Inicio: Aranjuez
Final: Aranjuez
Final: Aranjuez
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 14,5 Km
Desnivel [+]: 274 m
Desnivel [--]: 274 m
Desnivel [+]: 274 m
Desnivel [--]: 274 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: En parte
Valoración: 5
Participantes: 32
Valoración: 5
Participantes: 32
MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta
TRACK
* Track de la ruta (archivo gpx)
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
* Mapa 3D (archivo kmz)
RUTA EN WIKILOC
* Ver esta ruta en Wikiloc
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RESUMEN
Supongo que quería Antonio dar un poco de tregua a los que habían estado por Asturias haciendo cuatro duras rutas invernales cuando programó dar este paseo por los jardines y cerros de Aranjuez. Y para añadirle un poco de información cultural me pidió que contara un poco la historia de este Real Sitio y de sus fuentes.
Reunidos frente a la magnífica fachada del Palacio Real, en la llamada Plaza Elíptica, Antonio nos dijo que no podía hacer la ruta por un repentino ataque de gota, encomendando a Paco Nieto el guiar el grupo por el recorrido que había diseñado.
El rey Felipe II fue fundamental para el desarrollo de Aranjuez, al nombrarlo Real Sitio y Villa en 1560. Teniendo en cuenta lo favorable del clima y el suelo del lugar encargó a sus arquitectos y jardineros una serie de trabajos para adecuarlo a su gusto, ya que le agrada extraordinariamente el entorno.
Amante de las plantas y conocedor de los jardines de Europa y de los de España, y pudiendo disponer de arquitectos y jardineros, comienza lo que será el origen de uno de sus lugares favoritos de ocio y esparcimiento.
Echamos a andar en dirección a uno de los canales de riego que fue promovido a iniciativa de Felipe II, como una representación del paraíso o locus amoenus, y trazado por el arquitecto real Juan Bautista de Toledo en 1561.
En 1564 el rey ordena una nueva forma del Jardín de la Isla, ampliando setos de flores, estatuas y fuentes. Se construyen caces y acequias, se explotan numerosas huertas, se plantan grandes avenidas de chopos, olmos negros, naranjos, jazmines y parras.
Alcanzada la plaza del Terrado, echamos un vistazo al río Tajo, con más caudal del esperado, y nos internamos en los jardines de la Isla, especialmente bellos en esta época otoñal.
El trazado del Jardín de la Isla se basa en un fuerte eje central rodeado por compartimentos rectangulares que se dividen a su vez en cuadrados; los cruces de los ejes transversales más importantes con el eje central están marcados por plazoletas con fuentes, dispuestas así en una línea recta que, simplificando la distribución del agua, forma una perspectiva efectista.
Pasamos por varias plazuelas inundadas de sol, tamizadas por los árboles, donde reinan algunos dioses de la mitología clásica. Disfrutamos de la contemplación de las fuentes de Neptuno, Baco, Diana, Venus, Niño de la Espina, del Reloj y Apolo. Merece la pena dedicar un breve comentario a un par de esculturas: la del Niño de la Espina y la de Baco. La escultura original del Niño de la Espina es un bronce helenístico del siglo I .C. (actualmente conservado en los Museos Capitolinos de Roma). Velázquez trajo una copia cuando volvió de su viaje a Italia y es un motivo que se ha utilizado constantemente especialmente en jardinería. Es interesante porque nos encontramos ante un tema cotidiano sin relación con la mitología, donde se busca una tensión emocional y una búsqueda de movimiento.
La otra escultura digna de mención por su calidad es la que representa al dios Baco. Es curioso, por lo inusual, cómo se representa el dios: anciano, gordo, coronado con racimos de uvas, sentado a horcajadas en un tonel y brindando copa en alto con su mano derecha.
Formaba parte de un conjunto de ocho esculturas enviadas a Felipe IV. Baco o Dioniso como se le conoce en Grecia, es el dios de la exuberancia de la naturaleza y especialmente de la viña, del vino y las orgías.
A continuación pasamos al jardín del Parterre, que adornan la parte posterior del Palacio, donde se encuentran las fuentes de las Nereidas. En el ala sur del Palacio vislumbramos el jardín del Rey, que fue proyectado como un elemento más del conjunto palaciego por Juan Bautista de Toledo en 1561, siendo el más antiguo de todo el conjunto y es una espléndida mezcla de tradiciones paisajísticas hispano-musulmanas y renacentistas. En los muros laterales hay hornacinas donde se alojan representaciones de emperadores romanos y al fondo una estatua de Felipe II.
