domingo, 21 de abril de 2024

Excursión 769: Ruta Vicentina. Playa da Ponta Ruiva - Cabo San Vicente - Playa do Beliche

FICHA TÉCNICA
Inicio: Playa da Ponta Ruiva. Portugal
Final: Playa do Beliche. Portugal
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia: 13,1 Km 
Desnivel [+]: 290 m 
Desnivel [--]: 282 m
Tipo: Sólo ida
Dificultad: Baja
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: Sí
Valoración: 5
Participantes: 19

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta




















PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta














TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

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RESUMEN
Nos disponíamos a realizar la séptima y penúltima etapa de la Ruta Vicentina del Alentejo - El Algarve, siendo ésta la tercera de las cuatro que habíamos planificado para nuestro segundo viaje a Portugal.

El pasado año recorrimos las primeras cuatro etapas alojándonos en Vilanova de Milfontes. En esta ocasión todo el grupo nos instalamos en Sagres, un pintoresco y acogedor pueblo en el extremo suroeste del Algarve, famoso por sus impresionantes acantilados y su rica historia marítima.

Es un destino principalmente para hacer surf, pero tiene playas protegidas e inmaculadas en las que relajarse y el ambiente de la población es tranquilo y chic al mismo tiempo.

La población tiene una atmósfera casual y amigable fruto de que a la mayoría de los visitantes les mueven las mismas pasiones, las actividades al aire libre y el amor por el mar.

Como en los dos días anteriores, nos reunimos en el supermercado Intermarché de Sagres. Este punto de encuentro se había convertido en una rutina matutina, donde aprovechábamos para desayunar y hacer las compras necesarias para preparar bocadillos para la ruta.

Una vez organizados y coordinada la logística de los coches, nos dirigimos al punto de inicio de la ruta. Esta tercera etapa se preveía menos exigente que las dos anteriores, una predicción que finalmente se cumplió. De esta forma podríamos disfrutar más de los paisajes sin la presión de un terreno demasiado desafiante.

Los coches nos dejaron a los 19 integrantes de la ruta en el parking de una playa impresionante de grandes dimensiones, llamada Praia da Ponta Ruiva. El acceso al aparcamiento requirió una bajada considerable por una pista forestal en no muy buen estado para los coches.

Desde el parking, ya divisábamos la maravillosa playa de Ponta Ruiva, a la que bajamos para conocer más de cerca.

Esta playa debe su nombre a una gigantesca roca de color ocre que se encuentra en su extremo sur, junto a la cual se forma una ola muy apreciada por los surfistas.

Los tonos ocre de la roca contrastan fuertemente con el color negro de los acantilados y con el azul profundo del mar, creando una paleta de colores que parecía sacada de un cuadro impresionista.

Tras disfrutar de este paisaje y realizar las obligadas fotos, incluida la foto de grupo, iniciamos el ascenso por la misma pista por la que habíamos descendido hasta la playa en los coches. Algunos compañeros la subieron en coche, aprovechando que dos de nuestros amigos no podían acompañarnos como consecuencia de la lesión de uno de ellos.

El día era espectacular, con una temperatura suave, nubes dispersas y una fresca brisa que nos acariciaba el rostro mientras caminábamos.

Nuestro camino nos llevó por una zona especialmente hermosa, donde el terreno volcánico y oscuro contrastaba con un manto de margaritas amarillas que cubría el paisaje.

Twiter, Senda y Kiro, las mascotas que nos acompañaban, corrían felices de un lado para otro, reflejando el ánimo, disfrutando del camino, como lo hacíamos nosotros. En ocasiones Kiro parecía posar porque se quedaba quieto con la mirada fija hacia el horizonte en figura de esfinge.

La mayor parte de la etapa transcurría cerca del mar, junto a los acantilados, contemplando playas como la de las Eiras. Mientras avanzábamos, siempre en dirección sur, podíamos continuar admirando la vegetación baja, repleta de flores que formaba un tapiz amarillo.

A medida que caminábamos, nos dirigíamos hacia el Cabo de San Vicente, visible en la distancia a pesar de la ligera bruma.

El terreno era más plano y menos exigente que en días anteriores, lo que nos permitió disfrutar del entorno de manera más relajada.

El camino serpenteaba junto a los acantilados, ofreciendo vistas espectaculares de las rocas negras que se adentraban en el mar, constituyendo impresionantes formaciones. La vegetación continuaba siendo baja pero exuberante, cubriendo el suelo con un denso manto de margaritas amarillas, que junto con las jaras y uñas de gato (Carpobrotus Edulis para los más técnicos), entre otras plantas, formaban una alfombra multicolor.

