miércoles, 27 de abril de 2022

Excursión 620: De Villalba a El Escorial por el Camino de las Siete Portillas

FICHA TÉCNICA
Inicio: Estación de San Yago. Villalba
Final: Estación de El Escorial
Tiempo: 6 a 7 horas
Distancia: 17,2 Km 
Desnivel [+]: 128 m 
Desnivel [--]: 148 m
Tipo: Solo ida
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 4
Participantes: 41

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta






















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta













TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

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RESUMEN
La previsión del tiempo daba lluvia el miércoles. Por ello Antonio eligió una ruta sencilla, pero con mucho encanto, a la que se podía acceder también en transporte público. Sin miedo a la lluvia, 41 senderomagos nos dimos cita en la estación apeadero de San Yago, en el término de Galapagar, para realizar la ruta.

El día amaneció muy nublado, aunque no llovía a la hora de comenzar nuestra excursión. Contentos de nuestra buena suerte, comenzamos la caminata. Atravesamos las calles de la urbanización que rodea la estación y tras cruzar el puente sobre el ferrocarril, enfilamos el camino que lleva a la Iglesia de San Bartolomé, conocida también como ermita del Cerrillo.

En esta pequeña iglesia de granito, situada en la Cañada Real Segoviana, se celebra la romería de Galapagar el segundo domingo de mayo en honor a Nuestra Señora de los Desamparados, según indicaba el cartel a la entrada. Estaba cerrada, pero pudimos apreciar la tranquilidad que se respira en su entorno.

Seguimos ruta por la cañada Real Segoviana hacia el embalse de Valmayor. Un camino ancho y cómodo que permite conversar y andar sin esfuerzo, por lo que íbamos muy entretenidos.

El sendero atraviesa una de las grandes dehesas de la zona, donde en esta época del año crecen flores amarillas, que son siempre las más tempranas. Las nubes impedían ver el Escorial y las montañas a lo lejos, pero si se podía intuir, en algunos tramos, las aguas del embalse.

Casi sin darnos cuenta llegamos en pequeños grupos al pantano, inconfundible por el perfil del viaducto de la M-505 que lo atraviesa. Hicimos una breve parada en la explanada del embalse para contemplar el paisaje y realizar algunas fotos con el gran puente al fondo.

Proseguimos ruta hacia la derecha, muy próximos a la orilla, en dirección a la presa del embalse de los Arroyos. De vez en cuando veíamos “oleaje” en el agua, en este caso no debido a los efectos del viento, sino muy probablemente al bailoteo en el agua de carpas que viven en las tranquilas aguas de esta zona y que deben llegar a alcanzar un importante tamaño. No las vimos, pero sí su efecto en el agua. La presa estaba muy cerca, ya que coincide que se levanta sobre la cola del embalse de Valmayor, en el que desagua directamente.

Subimos desde la orilla a coronar la presa. Cambio de embalse: de Valmayor a los Arroyos. Al ir a cruzarla para seguir nuestro track, vimos que estaba prohibido el acceso. Pequeño contratiempo que solventamos rodeando el embalse.

Dejamos a la izquierda el club Náutico de los Arroyos y, siguiendo la senda más cercana al agua, nos internamos por un sendero quebrado que transcurre por un precioso bosque de ribera. La abundante vegetación que se veía entre la bruma y la leve llovizna que comenzaba a caer, ofrecían un paisaje de cuento de hadas. Cruzamos primero el arroyo del Charcón y tomamos la vereda que discurre entre el agua a la izquierda y las urbanizaciones del pueblo que se intuye a nuestra derecha, Navalquejigo.

En poco tiempo la llovizna se convirtió en lluvia y luego en lluvia intensa. ¡Por fin pude sacar el magnífico impermeable rojo que llevaba dos años guardado! La ilusión del estreno compensó en parte la incomodidad de caminar con lluvia. 

Terminamos de bordear el embalse hasta llegar al arroyo Ladrón, que es su principal aporte de agua. Seguía lloviendo intensamente pero mi capa me protegía. No necesitaba paraguas, lo que me permitía usar los palos para ir más segura. Seguimos caminando paralelos al arroyo Ladrón, hasta que pudimos cruzarlo por un largo y curioso puente histórico, del siglo XVIII según he leído. Este puente actúa también como presilla de la zona embalsada de la Laguna II, la segunda de las dos pequeñas lagunillas del arroyo Ladrón.

