Inicio: Parque de Redes. Refugio Brañagallones
Final: Parque de Redes. Refugio Brañagallones
Final: Parque de Redes. Refugio Brañagallones
Tiempo: 5 a 6 horas
Distancia: 13 Km
Desnivel [+]: 489 m
Desnivel [--]: 489 m
Desnivel [+]: 489 m
Desnivel [--]: 489 m
Tipo: Ida y vuelta
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 4
Participantes: 16
Valoración: 4
Participantes: 16
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
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RESUMEN
Ya el día anterior durante el descenso del puerto de Tarna, nos llovió con ganas. Afortunadamente, Julián había organizado una lanzadera que nos subiera a nuestro refugio. Esta genial idea, nos permitió ser generosos con nuestro equipaje: ¡Necesitaríamos muchos cambios de ropa en los siguientes días!
De alguna manera, la montaña siempre avisa y aquella mañana amaneció silenciosa, uno de esos misteriosos silencios en los que todo queda quieto, ningún ruido, sin pájaros, sin viento.
Con cierto disimulo, las nieblas se empiezan a recoger por las quebradas hacia las cimas, como queriendo despejar la braña para que no perdamos detalle de la que se nos viene encima.
Arranca el espectáculo con una suave nevada que se va animando por momentos. Bien desayunados, asomo la nariz a la vega y por un instante me entra la duda: Un día con mil razones para quedarse en el refugio y una sola para salir: pasión por la montaña!. La gente del GMSMA no duda y ya se pertrecha, me uno al grupo para calzar botas, polainas, pantalón de agua, etc. Mientras pienso: “Cuando llevas tanto material para la nieve y la lluvia, ¡te mojarás seguro!”
Empezamos a descender por la Braña de Brañagallones (nombre que hace referencia a la proliferación de urogallo en la zona), hacia la collada del Acebal.
La cota de nieve estaba muy próxima a nosotros, por lo que en nuestro tramos inicial de descenso, los copos nos golpeaban pastosos. Volverían a su textura algodonosa en cuanto recuperáramos la altitud.
En las verdes campas de esta hermosa braña, se conservan antiguas cabañas de piedra, algunas de las cuales son utilizadas por los vaqueros del lugar como viviendas estacionales. La braña está rodeada por densos bosques y paredones rocosos de caliza que apenas pudimos percibir unos instantes a través de pequeños claros de la niebla.
Nuestro plan teórico era alcanzar la Peña del Viento (2.000 metros), una de las cimas emblemáticas de la zona. Pero claro, en la montaña manda la montaña y es ella la que siempre tiene última palabra y esa mañana pintaba como pintaba.
Nuestra ruta se inicia por la pista abovedada que arranca en la parte baja de la braña. Siguiendo el valle del Ríu Monasteriu a través de un frondoso hayedo para alcanzar enseguida la majada de Valdebezón, punto en que finaliza la pista.
A partir de aquí, nuestro itinerario se adentra en el bosque de Redes (que da nombre al parque nacional) a través de una estrecha senda que nos permite integrarnos mucho más en este inmenso paraje.
La nevada ya es intensa y comienzan a crecer los centímetros de nieve que amortiguan nuestra pisada. Continuamos sin viento por lo que algunos hacemos uso de los socorridos paraguas. Esta calma, únicamente se ve interrumpida por los amenazadores crujidos de algunas hayas jóvenes.
Hayas que crecieron exuberantemente y ahora se vencen con el peso de la nieve. Son crujidos profundos desde el corazón del bosque. No puedo evitar pensar que son crujidos de muerte, de autoselección natural con la que el bosque se mantiene fuerte.
Seguimos durante un tramos el curso del arroyo Acebal hasta llegar, por su margen derecha, a la Majada de Mericueria (1.357 metros). En esta cota, se funde la nieve con la niebla, dejando un paisaje completamente blanco a todo nuestro alrededor. Aprovechamos para comer el bocata, el tiempo justo para que el frío entrara por debajo de nuestros abrigos.
