miércoles, 10 de agosto de 2022

Excursión 642: La bañera de la Chorranca

FICHA TÉCNICA
Inicio: La Pradera de Navalhorno. Valsaín
Final: La Pradera de Navalhorno. Valsaín
Tiempo: 3 a 4 horas
Distancia: 11 Km 
Desnivel [+]: 531 m 
Desnivel [--]: 531 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: No
Valoración: 4
Participantes: 14

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta














PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK

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RESUMEN
Para llevar con dignidad los últimos días del tsunami infernal de este verano, Rosana había ideado un paseo a la sombra por los pinares de Valsaín con refrigerio final en el bar “La Tomasa” y degustación de paella. Para ella tenía además el interés añadido de llevarnos hasta la Bañera de La Chorranca, topónimo que la mayoría desconocíamos.

Como es habitual en estas rutas veraniegas, el grupo no era muy numeroso aun contando con algunos familiares de los senderomagos que no se prodigan el resto del año. Destacaba, principalmente, en esta ocasión, lo presencia de Darío, que con sólo siete años está hecho un jabato, llevando siempre el ritmo de la marcha sin dificultad y, sobre todo, con mucha ilusión.

Enseguida tomamos la calle Primera de La Pradera para, doblando a la altura de la serrería, introducirnos al poco en el pinar y continuar por la Senda de La Acequia, acequia que nace en el arroyo de Peñalara para, teóricamente, llevar agua al pueblo.

En estas fechas, quizá debido a la escasez de lluvias que se notaba en la extrema sequedad del terreno, la acequia no llevaba agua, mostrando todo lo más su lecho embarrado en algún corto tramo.

Ascendiendo un trecho, alcanzamos el paraje de la Cueva del Monje, archiconocida por la mayoría pero todavía merecedora de un breve reposo.

Aquí Rosana, que transita por estos montes desde niña, nos contó cómo había una casa en el lugar, donde vivía una familia, y cómo se podía dar uno el capricho de pedir un par de huevos fritos de las gallinas que allí criaban; hoy en día apenas se puede adivinar aquella vida, quizá inquiriendo sobre la presencia de dos lánguidos guindos que resisten.

Tras un cómodo paseo por pista, llegó la hora de ascender trabajosamente hasta el arroyo de La Chorranca; no obstante, no se iba mal; la sensación de calor se mitigaba a la sombra del pinar y con la conversación.

Alcanzado el arroyo, quedaba la subida más empinada, siguiendo su margen derecha a través de las peñas. Aquí la conversación se sosegó y, con la paciencia de que hacemos siempre gala, alcanzamos por fin las cascadas. No tenían mucha agua, pero sí suficiente para mostrarse hermosas y atractivas. Allí paramos un ratito y nos hicimos la foto de grupo.

Pero todavía no habíamos alcanzado el objetivo: Había que encontrar La Bañera. Con las indicaciones recibidas antes de la marcha, los “exploradores” enseguida descubrieron la charca. Era un sitio estupendo para refrescarnos y tomar el tentempié, así que lo aprovechamos bien; hasta hubo quien se dio un bañito en las aguas frescas.

Habíamos alcanzado la cota máxima de altitud prevista y había que volver a tiempo para comer, así que Rosana urgió la partida a través de un sendero que había que encontrar para volver por la margen izquierda del arroyo.

No fue difícil el hallazgo, aunque sí algo complicada la senda, que descendía en ciertos tramos abruptamente, atravesando algunas tollas, no tantas ni tan incómodas, decía Rosana, como las que presenta en temporada húmeda.

Hago aquí un inciso para apresurarme a indicar lo mucho que se aprende caminando con este grupo maravilloso: Era la primera vez que yo recuerde haber oído la palabra “tolla” y fui muy bien informado de su significado e incluso de cómo se deriva de ella “atolladero”; quien no la conozca y tenga curiosidad puede suponer su significado por el contexto y, si quiere precisar más, que mire el diccionario.

Bueno, es el caso que descendimos hasta las cercanías del arroyo de Peñalara, previa parada en la fuente del ratón, y desde por ahí tomamos de nuevo la Senda de la Acequia, abandonándola esta vez un poco antes de donde la habíamos cogido horas antes, para llegar hasta las afueras del pueblo y, bordeándolo, desandar el camino por la calle Primera hasta el restaurante.

En todo este trayecto ya se notaban los rigores agosteños; ni siquiera la supuesta comodidad de caminar hacia abajo era suficiente para desprenderse de la calorina.

Llegados al lugar de la comida, hay que reseñar dos cosas: La primera, que menos mal que Ángelines y Ángel estaban allí esperándonos guardándonos dos estupendas mesas alargadas a la sombra de los árboles, ya que la concurrencia era numerosa y no se admitían reservas (ya Rosana había contado con ello); la segunda, que tampoco habían admitido en el bar encargo de paella y, por el trajín que tenían, ni siquiera estaban dispuestos a prepararla sobre la marcha. Así que nos conformamos con un digno menú del día a precio tolerable, y los que nos habíamos quedado desilusionados aprovechamos para pedirnos de postre arroz con leche.

Disfrutamos casi tanto de la sobremesa como del paseo, así que fue un día casi perfecto. Y digo casi porque, en palabras de Darío, lo que más le gustó fue La Choranca, pero lo que menos, las moscas. En consecuencia, otorgaremos una nota de 4.
Melchor

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