miércoles, 9 de septiembre de 2020

Excursión 525: Los bosques del Valle del Eresma

FICHA TÉCNICA
Inicio: Boca del Asno
Final: Boca del Asno
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 11,9 Km
Desnivel [+]: 445 m
Desnivel [--]: 445 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: 
Ciclable: Sí
Valoración: 4,5
Participantes: 25

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta


















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
 
RESUMEN
Para la última de las excursiones de este anómalo verano, marcado por las restricciones anticovid, elegí los siempre agradables y sombríos pinares del Valle del río Eresma, buscando esa mágica combinación de agua y bosque necesaria para mitigar los calores estivales.

Reunidos en el aparcamiento del área recreativa de Boca del Asno, formamos dos grupos, quedándose el segundo a esperar a un rezagado por fuerza mayor. Nos acompaña por primera vez Inma, otra cordobesa más para el grupo. ¡Bienvenida!

Cruzamos el puente de madera que, junto a la cascada y poza que da nombre al lugar, salva el río Eresma, casi recién nacido aún a pocos kilómetros de aquí por la unión de varios arroyos de montaña.

Comenzamos a descenderlo por la margen izquierda, subiendo unas escaleras que dan acceso a un mirador desde donde se contempla la estrecha angostura, por la que se encaja la ahora menguada agua del río.

Otras escaleras en piedra nos acercan de nuevo a su orilla. Y sin pensárselo dos veces, a pesar de que la mañana era fresca, Kiro se fue al agua, resbalando por una roca de la que luego no podía salir. Lucio, en su intento por rescatarle, cayó también al agua, dándose un refrescante bañito que no tenía previsto.

Empapado, se puso el primero, aligerando el paso con la esperanza de secarse más rápido. Así llegamos al puente de Navalacarreta, inconfundible por tener uno de sus dos ojos curiosamente medio tapado. Lo cruzamos y ascendimos hacia la carretera de la Granja, por la que cruzamos una vez salvada una valla metálica.

Un portón cerrado nos obliga nuevamente a echarnos cuerpo a tierra, dando paso a una amplia pista, por fin libre de obstáculos. Por ella seguimos ascendiendo, con suave pendiente, hasta alcanzar una pequeña explanada en la que nuestro camino se cruza con el GR-10.4, donde esperamos para reagruparnos.

En ello estábamos, cuando pasó otro grupo de senderistas, que para mi sorpresa conocía al GMSMA y se sabía mi nombre, ¡cosas de la fama!, ja ja.

Por la sombreada senda, entre majestuosos pinos albares, caminamos en alargada fila india por la agradable pista, que al poco dejamos para buscar, a la izquierda, el colmillo del Diablo, una singular roca que, al romperse en dos, ha dejado unos de sus trozos con la forma de un afilado canino.

Tras una breve parada para fotografiarlo desde todos los ángulos, proseguimos el ascenso, ahora en busca del siguiente objetivo, el famoso Cojón de Pacheco, un enorme pedrusco que fuimos a buscar por primera vez en la excursión 149, solitario entre pinos albares, acebos y rocas musgosas, que se encuentra abrigado en lo más intrincado del pinar, oculto a miradas indiscretas y que en aquella ocasión nos costó encontrar.

Hoy en día, con los GPS, un cartel que indica el desvío y la senda muy pisada y marcada con hitos de piedra, se hace imposible no dar a la primera con este chinarro, al que la erosión le ha dado tan singular aspecto.

El tal Pacheco era un fanfarrón de Valsaín que se jactaba de su hombría y al que sus paisanos, en plan mofa, dedicaron esta peña con forma de testículo berroqueño de cinco metros de diámetro y unos seis de altura.

Tras tomar a su resguardo el tentempié de media mañana y la inevitable foto de grupo, buscamos el reencuentro con la pista que habíamos dejado, siguiéndola entre frondosos pinos y, por momentos empinadas cuestas, hasta dar con una carretera asfaltada donde paramos a reagruparnos.

