miércoles, 3 de noviembre de 2021

Excursión 586: Puerto de la Quesera y Hayedo de la Pedrosa

FICHA TÉCNICA
Inicio: Embalse de Riofrío. Riaza
Final: Embalse de Riofrío. Riaza
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 12 Km 
Desnivel [+]: 719 m 
Desnivel [--]: 719 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 18

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta
















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
La cita de hoy era en el hayedo de la Pedrosa, cerca de Riaza, provincia de Segovia, a los pies de la vertiente norte de la Sierra de Ayllón y el Pico del Lobo.

En esta ocasión nos reunimos 18 senderomagos y una mascota. El día se presentaba gris, húmedo y tirando a frío. No parecían las condiciones climáticas más favorables para disfrutar de los hermosos colores otoñales de un bosque de hayas y robles. Esta suposición resultó ser del todo errada.

Una vez que bordeamos el extremo este del embalse de Riofrío, iniciamos la subida por el hermoso bosque de robles, muy pronunciada, pero siempre por un sendero de fácil tránsito.

Con el ascenso fue subiendo también la temperatura corporal y al cabo de un cuarto de hora hubo que hacer una parada para eliminar alguna capa de ropa. Imprescindible en cualquier caso fue mantener el cortaviento porque, en cuanto llegamos al collado de la Hayuela, en la linde superior del bosque y abandonamos su protección para salir al matorral de alta montaña, nos topamos de lleno con el viento, no muy fuerte pero constante y frío del monte abierto.

Al salir del bosque nos encontramos literalmente en la nube. Continuamos subiendo completamente arropados por su manto gris claro, la visibilidad reducida a pocos metros, aislados del mundo. Por arriba no se divisaba la cumbre, por abajo ya no se veía el bosque; marchábamos por un espacio fantasmal que parecía salido de una saga de señores y anillos.

La subida se hizo menos pronunciada y caminamos bordeando la cumbre de la montaña en fila india, por un sendero muy estrecho, cerrado por densos matorrales de piorno que en algunos lugares nos alcanzaban por encima de la cintura. La nube, en la que seguíamos inmersos, había cubierto de cencellada toda la vegetación creando un paisaje inmóvil y blanco de extraordinaria belleza que además impidió que saliéramos empapados de nuestro paso por el piornal.

Eventualmente alcanzamos lo que parecía el espinazo del monte; imposible saberlo dada la escasa visibilidad. Allí arriba una pequeña ave rapaz se mecía en el viento a un par de metros del suelo. Cuando nos divisó se dejó llevar desapareciendo en un instante en el manto gris.

Llegamos a la linde con Guadalajara, donde nos hicimos la primera foto de grupo y comenzamos el descenso gradual hacia el puerto de la Quesera. Allí nos encontramos con un par de coches aparcados y un camión haciendo una pausa en el viaje. Supongo que en circunstancias normales se deben de disfrutar unas vistas privilegiadas desde esta atalaya natural, pero hoy la densa nube lo cubría todo con su suave abrazo.

Al comenzar el descenso por la cabecera de la cuenca del río Riaza se empezó a abrir el manto nuboso y pudimos vislumbrar el bosque de hayas y encinas que se extendía por la falda del monte como una llamarada de rojos, ocres y amarillos, vibrante por la capa de humedad que daba lustre a sus hojas. En la lejanía aparecían retazos de la meseta iluminados por manchas de sol. ¡Espectacular! Mejor que si de un día de pleno sol se hubiera tratado.

Todavía por encima del límite natural del hayedo alcanzamos una roqueda en la que se abre, a modo de ventana, un hueco que permite divisar el valle de al lado. Allí nos hicimos una segunda foto de grupo.

Continuamos bajando y entramos de nuevo en el bosque. Debajo del dosel arbóreo de vivos dorados, pisando la suave y tupida hojarasca de ocres intensos, rodeados de las oscuras y retorcidas ramas de las hayas cubiertas de líquenes verdosos y brillantes por la humedad, parecía avanzar por un bosque encantado. Hicimos la pausa del bocadillo en un recoveco del camino, acomodándonos entre rocas y oquedades de raíces. Cinco senderomagos, sin embargo, se adelantaron con la esperanza de comer lechazo en Riaza (finalmente fue cochinillo, pero ¿hay quién se queje?).

Seguimos el cauce del río Riaza hasta llegar al embalse y la carretera. El último trecho lo hicimos caminando por la carretera, bordeando el embalse, hasta llegar al lugar donde habíamos dejado los coches. En este tramo veníamos ya perseguidos de nuevo por la nube que nos despidió con un fino granizo hasta el próximo otoño.

Para concluir nos acercamos a un bar en la plaza inconfundible de Riaza, donde hubo café, cerveza y deliciosos torreznos, festejando el cumpleaños de Lucio. ¡Felicidades!

Por la incomparable belleza de la ruta, la facilidad de seguir un sendero señalado y no tener que trepar por rocas (especialmente en un día húmedo), la presente cronista le concede a la marcha de hoy el máximo de la nota, un 5.
María W.

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