Y aunque no había miradores oficiales, el paisaje nos obligaba a detenernos continuamente para admirar y fotografiar las impresionantes vistas.

Llegamos a un punto donde los acantilados parecían desmoronarse en hilos de roca que se adentraban en el mar color turquesa, creando una escena casi irreal. Una auténtica maravilla.

A medida que avanzábamos, la vegetación cambió a arbustos más altos, similares a los que habíamos visto en días anteriores. Continuamos pasando por acantilados espectaculares hasta llegar a la Praia do Telheiro, una playa resguardada y de singular belleza con formaciones rocosas de color ocre. Algunos deseaban bajar a pisar su arena dorada, pero se decidió continuar un poco más hasta el momento del ángelus.

La hora del ángelus se acercaba y estábamos rodeando de nuevo un barranco que se adentraba en la tierra. Nos íbamos cruzando con otros caminantes de diferentes países, la mayoría alemanes, sin perder la ocasión para saludarlos. La gente era educada y amable.

Ya en el ángelus, Carolina nos repartió membrillo preparado por ella, que disfrutamos mientras divisábamos desde lo alto una playa de aguas cristalinas.

Desde los acantilados de Pedradas Gaviotas contemplamos con asombro cómo varias personas se lanzaban al agua desde las escarpadas rocas hacia un mar sereno y cristalino como un espejo. No cabe duda que invitaba a un baño relajante.

Sin embargo, desde nuestra posición elevada, nos resultaba un misterio cómo habían conseguido descender hasta allí, pues no se vislumbraba ningún sendero visible.

La escena era un auténtico espectáculo. Sentíamos envidia sana mientras observábamos a los afortunados bañistas disfrutando del mar.

La armonía del paisaje, la paz del entorno y la audacia de aquéllos que se sumergían en el agua creaban una atmósfera casi mágica difícil de olvidar.

Después, el camino se adentró ligeramente hacia el interior, que continuaba con vegetación más alta. El Faro del Cabo de San Vicente estaba cada vez más cerca, su silueta cortando el cielo azul.

En esta parte el terreno que recorríamos estaba lleno de piedras de diversas formas y tamaños, conocido como "malpaís", y aunque nuestras botas agarraban bien, debíamos tener cuidado para no torcernos un tobillo.

La vegetación continuaba siendo espectacular, un auténtico jardín de rocalla con plantas silvestres que seguía dejándonos sin palabras.

Llegamos finalmente al espectacular Faro del Cabo de San Vicente, construido dentro de la Fortaleza de San Vicente en el siglo XVI y situado en el Cabo de San Vicente, un lugar imponente donde el océano Atlántico parecía abrazar la tierra con una fuerza primitiva y que durante varios siglos fue considerado el fin del mundo conocido, y aunque hoy en día sabemos que no es cierto, aun así, sigue siendo el punto más suroccidental de la Europa occidental.

Durante el reinado de Manuel I de Portugal, a comienzos del siglo XVI, el Obispo de Algarve, Fernando Coutinho, mandó construir en el Cabo de San Vicente una fortaleza y una torre a modo de faro como defensa de esa zona de la costa.

En 1587, el pirata británico Francis Drake destruyó la fortaleza y el primitivo faro, así como el Forte de Beliche, que se encuentra a poca distancia. La estructura fue mandada reconstruir por el rey Felipe II de Portugal (III de España) en 1606. Como todas las fortalezas de la zona, resultó arrasada durante el terremoto de 1755.

El faro moderno fue mandado erigir por la reina María II de Portugal entrando en funcionamiento en 1846. Este primer faro estaba equipado con una óptica catadióptrica y 16 candeleros de aceite y reflectores parabólicos de cobre galvanizado en plata. Emitía destellos de luz blanca y su alcance rondaba las 6 millas náuticas.

Durante los siglos XIX y XX se siguieron haciendo mejoras en el faro, en 1914 se instaló una señal sonora, en 1926 fue electrificado alimentándose mediante generadores, en 1947 fue convertido en faro aeromarítimo, en 1948 fue conectado a la red eléctrica para su alimentación, en 1949 fue montado un radiofaro que estuvo en uso hasta 2001 y automatizado en 1982 telecontrolando desde él al cercano faro de Sagres.