Por ella seguimos, relajados por la comodidad de la pista, con poco desnivel, que la hacia muy agradable recorrer, animados en charlas que nos ponían al día de la vida y proyectos de cada uno.

Entre esbeltos pinos y unos acebos cercanos a un par de arroyos fuimos subiendo una pequeña cuesta, tras la cual nos desviamos a la derecha para iniciar un brusco descenso siguiendo una senda que se precipita hacia el puente de la Cantina.

Un claro del bosque, en lo alto de unos riscos, nos proporcionó unas estupendas vistas de Siete Picos, Montón de Trigo, la Pinareja, la Peña del Oso y el Valle del Eresma. Reconfortados visual y espiritualmente con tan bellas panorámicas, continuamos el descenso, caminando ahora entre un espeso robledal.

Pasada una una portilla, alcanzamos el histórico puente de la Cantina, donde las frescas aguas que manan de la no menos histórica fuente de la Canaleja, sirvieron a nuestras mascotas para darse un buen atracón.

Cruzamos el cinematográfico puente, escenario de la mítica película La Caída del Imperio Romano, el mismo que, afortunadamente, sólo voló Hemingway en las páginas de su Por quién doblan las Campanas, un título escogido del poema de John Donne, un británico del siglo XVI. "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque está ligado a la humanidad; y por consiguiente, no preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti".

Seguimos el GR-10.1, y la carretera que de seguirla nos llevaría a la fuente de la Reina y el puerto de la Fuenfría, pero que nosotros abandonamos justo antes de cruzar el arroyo del Telégrafo y el de Minguete, que se unen en este punto.

A partir de aquí, acompañamos la corriente de este arroyo hollando veredas de pescadores, inicialmente por la margen derecha del cauce por el que circula el agua, para pasar a la contraria por un curioso puente hecho con grandes rocas, en el lugar donde al poco el arroyo Pamplinas desemboca.

Un poco más adelante una gran roca a nuestra izquierda nos indica que hemos alcanzado la mítica poza de los Baños de Venus, donde en otras ocasiones nos hemos dado unos buenos y refrescantes remojones, pero que este año, con tanta prohibición, sólo nuestras mascotas disfrutaron.

Continuamos el descenso del arroyo, por sendero acondicionado para las Pesquerías Reales, obviando el puente de madera que le cruza, hasta alcanzar de nuevo la ribera del Eresma, que a partir de aquí se llama así, tras juntar sus aguas el arroyo del Telégrafo, por el que hemos descendido, con las del arroyo del Puerto del Paular, procedentes del ahora llamado puerto de Cotos.

En plácido paseo acompañamos al río Eresma en su descenso, en lo que para mi es uno de los parajes más bellos de la zona, hasta llegar de nuevo a la Boca del Asno, donde me acerqué a contemplar de cerca el pequeño desfiladero, que alcanza un desnivel que supera los 20 metros en su parte más alta, de manera que podría parecer la profunda y oscura boca del equino.

Sin embargo, no es precisamente a esto lo que hace referencia la toponimia, que antes que boca sería la quijada de un asno, cuya forma asemeja una piedra que se asienta, visible, en el lecho del río a su paso por por esta angostura.

Cruzamos el puente de madera y buscamos una mesa a la sombra donde dar cuenta de los bocadillos, que no pudimos acompañar de cerveza fresca por estar el kiosco cerrado.

En su lugar, nos deleitamos con las sabrosas moras con vino que nos trajo Carolina, que aunque no nos acompañó en la ruta, no se quiso perder el mejor momento, el final.

Tras el reponedor descanso, Celia celebró su reciente cumpleaños y el haber obtenido su estrella de las 50 rutas realizadas, invitándonos a unas cervezas y cafés en uno de los primeros bares al llegar a la Pradera de Navalhorno, dando así por finalizada esta preciosa ruta que se merece 4,5 estrellas.

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