miércoles, 5 de agosto de 2020

Excursión 520: El Chorro y pozas de Navafría

FICHA TÉCNICA
Inicio: El Chorro de Navafría
Final: El Chorro de Navafría
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia:  11,8 Km
Desnivel [+]: 590 m
Desnivel [--]: 590 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas y agua: 
Ciclable: No
Valoración: 4,5
Participantes: 14

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RUTA EN WIKILOC

RESUMEN
El Chorro de Navafría es una cascada que forma el arroyo del Chorro poco antes de entregar sus aguas al río Cega. Está situado en un privilegiado entorno, en medio de un frondoso pinar que realza su atractivo y le hace ser un asiduo candidato en las excursiones veraniegas del grupo.

Y así, buscando el agua y el fresco para mitigar los calores de este julio, nos acercamos al área recreativa, de el Chorro. Al llegar, sorpresa. A pesar de que las piscinas las tienen vacías por el Covid-19. había que pagar los 5 euros para poder acceder en coche, cuando hacía un mes había estado con mi familia y el acceso era totalmente libre.

En el aparcamiento que hay junto al restaurante del Chorro nos reunimos los cuatro chavales, nietos de Rosana, y otros cuantos no tan chavales, pero de espíritu igual de joven, para desde allí salir hacia el río Cega, previo paso por un pequeño puente, que marca el final del arroyo del Chorro, que en este punto vierte sus aguas en él.

Seguimos por una pista que poco a poco va ganando pendiente, hasta dejarla para seguir el camino que se acerca al río en una pequeña área con mesas de madera donde se encuentra una bonita poza con leyenda, el Pozo Verde.

Es este un lugar cuentan que sellaron su amor eterno Rosa y Leonardo, dos jóvenes del pueblo cuyas familias, una pobre y otra rica, no veían con buenos ojos su relación. Ante la prohibición de verse, “una noche escaparon de casa y después de un largo beso, abrazados y en silencio, del Pozo Verde el camino recorrieron.

Una vez allí llegados los muchachos desaparecieron... Al día siguiente en sus casas los echaron de menos y corrió la voz de alarma. Y les buscó todo el pueblo. A la caída de la tarde, al Pozo Verde subieron y la Luna dejó ver al fondo del agujero, desnudos y abrazados de los muchachos los cuerpos”.

Continuamos por una senda que remonta, alejándose del río, al encuentro de la pista que habíamos dejado. Por ella continuamos ascendiendo, con poca pendiente, hasta que en la siguiente curva, seguimos por una trocha que nos evitó tener que dar un gran rodeo.

Tras la empinada trepada, de regreso a la pista, enseguida dimos con el refugio del Peñón, que debe su nombre al gran paredón bajo el cual se cobija. Construido en piedra, es uno de los muchos que existen en la zona, utilizados para soporte de las tareas forestales de tala y recogida de los troncos. Tiene las paredes del interior decoradas con graciosos dibujos de Epi y Blas.

Tras las fotos de los chavales junto a los dibujos, continuamos, en dirección sureste, en suave ascenso por la pista, paralela a gran altura al río, contemplando en el camino esbeltos pinos albares, un tejo y acebos.

Al poco, alcanzamos, a nuestra derecha, el refugio de la Fragua, con su interior más sobrio que el anterior, aunque al igual que éste, posee una chimenea y bancos de piedra para hacerlo más confortable.

A pocos metros, en una bifurcación, continuamos por la pista de la derecha, que enseguida nos conduce al llamado puente de Hierro, aunque en realidad es de piedra, que cruza el río Cega, donde paramos a reponer fuerzas a la sombra y al frescor del agua.

Tras el breve descanso, regresamos de nuevo para continuar el ascenso por la otra pista que antes habíamos desestimado, la de la izquierda, apenas un chorrillo quedaba del arroyo de las Vueltas, unos metros antes de desembocar en el río Cega.

Con moderada pendiente, ascendimos por la pista, que tras una cerrada curva, gira hacia el noreste y cruza de nuevo el arroyo de las Vueltas, precedido de un pequeño embalse a modo de balsa donde paramos para tomar el tentempié de media mañana.

A estas alturas, los más jóvenes ya estaban preguntando que si faltaba mucho para llegar al Chorro, mientras los menos jóvenes ni nos habíamos despeinado, lo que demuestra que .

Continuando el ascenso, nos tocó pasar por la zona menos sombría de la ruta, debido a que habían talado todos los pinos de nuestra derecha, los que a estas horas deberían estar dándonos una buena sombra.

