En este pequeño tramo nos encontramos con un boletus de color blanco sucio, que al cortarlo azulea como el Boletus satanás, según Ángel su nombre es Boletus radicans, no comestible.
En cualquier caso. Lo que sí que nos enseña esta variedad y la de otros boletus es que para que salgan es tan importante la temperatura (entre 4º y 20º) como la humedad, que en esta ocasión hemos visto que es muy escasa.
Alcanzando el
arroyo de la Vega, realizamos un giro a la izquierda para tomar el camino paralelo al arroyo. En apenas 200 metros, alcanzamos la señal de unas piedras y un roble al borde del camino donde nos reagrupamos, y después de aparcar la bicicleta, emprendemos la marcha ascendiendo una ladera empinada, para alcanzar la
cueva de los Relaños, que se encuentra a unos cien metros.
A pesar de haber ido muchas veces, la frondosidad de jaras y robles me hicieron dudar del lugar donde se encontraba.
Nuevo reagrupamiento para no perdernos en la
espesura del monte, y en apenas veinte metros más
adelante, en una zona más despejada, por fin
encontramos
la cueva.
El acceso no es
muy fácil, pero
los que se
atrevieron a hacerlo comprobaron la curiosidad de su
interior, más grande de lo que parece desde fuera. Gracias a la luz que se filtra por uno de los huecos del
techo, nos permitió hacer bonitas fotografías.
Ya toca el regreso a
Navares, volvemos a tomar el camino paralelo al arroyo, en dirección a la
charca de la Cuburrilla.
En este trayecto, encontramos endrinos con abundantes frutos ya maduros; con ayuda de unos cuantos, Choni consiguió recoger las 111 endrinas necesarias para que, mezcladas con un litro de aguardiente dulce, en medio año de maceración conseguir un exquisito pacharán, cuando este coge su color las endrinas se tienen que retirar.
Cruzamos el arroyo, y una pequeña cuesta en la ladera del monte, nos lleva a la
charca de la Cuburrilla, esta si con agua. En su lateral, José María nos hizo la foto de grupo con gran éxito, a pesar de las dificultades para clavar la vara que sujeta la cámara, por la sequedad del terreno.
Ahora toca salir del monte por una nueva cancela en el camino de Los Palomares, donde pudimos ver campos de girasoles, a punto de ser cosechados, que ya han perdido su belleza de flores amarillentas mirando al sol, sólo algunos más pequeños, y que nacieron más tarde, nos permiten disfrutar de la belleza de sus pétalos amarillos.
En una tierra abandonada, nos sorprendieron unas plantas rastreras con frutos parecidos a pequeñas sandías, con espinas de nombre
Cucumis myriocarpus, de nombre vulgar Sandía espinosa o amarga, catalogada como maleza nociva e invasora. Un poco más adelante descubrimos unos almendros con sus frutos ya listos para su consumo.
Descendemos la cuesta de Los Palomares para entrar en Navares de Enmedio, junto a la cerca del jardín. Cruzamos la plaza de abajo y llegamos al horno de mi hermana Rosi, donde nos esperaban los cuartos de cordero lechal asados en horno de leña y cazuelas de barro.
Con la ayuda de 14 senderomagos, los trasladamos a la nave de la huertona, para degustarlos con unos exquisitos entrantes: empanadas, aceitunas variadas, patatas fritas y ensaladas acompañados con vino de
Ribera de Duero, cervezas fresquitas y alguna Coca-Cola, para terminar, unos exquisitos cafés y pastas variadas que nos tenía preparados Mayte. Para finalizar, la entrega de estrellas en un acto muy emotivo, por parte de Antonio, con ayuda de Leonor y Marcos.
En resumen, una bonita jornada, de unos 12 kilómetros y casi 300 metros de desnivel, en muy buena compañía. Valoración 4,5 sicarias. ¡Hasta la próxima excursión!
Marcos Cid Martín