Aquí enlazamos con la ruta que debíamos haber traído si hubiéramos cruzado la anterior presa. Avanzamos siempre paralelos al arroyo, ahora en a otra orilla.

El paisaje, con vegetación de encinas, robles y matorrales, es idílico. Lástima que tuviéramos que ir más pendientes de los charcos y de la lluvia que del entorno.

Al llegar a la otra laguna, abandonamos este precioso lugar. Cruzamos de nuevo el arroyo y tomamos la calzada que circunvala la última urbanización de Navalquejigo.

La lluvia no quería dejarnos realizar la parada del Ángelus. Un tentempié rápido, de pie, bajo la lluvia, y a seguir. Continuamos paralelos a las vías del tren hasta cruzarlas por un puente desde el que empezamos a ver el Escorial y las montañas, ya que el cielo se empezaba a despejar por esa zona.

Bajando el paso de las vías, dejamos a la izquierda un curioso y amplio campo vallado, lleno de paneles con dianas coloridas. Es el “Bastión de Alanos”, un club de tiro con arco. Curioso sitio, por si algún día queremos practicar un deporte alternativo.

Cuando llegamos a la primera de las siete portillas, dejó de llover. Pero la lluvia había llenado de grandes charcos nuestro sendero y teníamos que andar sorteándolos. Estaba vallado a ambos lados, por lo que no teníamos mucho margen para evitarlos.

Hasta la tercera portilla todo fue razonablemente bien, pero al pasar la cuarta parecía que toda el agua que habíamos visto en las lagunillas se había embalsado en ese tramo y no dejaba apenas espacio para pasar. Así que tuvimos que ir despacio, de uno en uno, casi subidos a la valla.

A partir de ahí, el camino, aunque embarrado, se hizo algo más practicable y pudimos fijarnos en el paisaje detrás de las cercas. Preciosas dehesas, con ganaderías de vacas, que retozaban tranquilamente, en esa “simbiosis” de los bosques de dehesa y los animales que en ella se crían.

El ganado mantiene en equilibrio este tipo de bosque ahuecado que es la dehesa. Sin ellos no existirían y volverían a crecer las plantas hasta llegar a ser de nuevo el bosque tupido que algún día fueron. Siempre me han gustado, será porque me recuerdan los alrededores de mi pueblo.

Cruzamos de nuevo las vías del tren por un paso elevado y avanzamos por nuestra senda entre vallas. Un poco más adelante, aprovechando que no llovía y que en los márgenes de nuestra senda había espacio suficiente, paramos a tomar el bocadillo. Cuando terminamos nos hicimos la foto de grupo, con la cerca de granito al fondo, que quedará como recuerdo de todas las dehesas valladas del recorrido.

Recuperados, reanudamos camino. Tras pasar la sexta portilla, entramos en una nueva dehesa, donde nos pudimos mezclar con los caballos y vacas que en allí se encontraban.

No se podían imaginar estos preciosos animales que, en un día tan desapacible, verían tantos humanos deseosos de hacerse fotos con ellos.

El paseo por estas veredas repletas de fresnos, hierba, animales y las muchas charcas en las que se reflejaban los árboles, fue una delicia. Un entorno increíble, como atestiguan las innumerables fotos que allí nos hicimos. Pero teníamos que avanzar, así que en marcha de nuevo y tras franquear la séptima y última portilla, continuamos con el Monasterio y Abantos ya totalmente visibles al fondo, hasta alcanzar finalmente el pueblo del Escorial.

Lo atravesamos a buen paso, hasta llegar a la estación de tren. Allí, como siempre, daba gusto ver la colaboración de todos: se compartían abonos de billetes de tren, mascarillas, incluso alguno se acercó a la farmacia, a punto de perder el tren, para comprar más mascarillas para los más despistados (gracias, Melchor).

Felizmente todos en el tren, disfrutamos de un corto y relajado trayecto que nos llevó de nuevo a la estación de San Yago, donde dimos por terminada la excursión. A esta preciosa ruta, que habrá que repetir sin lluvia (pero con agua), le otorgo 4 sicarias.
Leonor Moliz


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