Para nuestra sorpresa, junto al faro, cuyo acceso al interior se encontraba cerrado, nos encontramos autocaravanas, campers y tenderetes, así como chiringuitos y puestecillos de venta de productos variados. También coincidimos con el resto de los compañeros que no habían podido acompañarnos.

Nos detuvimos para fotografiar unas preciosas gaviotas que parecían literalmente posar para nosotros.

En uno de los chiringuitos compramos bebidas y nos tomamos los riquísimos bocadillos que habíamos preparado con la comida que llevábamos en nuestras mochilas.

Cuando estábamos dando buena cuenta de la comida nos indicó Paco D. que desde allí continuaríamos al siguiente punto durante unos dos kilómetros aproximadamente para terminar en una imponente playa, la Playa do Beliche, en donde se podría disfrutar de un magnífico baño.

Y así hicimos. Tras la comida recorrimos los dos kilómetros aproximados que nos separaban de la playa de Beliche, siempre cerca de la carretera pasando al lado del Forte de Beliche.

El Forte de Beliche se localiza en posición dominante en la playa de Belixe Velho (Beliche Viejo), también en el cabo de San Vicente.

No se sabe con exactitud la fecha en que se erigió la estructura original, pero su construcción se entiende en el marco de las necesidades del siglo XVI de plantear defensas frente a la piratería en las costas.

Al igual que el Faro del Cabo de San Vicente y su fortaleza, fue destruido por el ataque en 1587 del corsario británico Francis Drake.

El monumento actual se remonta al siglo XVII, tiempo en que la estructura fue reconstruida a partir de 1632, por orden de Felipe IV (1621-1640) (Felipe III de Portugal). Actualmente se pueden apreciar aún restos remanentes de la muralla original, baterías y búnkeres restaurados.

El terremoto de Lisboa de 1755 causó grandes daños por lo que fue progresivamente abandonado por carecer de valor militar y se utilizaba como abrigo de los pescadores de la almadraba.

Tras 200 años de abandono, su última rehabilitación data de 1950 como conmemoración del V Centenario de la muerte del Infante D. Henrique, también conocido como Henrique de Portugal, Henrique el Navegante o Infante D. Henrique, importante político por ser hijo, hermano y tío de Reyes, que consiguió el monopolio de las exploraciones por las costas africanas y las islas del Océano Atlántico y que al final de su vida se retiró a Sagres. Esta rehabilitación se realizó con el objetivo de convertirlo en Pousada, establecimiento similar a nuestros Paradores, pero debido a la erosión constante producida por el mar tuvo que clausurarse en la década de 1990. 

Tras dejar atrás el Forte de Beliche llegamos finalmente a la espectacular Praia do Beliche, una de las playas más bonitas del Algarve. Un delicioso bocado que el Océano Atlántico ha generado en un trozo del acantilado rocoso.

Aunque en los últimos años el número de turistas que la visitan se ha incrementado notablemente, la Praia do Beliche sigue siendo una de las playas más tranquilas del Algarve. 

Esto, añadido a la espectacularidad del paraje en el que se enclava, le supone ser una atracción por sí misma y hace que sea uno de esos rincones mágicos que no podemos perdernos en el Algarve. La belleza de la naturaleza y serenidad del ambiente invitan a acercarse a conocerla.

Era sin duda un verdadero paraíso que no nos podíamos perder así que accedimos a ella por una pintoresca escalinata y los más intrépidos y valientes del grupo disfrutaron de unos estupendos baños.

Tras la estancia en esta encantadora playa y tras subir de vuelta la empinada escalinata con bastante calor, fue imprescindible recompensarnos con unas cervezas y refrescos en un establecimiento justo enfrente del parking de la playa, donde descansamos en unas cómodas hamacas en un entorno muy fresco parecido a un oasis rodeado de palmeras.

Más tarde, tras las duchas y pertinentes acicalados, algunos nos pasamos por la autocaravana de Lucio y Carolina, quienes nos invitaron a unos estupendos vinos.

A continuación, fuimos a disfrutar de una bonita puesta de sol cerca del Faro de Sagres. En definitiva, un cierre perfecto para un día excepcional. Como broche final de un espléndido día, todo el grupo compartió una cena riquísima y abundante en el restaurante A Tasca, estupendo, con un trato exquisito y unos camareros cinco estrellas.

La alegría y las risas no faltaron, y la calidad de los platos, junto con la inmejorable compañía, hicieron de este día una experiencia memorable que no puedo valorar sino con la puntación máxima de un 5.
Ara Sánchez


FOTOS

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