había indicado que se iba hacia Poibueno, cuando un
fatigado Jesús nos salió al encuentro subiendo la cuesta. Aunque nos lanzó
alguna imprecación del tipo: “¡Qué hay que llegar a comer, jo…!”, pronto quedó
abducido por la paz que transmitíamos y bajó con nosotros en camaradería hasta
el Dom, una gran construcción circular pensada para dar cobijo a las
actividades comunitarias, un tanto deteriorada a día de hoy.
Al poco de atravesar una
cancela de madera y un arroyuelo, llegamos frente a Poibueno, un pueblecito a
orillas del Rial abandonado totalmente. Para acceder hasta sus ruinas, tuvimos
que pasar el río sobre los restos de un puente desvencijado, ayudándonos de una
soga que se ha colocado para este propósito.
Poibueno es un lugar de
misterio donde Becquer se hubiera podido inspirar para crear unas cuantas
leyendas de haberlo conocido. Su iglesia, en particular, de una construcción
recia y bella a la vez, que se resiste al derrumbe total, evoca tiempos
memorables. En el pequeño cementerio anexo, cubierto de escombros, sólo una
cruz de hierro oxidada remite a su pasado.
Embelesados por estos
hallazgos, otra vez nos habíamos quedado los últimos, pues el grupo continuaba
su camino, ahora de vuelta a San Facundo por la otra orilla del río. Así que, a
buen paso, proseguimos por la senda, subiendo y bajando alternativamente, hasta
que, en un recodo del río, nos sorprendió un fuerte estruendo y alcanzamos a los
compañeros, que estaban alucinado mirando como el río se abría paso muchos
metros por debajo horadando las rocas. Estábamos en el denominado Pozo de las
Hoyas.
La hora se nos iba echando
encima para comer, así que aceleramos el paso para cruzar enseguida otro puente
de madera de factura muy profesional, y seguir andando hasta afluir al camino
que habíamos traído al venir de San Facundo horas antes. Un poco cansados por
el apretón final, pero muy contentos con el recorrido, llegamos al restaurante,
donde tomamos una sencilla pero suculenta comida; de segundo plato, algunos degustaron chuleta de ternera y otros preferimos
trucha recién cogida de la piscifactoría. Todos quedamos satisfechos.
Una vez leída la crónica y
vista tanta maravilla, Madi opina que otorgar el máximo de 5 sicarias a este
evento es obligado. Mención especial merecen Jesús y Pepe por su entrega y su
paciencia.
Melchor
Melchor
No hay comentarios:
Publicar un comentario