Allí encontramos unos bolos antiguos tallados por algún artesano del lugar. Para entrar en calor, intentamos jugar con ellos, sin éxito porque el frío ya estaba dentro.
Fue unánime pensar que ese día ya habíamos cumplido, toca retornar a la chimenea de los monteros y continuar con tertulias de montañeros.
Po haber sido una ruta preciosa, con un bosque excepcional, nos reservamos calificarla con un 5 para volver y llegar al final. Hasta entonces la dejamos en 4.
Esta ruta me inspiró para escribir el siguiente breve cuento de Halloween:
Durante la noche, había nevado por encima de las casitas de madera de la Vega de Brañagallones, esa era la razón por la que a media mañana, Salustiano Malacara permanecía en aquellos praos junto a su centenar de cabras. -hoy el monte nun da pa más- pensó de mala gana; mientras trataba de liarse un cigarro, maldiciendo las rachas que, desde la Peña'l Vientul, bajaban heladas.
Salustiano era un tipo enjuto y bien curtido. Se había criado con leche de cabra y a eso achacaban su rostro pálido y aquellos ojos hundidos. Según decían en el pueblo: “mala lleche, malacara”.
-Hoy el monte nun da pa más – se repitió y dando potentes silbidos dirigió el rebaño al redil. -quiciabes la tarde diera para xubir a los quesos”.
Ni aquella tarde de perros ni el mal tiempo, supusieron problema para subir hasta la cueva: -soi fuerte para tan poca tormenta-, se había dicho.
Después de pasar la tarde volteando los quesos, Salustiano-Malacara salió de la cueva hacia la majada Mericueria.
Avanzaba torpe y con la mirada torcida: - les putes borrines comiéronse la tarde- maldecía Salustiano mientras los copos empañaban su Malacara
Hizo señal al mastín negro, para llevárselo de guardián y compañero. Bajarían por el margen del arroyo Acebal, senda más larga, sin riscos y con el mastín de primero.
Descendía con largas zancadas, abriendo paso entre hayucos, brezos y escobas mojadas. Al poco, se juntan las rabias del Acebal y el arroyo Monasterio, removiendo con aguas bravas las orillas de nieve y hielo.
-andar con cuidáu qu'estes sombres nun traen amigos- murmuraba Malacara al mastín negro, que avanzaba delante con sigilo.
El viento cruje y zarandea las sombras de esa repentina noche y entre escobas borrachas siente cien miradas que lo amenazan. Hacia ellas arranca el mastín negro, con voluntad y pisadas bravas, que entre gemidos y muchos gritos, se convirtieron en entrañas devoradas.
-Llobos- pensó, -llobos malnacidos- y siguió Salustiano-Malacara ya menos valiente, pensando que tendría que buscar otro mastín amigo.
De un oscuro charco, ahora bien crecido, surgieron los huesos de una mano gimiendo un tenebroso alarido: -¡sotiérrame Salustiano!, ¡entierrame bon cristianu!.
Salustiano-Malacara corría de aquella escena macabra. El pánico se apoderó de su pensamiento, pero fue más rápido el astuto viento, para entregar una y otra vez el mismo lamento: -¡sotiérrame Salustiano!, ¡entierrame bon cristianu!. Se repetiría una y otra vez, creciendo aquellas manos de los charcos de aguas bravas: -¡sotiérrame Salustiano!, ¡entierrame bon cristianu!.
Desesparaba Salustiano Malacara, huyendo por lo oscuro y a destajo de los agarrones que, como zarzas, le daban aquellas manos quebradas.
Y pasaron tres días, hasta encontrar al buen parroquiano en el charco de Bezanes. Con su barriga trinchada en una rama, aquellas que le habían parecido que eran manos enterradas.
Francisco Ríos
FOTOS
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