Sus troncos yacían a lo largo de la cuneta de la pista para nuestra desesperación. A fin de acortar la exposición solar, aceleramos el paso hasta alcanzar una gran curva a la derecha, en la zona conocida como Piemediano, donde el bosque volvió a protegernos del sofocante sol.

En ese punto, abandonamos la pista para iniciar el descenso, por una pista utilizada para el arrastre de la madera, y que termina en el mirador de Castrillejos, un estupendo balcón en el que desde su banco se tienen unas magníficas vistas del cañón que el arroyo del Chorro ha labrado entre las grandes moles rocosas por el que se abre paso salto a salto, poza a poza.

Mientras nos hacíamos las fotos, caímos en la cuenta que hoy habíamos logrado la paridad en el grupo, mitad chicos, mitad chicas, creo que es la primera vez que ocurre.

Después disfrutar de tan bello rincón, continuamos el descenso, con el pueblo de Navafría de frente, siguinedo una estrecha y empapada senda que serpentea realizando varias zetas hasta alcanzar la fuente que hay a pocos metros de la cascada de El Chorro y de la que a duras penas daba un hilillo de agua.

En este punto el agua del arroyo se precipita desde unos 20 metros como si se tratase de un divertido tobogán.

Bajo ella hay una bella poza donde las aguas del arroyo descansan para después seguir descendiendo hasta llegar al río Cega. Es un amplio remanso de agua con un bonito puente de madera que le da un toque romántico a este pequeño paraíso.

Tuvimos que contener las ganas de refrescarnos, por estar prohibido el baño, en las que puedo asegurar son las aguas más gélidas de la sierra.

Desde la base de la cascada, cinco accedimos a la parte alta de ella, a través de una escalera lateral de piedra, en la margen izquierda del arroyo, alcanzando un mirador desde donde se tienen unas inmejorables vistas del valle y los diferentes tramos de la cascada.

Desde allí contamos el ascenso por la empinada pared, con sumo cuidado, pues el paredón es bastante abrupto y la roca muy resbaladiza. Tramo no apto para todos los públicos.

El poder contemplar el inicio de la cascada y cómo se precipita el agua desde todo lo alto, mereció el encomiable esfuerzo. Continuamos acompañando al arroyo hasta, pocos metros más allá, vadearlo con la ayuda de unas piedras colocadas en su lecho, justo a los pies de una pequeña cascada con bonita poza incluida.

Remontamos el arroyo en busca de otras cascadas, tres seguidas, de las que guardaba un grato recuerdo, por haberme bañado en ellas por primera vez hace como 35 años. Enseguida dimos con ellas, y al pie de su estruendosos saltos de agua pudimos contemplar su encanto salvaje, a la que de servir para refrescarnos.

Más contentos por el objetivo conseguido, continuamos el ascenso hacia un mirador, con protecciones de madera, que atalaya unos riscos desde los que se tiene una impresionante vista de por dónde habíamos venido.

Otro pequeño ascenso, ahora por buen camino, nos acercó a una pista por la que iniciamos el regreso descendiendo por esta pista que termina en el puerto de Navafría.

Enseguida alcanzamos el Mirador de las Cebadillas o de Castrillejos, desde el que se contempla el anterior donde habíamos estado y el del otro lado del arroyo, por el que también pasamos esta mañana, amen de unas estupendas vistas de todo el valle, con Navafría al fondo.

Con algo de prisa por reencontrarnos con el resto del grupo, que se fue directo hacia el restaurante del área recreativa, continuamos por la pista, que da un par de curvas cerradas y antes de llegar a la tercera, para acortar, decidimos descender siguiendo el supuesto cauce de un arroyo, ahora seco, que en pocos metros y tras salvar una alambrada por un portón, alcanza la zona donde están las piscinas naturales.

Daba pena verlas vacías. En ellas, otros años, no bañamos a placer en sus refrescantes aguas, otra imagen triste de cómo el dichoso virus ha cambiado nuestras vidas.

Remontando el río Cega cruzamos la zona de mesas y barbacoas del área recreativa, en la que numerosas familias se habían instalado como si de su chalet se tratase.

Tanto olor a chuletas y chorizo frito despertó aún más nuestra hambre y en las mesas de madera del restaurante dimos cuenta de los bocadillos, aderezados con unas refrescantes cervezas del bar a las que hubo que añadir cafés y helados, poniendo así el broche final a este estupendo día, que bien se merece 4,5 estrellas.
Paco Nieto

FOTOS
* Fotos de Ángel Vallés
* Fotos de Paco Nieto

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