Después, pasamos junto a las fuentes más grandes, la de Ceres y la de Hércules y el gigante Anteo, quizás el mejor conjunto escultórico de Aranjuez sea este que representa la fuente de Hércules y Anteo, construida ya en el reinado de Fernando VII.
Son dignas de admirar las dos columnas: en una pone Calpe (se refiere al peñón de Gibraltar) y en otra Ávila; según la mitología, son los montes que separó Hércules para crear el Estrecho de Gibraltar: Ávila, comienzo del mundo y Calpe, final del mundo.
Según algunas fuentes, el topónimo Ávila figuraba como Abyla (Monte Hacho, Ceuta) antes de la restauración de la fuente. A los pies de Hércules podemos ver alusiones a los once trabajos restantes que Hércules realizó: el león de Nemea, la Hidra de Lerna, el jabalí de Erimanto, la cierva de Cerinia, las aves del lago Estínfalo, los establos del rey Augías, el toro de Creta, las yeguas de Diomedes, el cinturón de Hipólita, los bueyes de Gerión, las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides y el Can Cerbero.
Cruzamos la antigua carretera N-IV y pasamos a los jardines del Príncipe, uno de los mayores jardines de Europa, con una superficie que ronda las 150 hectáreas.
Por la puerta del Embarcadero, la más próxima al Palacio, pasado el restaurante La Rana Verde, entramos a este otoñal edén, poblado de majestuosos plátanos, tilos y castaños de Indias, así como viejos oriundos de América: liquidámbares, ahuehuetes, pacanas, caquis de Virginia...; árboles monumentales que, ahora en otoño, extienden toda su gama de colores cálidos de su inmensa paleta –amarillos, ocres, dorados y rojizos–, que realzan su porte y belleza.
Y es que, estos jardines concentran la mayor cantidad de árboles singulares de la región, desde que en 1772 comenzaron a formarse por deseo del entonces príncipe y luego rey Carlos IV, diseñado en parte por el arquitecto Juan de Villanueva y en parte por el jardinero Pablo Boutelou.
Recorrimos sus simétricas calles, llegamos al Museo de Falúas y el Castillo. Una pasarela en su lado izquierdo permite cruzar el río.
Tras contemplar otra escultura de Apolo, ésta mucho más bella que la ubicada en en los jardines de la Isla, atravesamos el jardín Anglo-Chino, alcanzando la joya de este paraíso, el Jardín Chinesco, de especial encanto, en el que se yerguen, a la orilla del romántico estanque, varios ahuehuetes, el mayor de los cuales mide 46 metros y tiene casi 300 años. Junto a él, paramos a tomar el tentempié de media mañana.
Abandonamos el Jardín Chinesco hacia oriente, por el lado del templete de mármol, para luego seguir hacia el norte, en dirección al río, contemplamos una hermosa alineación de portentosos liquidámbares, cuyas hojas amarillas y rojas eran pura poesía.
Reconfortados por una nueva visión del río Tajo, la última de hoy, nos internamos por una de las calles hacia la casa del Labrador, palacete de Carlos IV y María Luisa de Parma lleno de caprichos en su interior. La pena es que estaba en obras y no pudimos llegar a él.
De allí, nos dirigimos hacia la puerta de la Plaza Redonda, que estaba cerrada y tuvimos que buscar la siguiente para luego retroceder y enfilar la calle que frente a la puerta asciende hacía los cerros que rodean Aranjuez.
Por la empinada calle de Sóforas y de las Moreras llegamos a donde termina el rosado ladrillo y comienza el gris paisaje de unos cerros que dominan la cara sur de Aranjuez, donde en tiempos de la Guerra Civil, colocaron fortines y cañones para la defensa de la ciudad.
Hasta alcanzar los fortines seguimos una pista y luego una senda que atraviesa una deteriorada zona conocida como Valdelascasas y que llega hasta unos parapentes, de privilegiadas vistas, en cuyas proximidades se encuentran dos robustos fortines, restos de trincheras y el vértice geodésico de Valdelascasas, situado a tan solo 641 metros de altura, pero que no por eso desmereció en fotos subidos al mismo.
Tras el breve descanso, descendimos por una senda que nos llevó de nuevo al Aranjuez más urbano. Pasamos junto al Parque Ciudad de las Artes y buscamos el del Pozo de las Nieves, donde paramos a tomar los bocadillos antes de completar nuestro circular recorrido, descendiendo, a continuación, por la calle de las Infantas, disfrutando de la última fuente del día, la de la Mariblanca, antes de alcanzar de nuevo el Palacio.
A esta relajada y estupenda excursión otoñal, le pongo 5.
Paz Rincón
FOTOS
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