Inicio: Canencia
Final: Canencia
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 14,3 km
Desnivel [+]: 737 m
Desnivel [--]: 718 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Dificultad: Media
Pozas y agua: Si
Ciclable: No
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 39
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
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TRACK
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Luego la pendiente ya se suavizaba y llegamos de nuevo a verdes praderas en la vertiente de Canencia, salpicadas del amarillo de los piornos en flor. Por aquí avanzábamos en pequeños grupos, como cabritillas felices, sorteando regatos y arroyuelos, los que poco más abajo forman el arroyo del Ortigal y aún más abajo el del Batán.
RESUMEN
Como en las fiestas populares de los
pueblos, en la celebración de la 200ª de Antonio no podía faltar una concurrida
romería por esos campos de mayo engalanados con los colores del cantueso y la
retama.
Esta vez, al encuentro de La Cabeza del Cervunal, que también ostenta el más atractivo nombre de Mondalindo (hay quien dice que como evolución de “monte de don Galindo”).
De Canencia salimos sin esfuerzo, para tomar la pista que poco a poco asciende por la ladera este del arroyo del Batán, hasta algo más allá de donde se divisa, hacia poniente, la siempre llamativa chorrera de Rovellanos.
Desde ahí, el homenajeado nos llevó, como es su costumbre, por entre matojos, tapias y zarzales, hasta alcanzar los prados ya transitables a media ladera. El día era fresco y había llovido el día anterior, por lo que se disfrutaba del esfuerzo de la subida y de la claridad del día.
Esta vez, al encuentro de La Cabeza del Cervunal, que también ostenta el más atractivo nombre de Mondalindo (hay quien dice que como evolución de “monte de don Galindo”).
De Canencia salimos sin esfuerzo, para tomar la pista que poco a poco asciende por la ladera este del arroyo del Batán, hasta algo más allá de donde se divisa, hacia poniente, la siempre llamativa chorrera de Rovellanos.
Desde ahí, el homenajeado nos llevó, como es su costumbre, por entre matojos, tapias y zarzales, hasta alcanzar los prados ya transitables a media ladera. El día era fresco y había llovido el día anterior, por lo que se disfrutaba del esfuerzo de la subida y de la claridad del día.
Si en las cotas bajas nos iba
acompañando la fragancia y el morado del cantueso, al ascender era el amarillo
insultante de la genista, salpicando el tapiz verde de la primavera, el que
acaparaba los sentidos.
Así llegamos a la conocida como Peña Ahorcada, donde nos reagrupamos y, recostados al abrigo del viento tomamos un tentempié. En este paraje hubo oportunidad para todos de figurar como cronistas honoríficos de esta tan señalada marcha, pero nadie hizo ademán de merecerla (¡¡¡cobardes!!!).
Así llegamos a la conocida como Peña Ahorcada, donde nos reagrupamos y, recostados al abrigo del viento tomamos un tentempié. En este paraje hubo oportunidad para todos de figurar como cronistas honoríficos de esta tan señalada marcha, pero nadie hizo ademán de merecerla (¡¡¡cobardes!!!).
Parecía que no quedaba mucho para
alcanzar el pico, pero el último tramo le costó recorrerlo a más de uno; además
el viento ya se hacía bien de notar y requería prendas adicionales para
soportarlo.
Finalmente, llegamos al objetivo, avistando al otro lado de la ladera el pueblo de Bustarviejo y todo el paisaje hacia el sur hasta Madrid, así como el embalse de Santillana y parte de la Pedriza hacia el oeste (aquí Paco C. me señaló exactamente el collado de la Ventana, por donde anduvimos el miércoles anterior). Sólo una abigarrada urbanización de Valdemanco desafiaba la belleza del paisaje.
Poco aguantamos en la cumbre del Mondalindo. Aunque algunos nos habíamos refugiado del viento entre las rocas, enseguida hubo que seguir al grupo, que ya avanzaba a toda velocidad por una empinada senda que baja hacia la Majada de los Arrieros.
Finalmente, llegamos al objetivo, avistando al otro lado de la ladera el pueblo de Bustarviejo y todo el paisaje hacia el sur hasta Madrid, así como el embalse de Santillana y parte de la Pedriza hacia el oeste (aquí Paco C. me señaló exactamente el collado de la Ventana, por donde anduvimos el miércoles anterior). Sólo una abigarrada urbanización de Valdemanco desafiaba la belleza del paisaje.
Poco aguantamos en la cumbre del Mondalindo. Aunque algunos nos habíamos refugiado del viento entre las rocas, enseguida hubo que seguir al grupo, que ya avanzaba a toda velocidad por una empinada senda que baja hacia la Majada de los Arrieros.
Luego la pendiente ya se suavizaba y llegamos de nuevo a verdes praderas en la vertiente de Canencia, salpicadas del amarillo de los piornos en flor. Por aquí avanzábamos en pequeños grupos, como cabritillas felices, sorteando regatos y arroyuelos, los que poco más abajo forman el arroyo del Ortigal y aún más abajo el del Batán.
En este bucólico paisaje fue donde José
Mª decidió plasmar nuestra felicidad, dando lo mejor de sí mismo como fotógrafo oficial del GMSMA y así consiguió una
deslumbrante foto de grupo y también una novedosa composición de factura
“hiperrealista”. También algunos más se atrevieron con atrevidos experimentos,
como el manteo sin manta de Antonio, que afortunadamente concluyó entre risas.
Para redondear el día, no estaba de más
pasar por la chorrera de Rovellanos a la vuelta, así que seguimos andando hasta el arroyo de
Matallana, que cruzamos al otro lado y después seguimos hasta la chorrera de
marras.
Con el sol iluminándolo todo, el lugar estaba precioso y entre quienes nos entretuvimos contemplándolo y quienes tomaron un camino alternativo para evitar la dificultad de la bajada, el grupo se disgregó un tanto. Aun así, todos alcanzamos finalmente la pista por la que habíamos comenzado a andar de mañanita. El único percance lo sufrió nuestro sherpa Juan, que recibió justo en su talón de Aquiles el impacto de una piedra que desprendió Teo de la ladera en su correr alborotado.
Con el sol iluminándolo todo, el lugar estaba precioso y entre quienes nos entretuvimos contemplándolo y quienes tomaron un camino alternativo para evitar la dificultad de la bajada, el grupo se disgregó un tanto. Aun así, todos alcanzamos finalmente la pista por la que habíamos comenzado a andar de mañanita. El único percance lo sufrió nuestro sherpa Juan, que recibió justo en su talón de Aquiles el impacto de una piedra que desprendió Teo de la ladera en su correr alborotado.
Ya sólo nos quedaba la celebración gastronómica
en el bar Violeta de Canencia, que estuvo muy bien, precedida por unas
cervecitas a cuenta de los cumpleañeros Javier M., Vicente A., José Luis R.,
Antolín y Fernando D.H., y luego encabezada por unas suculentas patatas con
costillas.
Se aprovechó también la ceremonia para
repartir estrellas pendientes a Mª Ángeles R., Ana Ch., Rosa P., Paco C. y
Marcos, que casi se la pierde otra vez…
Si obviamos el incidente que sufrió
nuestro sherpa, todo salió a pedir de boca en esta jornada tan especial, así
que Madi otorga 5 estrellas a esta 200ª de Antonio y espera otorgarlas muchas veces más.
Melchor
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